¿EL VATICANO II A LA
LUZ DE LA TRADICIÓN?*

Fiesta de los Santos Pedro y Pablo
Junio 29 de 1994

   Amados en Cristo:

   En estos últimos años, ha aumentado el número de publicaciones conservadoras que intenta excusar el caos y la confusión de la iglesia moderna mediante el equivocado argumento de que no hay nada teológicamente defectuoso en los decretos del Concilio Vaticano II; y que, supuestamente, la causa de los problemas son las malas interpretaciones de los sacerdotes, los religiosos y los laicos liberales. Estas publicaciones llegan hasta enumerar los abusos cometidos en la iglesia conciliar; mas insisten en la inocencia del Concilio. Los decretos del Vaticano II, reiteran ellos, deben ser interpretados a la luz de la tradición. Examinemos brevemente algunas de las muchas enseñanzas modernas emanadas del Vaticano II y veamos si pueden ser interpretadas a la luz de la tradición.

   Antes que nada, cuando se usa la frase a la luz de la tradición, debe entenderse que, para las doctrinas en cuestión, pueden hallarse referencias en la tradición de la Iglesia. Así, interpretar una doctrina a la luz de la tradición significa que la misma ya ha sido enseñada por papas y concilios ecuménicos.

   Comencemos por un examen de la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Al mismo tiempo que citamos esta declaración oficial del concilio, meditemos en cómo puede ser interpretada a la luz de la tradición.

Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana... Las religiones a tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado.

Así, en el hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza. (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Concilio Vaticano II; octubre 28 de 1965)

   Antes de continuar con el texto, consideremos el inmenso error contenido en estas alabanzas al hinduismo —religión panteísta así como politeísta —. En ella se concede la divinidad a muchas criaturas; es más, el mundo y todo lo que contiene, incluso el hombre, constituyen dios. Entre las diversas deidades hindús, hay tres de gran importancia: Brahma, el creador; Vishnú, el preservador; y Shiva, el destructor. Asimismo, veneran a varios animales: las vacas, por ejemplo, son las más sagradas; pero también adoran a los monos, a las víboras y otros más. Por otra parte, el hombre, dicen ellos, supuestamente toma parte en una evolución interminable de nacimientos y muertes llamada «reencarnación».

   ¿Cómo puede entonces esta declaración conciliar decir que los hindús buscan «refugio en Dios con amor y confianza»? ¿A cuál dios se refiere? Definitivamente no al Dios verdadero.

   «Y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía». ¿Cómo puede expresarse «el misterio divino» (que no está definido) a través de mitos e indagaciones filosóficas?

   ¿No escucharon alguna vez los autores de esta declaración el Primer Mandamiento de Dios: «Yo soy el Señor vuestro Dios, no tendréis dioses ajenos a mí»?

   Continuando con el texto de la declaración:

   En el budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el cual los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o apoyados con el auxilio superior.

   El budismo, así como el hinduismo, es una religión panteísta que equipara el mundo creado con Dios; además cree en la reencarnación. ¿Cómo, entonces, pudo el Concilio Vaticano II manifestar oficialmente alabanzas a esta pseudoreligión? ¿Qué clase de doctrina es esa de proclamar que el budismo «enseña el camino por el cual los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos o apoyados con el auxilio superior»? ¿Y qué es esta ambigua «perfecta liberación» o «suprema iluminación»?

   Además de su lenguaje equívoco —como el «misterio divino» y el «refugio en Dios con amor y confianza» de los hindús; o como el «estado de perfecta liberación» y la consecución de una «suprema iluminación» de los budistas —, ¡la declaración es simple y llanamente la máxima manifestación de indiferentismo religioso! El indiferentismo religioso es el error, tantas veces condenado por la Iglesia católica, de creer que todas las religiones son igualmente buenas y que el hombre puede salvarse en la práctica de cualquiera de ellas. Esto es claramente falso, porque Dios ha revelado la religión verdadera con la que desea ser adorado: a través de su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo. Cristo Jesús fue realmente una persona histórica y realizó los milagros más prodigiosos para probar su misión divina. Sostener que todas las religiones son aceptables es insinuar que Jesucristo malgastó su tiempo revelando la verdadera fe y fundando la verdadera Iglesia. ¿Para qué llevó a cabo esta obra si, al final de cuentas, las religiones humanas también serían aceptables?

   El Concilio Vaticano II luego alaba a los musulmanes: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes... Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios».

   Aquí se halla una sutil contradicción. Si los musulmanes reconocen cuando menos como profeta a Jesucristo, y los profetas están verdaderamente inspirados por Dios, ¿cómo le niegan los musulmanes la divinidad, si Él clara y solemnemente se proclamó Dios, igual al Padre? ¿Alguna vez la Iglesia católica en su historia estimó la religión del islam?, ¿cómo puede esto interpretarse a la luz de la tradición?

   Luego viene la afirmación más absurda en todo el documento: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero».

   ¿Puede haber algo de «santo y verdadero» en la adoración de dioses falsos o en la práctica de pseudoreligiones?

   Enseguida de esta cita hay una nota al pie de página, la más condenatoria de todas las afirmaciones: «A través de los siglos, sin embargo, los misioneros a menudo concluían que las religiones no cristianas eran simplemente la obra de Satanás y que su tarea era llevarlos del error al conocimiento de la verdad. Esta declaración señala un cambio autoritario de enfoque.»

   Desde el Concilio Vaticano II, ya no es función de los misioneros convertir a la gente de estas religiones al catolicismo; ¡ahora su papel es meramente promover lo bueno (?) que hay en ellas! Esta doctrina está en oposición directa a la misión de la Iglesia católica.

   Cristo fundó su Iglesia para que enseñase a las naciones todo cuanto Él mandó. Éste fue el solemne mandamiento que dio a los apóstoles y a sus sucesores:

   Id, por tanto, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado; y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos (Mt. 28:19);

        e

   Id a todo el mundo y predicad el evangelio a toda creatura. Aquél que creyere y fuere bautizado será salvo, mas el que no creyere será condenado (Mc. 16:16).

   ¿Dónde estaría la Iglesia católica si los apóstoles no hubieran intentado convertir a la verdadera fe a los seguidores de las falsas religiones? ¿Dónde estaría la Iglesia católica si los apóstoles y sus sucesores hubieran solamente intentado promover lo bueno en ellas?

   Continúa el texto de la declaración:

   [La Iglesia] por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales que en ellos existen.

   ¿Cómo puede uno, «en testimonio de la fe cristiana, reconocer, guardar y promover los bienes espirituales y morales» de las falsas religiones? ¿¡Acaso el cristianismo o el catolicismo es compatible y reconciliable con el cutlo de dioses falsos!? ¿Cuáles son los «bienes espirituales y morales» que se encuentran en la adoración falsa? ¿Por qué no hay mención del cometido de la conversión?

   ¿Será sorpresa que muchos católicos, desde el Vaticano II, se han involucrado en las prácticas de las religiones orientales —hinduismo, el budismo y el islam —?

   ¿Acaso puede sorprendernos que, desde el Vaticano II, Juan Pablo II y su clero modernista se hayan reunido públicamente para adorar en comunión con los líderes de estas, y una multitud de otras, religiones, incluyendo el animismo, el vuduismo, el shintoísmo, etcétera?

   Entonces, ¿qué debemos pensar del argumento de que los decretos del Vaticano II deben ser interpretados a la luz de la tradición? En ninguna parte de la tradición encontraremos tales doctrinas absurdas. Y en lo que respecta a la interpretación, solamente necesitamos ver el evento ecuménico de Asís, donde 150 religiones del mundo se reunieron, por invitación de Juan Pablo II, para orar juntos. Así como tan acertadamente lo definió el papa Pío XI, nosotros decimos que el falso ecumenismo «equivale a abandonar la religión revelada por Dios» (Mortalium Animos).

In Christo Jesu et Maria Immaculata,
El Rvdmo. Mark A. Pivarunas   

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