EL LIBRO DE
LAS HEREJÍAS
DE JUAN PABLO
II
R.
P.BASILIO MÉRAMO (*)
Los errores y herejías de Juan Pablo II expresadas en su libro "Cruzando el Umbral de la Esperanza", libro que fue un best seller antes de ser publicado, dada la propaganda llevada a cabo por la red del Opus Dei, a través de su intermediario en el Vaticano, el portavoz del Papa Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, giran en torno a la concepción que tiene de la Iglesia como comunidad de salvación, según una nueva perspectiva, basada en un cambio de conceptos. Las herejías que hemos detectado están relacionadas: con la doble dimensión de la Iglesia, la salvación de todos los hombres, la Santidad de la Iglesia, la sobrenaturalidad de la Fe, todo lo cual está nutrido de un pensamiento personalista-gnóstico-ecuménico. Para Juan Pablo II se trata de un verdadero y profundo cambio de conceptos rompiendo viejos esquematismos rígidos referentes a la Iglesia. Su nueva eclesiología pretende ser más abierta y elástica (ecuménica). Bástenos oír lo que dice para convencernos de su postura "se puede decir que nuestra Fe en la Iglesia ha sido renovada y profundizada de modo significativo por el Concilio (...) La renovación posconciliar es, sobre todo, renovación de esta Fe, extraordinariamente rica y fecunda. La Fe en la Iglesia, como enseña el Concilio Vaticano II, lleva a replantearse ciertos esquematismos demasiado rígidos: por ejemplo, la distinción entre Iglesia docente: que enseña, e Iglesia discente, que aprende, ... se trata pues de no sólo cambiar conceptos sino de renovar actitudes, como he intentado mostrar en mi estudio posconciliar ya citado y titulado ' La renovación en sus fuentes'." (Cruzan. p.178). Queda bien claro y establecido que para Juan Pablo II la renovación posconciliar o renovación de la Fe consiste en un cambio de conceptos que generan un cambio en las actitudes. Esto es profundamente revolucionario y herético. ¿Cómo se pueden cambiar conceptos en cosas de Fe? Esto equivale a cambiar la Fe pura y simplemente. Ese cambio de la Fe es la renovación (revolución) del Concilio Vaticano II y de Juan Pablo II. La Iglesia, tal como Cristo mismo la ha instituido, le parece a Juan Pablo II demasiado esquemática y rígida. El cree en otra Iglesia más amplia, más universal. El cree en la nueva Iglesia ecuménica. A Juan Pablo II la Iglesia católica no le encaja, es demasiado institucional, demasiado jerárquica, demasiado estrecha y rígida para que todos los hombres puedan salvarse. El cree en otra Iglesia más espiritual, más mística, más carismática, más adaptada al hombre moderno. Por eso la necesidad de cambiar conceptos sobre la Fe y la Iglesia, al punto de redefinir (volver a definir) la esencia de la Iglesia, según las exigencias de la trascendencia del hombre, del espíritu humano, de la persona humana; tal como manifiesta en su libro "Signo de Contradicción" ed. B.A.C. Madrid 1979, pp 23-24, diciendo: "La Iglesia de nuestro tiempo se ha hecho particularmente consciente de esta verdad y, por ello, a su luz ha logrado redefinir en el Concilio Vaticano II su propia naturaleza." Hay una antigua herejía sobre la Iglesia que se ha presentado de diversas maneras, unas veces distinguiendo la Iglesia de Pedro (jerárquica, rígida, jurídica, visible, etc.) y la Iglesia de Juan (mística, espiritual, invisible, trascendental, etc.). Esta última parece encajar con la noción que tiene Juan Pablo II, sobre todo cuando afirma que: "Durante mucho tiempo, en la Iglesia se vio más bien la dimensión institucional, jerárquica, y se había olvidado un poco la fundamental dimensión de gracia, carismática, propia del pueblo de Dios." (lb. p 178). Por esto dice en un texto citado más arriba, página 4, pero que vale la pena recordar: "Encontré la Iglesia como una comunidad de salvación... comprendí a qué precio hemos sido redimidos y todo esto me introdujo aún más profundamente en el misterio de la Iglesia que, en cuanto misterio, tiene una dimensión invisible. Lo ha recordado el Concilio. Este misterio es más grande que la sola estructura visible de la Iglesia y su organización. Estructura y organización sirven al misterio. La Iglesia, como cuerpo místico de Cristo, penetra en todos y a todos comprende. Sus dimensiones espirituales, místicas, son mucho mayores de cuanto puedan demostrar todas las estadísticas sociológicas." (pp. 148-149). Es sintomático; estas palabras revelan otra noción, otra concepción de la Iglesia. Juan Pablo II separa misterio y visibilidad, como si la Iglesia visible, jerárquica, no fuera un misterio en sí. Juan Pablo II separa la realidad mística (espiritual, invisible, trascendental) de la realidad jurídica (institucional, jerárquica, visible), tal como lo hace Rahner, que es un hereje. Basta que veamos uno de sus textos y lo percibiremos; además de retomar la idea de cristianismo invisible, tan arraigada en Rahner como advierte el padre Meinvielle: " Karl Rahner, S.J. ha sistematizado, quizás con excesiva fuerza, lo que él llama un cristianismo invisible, que sería efecto de tina 'consagración' de la Humanidad por la Encarnación del Verbo. Al hacerse hombre del Verbo de Dios, dice Rahner, la humanidad ha quedado convertida real-ontológicamente en el pueblo de los Hijos de Dios, 'aún antecedentemente a la santificación efectiva de cada uno por la gracia Este pueblo de Dios que se extiende tanto como la Humanidad'... 'antecede a (la) organización jurídica y social de lo que llamamos Iglesia'. 'Por otra parte, esta realidad verdadera e histórica del pueblo de Dios, que antecede a la Iglesia en cuanto magnitud social y jurídica... puede adoptar una ulterior concretización eso que llamamos Iglesia'. 'Así, pues, donde y en la medida que haya pueblo de Dios, hay también ya, radicalmente, Iglesia, y, por cierto independientemente de la voluntad del individuo'. De aquí se sigue que todo hombre por el hecho de ser hombre, ya pertenece, radicalmente a la Iglesia" (Meinvielle, La Iglesia y el Mundo Modemo, ed Theoria Buenos Aires 1976. pp. 143 -144). Esta es la misma noción de Iglesia como pueblo de Dios que Juan Pablo II nos predica a todas horas y en todas partes, y es por esto que señala como ya vimos que "Durante mucho tiempo, en la Iglesia se vio más bien la dimensión institucional, jerárquica, y se había olvidado un poco la fundamental dimensión de gracia, carismática, propia del pueblo de Dios" (Cruzan p. 178). La doble realidad de la Iglesia es ya detectada por el P Meinvielle cuando pregunta: ¿Qué fundamento escriturístico o de tradición del magisterio tiene la afirmación, de que la Iglesia abarca una realidad doble: Iglesia como organización de carácter jurídico-sacral, y la Iglesia como humanidad consagrada por la Encarnación? (De la Cábala Progresismo. ed. Calchaqui, 1970 p 373). Queda así claro que hay una doble dimensión en la Iglesia, la una visible (dimensión institucional-jerárquica, la otra invisible (dimensión mística-espiritual) que comprende a todos los hombres, sin dogmas que divida, tal como propicia la herejía del ecumenismo. Esta dimensión mística nos recuerda lo que dice Michel Creuzet acerca de la fe según la perspectiva liberal y modernista: "La fe con una perspectiva liberal se reduce a una institución del sujeto pensante, a una revelación interior, una iluminación, una experiencia. Así se explica el éxito del modernismo, del protestantismo, de las religiones del 'libre examen' y de las 'místicas' sin dogmas como la de tipo oriental" (Libertad, Liberalismo y Tolerancia, ed. Speiro, Madrid 1980 p. 17). El pueblo de Díos responde en conclusión al "cristianismo anónimo, de una humanidad que habría quedado santificada por Cristo sólo por el hecho de la Encarnación" (De la Cab p. 373), tal como enseña Juan Pablo II por todas partes cada vez que dice: "mediante la encamación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre" (R H. n° 13)" En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre", como dice en el párrafo siguiente, volviendo a decir en el próximo: "Se trata de 'cada' hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este misterio" En esta primera Encíclica Juan Pablo II formulaba su pensamiento sobre la Encarnación. El mismo dice: "Usted recuerda que mi primera Encíclica sobre el Redentor del hombre (Redemptor hominis) apareció algunos meses después de mi elección, el 16 de Octubre de 1978. Esto quiere decir que en realidad llevaba conmigo su contenido. Tuve solamente, en cierto modo, que "copiar" con la memoria y con la experiencia lo que ya vivía estando aún en el umbral de mi pontificado. Lo subrayo porque la Encíclica constituye la confirmación, por un lado, de la tradición de las escuelas de las de las que provengo y, por otro, del estilo pastoral al que esta tradición se refiere". (Cruzan p. 65-66). ¿Cuál es la tradición de las escuelas de las que Juan Pablo II proviene y del estilo pastoral de esta tradición? Nos hace pensar en la iniciación gnóstica a través del teatro. Recordemos lo que dice Daniel Le Roux en su libro "Pierre m'aimes-tu?" acerca de la relación profunda entre el director Klotlarczyk (gnóstico, seguidor de Rudolf Steiner) y Karol Wojtyla, para quienes el teatro "era una misión, una vocación; era el sacerdocio del Arte. Los actores, como 'sacerdotes del Arte', dotados de una fuerza ilimitada para renovar el mundo, para rehacer la humanidad entera, para sanar la moral por medio de la belleza predicada, transmitían los más altos valores metafísicos. Tales eran las ideas cantadas por el 'arcipreste' Kotlarczyk" (p. 64). El ecumenismo, dijimos, es una herejía, bastante difundida y poco advertida como tal. Sin embargo si nos atenemos a su contenido se detecta su veneno mortífero para la fe. El ecumenismo es una herejía que niega tres cosas: "la negación del credo Sanctam Ecclesiam (La Santidad de la Iglesia), la negación del credo Unam Ecclesiam (una Iglesia) y la negación de la indefectibilidad de la Iglesia." (L'Oecumenísme, ed Courrier de Rome 1990, p. 11). Según esta publicación se niegan estas tres cosas. Se niega la santidad de la Iglesia, al considerar que la Iglesia comete errores, imputándole los errores de sus miembros, con lo cual se contradice la verdad de fe profesada en el credo que dice que la Iglesia es Santa. Se niega, además, la unidad de la Iglesia que es una única, excluyendo la pluralidad de Iglesia. La Iglesia es una por la Fe y un (unicidad única) por el número, así se afirma en el credo que la Iglesia es una. Se niega también, la indefectibilidad de la Iglesia, la cual por la promesa divina (Mt. 16, 18; 28, 20) permanecerá a través de los siglos tal cual Cristo la instituyó, luego pretender la unión de las iglesias es negar que la Iglesia permanece una dejando de serio. El ecumenismo para Juan Pablo II está condensado en las palabras de Juan XXIII
que Pretender que la convicción de la Iglesia y del católico de poseer en exclusividad la verdad es fuente de divisiones que impiden la unidad ecuménica, es anular de un solo plumazo los dogmas de la Iglesia Católica, es negar la exclusividad de la verdadera y única Iglesia fundada por Cristo. Esto es básicamente la herejía del ecumenismo. Juan Pablo II niega el dogma de fe que afirma que la Iglesia posee en exclusiva la verdad (que es la única verdadera, fuera de la cual no hay salvación: "quia non est nisi una Ecclesia, in quia homines salventur, sicut extra arcam Noe nullus salvari potuit" Opus Omnia, T IV opus theol. ed. Mandonnet París p. 379). El ecumenismo parte de la base o al menos presupone que la convicción de poseer en exclusiva la verdad, la Iglesia, así como el fiel católico, constituye uno de los mayores inconvenientes para la unidad. Juan Pablo II sostiene ante los protestantes y ortodoxos "lo que nos une es más grande de cuanto nos divide: Los documentos conciliares dan formas más concretas a esta fundamental intuición de Juan XXIII. Todos creemos en el mismo Cristo; y esa fe es esencialmente el patrimonio heredado de la enseñanza de los siete primeros concilios ecuménicos anteriores al año mil. El ecumenismo como un vasto movimiento religioso universal de convergencia de las religiones es la antesala para la preparación del advenimiento del Anticristo. Es la peor de las herejías y la mayor de las apostasías cuando llegue a su plena realización. El ecumenismo es la parodia, la tergiversación del Reino de Cristo en la tierra Es la realización del viejo ideal judaico de la restauración del Paraíso en la tierra por las solas fuerzas humanas y de la historia. La gran profecía un solo pastor y un solo rebaño anunciada por los Evangelios y repetida en el Padre Nuestro "adveniat regnum tuum" (venga a nos tu reino), que será el día de la Parusía, es lo que el ecumenismo en su error pretende lograr por las solas fuerzas humanas apoyándose en profecías sutilmente tergiversadas. La unidad perdida que sólo podrá realizar Cristo el día de su parusía es lo que pretende en vano realizar el ecumenismo, seducido por profecías que no han tenido todavía su cumplimiento, pero que lo tendrán inexorablemente (palabra de Dios), y que han sido tergiversadas por el judaísmo penetrado en la Iglesia. Así se esclarecen los afanes y desvelos ecuménicos de "apertura", de "unidad", de "fraternidad", de "igualdad", de "libertad", que nutren al cristianismo corrompido y adulterado por la penetración judaica en la Iglesia oficial. Juan Pablo II manifiesta este ideal cuando expresa incesantemente de múltiples y diversas maneras su pensar y actuar. "Yo pienso que más fuerte que esas desilusiones es el hecho mismo de haber emprendido con renovado empeño la vía que debe llevar a todos los cristianos hacia la unidad" (Cruzan P. 152). "El concilio, en cambio, solamente abrió el camino de la unidad. Lo abrió comprometiendo en ese camino, en primer lugar, a la misma Iglesia católica; pero el camino mismo, es un proceso, que debe hacerse gradualmente a través de obstáculos, de naturaleza tanto doctrinal como cultural y social, que se han ido acumulando en el curso de los siglos. Hace falta por tanto, por decirlo así, desembarazarse de los estereotipos de los hábitos. Y es necesario, sobre todo, descubrir la unidad que de hecho ya existe" (Cruz. p.155). Es sintomático este texto en el cual Juan Pablo II revela que hay todo un proceso ecuménico (de convergencia universal) a través de obstáculos de naturaleza doctrinal, es decir dogmas, que deben diluirse gradualmente. En este proceso de revolución ecuménica gradualmente dosificado, está comprometida la Iglesia en primer lugar. No puede haber plan más diabólico concebido para destruir la Iglesia de Cristo y entronizar el reino del Anticristo y de su Contra Iglesia de Satanás. Una gran convergencia desembarazándose de los estereotipos que dividen (dogmas) descubriendo la unidad que de hecho ya existe, pues no hay verdadera oposición para el ecumenismo entre las diversas religiones, pues son al igual que la gnosis diversas manifestaciones de una misma revelación primordial. La característica del sincretismo gnóstico del ecumenismo se manifiesta en la siguiente afirmación de Juan Pablo II del capítulo A la búsqueda de la Unidad Perdida: "Estos diversos modos de entender y de practicar la fe en Cristo pueden en ciertos casos ser complementarios, no tienen porque excluirse necesariamente entre sí. Hace falta buena voluntad para comprobar todo aquello en lo que las varias interpretaciones y prácticas de la fe se pueden recíprocamente compenetrar e integrar" (Cruzan. p. 153-154). El ideal que el ecumenismo pretende realizar: unión de los hombres sin credos que dividan, lo cual responde a un Evangelio tergiversado y profecías invertidas, está muy bien reflejado cuando después de endosarle al Espíritu Santo la acción ecuménica se pregunta: "¿ Cuándo sucederá todo esto?, no es fácil preverlo". Para afirmar en tono profético de una profecía invertida: "Es necesario que el año 2000 nos encuentre al menos más unidos, más dispuestos a emprender el camino de esa unidad por la que Cristo rezó en la vigilia de su pasión El valor de esa unidad es enorme. Se trata en algún sentido del futuro del mundo, se trata del futuro del reino de Dios en el mundo. Las debilidades y prejuicios humanos no pueden destruir lo que es el plan de Dios para el mundo y la humanidad. Si sabemos valorar todo esto, podemos mirar al futuro con cierto optimismo". (Cruzan p.157). En estas palabras se puede observar todo el fondo profético tergiversado del ecumenismo, que es una apostasía, tal como lo afirma Mons Sapadafora al referirse al "padre de la apostasía ecuménica el ex-Jesuita Urs von Balthasar". (La Nouvelle theol. p.17). La herejía del ecumenismo está condenada por la Iglesia: "Se ha comunicado a la Santa Sede que algunos católicos y hasta varones eclesiástico han dado su nombre a la sociedad para procurar, como dicen, la unidad de la cristiandad -erigida en Londres el año 1857 (...). Ell fundamento en el que se apoya es tal que trastorna de arriba abajo la constitución divina de la Iglesia. (...) Nada ciertamente puede ser de más precio para un católico que arrancar de raíz los cismas y disensiones entre los cristianos y que los cristianos todos sean solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz... Mas que los fieles de Cristo y los varones eclesiásticos oren por la unidad cristiana, guiados por los herejes y, lo que es peor, según una intención en gran manera manchada e infecta de herejía, no puede de ningún modo tolerarse" (D. 1685 - 1686). |
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