NAVIDAD

A

   Todos los hombres, los buenos y los poco piadosos que van quedando sobre la faz de la tierra, tanto como los malos y aún los más impíos, reconocen en la Santa Navidad una de las fiestas más grandes de los católicos; los unos por el homenaje sincero de su piedad filial y los otros por sus desprecios e insultos recrudecidos en estos días. Sea como fuere, la Navidad, el nacimiento de Cristo Nuestro Señor, no es un hecho que pueda permanecer ajeno al pensamiento de los hombres, por más malvados que éstos fueren y que permanece, como siempre, una verdad irrefragable, aún a pesar de los intentos de los hijos del diablo para hacerla desaparecer de la memoria de las generaciones.

   Sin embargo, la astucia vergonzosa del hijo de las tinieblas y del padre de la mentira ha logrado un triunfo que pareciera casi mayor.

   Ya que no ha podido destruir la idea misma de la Navidad, ha intentado acabar con su noción verdadera, de modo que los pobres seres humanos que aún habitan éstas comarcas, siguen festejando la Navidad sin saber lo que festejan, o festejandola de un modo tal que es innombrable y ofensivo para siquiera insinuarlo en la cátedra sagrada.

   ¿Cuántos hombres saben aún hoy lo que es la Navidad? ¿Quiénes podrían definirla de un modo adecuado? o lo que es aún más difícil, ¿Quiénes podrían vivir de acuerdo a ella con una total tranquilidad de consciencia ante los ojos de Dios?

   Puestos entonces en el dilema de saber qué es la Navidad y qué debe ser particularmente para nosotros, debemos reconocer nuestra profunda ignorancia y la dificultad gigantesca a superar.

   Para vencerla sólo nos quedan dos caminos, y ellos serán el interrogar en nuestra confianza y en nuestro atrevimiento a sus principales protagonistas para que ellos respondan por nosotros. En nuestra confianza preguntaremos a María Santísima qué fue y qué es para Ella la Navidad y vueltos hacia Dios, en nuestro atrevimiento, le haremos la misma pregunta, y, con su gracia recibiremos la respuesta eterna que desde siempre llena su Corazón paternal en el abismo de la Trinidad.

   Si el mármol que hace la dureza de una estatua hermosa pudiera decir siquiera una palabra al hábil escultor que la tallara, sin duda le diría ¡gracias! Lo mismo diría la mano aterida de un pobre, auxiliado en una dura noche de invierno, o su mirada agradecida tal vez empañada por la calidez de una lágrima.

   Si María Santísima quisiera contestar a nuestro confiado interrogatorio nos diría que la Navidad significó para Ella la cristalización perpétua de un acto eterno de amor de Dios.

   Si San Pablo dijo "dilexit me et tradidit semetipsum pro me" ("Me amó y se entregó por mí"), qué no podría decir la Virgen Inmaculada que por ese secreto designio de Dios podía llamar a Jesucristo "Hijo" y saberse llamada "Madre". 

   Esas dos palabras llenaron su vida mortal, así como para un hijo amante el sólo nombre de su madre lo dice todo, y su propio nombre pronunciado por esos labios maternales le conmueven el corazón hasta en sus fibras más profundas. 

   "Hijo" dicho con toda la fuerza del amor humano sostenido por la Gracia; "Madre" dicho con toda la fuerza infinita del amor divino.

   Fue para Ella el verso hermoso que le cantó el Verbo, o mejor, Dios Padre por su Verbo, verso lleno con sólo dos vocablos, con sólo dos palabras, la una Jesús, la otra María. 

   La Navidad para María Santísima no fue más que Jesús, Jesús Verbo eterno de Dios encarnado en sus entrañas virginales por el amor de María Santísima, y del resto de los hombres.

   Navidad no fue sino la voluntad salvífica y eterna de Dios, que se realiza acabadamente en María Santísima y que intenta realizarse tanto como fuera posible en nuestras pobres almas de cristianos.

   Qué fue, ahora, para Dios aquella primera Navidad misteriosa que contemplaron atónitos los siglos, como un hecho único en su carrera secular. 

   No fue más que el cumplimiento, en el tiempo, de aquella voluntad eterna por la que todas las cosas fueron hechas y por la que todas habían de ser rescatadas después de aquella bajeza inicial de nuestros primeros padres.

   Dios Padre y María Santísima, tienen la misma idea de la Navidad, la una eterna, absoluta, inmutable e infinita y la otra, sombra, ensayo y atisbo de la del Padre de las luces. Aquella que se vio inundada con la luz de Dios en el seno más recóndito de su alma, pudo en su sencillez, repetir lo que había escuchado de labios del Creador, que le hablara por el ángel misionero que la visitara y la llamara "la llena de gracia", la "bendita entre todas las mujeres" ...

   Pero ahora, tanto para Dios como para María Santísima, qué es la Navidad en este mundo tan cargado de pecados que parece no poder sostenerse siquiera a sí mismo.

   El mundo ha renunciado a Dios, semejando así a un cuerpo en equilibrio que renunciara a su punto de apoyo.

   Si en aquél juicio de Pilatos unos fueron traidores, otros cobardes y quienes deicidas, hoy es la casi totalidad de los hombres y de los pueblos los que se han transformado en deicidas, los que nuevamente inauguran la Pasión de Cristo, los que reabren sus llagas y de nuevo lo crucifican en mil gólgotas simultáneos.

   Así como el poeta receptivo soñó e imaginó al mundo de cierta manera, así como el niño creyó que eran las cosas y luego descubrió, en su inocencia, que eran distintas, así le pasó a Dios Nuestro Señor y así le pasa cada día de este mundo pecador; no que ignore cómo suceden las cosas en el mundo que creara, sino que suceden de manera completamente opuesta a aquella que desde siempre deseó.

   Dios quiso confiando en sus creaturas, a los hombres llenos de amor y misericordia por sus semejantes, que por su ausencia ha causado todas las revoluciones y todas las anarquías. Dios pensó a las mismas sociedades dirigidas hacia El rindiéndole el homenaje de su acatamiento. En cambio hoy, gobernantes y gobernados se buscan a sí mismos, persiguen todos los placeres de acá abajo, inclusive aquellos que se oponen a Dios y lo destierran de la sociedad definitivamente.

   Dios pensó a los ejércitos a su servicio, El es el Dominus Deus Sabaoth, el Señor Dios de los Ejércitos. Ejércitos que en lugar de defender sus derechos, defienden los de un número aplastante que por ser mayoría se cree que es verdad, y por ser aplaudida se cree que es juiticia. También los bufones congraciaban al rey aprobando sus decisiones, y sin embargo esas aprobaciones no pasaban de bufonadas.

   Dios pensó en su eternidad, al matrimonio indisoluble y unido, a los esposos fieles y amantes, al hogar bendecido con su única bendición valedera que son los hijos. En cambio, desde su cunita de Belén no ve desfilar sino miserias; lo indisoluble es hoy divorcio, la unión es alejamiento, la fidelidad es apariencia y los hijos numersos un amor y una relación para ellos, completamente irracional.

   Y lo que debe ser más doloroso, o al menos, lo que más hizo sufrir a Nuestro Señor en su Pasión y en su muerte, El deseó que sus sacerdotes fueran santos, que fueran rectos, que amaran sólo a Dios de una manera exclusiva; que sus obispos fueran celosos guardianes de su grey, así como el Papa debía serlo de la Iglesia Universal y del Santo Sacrificio.

   Y, por el contrario, basta con echar una ojeada en derredor para ver la miseria sacerdotal que vive la Iglesia, para ver que para los sacerdotes de hoy la rectitud es un mito del pasado, cuando los hombres estaban imbuídos de principios hoy anacrónicos.

   Esos obispos guardianes de su grey parecieran procurar todos los medios a su alcance, o para hacer desaparecer esa grey, o para llenarla de ideas y costumbres nuevas, enemigas de Dios.

   Si Nuestro Señor hubiera sido sólo hombre, si sólo hubieran pensado y querido en El una inteligencia y una voluntad humanas, al saber lo que había de suceder con sus planes, sin duda le hubiera dicho a su madre, "No me dejes nacer, déjame que viva siempre en Tí consolado con la integridad y la pureza de tu alma."

   Qué nos dice en definitiva a nosotros la Navidad y ese pesebre desolado, abandonado por los hombres. Nos dice ¡Consolad! Nos dice que ocupemos los puestos vacíos de aquellos que abandonaron a Dios y a su Madre. Nos dice que seamos San Juanes, que todo lo hagamos por Dios.

   Yo no sé si hay algo por lo que valga la pena dar la vida en esta tierra. Sin duda que por la Patria, por los padres y por el bien. Pero lo que sí hace dar la vida gozosos, es hacerlo por Dios.

   Eso se llama vocación de grandeza. Es elección singular que dice de heroísmos y de hombría, es entrega por Dios y por su Madre a todos los esfuerzos.

   Puede éste ser nuestro regalito de Navidad a Jesús y María, la promesa irrevocable de vivir y morir tan solo por ellos

 P. Andrés Morello

Contenido del sitio