NO SABEMOS REZAR
COMO CONVIENE
Breve de nuestro Santo Padre el Papa pío IX para honrar la memoria del muy Reverendo Padre Dom Próspero Guéranger abad de Solesmes |
"Entre los hombres de
Iglesia que, en nuestro tiempo, se han distinguido más por su religión, su
celo, su ciencia, y su habilidad para hacer progresar los intereses católicos,
se debe inscribir a justo título nuestro querido hijo Próspero Guéranger,
Abad de San Pedro de Solesmes y superior general de los Benedictinos de la
congregación de Francia. Dotado de un poderoso genio, poseyendo una maravillosa
erudición y una ciencia profundizada de las reglas canónicas, se dedicó,
durante todo el transcurso de su larga vida, a defender valientemente, en
escritos del más alto valor, la doctrina de la Iglesia Católica y las
prerrogativas del Romano Pontífice, quebrando los esfuerzos y refutando
los errores de aquellos que los combatían...
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En estos días en que la Liturgia, la oración de la Iglesia, están en ruinas, en que la voz de la Esposa está próxima a callar, ¿a quién dirigimos para que nos introduzca en sus sagrados misterios, qué maestros podrán guiarnos en éste nuestro humilde esfuerzo por hacemos boca y corazón del Cuerpo místico de Cristo? "Hoy, cuando nada ha quedado intacto de aquellos monumentos legados por la antigüedad cristiana, ni el canon de la Misa, ni el Oficio, ni los sacramentos, es hacia Dom Guéranger que nos volvemos para tomar la idea inspiradora de nuestra reconstrucción. Esta idea es el lazo estrecho, indestructible, entre la fe de la Iglesia y su tradición"(1). Y acudimos a él bajo el doble carácter de contemplativo y luchador, "dos cualidades que se oponen sólo en apariencia, porque el objeto de la contemplación permanece, aquí abajo, siempre amenazado. El contemplativo debe consentir a la lucha, como el combatiente debe estar habitado por una visión interior"(1). Como contemplativo nos reveló los secretos de la oración por excelencia, la oración litúrgica, y como luchador llevó a cabo un combate que, transcurrido un siglo, no solamente no ha perdido actualidad sino que ha aumentado en violencia. Y es, quizás, en el Prefacio de su inigualable obra: El Año Litúrgico, que aquí reproducimos, donde encontramos el más bello resumen de "aquello que Dom Guéranger llevaba en él, aquello que nos transmitió: la idea litúrgica"(1). La oración es para el hombre el primero de sus bienes. Ella es su luz, su alimento, su vida misma, porque lo pone en relación con Dios, quien es "luz"(2), "alimento"(3) y "vida"(4). Pero, de nosotros mismos, "no sabemos rezar como conviene"(5), es necesario que nos dirijamos a Jesucristo, y que le digamos como los Apóstoles: "Señor, enséñanos a orar"(6). Solamente El puede desatar la lengua de los mudos, hacer elocuentes las bocas de los niños, y hace este prodigio enviando su Espíritu de gracia y de oración"(7) que se place en "ayudar nuestra debilidad, suplicando en nosotros con un gemido inenarrable"(8). Pues bien, sobre esta tierra, es en la Iglesia donde reside este divino Espíritu. El descendió hacia Ella como un Viento impetuoso, al mismo tiempo que aparecía bajo el símbolo expresivo de lenguas inflamadas. Desde entonces, habita en esta feliz Esposa, es el principio de sus movimientos, El le impone sus ruegos, sus votos, sus cánticos de alabanza, su entusiasmo y sus suspiros. De allí que, desde hace dieciocho siglos (ya casi dos mil años) no calla ni de día ni de noche, y su voz es siempre melodiosa, su palabra alcanza siempre al corazón del Esposo. A veces, bajo la impresión de este Espíritu que animó al divino Salmista y a los Profetas, toma de los libros del antiguo Pueblo el tema de sus cantos, a veces, Hija y Hermana de los santos y Apóstoles, entona los cánticos insertos en los libros de la Nueva Alianza, a veces, finalmente, recordando que Ella también ha recibido la trompeta y el arpa, deja paso al Espíritu que la anima y canta a su vez "un cántico nuevo"(9), de esta triple fuente emana el elemento divino denominado Liturgia. La oración de la Iglesia es entonces la más agradable al oído y al corazón de Dios, y, por lo tanto, la más poderosa. ¡Feliz aquel que reza con la Iglesia", que asocia sus intenciones particulares a aquellas de esta Esposa, amada del Esposo y siempre escuchada! Es por eso que el Señor Jesús nos enseñó a decir: "Padre Nuestro" y no "Padre mío", danos, perdónanos, líbranos, y no dame, perdóname, líbrame. También, durante más de mil años, vemos que la Iglesia, que reza en sus templos siete veces al día y aún en la mitad de la noche, no rezaba sola. Los pueblos le hacían compañía, y se nutrían con las delicias del maná escondido bajo las palabras y los misterios de la divina Liturgia. Iniciados así en el cielo divino de los misterios del Año Cristiano, los fieles atentos al Espíritu, conocían los secretos de la vida eterna, y sin otra preparación, un hombre era a menudo elegido por los Pontífices para ser sacerdote o aún también Pontífice, a fin de distribuir entre el pueblo cristiano los tesoros de doctrina y de amor que había amasado en su fuente. Porque si la oración hecha en unión con la Iglesia es la luz de la inteligencia, ella es también para el corazón, la hoguera de la divina caridad. ¿No es acaso parte de esta Iglesia que es la Esposa, y no ha dicho Jesucristo: "Padre mío, que sean uno como nosotros somos uno"(10). y "cuando varios están reunidos en su nombre", ¿no nos asegura el mismo Salvador que 'El está en medio de ellos' ?"(11). El alma podrá entonces conversar a gusto con su Dios, quien testimonia estar tan cerca de ella y podrá "salmodiar" como David, "en presencia de los Ángeles", cuya eterna oración se une en el tiempo a la oración de la Iglesia. Pero muchos siglos han pasado ya desde que los pueblos, preocupados por intereses terrestres, abandonaron las santas Vigilias del Señor y las Horas místicas del día. Cuando el racionalismo del siglo XVI vino a diezmarlas en provecho del error, hacía ya mucho tiempo que habían reducido a solamente los domingos y las fiestas los días en que continuaban uniéndose exteriormente a la oración de la Santa Iglesia. El resto del año, las pompas de la Liturgia se llevaban a cabo sin el concurso de los pueblos quienes, de generación en generación, olvidaban de más en más aquello que había construido el fuerte alimento de sus padres. La oración individual sustituía a la oración social, el canto, que es la expresión natural de los deseos y las quejas mismas de la Esposa, quedaba reservado para los días solemnes. Esa fue una primera y triste revolución en las costumbres cristianas. Pero, al menos, el suelo de la cristiandad estaba todavía cubierto de iglesias y monasterios que resonaban día y noche con los acentos sagrados de las edades antiguas. Tantas manos elevadas al cielo hacían descender el rocío, disipaban las tormentas, aseguraban la victoria. Esos servidores y esas servidoras del Señor, que se conformaban así con la alabanza eterna, eran deputados solemnemente por las sociedades todavía católicas de entonces, para pagar integralmente el tributo de homenajes y de reconocimiento debidos a Dios, a la gloriosa Virgen María y a los Santos. Esos votos y esas oraciones formaban el bien común, cada fiel amaba todavía unirse a ellos, y si algún dolor, alguna esperanza, lo conducía a veces al templo de Dios, amaba escuchar, a la hora que fuese, esta voz infatigable que subía sin cesar al cielo para salud de la Cristiandad. Aún más, el cristiano ferviente se unía a ella, dejando sus funciones o sus negocios, y todos poseían toda vía la inteligencia general de los misterios de la Liturgia. La Reforma vino, y el primer golpe lo dio en el órgano de la vida en las sociedades cristianas: hizo cesar el sacrificio de alabanza. Ella sembró la Cristiandad de las ruinas de nuestras iglesias, los Clérigos, los Monjes y las Vírgenes fueron perseguidos o masacrados, y los templos que sobrevivieron fueron condenados a permanecer mudos en una parte de Europa. En la otra, pero sobre todo en Francia, la voz de la plegaria se debilitó, porque muchos de los santuarios devastados no se levantarán de sus ruinas. También se vio disminuir la fe, el racionalismo adquirió desarrollos amenazadores, y finalmente, en nuestros días, a la sociedad humana tambalear sobre sus bases. Porque las destrucciones violentas que habían operado el Calvinismo no fueron las últimas. Francia y otros países católicos fueron todavía librados a ese espíritu de orgullo que es enemigo de la oración, porque, dice, "la plegaria no es la acción", como si toda obra buena del hombre no fuera un don de Dios, un don de gracias que se le rinde. Hubo hombres que dijeron: "Hagamos cesar las fiestas de Dios sobre la faz de la tierra"(12), y entonces descendió sobre nosotros esa calamidad universal que el piadoso Mardoqueo suplicaba al Señor que alejara de sobre su pueblo cuando decía: "No cierres Señor las bocas de aquellos que cantan tus alabanzas"(13). Pero, por la misericordia de Dios, "no hemos sólo todavía consumidos eternamente"(14), los restos de Israel han sido preservados(15), y he aquí el número de creyentes en el Sefior ha aumentado(16). ¿Qué ha pasado entonces en el corazón de Dios Nuestro Señor para motivar este retorno misericordioso? Es que la oración ha retomado su curso. Numerosos coros de vírgenes sagradas a los que se une, aunque en número muy inferior todavía, el canto más viril de los hijos del claustro, "se hacen escuchar sobre la tierra como la voz de la paloma"(17) Esta voz cobra mayor fuerza cada día: ¡que se digne el Señor aceptarla, y haga brillar finalmente su arco iris sobre la nube! ¡Que puedan despertarse pronto los ecos de nuestras Catedrales a los acentos de esta oración solemne que han repetido tanto tiempo! ¡Que puedan la fe y la munificancia de los fieles hacer revivir los prodigios de esos siglos pasados, que si fueron tan grandes fue porque las mis mas instituciones públicas rendían entonces homenaje a la omnipotencia de la oración! |
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