Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo
(En su lucha contra el Modernismo)
MONSEÑOR RUDOLF GRABER

Obispo de Regensburg

PÍO X y EL MODERNISMO

   Mirando retrospectivamente a ese siglo XIX, se comprueba que la Iglesia, en su conjunto, no se puso en guardia frente a tales acontecimientos. El mundo estaba demasiado ocupado con las conquistas de las ciencias naturales y de la técnica. Todavía hoy, después de las dos guerras mundiales, se sueña con una eterna evolución y con un paraíso terrenal. ¿y la Iglesia? Era la casa que había sido construida con fuertes torres y baluartes. La roca de Pedro había quedado tan bien cimentada y protegida por todos lados en el Concilio Vaticano I, que ninguna tormenta podría moverla -así se pensaba-. Sólo uno comprendió profundamente el problema: fue el Santo Padre Pío X, de quien nos vamos ahora a ocupar más detalladamente con respecto a su lucha contra el Modernismo. Pablo VI en su encíclica de entronización. "Ecclesiam suam"(65), Declara que actualmente nos hallamos ante una resurrección de los errores modernistas(66)

   Lo que dificulta juzgar sobre el Modernismo es esto: que lo justo y lo injusto, las sanas tendencias a una reforma y las revolucionarias y destructivas se hallasen tan juntas; lo mismo que hoy. A este respecto resulta muy instructivo un articulo del Barón Georg von Hertling, en la revista "Hochland" (67), titulado "Pensamientos reformadores romanos" en cuya introducción, expone: "Entre los papeles legados por el Obispo Ketteler de Maguncia, se encontró, según informa su biógrafo el P. Pfülf, S. I., un croquis esquematizado de proyecto de reforma. Ketteler quiso someterlo a la opinión de los Obispos alemanes y llevarlo seguidamente a ejecución con la ayuda de Roma. La reforma debía abarcar a toda la jerarquía, empezando por la elección del Papa y los usos romanos, llegando hasta los decanos y párrocos" (68).

   En el ulterior desarrollo del artículo, el autor reseña cómo deberían justificarse la razonada critica y la reforma, y lo que se debería tener en cuenta: "La critica destructiva, la pérdida de la confianza en la buena voluntad de las personalidades dirigentes, la opinión negativa de las instituciones existentes, el exceso de celo para eliminar males reales o ficticios, son, en el ámbito eclesiástico, por sus consecuencias, mucho más peligrosos que en el ámbito estatal. Naturalmente no para el que tiene visión de las cosas, pues éste sabe distinguir entre el ideal y la realidad, entre lo que debería ser por derecho y lo que la debilidad del hombre siempre hace de ello. No desespera de la verdad de la doctrina cristiana de la gracia, porque ocasionalmente hace la experiencia de que se la desfigura por ejercicios supersticiosos, de que se la deshonra por sacerdotes indignos y en un malsano sentido de lucro se abusa de ella. Sabe con cuán fuertes vínculos nos retiene la tradición de nuestros antepasados, sabe cuán difícil es eliminar lo que se ha hecho historia, después que el estado de hecho y la costumbre parecen haberle concedido un derecho de existencia, derecho que un juicio profundo debe negarle. Mas no todos poseen esta visión".

   "Incluso en amplios círculos se carece en absoluto de ella. Cabe añadir, que la vida del mundo moderno se mueve muchas veces por derroteros que son ajenos a la fe cristiana sobrenatural, cuando no le son directamente hostiles. Por ello se sienten confundidos y sin resistencia, los mediocres, los vacilantes y los pusilánimes, cuando se levanta una grave acusación contra personalidades eclesiásticas, o una despreocupada crítica dentro de la Iglesia contra una u otra de las instituciones existentes o permitidas. El último y flojo vínculo, que aun les une íntimamente a la Iglesia, se rompe. Creen que deben condenar severamente a toda la piedad católica, cuando se dan cuenta de que se ridiculiza alguno de los banales inventos de algún piadoso insensato. ¿Qué por qué digo todo esto? Porque quiero dejar bien sentada la idea de que sólo puede presentarse como crítico o reformador de la Iglesia ante la opinión pública, quien tenga la voluntad y el poder de mejorar todo lo que reconociese como mejorable, o, por lo menos, que estuviese en situación de presentar sus pruebas y sus proyectos a las autoridades competentes. De lo contrario, y a pesar de su mejor voluntad, sólo escandalizará a los débiles y alegrará a los enemigos" (69).

   Desgraciadamente, se prestó poca o ninguna atención a estas palabras de alerta. En la novela "Il Santo", de Antonio Fogazzaro (1842- 1911), incluida en el Índice, hallamos los siguientes pasajes que entroncan con lo que habíamos dicho de las Sociedades Secretas: "Somos, dice Don Paolo, un grupo de católicos, dentro y fuera de Italia, sacerdotes y laicos, que aspiramos a una reforma de la Iglesia. Quisiéramos ver efectuada esta reforma, sin controversias, sólo por la autoridad legítima. Deseamos la reforma de la educación religiosa, la del culto, la de la disciplina del clero, incluso la reforma de las instancias más elevadas. Para lograrlo, debemos crear una opinión pública que permita a la autoridad legítima obrar en consecuencia, aunque ello no se realice hasta dentro de veinte, treinta o cincuenta años (!). Ahora bien, los que así pensamos, vivimos en realidad separados los unos de los otros. Nada sabemos el uno del otro, excepto algunos pocos que publican artículos o libros. Es muy probable que en el mundo católico exista un gran número de personas religiosas y cultas, que piensen igual que nosotros. Creo que sería muy útil para la propaganda de nuestras ideas, el que por lo menos llegásemos a conocernos. Esta noche nos reunimos aquí sólo unos cuantos para un primer acuerdo..." (70). "Levantando algo la voz y hablando más despacio, los ojos fijos en el Abbé Marinier, añadió que consideraba oportuno, no dejar trascender, por ahora, nada sobre lo que se acordase en la reunión, y rogaba a todos que se considerasen comprometidos bajo palabra de honor, a guardar absoluto secreto. Después, volvió a desarrollar sus ideas y el objetivo de esta reunión con más detalle que lo hiciera durante la cena" (71).

   "Es muy probable, que todos coincidamos en que la Iglesia católica puede ser comparada a un templo antiguo, que, primitivamente poseía una noble austeridad, sencillez y gran espiritualidad religiosa, y que ha sido deteriorado y sobrecargado con ornamentos y estucos de toda clase, durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Los que mal nos quieren, quizás se den cuenta de que solamente se habla en voz alta un lenguaje muerto, que las lenguas vivas apenas se hablan por lo bajo y que el sol entra en él a través de ventanales de color. Pero no puedo creer que todos estemos de acuerdo sobre la calidad y cantidad de los medios para remediarlo. Por ello consideraría mejor que antes de proceder a fundar la francmasonería católica, nos pusiéramos de acuerdo sobre la manera de efectuar las reformas. Quiero ir todavía más lejos. Creo que, aunque existiera un completo acuerdo en el modo de pensar, no les aconsejaría que se ligasen con un vínculo sensible. Mi punto de vista es de naturaleza muy delicada. Ustedes confían en que pueden nadar muy bien bajo el agua como peces cautos, pero no piensan en que la vista aguda del sublime Pescador o de cualquiera de sus representantes, los puede descubrir y con un arpón bien dirigido, pescarlos. Jamás aconsejaría a los más finos, sabrosos y buscados peces, ligarse unos con otros. Ustedes comprenden lo que pasa cuando cogen a uno y lo sacan a la superficie. Y saben muy bien, que el gran Pescador de Galilea echaba los pececillos a su estanque, pero el gran Pescador de Roma los cocina" (72).

   Se intentaba, pues, una unión secreta entre todos los de igual opinión, una masonería católica, de la que se dijo casi proféticamente: "Las reformas ya se realizarán algún día, las ideas son más fuertes que el hombre y harán su camino" (73). Y lo han hecho exactamente en cincuenta años. Pero también se ha realizado lo demás: el gran Pescador de Roma ha sacado los peces a la superficie. Fue el Papa Pío X quien en su Encíclica "Pascendi", del 8 de septiembre de 1907 (74), condenó al Modernismo. Es muy de lamentar que esta Encíclica no se haya reeditado, para que todos los lectores pudiesen convencerse de inmediato, de que todo lo que hoy se designa como nuevo y adelantado, ya se había manifestado entonces; o sea, que ni es nuevo ni es progresivo.

   Pasemos a esbozar ahora brevemente dicha Encíclica. El Papa se lamenta de que los errores modernistas "hayan surgido en el seno de la Iglesia, incluso entre el clero". Estos enemigos de la Iglesia se llaman a sí mismos "reformadores de la Iglesia", rebajando la divina persona del Redentor, en blasfémica osadía, a un simple ser humano. Los Modernistas son por ello, "peores que todos los demás enemigos de la Iglesia", porque "llevan su mano sobre las raíces, sobre la fe y las más profundas fibras de ésta. Son sumamente hábiles y listos". "Alternativa mente juegan el papel del racionalista y del católico con tal habilidad, que con facilidad atraen a los incautos hacia sus errores". No reconocen a ninguna autoridad y "no quieren admitir limitaciones. La misma fe católica está en peligro. Callar por más tiempo sería pecado. Debemos hablar, debemos arrancarles la máscara ante toda la Iglesia".

   Después de esta vigorosa introducción, el Papa examina uno a uno los errores. Dado que, según los modernistas, no se puede conocer a Dios partiendo de las cosas visibles, se eliminan los llamados motiva credibilitatis -tampoco hoy se habla apenas de ellos. Por lo que respecta a la historia, ésta deberla explicarse como "si Dios realmente no hubiese intervenido". Por ello también hay que eliminar de la historia de Jesucristo "todo lo que semeja a algo divino". "Hay católicos, incluso hay sacerdotes, que abiertamente lo confiesan y con esta locura quieren reformar la Iglesia, No se puede suprimir mejor, ciertamente, todo el orden sobrenatural". Por lo que respecta a los dogmas, "son sólo símbolos, signos insuficientes de su contenido", que en modo alguno contienen la verdad absoluta. Los dogmas están sometidos a los "cambios" y por ello son "necesariamente variables, pasajeros", "Para ser vivos deben estar acomodados a la fe y al creyente por un igual, y mantenerse así".

   El Papa termina este capítulo con las agudas palabras: "Estos ciegos lazarillos han invertido, con soberbia presunción de sabiduría, los eternos y verdaderos conceptos de verdad y de religión; han fundado un nuevo sistema y, en la salvaje y desenfrenada caza de algo nuevo, olvidan buscar la verdad allí donde tan sólo tiene su segura sede; desprecian las sagradas tradiciones apostólicas, acudiendo a otras doctrinas presumidas, nocivas e inciertas y que no tienen la aprobación de la Iglesia; y en su ceguera, creen poder defender y mantener la verdad."

   Nos sorprendería mucho, que ya entonces no se hubiese afirmado que "todas las religiones eran verdaderas", Lo mismo vale para la pregunta que se formula sobre si "Cristo realmente había obrado milagros, si realmente había previsto el futuro, si realmente había resucitado y ascendido al Cielo". Lo mismo que hoy, se transponía entonces Dios al hombre: "Dios es inmanente en el hombre". Como antes los dogmas, también los sacramentos son simplemente "símbolos o signos". En este  punto, el Papa intercala una observación, que podría haber sido escrita también hoy: "Como ejemplo, para demostrar la forma en que actúan, acuden a ciertos slogans que repiten habitualmente, porque "atraen", para la propaganda, con más fuerza y poseen el enorme poder de atracción de las grandes ideas que entusiasman".

   El paralelismo con nuestra época se ve también, sobre todo, en los juicios modernistas acerca de la Iglesia: "En los tiempos antiguos fue error vulgar que la autoridad venía de fuera de la Iglesia, esto es, inmediatamente de Dios, y por la autoridad venía de fuera la Iglesia, esto es, inmediatamente de Dios, y por eso con razón se la consideraba autocrática. Pero tal creencia ahora se ha envejecido. La autoridad, lo mismo que la Iglesia, brota de la conciencia religiosa, a la que, por tanto, está sujeta, y si desprecia esa sujeción obra tiránicamente. Vivimos ahora en una época en que el concepto de libertad (sensus libertatis) ha alcanzado su mayor altura. En la vida política se ha establecido el régimen popular (populare regimen) ..., por eso tiene la autoridad eclesiástica el deber de usar de las formas democráticas (auctoritate Ecclesia officium inest demo craticis utendi formis), tanto más que si no las usa le amenaza la destrucción. Loco sería, a la verdad, quien pensara que en el concepto de libertad que hoy florece pudiera hacerse alguna vez cierto retroceso. Estrechado y acorralado por la violencia, se extenderá con más fuerza, deshechas Iglesia y religión juntamente". Aquí ya tenemos elementos para la teología actual de la revolución. No es de extrañar que ya en esa época se quisiera enfrentar el triunfalismo de la Iglesia. De ese modo, se exige que la Iglesia renuncie a "todo lujo exterior que hiera demasiado los ojos, ya que la tarea de la Iglesia sólo concierne a lo espiritual". Haciendo un resumen, dice el Papa San Pío X: "Aquí se aplica el principio general: en una religión que vive, todo es comprensible, por eso la Iglesia debe cambiar. La quintaesencia, por así decir, de su enseñanza, desemboca, pues, en la evolución. El dogma, la Iglesia, el culto religioso, los libros que honramos como santos, y hasta la fe deben, si no quieren que se los tenga por muertos, obedecer a las leyes de la evolución". Esa evolución nace "del antagonismo de dos fuerzas, una que impulsa al progreso y la otra que es conservadora y frena. El elemento conservador es muy fuerte en la Iglesia: está en la tradición. Su representante es la autoridad religiosa y eso también a causa del derecho, porque es a la autoridad a la que le incumbe proteger la tradición de manera efectiva; pues la autoridad está aparte de la vida cambiante y no le afecta, o apenas le afecta, todo lo que impulsa al progreso. Por el contrario, aspira al progreso y lo realiza, la fuerza que se adapta a las necesidades más profundas de la conciencia del laico, especialmente de aquel que, como se dice, se halla en medio del torbellino de la vida". Una vez más se ve como hecha a medida para nuestro tiempo la siguiente comprobación del Papa: los modernistas son de opinión que "su lugar está en permanecer en el seno de la Iglesia, con el fin de modificar allí poco a poco la conciencia general", o sea, la inversión subversiva de funciones que se tiene hoy.

   En el capítulo sobre la Sagrada Escritura leemos textualmente: "Para los modernistas la diferenciación entre el Cristo de la historia y el Cristo de la fe es cosa completamente corriente".

   Agreguemos también algo sobre las tendencias reformadoras de los modernistas que el Papa indica como en orden de catalogación. Declara: "Lo que ya se ha dicho basta con creces para mostrar la búsqueda ferviente e ilimitada de novedades por parte de esa gente, búsqueda que se extiende a casi todo lo que es patrimonio de los católicos; la filosofía tiene que renovarse, principalmente en los seminarios eclesiásticos; la filosofía escolástica debe archivarse en la historia de la filosofía, junto con los demás sistemas perimidos y en lugar de ella los jóvenes deben recibir la enseñanza de la sola filosofía moderna, conforme a nuestra época (hoy en día el existencialismo). Los dogmas y su desarrollo deben reconciliarse con la ciencia y con la historia. En lo referente a la catequesis, la literatura catequística debe ocuparse solamente de los dogmas que han sido modernizados y que correspondan a las posibilidades de comprensión del pueblo... La administración de la Iglesia (régimen) debe ser reformada en todas circunstancias, especialmente en lo disciplinario y lo dogmático. Debe adaptarse interiormente y exteriormente a la conciencia moderna que inclina todo hacia la democracia: por eso el bajo clero, al igual que el mundo laico, debe participar en la administración, y la autoridad centralizada más allá de toda medida debe ser descentralizada. Las congregaciones romanas para las diversas actividades de la Iglesia, particularmente el Santo Oficio y el Index, deben también ser modificadas. En moral habrá una adaptación al principio fundamental del americanismo, que coloca las virtudes activas antes que las pasivas y que quiere que su ejercicio sea preconizado por las otras. Al clero se le pide humildad y pobreza, como prevalecían en otra época; además, tiene que adherir de hecho e intelectualmente a las ideas modernistas. Hay algunos que, como celosos discípulos de los protestantes, desean que el celibato de los sacerdotes sea abolido. No queda nada en la Iglesia que, según esos principios, quede sin ser reformado". El Papa examina luego cómo se ha llegado al modernismo, y al respecto dice: "Tres son principalmente las cosas que tienen por contrarias a sus conatos: el método escolástico de filosofar, la autoridad y tradición de los Padres, el magisterio eclesiástico. Contra estos dirigen sus más violentos ataques; por eso ridiculizan generalmente y desprecian la filosofía y teología escolásticas; y ya hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del método escolástico; y no hay indicio más claro de que uno empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo que el comenzar a aborrecer el método escolástico".

   Aquí también hay un punto que nos resulta muy conocido, si pensamos en los medios masivos: "Al propio tiempo levantan sin ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos aquellos que con ellos consienten; los libros de estos, llenos por todas partes de novedades, recíbenlos con grande admiración y aplauso; cuanto uno más atrevidamente destruye lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio eclesiástico, tanto lo celebran por más sabio. Finalmente, cosa que pone horror a todos los buenos, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarlo pública y copiosísimamente, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad. Con todo este estrépito, así de alabanzas como de vituperios, conmovidos y turbados los entendimientos de los jóvenes, por una parte para no ser tenidos por ignorantes, por otra para pasar por sabios, y estimulados interiormente por la curiosidad y la soberbia, acontece con frecuencia que se entregan al modernismo y se le rinden a discreción".

   "Pero esto pertenece ya a los artificios con que expenden los modernistas sus mercancías. Pues, ¿qué no maquinan para aumentar el número de sus secuaces? En los sagrados seminarios y en las universidades científicas andan a la caza de las profesorías, las cuales convierten poco a poco en cátedras de pestilencia. Aunque sea encubiertamente, inculcan sus doctrinas predicándolas en los púlpitos de las Iglesias; más abiertamente las emiten en los congresos, y las introducen y subliman en las instituciones sociales... En una palabra, en la acción, en las palabras, en la imprenta, no dejan nada por intentar, de suerte que parecen poseídos de frenesí".

   Si se estudia de este modo toda la Encíclica, llama la atención la clarividencia, que podríamos calificar de profética, de ese Papa santo, que al considerar su época predijo la nuestra. Hasta parece que esa Encíclica debería asestar un golpe más fuerte al modernismo de nuestros días que al de comienzos de siglo, que no era tan profundo ni se hallaba tan difundido entre el pueblo creyente, y lo que San Pío X dijo como juicio concluyente sobre el modernismo se realiza solamente hoy: "El protestantismo fue el primer paso; luego le siguió el modernismo; el fin es el ateísmo".

   Hoy en día lo vivimos con la teología de "Dios ha muerto". Sí, Pablo VI tiene razón cuando comprueba hoy una resurrección de los errores modernistas. Juan XXIII lo vio claramente cuando en 1907 [en su juventud] dijo del modernismo: "Desgraciado el día en que se establezcan sus enseñanzas" (75).

   Pero Fogazzaro tenía razón: ha bastado la cifra de cincuenta años para que las ideas expresadas por un pequeño grupo, en su época, hayan penetrado por todas partes para desembocar en esta crisis de la Iglesia, que deja muy atrás a la época de la Reforma.

   Todavía resuenan los ecos de la Encíclica en la carta pastoral de los obispos alemanes reunido en Colonia el 10 de diciembre de 1907, en la cual se dice entre otras cosas: "A tales síntomas, o a otros análogos, que surgen a veces entre nosotros, y a tales predisposiciones al modernismo, debemos también atribuir esa necesidad creciente, sin vocación, sin recto juicio y sin conocimiento suficiente, de criticar y de reformar, que constituye la enfermedad de nuestra época y que no tiene en cuenta autoridad alguna, que quiere transformar las instituciones más verdaderas conforme a la "conciencia moderna" e introducir en la organización y en la administración de la Iglesia un parlamentarismo y un democratismo que resultan incompatibles con ella, y que no trepida, en los periódicos y revistas públicas, aun en los que son hostiles a la Iglesia -para gran alegría de sus adversarios- en emitir sus juicios irracionales e impíos sobre los superiores y las instituciones eclesiásticas" (76)

   ¿Acaso eso no cuadra perfectamente a nuestra época? A la Encíclica Pascendi se vincula estrechamente el syllabus Lamentabili del 3 de julio de 1907. En él se rechazan 65 proposiciones o enseñanzas modernistas. Sólo señalaremos algunas, puestas de relieve por la actualidad:

  • La proposición 1 declara: "La interpretación de los libros sagrados hecha por la Iglesia no es ciertamente despreciable, pero está sometida al juicio más depurada y a la corrección de los exégetas".
  • Proposición 30: "En todos los testimonios evangélicos el nombre de «Hijo de Dios» equivale solamente al nombre de Mesías y de ningún modo significa que Cristo es el verdadero y natural Hijo de Dios".
  • Proposición 36: "La resurrección del Salvador no es propiamente un hecho de orden histórico, sino un hecho de orden meramente sobrenatural, ni demostrado ni demostrable, que la conciencia cristiana derivó poco a poco de otros hechos".
  • Proposición 37: "La fe en la resurrección de Cristo, primitivamente, no tanto versó acerca del hecho mismo de la resurrección cuanto acerca de la vida inmortal de Cristo en Dios".
  • Proposición 49: "Habiendo la Cena cristiana tomado poco a poco la índole de acción litúrgica, aquellos que acostumbraban presidir la cena alcanza ron el carácter sacerdotal".
  • Proposición 63: "La constitución orgánica de la Iglesia no es inmutable sino que la sociedad cristiana está sujeta a perpetua evolución, lo mismo que cualquier sociedad humana".
  • Proposición 58: "La verdad no es más inmutable que el hombre mismo, puesto que evoluciona con él, en él y por él".

   Esto puede bastar. Si lo analizamos todo -en realidad, habría que citar las 65 proposiciones-, una santa cólera nos invade, porque se intenta presentar todo eso como nuevo y moderno y progresista y conforme con el espíritu del Vaticano II, cuando en realidad no es más que un refrito del modernismo que ya data de 50 años atrás, formulado de nuevo con respecto al lenguaje adornado a la moda.

   Sigue siendo inconcebible que en nuestros días se haya suprimido el juramento antimodernista, que se había establecido el 19 de septiembre de 1910. Y todo eso a pesar de lo que dice el viejo teólogo luterano Dr. Cornelius bar von Heyl: "Sin embargo, es indudable que el catolicismo está ampliamente protegido, desde el punto de vista de la enseñanza, contra las fantasías y el subjetivismo. ¡Hay autores que hoy en día hablan de las figuras antimodernistas de Pío IX y San Pío X como si fuesen cosas lamentables! Por el contrario, aprovecho la ocasión para expresar cuán satisfecho me sentiría si en todas Iglesias no católicas hubiese también mutatis mutandis, fórmulas esencialmente antimodernistas a modo de protección. Por lo demás, puede ocurrir que yo sea más católico que el catolicismo contemporáneo, por más que mucho me hayan satisfecho las declaraciones de la Curia contra Teilhard de Chardin... En la medida en que la fuerza interna de la estructura sea antimodernista (y lo siga siendo) y en la medida en que (en el aspecto formal) la noción de obediencia quede salvaguardada en la Iglesia actual, el catolicismo debería hallarse más próximo a los viejos luteranos, a los viejos reformados, a una parte del anglicanismo y a las sectas fundamentales, que esas Iglesias y comunidades con prin cipios de libertad totalitaria y de progresismo e individualismos ilimitados"(77)

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