LOS PAPAS DEL VATICANO II
Padre Noël Barbara
Antes de sacar las conclusiones que se desprenden de nuestras explicaciones, tenemos que hablar de la eventualidad de un Papa modernista y de la necesidad de colocarse en el plano de la fe para distinguir los falsos, de los verdaderos pastores. Eventualidad de un Papa modernista Nos gusta pensar que Dios no permitirá jamás que ocurra semejante desgracia, pues si un modernista ocupase la Santa Sede, sería horrible para la Iglesia. En efecto, poseyendo el poder supremo y haciendo el cambio por medio de expresiones ortodoxas vaciadas de su acepción católica —conocemos la duplicidad de los modernistas— pronto habría arrastrado al error, no a la Iglesia, la fe nos impide pensarlo, sino a la mayoría de los obispos y de los fieles. Pero puesto que el Papa no está confirmado en la gracia y puede caer en cualquier pecado, ¿por qué razón no podría dejarse captar por este sistema? ¿por qué razón una persona contaminada por el modernismo no podría acceder al soberano pontificado? La gravedad de las consecuencias de esta eventualidad es tal, que no se puede, sobre todo en nuestra época, dejar de estudiar esta cuestión. ¿Por qué en nuestra época? Porque este sistema, desenmascarado por San Pío X, no ha cesado jamás de desarrollarse insidiosamente entre los intelectuales —teólogos, profesores de seminarios y de facultades—, es decir, entre el clero del que procede la mayoría de los obispos, cardenales y por lo tanto «papabili». San Pío X ya decía: «Los artífices del error se esconden en el seno mismo y en el corazón de la Iglesia.» Y denunciaba el «gran número de católicos laicos y, lo que es más de lamentar, de sacerdotes que, bajo capa de amor a la Iglesia, absolutamente cortos en filosofía y en teología serias y al contrario, impregnados hasta el tuétano de un venenoso error extraído de los adversarios de la fe católica, se presentan, despreciando toda modestia, como renovadores de la Iglesia» (Enc. Pascendi Dominici gregis). Sí, a no dudar, si sucediese esta desgracia, constituiría para los fieles una prueba más peligrosa que una persecución sangrienta. Esta no hace nunca más que mártires, mientras que la otra engendra apóstatas. Sin embargo, no dejemos de recordar, pues es un dogma de nuestra fe, que a menos que nosotros nos expongamos por nosotros mismos a un peligro, Dios no permite jamás que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Siempre, con la prueba que permite y cualquiera que sea ésta, El da gracias sobreabundantes para que aquellos que lo deseen puedan superarla y sacar provecho de ella. A la luz de la fe se distingue a los verdaderos pastores de los falsos «Por sus frutos los conoceréis». Todo el mundo puede ver los frutos que son cosas sensibles; no hace falta para esto tener la fe católica. Así, los protestantes han notado inmediatamente que en el nuevo rito de la misa, Pablo VI había abandonado la noción de sacrificio propiciatorio. Por el contrario, para juzgar a los que dan estos frutos, la fe católica es indispensable. Los fieles juzgan instintivamente, es el instinto de fe el que los guía. Pero no pueden justificarlo sino a la luz de la fe, pues las realidades sobrenaturales son de este orden. Cuando, respecto al «derecho para todo hombre a la libertad civil en materia religiosa», Pablo VI proclama una doctrina que está en oposición de contradicción con la doctrina infalible enseñada hasta entonces, es la fe teologal la que fuerza al católico a rechazarla como nueva y falsa. Con este mismo acto, se afirma implícitamente que Pablo VI, que se ha atrevido a enseñar este error, no podía ser el Papa. Esta verdad, «Pablo VI no puede ser el Papa», jamás ha sido revelada por Dios. El fiel la percibe a la luz de la fe y no puede dudar de ella, sin poner en duda el dogma de la infalibilidad personal del Papa. De la misma manera y por la misma razón, cuando la fe teologal obliga a los fieles a rechazar las novedades que se les enseña sobre la Santa Misa, sobre la salvación de las almas o sobre otra verdad, afirman con este rechazo que los pastores que intentan imponérselas son falsos pastores. Esta verdad, «Juan Pablo II y los obispos que imponen estas novedades son falsos pastores», no ha sido revelada por Dios. Pero como es a la luz de la fe, a la que los fieles ven que las novedades deben ser rechazadas, es a esta misma luz con la que ven que los que las enseñan son falsos pastores. ¿Pablo VI y sus sucesores son Papas? Afirmar que los Papas del Vaticano II son falsos pastores o «anticristos», es afirmar que ya no son papas. Habiendo sido regularmente elegidos, si han perdido el papado es que han cometido un pecado formal de herejía o de cisma, únicos pecados que hacen perder toda jurisdicción, comprendida la del papado. Pero, se dirá, admitiendo que la nueva doctrina contradiga la doctrina verdadera anterior, ¿con qué derecho se pasa de la observación de una contradicción material, es decir de un error objetivo, a un pecado subjetivo de herejía, antes de que los que tienen autoridad para hacerlo hayan juzgado, o por lo menos interrogado al pretendido hereje? "¿Acaso tengo por meta agradar a los hombres? Si quisiese agradar a los hombres no sería servidor de Cristo" (S Pablo a los Gál. I, l0). Lo hemos dicho, a la luz de la fe los fieles rechazan instintivamente las doctrinas que están en oposición de contradicción con la doctrina infalible anterior, y es a la misma luz de la fe con la que sacan la conclusión de que Pablo VI, que las ha promulgado, y sus sucesores, que se obstinan en imponerlas, no pueden ser Papas. ¿Por qué razón? Porque, siendo infalible el Papa en su función de doctor universal, no puede enseñar oficialmente el error a la Iglesia. Ahora bien, Pablo VI ha enseñado, y sus sucesores continúan enseñando oficialmente errores. Luego, debemos afirmarlo, Pablo VI y sus sucesores no son Papas. Cuando cualquiera se equivoca, incluso el Papa como doctor privado, siempre se debe suponer su buena fe y excusarle a priori del pecado formal de herejía. Cuando se trata del Papa enseñando oficialmente el error, como lo hemos explicado más arriba (ver pág. 6), esta suposición sería absurda y sacrílega, sería acusar a Cristo de infidelidad. La conclusión que se desprende de los hechos que hemos recordado y del juicio que debemos emitir sobre ellos, es que Pablo VI y sus sucesores han perdido su jurisdicción y son falsos pastores. Todo observador objetivo estará de acuerdo en que sus enseñanzas plantean un problema a la conciencia católica. Lo hemos demostrado, sobre cuestiones de fe tan fundamentales como la libertad religiosa, la naturaleza del Santo Sacrificio de la Misa, la de la única Iglesia de Cristo, la necesidad absoluta de pertenecer a Ella para salvarse, su enseñanza ya no es la de la Iglesia católica; incluso algunas veces está en oposición de contradicción con la de la tradición hasta el punto que ha habido que proceder, no solamente a una renovación completa del material litúrgico, de los catecismos y de todos los manuales de enseñanza, sino también a una refundición de las constituciones de todas las órdenes religiosas y a un reciclaje de todo el clero. Según todas las apariencias, esta enseñanza es dada por el magisterio oficial de la Iglesia, el papa reinante, para ejecutar las decisiones de un concilio ecuménico. Los católicos deberían aceptarla sin vacilar, recordando las palabras de Jesús: «El que os escucha, a Mí me escucha; el que os desprecia, a Mí me desprecia.» Pero, y ahí se sitúa para los católicos el drama de conciencia, aceptar lealmente lo que se les propone, aceptarlo por un asentimiento interior de fe, como se debe hacer con toda enseñanza del magisterio, los católicos no lo pueden hacer sin rechazar lo que les ha sido enseñado hasta entonces sobre esas mismas verdades. Se encuentran en la misma situación que los cristianos de Galacia a quienes se quería imponer un nuevo Evangelio. Ahora bien, no hay y no puede haber un «nuevo Evangelio». Entonces, ¿qué hacer? La respuesta que el Espíritu Santo da a los Gálatas por medio del apóstol Pablo es formal: hay que declarar anatemas a los responsables de una tal reforma que no es católica. Sí, pero, dirán algunos ¿se ha pensado que en esta circunstancia se trata, aparentemente al menos, de un concilio ecuménico, es decir, del Papa y de todos los obispos reunidos con El? El Espíritu Santo que ha previsto el Vaticano II, ha dado en la epístola a los Gálatas (I, 8-9) la solución de este problema. «Pero si nosotros mismos, si un ángel del cielo os anunciara un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, que sea anatema.» Este texto debe entenderse en el sentido en el cual lo han entendido siempre los Padres de la Iglesia. He aquí el comentario que hace de él San Vicente de Lérins en su «Commonitorium»: «Pero, ¿por qué Pablo dice incluso si nosotros y no yo? Porque quiere decir que incluso si Pedro, incluso si Pablo, incluso si Juan, incluso si el coro entero de los apóstoles os evangelizase de otra manera a como nosotros os hemos evangelizado serían anatemas (…) Para afirmar la fidelidad a la fe primitiva no se exceptúa ni a sí mismo, ni a los otros apóstoles. Insiste: incluso si un ángel del cielo… no es que los ángeles del cielo puedan pecar, pero quiere decir: si sucediese lo que no puede producirse, quien quiera que fuese el que intentase modificar la fe recibida, sería anatema.» Previendo una objeción: «Pero, ¿acaso no habrá hablado Pablo a la ligera, más como hombre apasionado que como escritor inspirado?» San Vicente la refuta: ¡De ninguna manera! Pablo prosigue y repite con insistencia, para que el lector se penetre de ello: «Como ya lo he dicho, lo digo una vez más: Si alguno os anuncia un Evangelio diferente de aquel que habéis recibido, sea anatema». El sabía que para evitar obrar y comprometerse por la fe, los pusilánimes buscarán siempre minimizar las exigencias de la doctrina. Por ello se adelanta a su pregunta: «Pero, ¿si Pablo ordena anatematizar a cualquiera que predique otro Evangelio distinto al suyo, acaso su orden no debe aplicarse ya en nuestros días?» «Entonces, dice ¿lo que escribe en su carta a los Gálatas no estaba prescrito sino para aquel tiempo y ya no vale nada ahora? ¡De ninguna manera!» Y añade: «Pero si es peligroso e impío suponer tales cosas, hay que admitir que, así como estos preceptos de orden moral se aplican a todas las épocas, de la misma manera las leyes que prohiben modificar el contenido de la fe son válidas para todos los tiempos. Pues jamás ha sido permitido, no lo es y no lo será jamás, predicar a los cristianos católicos otra cosa más que la doctrina recibida. Siempre ha sido, es y será necesario, anatematizar a los que anuncian otra cosa que no sea la doctrina recibida» (Colección Les Ecrits des Saints, pág. 57). He aquí lo que está claro. Según San Pablo, los responsables del Vaticano II que, hace más de veinte años, se esfuerzan en cambiar nuestras creencias, las que hemos recibido de nuestros Padres en la fe, sobre la libertad religiosa, sobre la naturaleza del Santo Sacrificio de la Misa, sobre la única Iglesia de Cristo, sobre la necesidad absoluta de pertenecer a ella para salvarse, deben ser declarados «anatemas», separados de Cristo y de su Iglesia. Quiera el lector observar que esta condenación ordenada por el Apóstol coincide perfectamente con las reglas que el Maestro ha dejado a los suyos para que consigan su salvación (véase más arriba pág. y siguientes) y confirma el razonamiento de la fe que hemos hecho. Los frutos del Vaticano II nos obligan a sacar la conclusión de que el concilio que les ha producido no era un «buen árbol». Así mismo, los «pastores» que han promulgado y los que predican la doctrina de este concilio no son «malos» pastores «que predican y no hacen lo que dicen», son «falsos» pastores. Las ovejas que no reconocen la voz de su Maestro les huyen instintivamente. Esta reacción normal suscitada por el «instinto de fe» está corroborado por el razonamiento de la fe: los Papas del Vaticano II han perdido el papado. ¿Que hay que entender por esto? Estamos en una situación sin precedentes en toda la historia de la Iglesia. Por primera vez en veinte siglos vemos «la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, reinar en el lugar santo», lo que, según san Jerónimo, puede aplicarse «a la corrupción del dogma en la Iglesia. Omne dogma perversum in loco sancto, hoc est in Ecclesia» (Comentario sobre Mt. XXIV. 15 en el Breviario Romano, Lectura VIII para el último domingo después de Pentecostés). Ciertamente, desde el origen y a lo largo de los siglos, para pervertir los dogmas católicos el demonio no ha cesado jamás de suscitar herejes, hasta entre los obispos. Sin embargo, jamás había logrado servirse de un papa para su tarea sacrílega. De tal manera que la perversión del dogma no se ha hecho jamás en la Iglesia, sino fuera de Ella, puesto que siempre los herejes eran expulsados de su seno. En nuestros días, habiendo conseguido coger en sus redes al ocupante de la Santa Sede y sirviéndose de él para cambiar la fe, es en la Iglesia donde se realiza la corrupción de la doctrina. «La abominación de la desolación reina en el lugar santo». Esta situación sin precedentes hace que no exista palabra para designar la novedad. Diremos pues que los papas del Vaticano II son unos papas sin Papado. Expliquémonos. Todos han sido elegidos por los que tenían poder para escogerlos. Para el mundo y para la mayoría de los católicos, son los ocupantes titulares de la Sede de Pedro. Normalmente se debería reconocer, y el mundo reconoce en ellos, a los auténticos Papas. Ahora bien, es un hecho respecto a la fe, que no tienen derecho a imponer sus novedades. Si no tienen el derecho, es que no tienen autoridad, es que Dios no nos habla por su boca. Pues si Dios nos hablase por ellos, si esos papas tuviesen la autoridad pontificia, tendrían el derecho de enseñárnoslas e imponérnoslas. Cuando se sabe que el Papa no se distingue de los otros obispos más que por la jurisdicción episcopal que El posee sobre toda la Iglesia, nos podemos preguntar qué les queda del papado si están desprovistos de lo que lo constituye. Les queda el haber sido regularmente elegidos por los cardenales y el ocupar de hecho la sede de Roma. (Jurídicamente, la Santa Sede no está vacante). Cuando su ocupante posee todo lo que hace falta para ser un verdadero sucesor de Pedro se dice que es formalmente Papa. A los papas del Vaticano II, que ocupan la Sede de Roma sin la investidura de Cristo que da al elegido la autoridad pontificia, ¿cómo hay que llamarlos? Ciertos teólogos dicen que son papas materialiter. Poco importa la palabra, con tal de que precise lo mejor posible la realidad, la realidad es que los papas del Vaticano II no tienen la autoridad apostólica, no tienen ningún poder en la Iglesia, incontestablemente Cristo no está con ellos. *** ANEXO Bula Auctorem Fidei (28 de Agosto de 1794) del papa Pío VI; condenando el sínodo de Pistoya. (Los antiguos doctores) «conocían la capacidad de los innovadores en el arte de engañar. Para no ofuscar los oídos católicos, buscan los entretejidos de sus tortuosas maniobras por medio de maneras de hablar engañosas, de manera que por la elección de los términos, el error se inscriba de forma más suave en las almas y que la verdad, una vez corrompida por ligeros cambios y adiciones, haga que la confesión de la fe, fuente de salvación, conduzca por una vuelta sutil a la muerte. «Esta manera de proceder camuflada y mentirosa es viciosa en cualquier modo de expresión que se dé. A mayor razón es imposible tolerarla en un sínodo cuya gloria principal consiste precisamente en enseñar con limpidez la verdad, excluyendo todo peligro de error. «Además, si hay un pecado en ello no podría disculparse, como vemos que lo hacen bajo el falacioso pretexto de que las afirmaciones de un pasaje que se presentan como chocantes, son desarrolladas en otros momentos de manera ortodoxa y hasta en otras ocasiones se vuelven a encontrar debidamente corregidas; como si precisamente esta posibilidad de afirmar y de negar, o de poner al gusto de cada uno —lo que fue siempre la fraudulenta astucia de los innovadores para consolidar el error— tuviese una eficacia no solamente para promover el error, sino también para excusarlo. «O bien, como si, sobre todo para los simples fieles que eventualmente conocerían tal o cual parte de las conclusiones expuestas para todos en lengua vulgar, hubiese siempre obligación urgente de presentar los otros pasajes. O también, como si estos mismos fieles tuviesen, examinándolos, la capacidad suficiente de juzgar por sí mismos alejando toda confusión y evitando todo peligro de error. Un artificio muy vituperable para la insinuación del error doctrinal, es el que ya denunció nuestro predecesor San Celestino descubriéndolo en los escritos de Nestorio, obispo de Constantinopla, y que puso en evidencia para reprobarle con la mayor severidad. Este impostor fue sorprendido y confundido una vez examinados con cuidado sus textos, mientras se debatía en un torrente de palabras, mezclando cosas verdaderas con otras oscuras, confundiendo cuando la ocasión se presentaba unas y otras, de manera que podía además confesar cosas negadas y poseer una base para negar las proposiciones confesadas. «Para sacar a la luz del día semejantes engaños, renovados con cierta frecuencia en todas las épocas, no hay otro camino más que éste: cuando se trata de hacer visibles las expresiones que, bajo un velo de ambigüedad, encierran un error de sentido sospechoso o peligroso, hay que denunciar la significación perversa bajo la cual se camufla el error opuesto a la verdad católica. *** Para comprender a Juan Pablo II El principal maestro del pensamiento de Wojtyla es el filósofo alemán Max Scheler (1874-1928). Cuando se le preguntó cómo se había desarrollado su pensamiento filosófico respondió: «He tenido en mi vida dos grandes deslumbramientos filosóficos, el tomismo primero, y después Scheler… Santo Tomás me proporcionó la respuesta a numerosos problemas que me interesaban. Después, Scheler ha hecho germinar en mí una verdadera dimensión de la persona como individuo y un método de investigación.» (Malinski, Mon ami Karol Wojtila – Mi amigo Karol Wojtyla pág. 140). Y desde luego, a él le consagró su tesis (sostenida ante uno de los más célebres discípulos del filósofo, Ingarden). Algunos católicos polacos piensan que Wojtyla es «el maestro que ha sobrepasado definitivamente la filosofía moderna» (E. Przywara). Y de sus estudios sobre Scheler ha sacado «algo nuevo: una nueva manera de pensar, una nueva manera de abordar la realidad humana, la realidad del hombre» (Malinski, op. cit. pág. 123). Algunos filósofos polacos se han opuesto a la recuperación del subjetivismo de Scheler por Wojtyla, y han sostenido que esta filosofía del hombre conducía al ateísmo. Scheler no ha escapado de este peligro. Después de un período de catolicismo entusiasta, apostató y se hundió en el nietzcheísmo, proponiendo la abolición de toda religión y afirmando que el mundo no existe independientemente del espíritu humano. Antes de renegar de su fe, había escrito: «El fuego, la pasión por sobre-pasarse —que la meta sea un Superhombre o un Dios —es la única verdadera humanidad». Hasta la imprecisión de la meta («un Superhombre o un Dios») era bien característico de este pensamiento centrado sobre el hombre, ese hombre en el que veía «la revelación de Dios». A partir de entonces, ¿por qué no preferir el sueño de un «hombre total», sobrehumano y divinizado, al ideal cristiano? Scheler ha escogido contra Dios. Partiendo de un subjetivismo básico, no se puede llegar sino a un antropocentrismo panteísta. Si el hombre es todo, Dios está en el hombre y el hombre es Dios. ¿No está aquí la llave del repugnante discurso a la UNESCO del 2 de junio de 1980? «Hay que considerar, hasta sus últimas consecuencias, e íntegramente, al hombre, como un valor particular y autónomo, como el sujeto portador de la transcendencia de la persona. Hay que afirmar al hombre por sí mismo y no por otro motivo: UNICAMENTE POR EL MISMO.» La filosofía de Wojtyla no merecería por sí sola que nos interesásemos en ella sino fuese el fundamento de la teología de un hombre que se dice legítimo sucesor de Pedro. Como lo hemos demostrado, es sólo un personalismo un subjetivismo y un idealismo entre otros muchos. Apremiante llamada a los lectores Acaban de leer este estudio que demuestra que los papas postconciliares no pueden ser los Vicarios de Jesucristo. En efecto, dice Dom Gréa: «Pertenece a la esencia de tal Vicario que no sea sino una sola persona jerárquica con aquel al que representa… (El Papa). Jesucristo hecho visible, hablando y actuando en la Iglesia por el instrumento que se ha dado; pues Él se manifiesta por medio de su Vicario, habla por él, actúa y gobierna por él» (L’Eglise et sa divine constitucion p. 144). (La Iglesia y su divina constitución, pag. 144). Sostener que los papas postconciliares son verdaderamente los Vicarios de Cristo es afirmar que todos los errores que hemos señalado han sido enseñados por Cristo. ¿Quién osaría sostener tal blasfemia? La Iglesia católica vive actualmente un drama sin precedentes. La situación es tanto más trágica cuanto que la mayoría de los que podrían poner remedio a ella se obstinan en no verla tal como es. Para ayudar a los fieles, en particular a los hombres de Iglesia a enterarse de ello, pido a todos los que lo puedan hacer, que me ayuden a difundir este estudio. Por encima de todo, recemos y hagamos algunos sacrificios a fin de que Dios ilumine a los pastores Père N. Barbara |