EL LIBRO DE
LAS HEREJÍAS
DE JUAN PABLO
II
R.
P.BASILIO MÉRAMO (*)
La nueva manera de concebir Juan Pablo II la Iglesia, girando en torno a la salvación de los hombres, lo lleva a la herejía de concebir una doble pertenencia a la Iglesia, dos dimensiones, dos modos de salvarse evidentemente contrarios al dogma. Para Juan Pablo II la Iglesia es necesaria para la salvación, el problema consiste en el modo como la Iglesia lo es. Para él (basándose en el concilio) hay una doble pertenencia que permite la salvación por medio de la Iglesia de manera mucho más amplia que la ensañada hasta ahora por la Iglesia antes del Vaticano II. La Iglesia como medio necesario de salvación es un dogma de fe que los modernistas reinterpretan de tal forma que vacían el contenido cayendo, por más que no lo quieran, inexorablemente en la herejía. Juan Pablo II dice que el concilio nos aclara de qué modo la Iglesia es necesaria para la salvación. "El concilio habla de pertenecer a la Iglesia para los cristianos, y de ordenación a la Iglesia para los no cristianos que creen en Dios, para los hombres de una buena voluntad (cfr L.G. n: 15 y 16). Para la salvación, estas dos dimensiones son importantes, y cada una de ellas posee varios grados. Los hombres se salvan mediante la Iglesia, se salvan en la Iglesia, pero siempre se salvan gracias a Cristo. Ámbito de salvación pueden ser también, además de la formal pertenencia, otras formas de ordenación". (Cruzan p. 147). Con esta nueva doctrina, se echa por tierra toda la teología de la salvación de la Iglesia Católica y se niega el dogma: Extra Ecclesia nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación). Según la Doctrina Católica, para salvarse hay que pertenecer a la Iglesia, no basta la simple ordenación, pues todo el universo se ordena a Cristo y a su Iglesia. La pertenencia a la Iglesia es doble: in re (en la cosa) por el bautismo de agua o de sangre (martirio), o in voto (por el deseo) de recibir el bautismo de agua que nos incorpora (injerta) en la Iglesia como miembro del cuerpo místíco de Cristo. Tres clases hay de bautismo: de agua (sacramento), de sangre (martirio) de espíritu (deseo) o penitencia: "dicitur esse triplex baptismus, scilicet aquae, spiritus et sanguinis "(Quodl VI, q3, a4). "Eadem etiam ratione aliquis per virtutem Spiritus Sancti consequitur effectum baptismo, non solum sine baptismo aquae, sed etiam sine baptismo sanguinis: inquantum scilicet alicuius cor per Spiritum Sanctum movetur ad credendum et diligendum Deum, et poenitendum de peccatis, unde etiam dicitur baptismus poenitentiae" (S. Th. III. q.66 a11). La pertenencia in voto (de deseo) puede ser explícita (caso de los catecúmenos adultos que se preparan para recibir el bautismo), o puede ser implícita (deseo implícito), que es el caso del que cumpliendo la ley natural y con buena voluntad, por ignorancia invencible no conoce la Revelación de Cristo y de la Iglesia, pero que de su parte no pone obstáculo (óbice) a la gracia. Dios, que no niega a nadie todo lo necesario para su salvación, le da la gracia para que crea y se convierta. Por esto Santo Tomás dice que en tal caso Dios le manda un misionero (o un ángel) o una revelación interior para que crea y reciba la gracia y se salve; lo cual condensa Santo Tomás así: "Non sequitur inconveniens posito quod quilibet tenetur aliquid explicite credere, si in silvis vel inter bruta animalia nutriatur: hoc enim ad adivinan providentiam pertinent ut cuilibet provideat de necessariis ad salutem, dummodo ex parte ejus non impediatur. Si enim aliquis taliter nutritus, ductum naturalis rationis sequeretur in appetitu boni et fuga mali, certissime est tenendum, quod ei Deus vel per internam inspirationem revelaret ea quae sunt ad credendum necesaria, Vel aliquem inspirationem ad eum dirigeret, sicum misit Petrum ad Cornelium, Act X"(De Ver q.14 a.11 ad1). Cristo es el primogénito de toda la creación, es cabeza de la Iglesia (hombres y ángeles) y toda creatura se ordena a El. Pero la ordenación natural de toda creatura (racional e irracional), a Cristo no es en manera alguna medio de salvación, hace falta que la creatura racional (pues las creaturas irracionales no son susceptibles de salvación o condenación) se ordene sobrenaturalmente a Cristo, es decir que sea miembro, lo cual acontece por la incorporación a la Iglesia (Cuerpo Místico de Cristo). La incorporación como miembro de la Iglesia se efectúa como hemos visto, por el bautismo y éste sabemos que puede ser de tres formas: de agua (sacramento), de sangre (martirio) y de espíritu o penitencia (de deseo). El bautismo de deseo puede ser implícito o explícito, borrándose el pecado original y todos los pecados, con la diferencia que la plena remisión de la pena se efectuará cuando reciba realmente el bautismo sacramentalmente, y no sólo de deseo (in voto) tal como enseña el Angélico Doctor: "Remissionem peccatorum aliquis consequitur ante baptismum secundum quod habet baptísmum in voto, vel explicíte vel implicite, et temen, cum realiter suscipit baptismum, fit plenior remissio, quantum ad liberationem a tota poena (S. Th. III, q.69, a.4, ad2). De este modo es la Iglesia arca de Salvación, y no como pretende Juan Pablo II con la sola ordenación (natural) a Cristo y a su Iglesia, lo cual es desconocer o eliminar de un solo plumazo todo el orden sobrenatural de la gracia. Es una herejía considerar la ordenación natural a la Iglesia y a Dios como medio de salvación. Es una herejía naturalista que Mons. Lefebvre denunció: "El sostener, como hace el Vaticano II, una orientación naturalmente recta de todos los hombres hacia Dios, es un irracionalismo total y una herejía naturalista" (Le Destronaron, ed. S. Pío X, Buenos Aires 1987 p. 199). Santo Tomás enseña que todo hombre se ordena por naturaleza a Cristo, pero esto no implica que sea medio de salvación esta ordenación natural, pues se requiere necesariamente la gracia para la salvación, que es de orden eminentemente sobrenatural. Enseña así el Angélico que sólo la creatura racional tiene una ordenación inmediata a Dios: "Sola autem natura rationalis creata habet inmediatum ordinem ad Deun", (5 Th. II.II, q.2 a3). Y esto en razón de la universalidad del conocimiento: "Natura autem rationalis, inquantum cognoscit universalem boni et entis rationem habet inmediatum ordinem ad universale essendi principium" (Ib). Y por esto la creatura racional es capaz de Dios (capax Dei) "Quod autem homo perfecti boni sit capax, ex hoc apparet, quia et eius intellecus aprehendere potest universale et perfectum bonum, et eius volutas appetere illus." (S. Th. I-II q.5 a1). Pero no quiere decir que el hombre (creatura racional) tenga una exigencia a Dios (sobrenaturalmente conocido por la fe) por su sola condición natural. Esto sería desconocer la diferencia radical y esencial entre lo natural y lo sobrenatural, entre Dios como autor de las creaturas y Dios autor de la gracia, entre Dios conocido por la razón (filosofía) y Dios conocido por la fe (teología), entre Dios fin último del orden natural y Dios fin último del orden sobrenatural. Luego la ordenación inmediata de toda creatura racional y angélica a Dios, no es en ningún modo ordenación inmediata a Dios Redentor y Salvador de los hombres, ni a su Iglesia fuera de la cual no hay salvación. La perfección del hombre es doble, una natural y otra sobrenatural, por esto la perfección de la creatura racional no sólo consiste en la perfección natural que le compete según su naturaleza, sino además a aquélla perfección que se le atribuye por una participación sobrenatural a la bondad divina: "Perfectio ergo rationalis creature non solum consistit in eo quod ei competit secundum suam naturam, sed etiam in eo quod ei attribuitur ex quaedam supematurali participatione divinae bonitatis" ( S. Th. II-II, q.2 a.3). Santo Tomás deja bien asentado que la última beatitud del hombre consiste en una visión sobrenatural de Dios "última beatitudo hominis consistit in quaedam supernaturali Dei visione" (lb). Luego la ordenación puramente natural del hombre a Dios no es medio de salvación. Afirmar lo contrario es caer en la herejía pelagiana y del naturalismo. Juan Pablo II se equivoca grandemente cuando afirma que para la salvación de los hombres hay dos dimensiones importantes: la pertenencia a la Iglesia para los cristianos y la ordenación a la Iglesia para los no cristianos; poseyendo cada una de ellas varios grados. De tal modo que son medio (ámbitos, en su lenguaje) de salvación tanto la formal pertenencia como otras formas de ordenación (ordenación natural del hombre a Cristo y a su Iglesia y en este sentido se afirma: Fuera de la Iglesia no hay salvación, según la mentalidad de Juan Pablo II y del Vaticano II, lo cual es evidentemente una herejía. Que Cristo sea cabeza de todos los hombres y que todos los hombres pertenezcan (aunque de distinto modo) a la Iglesia no implica, ni quiere decir, que todos los hombres se salven, ni que esta ordenación o pertenencia sea medio de salvación para todos, pues la pertenencia a la Iglesia como pura potencia (posibilidad miembro, pero que no lo es actualmente), no implica que por ello se salve tal persona, pues hay quienes perteneciendo en potencia a la Iglesia nunca lo serán en acto, mientras que otros sí según un triple grado: por la fe, la caridad y la visión beatífica: Quaedam tamen sunt in potentia quae nunquan reducuntur ad actum; quaedam vero quando que reducuntur ad actum, secundum hunc triplicem gradum, quorum unus est per fidem, secundum per caritatem vice, tertius per fruitionem patriae". (S. Th. III q.8 a.3). Luego hay un doble modo de pertenecer a la Iglesia en acto y en potencia. La beatitud perfecta, ver a Dios en su esencia, (en la cual consiste la salvación del hombre) es algo que excede no sólo la naturaleza del hombre, sino también la de toda creatura: "Videre autem Deum per essentiam est supra naturam no solum hominis, sed etiam omnis creature (S. Th. I-II, q.5, a.5). La vida eterna (ver a Dios cara a cara) es un fin que excede toda proporción a la naturaleza humana (al hombre y a su dignidad de persona humana, hoy tan cacareada): "Vita aeterna est finis exceden s proportionem naturae humanae" (lb). Así, sin la gracia (orden sobrenatural) el hombre no puede merecer la vida eterna (la salvación) "Et ideo sine gratia homo non potest mereri vitam aeternam" (lb). La ordenación de todos los hombres a Cristo y a su Iglesia tal como enseña Santo Tomás, al preguntarse si Cristo es cabeza de todos los hombres, es la siguiente: "Sic ergo dicendum est quod, accipiendo generaliter secundum totum tempus mundi, Christus est caput omnium hominum: sed secundum diversos gradus. Primo enim et principaliter est caput eorum qui actu uniuntur sibi per gloriam. Secundo, eorum qui actu uniuntur sibi per caritatem. Tertio, eorum qui actu uniuntur sibi per fidem. Quarto vero, eorum qui sibi uniuntur solum potentia nodum ad actum reducta, quae tamem est ad actum reducenda, secundum divinam praedestinationem, Quinto vero, eorum qui in potentia sibi sunt uniti quae nunquam reducetur ad actum: sicut homines in hoc mundo viventes qui non sunt praedestinati. Qui tamen, ex hoc mundo recedentes, totaliter desinunt es se membra Christi: quia iam nec sunt in potentia ut Christo uniantur". (S. Th. III, q. 8, a.3), (Así pues debe decirse que tomando en general por todo el tiempo del mundo, Cristo es cabeza de todos los hombres según diversos grados. Pues primero y principalmente es cabeza de los que se le unen en acto por la gloria. Segundo, de los que se le unen en acto por la caridad. Tercero, de los que están unidos en acto por la Fe. Cuarto, de los que le están unidos solamente en potencia aún no reducida al acto, pero que ha de serlo, según la divina predestinación. Y quinto, de los que le están unidos en potencia que jamás será reducida al acto; como los hombres que viven en este mundo y que no están predestinados. Los cuales cuando salen de esta vida, dejan por completo de ser miembros de Cristo, puesto que ya ni están en potencia para ser unidos a Cristo). Esta doctrina es clara y precisa, pero es desechada (o ignorada) por Juan Pablo II en entera correspondencia con el nefasto Concilio Vaticano II, de desdichada memoria Afirmar que hay dos dimensiones de salvación igualmente importantes: la una, pertenecer a la Iglesia; la otra, la ordenación a la Iglesia. Y según esto se tiene "el sentido genuino" de la conocida afirmación: Fuera de la Iglesia no hay salvación; como hace Juan Pablo II, no puede no ser una herejía. Más aún, Juan Pablo II califica esta doctrina de "extremadamente abierta" y sin tacha de "exclusivismo eclesiológico": "es difícil no admitir que toda esta doctrina es extremadamente abierta. No puede ser tachada de exclusivismo eclesiológico" (Cruzan p 147). Lo cual es el colmo. Las falsas religiones, medios de salvación Dentro de este contexto de apertura ecuménica y de pluralismo eclesiológico Juan Pablo II explica cómo los herejes protestantes (en su lenguaje, las otras comunidades cristianas) predican el Evangelio con autoridad y de qué modo debe ser entendida la enseñanza (herética) conciliar acerca del "subsistit", es decir cómo se debe entender esta expresión que fue recogida en el Nuevo Derecho Canónico: "Esta Iglesia, constituida y ordenada como sociedad en este mundo, subsiste en la Iglesia Católica" (Can 204 §2). Con lo cual no hace más que verter en lenguaje canónico la nueva Eclesiología del Vaticano II, como novedad sustancial del mismo; tal como afirma Juan Pablo II en el Prólogo: " Este nuevo Código podría entenderse como un gran esfuerzo por traducir a lenguaje canónico esta doctrina misma, es decir, la eclesiología conciliar (...) De donde se sigue que lo que constituye la 'novedad' sustancial del Concilio Vaticano II, en línea de continuidad con la tradición legislativa de la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la Eclesiología, viene a ser también la 'novedad' del nuevo Código". (Cód. Der. Can. ed. BAC, Madrid 1983 p. XXXVII y XXXIX). Esta nueva eclesiología que constituye la novedad sustancial del Concilio Vaticano II y que Juan Pablo II difunde y enseña, es opuesta a la doctrina de la Iglesia y es una gran herejía, de tal modo que la Iglesia no es la única (con absoluta exclusividad) que posee los medios de salvación, sino que "otras comunidades cristianas" (protestantes) también pueden predicar el Evangelio, convirtiendo a los hombres. La Iglesia Católica Apostólica y Romana no es ya la única que puede y debe predicar el Evangelio, sino que poseyendo plenitud, pero no la exclusividad de los medios de salvación la Iglesia de Dios subsiste en la Iglesia Católica, pero no es la Iglesia Católica identificándose total y exclusivamente con ella De tal modo que Juan Pablo II afirma: "La Iglesia Católica se alegra cuando otras comunidades cristianas anuncian con el Evangelio, sabiendo que la plenitud de los medios de salvación le han sido confiados a ella. En este contexto debe ser entendido el subsistit de la enseñanza conciliar". (Cruzan. p. 147). Que los protestantes sean agentes autorizados para anunciar el Evangelio junto con la Iglesia Católica es una herejía que sólo un ciego no puede ver. Fuera de la Iglesia no hay salvación. La Iglesia Católica es la única Iglesia de Dios, es la única que puede predicar el Evangelio para salvar a los hombres, decir otra cosa es herejía. Pues como dice el magisterio de la Iglesia: "Jesucristo no concibió ni formó a la Iglesia de modo que comprendiera pluralidad de comunidades semejantes en su género, pero distintas, y no ligadas por aquellos vínculos que hicieran la Iglesia indivisible y única, a la manera que profesamos en el Símbolo de la Fe: Creo en una sola Iglesia ...Es, pues, la Iglesia de Cristo única y perpetua. Quien reniega de ella se aparta de la voluntad y prescripción de Cristo Señor y, dejado el camino de la salvación, se desvía hacia su ruina" (D. 1955). Cuando Juan Pablo II afirma que los no cristianos se salvan por estar ordenados a la Iglesia, considerando que esta ordenación es medio de salvación, cae por lo menos en uno de los errores condenados. Sea que considera a los infieles miembros de la Iglesia sin tener fe, sea que considera que estando fuera de la Iglesia se salvan sin la fe, lo cual reviene a lo mismo. A Juan Pablo II le caen las siguientes condenas: "Es menester recordar y reprender nuevamente al gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación, lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica (D. 1677). "Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se uniere con ella." (D. 714). La Iglesia condena que se tenga incluso esperanza en la salvación de los que no pertenecen a la Iglesia "Otro error y no menos pernicioso hemos sabido, y no sin tristeza, que ha invadido algunas partes del orbe católico y que se ha asentado en los ánimos de muchos católicos que piensan ha de tenerse esperanza de la salvación de todos aquellos que no se hallan de modo alguno en la verdadera Iglesia de Cristo" (D 1645). "En efecto, por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse; que ésta es la única arca de salvación; que quien en ella no hubiere entrado, perecerá en el diluvio" (D. 1647). "Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y a mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la Misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecadores... una sola, en efecto fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia,... Mas a la Iglesia la veneramos también como única,... La Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo,..." (D 468). La Iglesia no es de herejes los cuales están fuera de Ella: "De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia no de herejes, sino la Santa, Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos nadie se salva" (D 423) "Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva" (D 430). El Papa Gregorio XVI en la Encíclica Mirari vos, contra el error modernista de Lamennais, fulminaba tajante y certeramente: Tocamos ahora otra causa ubérrima de males, por lo que deploramos la presente aflicción de la Iglesia, a saber: el indiferentismo, es decir, aquélla perversa opinión que, por engaño de hombres malvados, se ha propagado por todas partes, de que la eterna salvación del alma puede conseguirse con cualquier profesión de fe, con tal que las costumbres se ajusten a la norma de lo recto y de lo honesto... Y de esta de todo punto pestífera fuente de indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y errónea, o más bien, aquel delirio da que la libertad de conciencia ha de ser afirmada para cada uno" (D. 1613). Queda así condenado que pueden conseguir los hombres la salvación con cualquier profesión de fe, cosa que Juan Pablo II afirma pálidamente cuando habla de santos y mártires protestantes y que profesan el error y las herejías: "Los campos de concentración... han hecho que aparecieran auténticos santos entre los católicos y los ortodoxos, y también entre los protestantes. Se ha tratado de verdaderos mártires. (...) En el este de Europa es enorme el ejército de los santos mártires, especialmente ortodoxos..." (Cruzan p.179). También queda condenada la famosa libertad religiosa (libertad de conciencia en materia religiosa), convertida en uno de los derechos del hombre, los cuales no deja de ponderar Juan Pablo II: "El evangelio es la confirmación más plena de todos los derechos del hombre. (...) El Redentor confirma los derechos del hombre sencillamente para llevarlo a la plenitud de la dignidad recibida cuando Dios lo creó a su imagen y semejanza" (Cruzan pp. 195 - 196). La nueva evangelización está basada en la libertad religiosa: "La nueva evangelización no tiene nada que ver con lo que diversas publicaciones han insinuado... Una profunda lectura de la Declaración conciliar Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa ayudaría a esclarecer tales problemas... " (Cruzan p. 127). Considerar el Budismo una religión de salvación es el colmo del error y una blasfemia además de una herejía. Solo hay una religión por la cual el hombre se salva, la Religión Católica. Juan Pablo II en cambio dice: "Es necesario prestar una especial atención al budismo, que según un cierto punto de vista es, como el cristianismo, una religión de salvación." (Cruzan p. 99). El magisterio de la Iglesia afirma por el contrario: "Algunos reducen a una fórmula vana la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para alcanzar la salvación eterna" (D. 2319). Equiparar el Budismo a la Religión Católica, única verdadera, bajo cualquier punto de vista es una blasfemia y una herejía. Es un dogma de fe que la única religión verdadera, la única que salva es la católica, todas las otras son falsas e incapaces de salvar. Decir lo contrario es una verdadera herejía. Recordemos tres proposiciones condenadas: "Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, tuviere por verdadera" (D 1715). "Los hombres pueden encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la salvación eterna y alcanzar la eterna salvación" (D. 1716). Y "por lo menos deben tenerse fundadas esperanzas acerca de la eterna salvación de todos aquellos que no se hallan de modo alguno en la verdadera Iglesia de Cristo" (D. 1717). Qué se puede pensar de Juan Pablo II cuando dice: "Gracias a su monoteísmo los creyentes en Alá nos son particularmente cercanos" (Cruzan p.105), si precisamente, por la influencia judaica los musulmanes odian a Crísto, rechazan acérrirnamente la Trinidad, consideradándonos blasfemos y politeístas al proclamar el dogma de la Santísíma Trinidad, que para ellos son tres dioses y no uno solo verdadero. Qué se puede pensar de Juan pablo II cuando recuerda junto con el concilio que "la Iglesia católica no rechaza nada de cuanto hay de verdadero y santo en estas religiones" (Cruzan. p. 95), refiriéndose al Budismo, al Mahometanismo, al Judaísmo, etc. ¿No es acaso un dogma de fe que la religión católica es la única verdadera y santa? Qué puede haber, entonces, de santo y verdadero en las falsas religiones? Ante la pregunta por la diversidad de tantas religiones, Juan Pablo II las aglutina buscando un fondo común, no escapa al sincretismo religioso propiciado por el ecumenismo: Usted habla de «tantas religiones». Yo, en cambio intentaré mostrar qué es lo que constituye para estas religiones el elemento común fundamental y la raíz común" (Cruzán p.93). Esto es característico de la Gnosis, la cual considera una "Revelación primordial", raíz común de todas las religiones incluso la católica. Sólo así se puede concebir la afirmación citada más arriba: "La Iglesia católica no rechaza nada de cuanto hay de verdadero y santo en estas religiones". Esto contradice las Sagradas Escrituras, pues estas religiones que son falsas tienen a Satanás por autor, como dice el salmo 95: "Ommes dii gehtium daemonia" (Todos los dioses de los gentiles son del demonio). El sincretismo religioso lleva a Juan Pablo II a maravillarse de los elementos comunes entre las religiones: "Así pues, en vez de sorprenderse de que la providencia permita tal variedad le religiones, deberíamos más bien maravillarnos de los numerosos elementos comunes que se encuentran en ellas" (Cruzan pp. 96-97). Juan Pablo II considera que hay raíz común de salvación en todas las religiones, que el Espíritu Santo actúa en las otras religiones y no sólo en la Iglesia, en definitiva predica y enseña que en las otras religiones hay un medio de salvarse, gracias a "los llamados semina Verbi («semillas del Verbo») presentes en todas las religiones (...) que el Espíritu Santo obra eficázmente también fuera del organismo visible de la Iglesia y obra precisamente sobre la base de estos semina Verbi, que constituyen una especie de raíz sotériológica común a todas las religiones." (Cruzan p.96). Este es un grave error del Concilio Vaticano II que Mons Lefebvre calificó de herejía, en su libro Le Destronaron, pp 177 - 178, haciendo la siguiente reflexión: "El Concilio se entretuvo en exaltar los valores salvíficos, o simplemente, los valores de las otras religiones. Hablando de las religiones cristianas no católicas, el Vaticano II enseña que aunque las creamos victimas de deficiencias, no están de ningún modo desprovistas de significación y de valor en el misterio de salvación(2) ¡Eso es una herejía! El único medio de salvación es la Iglesia Católica. Las comuniones protestantes, en cuanto están separadas de la unidad de la verdadera Fe, no pueden ser utilizadas por el Espíritu Santo. Este, no puede más que obrar directamente sobre las almas, o usar medios (por ejemplo el bautismo), que de suyo no llevan ningún signo de separación. Uno puede salvarse 'en' el protestantismo pero no 'gracias' al protestantismo. En el cielo no hay protestantes, no hay más que católicos. He aquí lo que declara el concilio respecto a las religiones no cristianas: 'La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que hay de verdadero y de Santo en esas religiones. Ella considera con respeto esas maneras de obrar y de vivir, esas reglas y doctrinas que, aunque difieren en muchos puntos de los que Ella sostiene y propone, aportan sin embargo un rayo de la verdad que ilumina a todos los hombres'(3) ¿Pero cómo? ¿Debería respetar la poligamia y la inmoralidad del Islam, o la idolatría hinduísta? Por cierto, estas religiones pueden conservar elementos sanos, restos de la religión natural, ocasiones naturales para la salvación; a saber, guardar reliquias de la revelación primitiva (Dios, la caída, una salvación), valores sobrenaturales ocultos que la gracia de Dios podría utilizar para encender en algunos la llama de una Fe naciente. Pero ninguno de estos valores pertenece, como propio, a las falsas religiones. Lo propio de ellas es el errar lejos de la verdad, la carencia de la Fe, la ausencia de la Gracia, la superstición, aún la idolatría. En sí mismos, esos falsos cultos no son sino vanidad y aflicción del espíritu, incluso rendido a los demonios. Los elementos sanos que pueden subsistir aún, en derecho, pertenecen a la única verdadera religión, a la de la Iglesia Católica y sólo Ella puede valerse de ellos. Entonces, hablar de los valores de 'salvación' de las otras religiones, lo repito, es una herejía". Queda bien clara y explícita, esta herejía del Concilio Vaticano II y de Juan Pablo II, declarada como tal por Monseñor Lefebvre. Luego, no es ninguna exageración, decir en lógica consecuencia que el Vaticano II y Juan Pablo II son heréticos, no hay vuelta de hoja. La Iglesia condena este error en los siguientes términos: "Es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera Fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que abiertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica". (D 1677), tal como vimos más arriba Todas la alabanzas de Juan Pablo II hacia los protestantes, considerándolos santos y mártires, como si se pudiera también agradar a Dios en el protestantismo, culminan en una fulminante condenación por parte de la Iglesia, que anatematiza la siguiente opinión: "El protestantismo no es otra cosa que una forma diversa de la misma verdadera religión cristiana y en él, lo mismo que en la Iglesia Católica. se puede agradar a Dios" (D 1778). La amistad con los judíos, que Juan Pablo II tuvo desde niño, lo lleva también a contradecir las Escrituras, pues cómo va a decir que adoran al mismo Dios nuestro, si la Biblia (Palabra de Dios) dice lo contrario, pues tienen a Satanás por padre. ¿cómo los llama hermanos mayores en la fe?: "Recuerdo sobre todo la escuela elemental de Wadowice, en la que, en mi clase, al menos una cuarta parte de los alumnos estaba compuesta de chicos judíos. Y quiero ahora mencionar mi amistad, en aquellos tiempos escolares, con uno de ellos, Jerzy Kluger. Amistad que ha continuado desde los bancos de la escuela hasta hoy. Tengo viva ante mis ojos la imagen de los judíos que cada sábado se dirigían a la sinagoga, situada detrás de nuestro gimnasio. Ambos grupos religiosos, católicos y judíos, estaban unidos, supongo, por la conciencia de estar rezando al mismo Dios". (Cruzan. p. 110). Y más adelante haciendo alusión a su visita a la sinagoga en Roma recuerda: "Durante aquella visita memorable, definí a los judíos como hemanos mayores en la fe". (Cruzan. p.112). Dada toda esta mentalidad se ve cómo para Juan Pablo II la Iglesia no es tan santa como lo define el dogma, pues él habla de una santidad imperfecta, a medias: "La Iglesia ya está adornada de verdadera santidad, aunque imperfecta". (Cruzan p 184). Esto es otra herejia más, pues la Iglesia es Santa, como lo es Cristo, su cabeza. Así se reza en el Credo, en el noveno artículo de la Fe: Creo en la Santa Iglesia Católica. El Catecismo Romano (del Concilio de Trento) dice así: "Se llama también Santa la Iglesia porque está unida como cuerpo a su Santísima Cabeza. Cristo Jesús, Fuente de toda Santidad, de quien proceden los dones del Espíritu Santo y los tesoros de la Divina Gracia. (...) Añádase, por último, que sólo la Iglesia posee el legítimo culto del sacrificio y el uso saludable de los Sacramentos, a través de los cuales -misteriosas arterias de la Divina Gracia- Dios produce la verdadera santidad, de tal manera que realmente no pueden haber santos fuera de la Iglesia. Es claro, pues, que la Iglesia es Santa por ser el Cuerpo de Cristo, por quien es santificada y con cuya sangre continuamentese purifica." (Cat. Rom. ed. B.A.C. Madrid 1956 pp. 235-236). Si esto es así, cómo va a decir Juan Pablo II que la Santidad de la Iglesia es imperfecta, si es Santa en su Fundador, cuya santidad es perfecta. La Iglesia es santa en su doctrina y en su moral. Decir, pues, que la santidad de la Iglesia es imperfecta es una blasfemia y una herejía. Otra cosa es que sus miembros no sean todos santos, y esto no desdeña ni disminuye la santidad de la Iglesia como institución Divina Esta es la santidad de la cual hace profesión el Credo. Si la santidad de la Iglesia no fuera perfecta en su cabeza, en su doctrinn, en su culto, en sus sacramentos y en su moral, la Iglesia Católica sería falsa, no sería Divina, ni infalible. Es inadmisible entonces, sostener como lo hace Juan Pablo II que la Iglesia posee IJna santidad imperfecta, esto sólo puede decirlo un hereje. |
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