Atanasio y la Iglesia
de nuestro tiempo
(En su lucha contra el Modernismo)
Obispo de Regensburg
El 1600 aniversario de la muerte de
San Atanasio no debe pasar, sin que se haga mención del mismo por lo menos en
un comentario. San Atanasio se encuentra entre aquellos escasos Santos a los
cuales la Historia ha concedido el calificativo de "el Grande".
Para no extendernos demasiado, citaremos aquí lo que Juan Adán Möler, dice de él en el prefacio de su obra "Atanasio el grande y la Iglesia de su tiempo", especialmente en la lucha contra el Arrianismo (Maguncia, 1844): "Ya cuando entablé mis primeros contactos con la Historia de la Iglesia, me pareció Atanasio de tal importancia, tan extraordinaria su vida, sus persecuciones por causa de la fe, su resurgimiento, su nueva caída y reiterada subida, su alta dignidad cristiana, y su sublimidad sobre toda desgracia vislumbrada en toda su historia, que despertó tanto mi simpatía, que sentí un profundo deseo de conocer más íntimamente a este gran hombre y estudiarlo en sus propios documentos. El vago sentimiento que me atraía hacia estos escritos, no quedó defraudado; de ellos manaba una rica fuente de alimento espiritual. Pero, cuanto más iba comparando lo que yo hallaba en Atanasio, con lo que se hablaba del santo en otros libros, más me dolía que este gran Padre de la Iglesia no hubiese sido conocido y reconocido durante tantísimo tiempo, tal como se merecía. Esto me hizo tomar la determinación de trabajar sobre él, de sacar a la luz del día los tesoros de fe y de sabiduría cristiana que albergaba y exponer al mismo tiempo su historia". En reminiscencia del título de esa obra, hemos escogido el título de "ATANASIO Y LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO" (En su lucha contra el modernismo). Ojalá este humilde escrito pudiera contribuir a la actualización de las palabras que San Basilio el Grande escribió en el año 371 a Atanasio: "En todo, el Señor realiza lo grande, por medio de aquellos que son dignos de Él. Confiamos por ello, que este servicio tan excelso valga también para ti, y en consecuencia que finalice el descarriamiento del pueblo, que todos se sometan al mutuo amor y que se renueve la antigua fuerza de la Iglesia".
Han transcurrido 1600 años desde la muerte de una de las "personalidades más relevantes de la antigua Historia de la Iglesia", San Atanasio (295 al 373), Obispo de Alejandría. Él fue el gran defensor, principal y probado, de la doctrina de Nicea (1). No menos de cinco veces hubo de exilarse, una de ellas a Alemania, en el año 335, refugiándose en Treveris. La situación de la Iglesia era entonces semejante a la actual y Konrad Kirch tiene razón cuando afirma de Atanasio: "La Providencia envió al mundo a aquel hombre en unos días, cuando una fuerte tempestad rugía cada vez con más fuerza, sacudiendo las columnas de la Iglesia, hasta el punto que amenazaban hundirse, cuando los sagrados muros parecían derrumbarse, cuando se diría que el poder de las Tinieblas y las fuerzas del Abismo querían exterminar la Iglesia de la tierra. Pero hubo uno firme como una roca, como un dique, Atanasio; uno saltó a la brecha, Atanasio; uno blandió el acero divino sobre Oriente y Occidente, Atanasio"(2). Hasta que punto este gran confesor llegó a remover en aquellos turbulentos tiempos a las almas, es lo que nos muestra -para citar solamente un ejemplo- el escrito político-eclesiástico del gran Görres, "Atanasio" (3), publicado después de la detención del Arzobispo de Colonia, Klemens August Frelherr von Droste-Vischering y que provocó "el nacimiento de un pueblo católico germano"(4) en 1838. de dicho escrito nos dice Franz Schnabel: "El efecto de este folleto fue imponente. En él hablaba un genial y experto periodista, que se hacía entender con sus palabras y adecuados ejemplos, y sabía cómo hacerse suyo al lector culto, de forma que a través de él se propagase hacia el pueblo el efecto apetecido. Al cabo de sólo pocas semanas, todos los folletos, siete mil ejemplares, se habían agotado"(5). El Gobierno prohibió la obra, pero hubo de desistir porque la resistencia que se había creado era demasiado fuerte. En su prólogo a la segunda edición, Görres critica agudamente a los que exigían un "Concilio germánico": "Entonces vendrán buenos tiempos y los antiguos serán borrados. Todos los que, desde hace cincuenta años, han tenido una idea desatinada, que no ha encontrado acogida, podrán introducirla de nuevo; será entonces o nunca" (6). Este Concilio debería ser "ecuménico" (7). Como condición previa a la admisión de los Protestantes, Görres reclama irónicamente "que hubiesen destruido con su crítica, al menos un capítulo de la Biblia; a los que por lo menos explicaban un milagro como algo natural y, por consiguiente, eran capaces de continuar por este camino; a los que eran capaces de encontrar un nuevo mito judío o cristiano y darle explicación; a los que reducían a simples abstracciones y destruían todo fundamento de la doctrina de la Iglesia invisible, del mundo sobrenatural, de la inmortalidad del alma, de la oposición entre el bien y el mal: todos ellos deberían ser admitidos y lograrían con sus meritísimas obras, voz y voto" (8). Con mayor sarcasmo aún se manifiesta sobre los participantes católicos a este ficticio Concilio. Sería "natural" para eliminar cualquier dificultad "proceder a la destitución del Papa... ciñendo interinamente la tiara, el ilustre presidente. Entonces podríamos acudir rápidamente a salvar la angustia que sufre una parte del clero católico, decretando la inmediata abolición del celibato... Una vez tomadas estas disposiciones el Santo Sínodo no tardaría en proceder a ordenar y establecer la Doctrina. Como base fundamental habría que proyectar un nuevo Credo, de tal forma, que todas las personas razonables pudieran profesarlo. Después de los progresos hechos últimamente por la ciencia, no debería ser difícil, llevar a cabo tal obra, tanto más, cuanto que de muchos lados existen buenos trabajos preliminares" (9). Görres mismo, trata entonces de formular un nuevo Credo, apoyado fuertemente sobre la Filosofía contemporánea de Hegel, ridiculizándola. Rebasaría mucho el marco de nuestra introducción, si quisiéramos entrar en detalles sobre el contenido del "Atanasio". sin embargo, no podemos omitir el citar algunos puntos, dejando al criterio del lector, el descubrimiento de afinidades con nuestro tiempo. Seduce mucho el comentario de Görres sobre el espíritu de mentira del siglo: "Se ha llegado al extremo, de vernos rodeados por todas partes de mentiras, como de una atmósfera que nos envuelve; la respiramos y la expiramos... Así ha sucedido que en las épocas más importantes andamos en un mundo ficticio; en un mundo artificial reino de fábulas, que nos hemos creado con nuestras miras limitadas, nuestras opiniones preconcebidas, nuestro mediocres pensamientos y pobres pasiones; nos hemos distanciado tanto de la realidad de las cosas, que ya no las podemos reconocer con nuestro mal chapuceo" (10). Sin embargo, Göres no solamente se ocupa del suceso de Colonia, sino que retrocede muy lejos en su prehistoria. Según él la eliminación del jefe supremo del imperio, el Emperador, habría debido arrastrar también la del Papa. Pero al no conseguir esto, por lo menos "deberían disgregarse... de él los miembros... Como fueron los juristas de palacio, y los diplomáticos territoriales, los que iniciaron y completaron la primera obra, fueron los canónigos palaciegos y teólogos metropolitanos, los que acometieron el otro negocio y en el proyecto vinieron a tomar parte sacerdotes católicos para asistir con sus consejos, ayudando diligentemente a la ejecución" (11). Hasta aquí algo sobre
"Atanasio" del gran Görres del cual conmemoramos el 125 aniversario
de su muerte. En nuestro siglo, nos volvemos a encontrar con el Alejandrino en
la novela de Cosom Flam (seudónimo del Dr. Josef Pietstch) desaparecido
durante el asedio de Breslau, y publicada en 1030: "Atanasio viene a la
capital o al foso de las fieras" ¿No son estas en verdad palabras proféticas? Todo lo que citamos de estas obras, revela claramente nuestra intención. El enérgico e imperturbable Atanasio debe levantar también hoy su voz contra lo que está sucediendo en la Iglesia. Poco después del fatídico 30 de junio de 1934, cuando los seguidores de Hitler sofocaron el aparente golpe de estado de Röhm liquidando una serie de personas no gratas al régimen, tales como Klausener, Gerlich y Probst, apareció en la Editorial Liga de Lucerna un pequeño pero conmovedor librito: "San Ambrosio y los Obispos alemanes". Con suplicantes palabras se llamaba a los Obispos a imitar el ejemplo del Obispo de Milán, quien en el año 390, se enfrentó al Emperador Teodosio, exigiéndole hiciera penitencia, porque en el circo de Tesalónica había hecho degollar, en castigo de un acto de linchamiento, ejecutado por la plebe, a dos mil personas -y esta era la exhortación de dicho escrito- protestando solemnemente los Obispos contra lo ocurrido el 30 de junio de 1934. También este ejemplo nos muestra, como la gente en tiempos de tribulación y desconcierto se orienta por aquellos grandes hombres del pasado, cuyo valor y fuerza de actuación trasciende a través de los siglos. Antes de referirnos ahora a una carta pastoral de Atanasio, debemos señalar en breves líneas, la situación de la Iglesia en época del Santo. Pero dejemos hablar unos momentos a San Basilio, quien en una carta del año 371 escribe: "La herejía extendida desde hace tiempo por Arrio, el enemigo de la verdad, llegó a desvergonzadas alturas, y al igual que una amarga raíz, produce frutos nocivos y se hace poderosa, ya que los abanderados de la verdadera Doctrina han sido expulsados, gracias a calumnias y agravios, de las diversas iglesias, dejando los poderes de su administración en manos de aquellos que sabían hacerse suyos los corazones de los ingenuos" (16). En una carta del año 371/372, dirigida precisamente a Atanasio, se encuentran las siguientes significativas palabras: "Toda la Iglesia se halla en disolución" (17). La elevación de la vista a esta columna del Nilo, da valor al Obispo de Cesárea "desde lo más profundo de la desesperación, para esperar días mejores" (18). Otra carta, escrita en el año 372, va dirigida a los Obispos de Italia y de la Galia, para que acudan en su ayuda, "antes de que la Iglesia naufrague del todo" (19); pues "no sólo es una Iglesia ni dos ni tres, las que se ven amenazadas por este grave temporal. Casi desde los confines de Iliria hasta Tebas se extiende el mal de la herejía. La fatal semilla ha sido distribuida primero por el tristemente célebre Arrio" (20). El mismo año habla a los sacerdotes de Tarso diciendo que "los actuales tiempos tienen una fuerte tendencia a la subversión en la Iglesia" (21). Precisamente hace 1600 años, en el año de la muerte de Atanasio, plantea en una carta a los Alejandrinos la cuestión: "¿Es que el Señor ha abandonado totalmente a su Iglesia? ¿Ha llegado la última hora y se inicia aquí la segregación, para que se manifieste el hombre del pecado, el hijo de la perdición, el antagonista, que se levanta sobre todo lo que se dice Dios y templo?" (22). Estas breves citas, que naturalmente pueden multiplicarse, dejan entrever como era entonces la situación de la Iglesia. Lo que el Capadocio cuenta de gorma general, lo citó Atanasio en detalle en una carta pastoral, la cual por su gran impacto de estilo e inenarrable dolor de escritor, es única y por ello debe ser el marco para nuestra disertación. También aquí debemos perfilar brevemente el trasfondo histórico. De nuevo un Sínodo arriano, el de Antioquía, había destituido en 339 al "inmortal" Obispo de Alejandría (Atanasio), instituyendo en su lugar al Capadocio Gregorio. "La noticia de la nueva destitución de Atanasio dio en Alejandría la señal para el ataque. Con mano dura intervino el prefecto Imperial Filagrio. En la noche del 18 de marzo del 340, fue expulsado Atanasio del palacio episcopal. El pueblo rodeaba amenazador las iglesias. Atanasio quiso evitar lo peor y con toda urgencia bautizó a los catecúmenos, huyendo después, y bajo la protección de un pelotón de guerreros entró Gregorio a caballo en la ciudad. Los judíos, paganos y arrianos vitoreaban al mercenario. Entre la comunidad de los fieles se levantó una sorda protesta y un grito de desesperación, cuando Gregorio se hizo cargo de sus iglesias bajo atroces crímenes. Fue un Viernes Santo. El Patriarca expulsado oyó en su escondite, cerca de la ciudad, como el grito de muerte de las víctimas de Gregorio superaba el Aleluya Pascual. Vinieron mensajeros comunicándole que centenares habían sido sacados de las iglesias para encarcelarlos, santas vírgenes habían sido desnudadas en las plazas delante de los Santuarios, flagelándolas con palos hasta que caían muertas, y en el cielo vio reflejado el resplandor de las hogueras de las iglesias cristianas". No pudo contenerse más y escribió una carta a todos sus Obispos, líneas llenas de un profundo dolor, pero también de invitación urgente a la lucha. Violaron y mataron a la mujer de un Levita; en su dolor y desesperación, el Levita descuartizó el cadáver y envió los trozos a todas las tribus de Israel, para que no dudasen del crimen y se levantasen para vengarlo, y todas las tribus se pusieron en movimiento, iniciando una guerra santa. Así empieza Atanasio, y sigue diciendo: "La desgracia del Levita no es nada comparada con lo que ahora se ha intentado contra la Iglesia", y por el amor al Salvador les conjura: "no desdeñéis estos ultrajes, no permitáis que la famosa Iglesia de Alejandría sea pisoteada por los herejes para que en breve no quede destruida la fe y las leyes de la Iglesia" (23). Esta Introducción, que se basa en un atroz acontecimiento narrado en el Libro de los Jueces (24), nos la hacemos nuestra textualmente e intentaremos explicar, en el espíritu de Atanasio, lo que ocurre entre las doce tribus del nuevo Israel, para que éstas se levanten y entablen una lucha decidida contra la amenaza de "disolución de la Iglesia", de la que habló Basilio, o contra la "autodestrucción" de ésta, como la ha llamado Paulo VI (25).
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