EL INFIERNO
Si hay un peligro mortal ante nosotros, la caridad exige que quienes lo conocen alerten a todos cuanto antes. El infierno es no sólo un peligro mortal
sino también eterno. Es en realidad la desgracia total y definitiva que
nos puede ocurrir.
Dios nos ama, no "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la
conversión" (2 P. 3,9). Por ese amor infinito envió a su único Hijo,
Quien se hizo hombre y murió por nuestra salvación. Pero si no nos convertimos
a Él en el tiempo limitado que tenemos en la tierra, si nos obstinamos en
seguir viviendo en pecado mortal, entonces iremos al infierno. No podremos
culpar a Dios. Él nos abrió las puertas del cielo. Pero jamás nos forzará a
entrar.
Los que niegan el infierno están separados de la Iglesia. Se dejan llevar
por un mundo que se burla u opta por ignorar las realidades más importantes.
Pero les ocurrirá como a los contemporáneos de Noé que se reían mientras él
construía el arca para sobrevivir al diluvio. Todos los que se burlan también
morirán y no podrán escapar a la realidad. No debemos basar nuestra buena conducta en el miedo al infierno sino en el amor a Dios. Pero al mismo tiempo es saludable recordar que hay un justo castigo. En momentos de ceguera y debilidad, cuando la tempestad de la tentación es recia, pensar en el infierno es saludable y provechoso en caso que nuestro amor esté debilitado.
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