EN TORNO AL CONCEPTO DE EVOLUCIÓN*
Por el Prof. Juan Carlos Ossandón Valdés

   Darwin, pues, leyó en Malthus que los seres vivos se multiplican más rápidamente que los recursos alimenticios. Esta situación provoca una guerra sin cuartel en la que siempre triunfa el más fuerte. Esto es lo que la naturaleza busca a fin de perfeccionarse a sí misma, por ello la lucha por la existencia es positiva y da por resultado, y esto es lo que agrega Darwin, nuevas especies más perfectas que las anteriores. Notemos que Darwin reconoce que Malthus le inspiró la teoría "quince meses antes de comenzar mis investigaciones sistemáticas", lo que nos revela que no fue la biología sino la política liberal la verdadera inspiradora de la teoría de la evolución. A confesión de parte, relevo de pruebas. Dado que el liberalismo había impregnado la sociedad europea de mediados de siglo, el triunfo de la nueva teoría era imparable: la libre competencia era el dogma fundamental de la existencia incluso a nivel vegetal.  

   En efecto, Malthus escribía:

   "En el reino animal y en el vegetal la naturaleza ha distribuido con mano rica y pródiga las semillas de la vida. En comparación, ha sido parca en cuanto al sitio y alimentación necesarios para hacerlos crecer.

   Los gérmenes de la vida contenidos en nuestra pequeña tierra, si tuvieran suficiente alimentación y sitio para extenderse, podrían llenar millones de mundos en algunos millares de años... En los animales y plantas sus efectos son el derroche de semillas, la enfermedad y la muerte prematura. En el hombre, la miseria y el vicio".[8]  

   Su cálculo se quedaba corto. Se estima en la actualidad que una simple bacteria necesita menos de una semana para producir una masa de bacterias del tamaño del planeta tierra.[9]  Sin embargo, ya en 1844, el biólogo Verhulst presentaba un trabajo en la Academia Real de Bruselas en la que desarrollaba la teoría de que las especies animales y vegetales presentan una curva de crecimiento que no es constante. A lentos inicios le sigue una creciente rapidez para finalmente estabilizarse casi completamente.[10]  

   Mientras la teoría de Malthus inspiraba la evolución y las políticas antinatalistas de la actualidad, los científicos han demostrado que las ideas de Verhulst y de M.T. Sadler eran las correctas. Experiencias realizadas con plantas y animales a partir del fin de la primera guerra mundial han demostrado completamente que toda población está regulada por factores internos y externos variables, siendo los principales el espacio y la alimentación. De este modo la población regula su propia fertilidad y el fenómeno temido por Malthus nunca se produce.[11]  

   Podemos concluir, pues, que la idea que inspira la teoría de la evolución es un error biológico nacido de la aplicación de una falsa economía política a un terreno que no le era propio.[12]  

II. EL CONCEPTO  

   La palabra evolución proviene del latín, donde significa desarrollar, desplegar. Vale decir, se supone que no se crea nada nuevo, sino que se hace aparecer lo que ya estaba presente, aunque oculto. Por esto, poetarum evolutio será, para Cicerón, lectura de los poetas; ya sea porque había que desenvolver el rollo escrito, ya sea porque el lector se limita a manifestar lo que estaba allí latente.

   Ya en la antigüedad se presentó una doctrina estrictamente evolucionista. Para la antigua Stoa el fundamento de todas las cosas es el fuego, como para Heráclito; sólo que ahora es concebido como una ley inmanente universal, un logos, que rige al universo entero como el destino y que contiene en sí la semilla de todo lo que aparecerá en el mundo. Por ello es llamado logos spermatikós, y sus semillas serán logoi spermatikoi, las que tendrán exactamente una función análoga a las ideas ejemplares de Platón. Mucho placerá a San Agustín esta teoría que traducirá literalmente: rationes seminales creadas por Dios simul, todas juntas, pero que aparecerán paulatinamente, cada una a su debido tiempo, según la Providencia divina lo haya determinado.[13] Siguiendo a San Agustín, San Buenaventura y Malebranche, mantendrán que, terminada la creación en el primer instante, nada nuevo aparecerá jamás con independencia de ese acto creador. Curioso resulta ver esta misma doctrina defendida por un notable biólogo, Charles Bonnet (1720-1793), quien la aplica a la ontogénesis, o formación del ser vivo, y que supone que en la semilla está todo lo que aparecerá posteriormente en el adulto en estado de involución, si se permite esta expresión. Con esta doctrina, Bonnet se oponía a Aristóteles, para quien la ontogénesis crea órganos nuevos gracias a la fuerza que posee la forma para ello.[14]

Por desgracia, parece que Bonnet fue el último que usó la palabra evolución en sentido propio. A partir del siglo XIX, esta palabra podrá significar cualquier cosa, pero ciertamente es seguro que no significa lo único que debería significar: a saber, que lo que ahora vemos ya estaba realmente presente, aunque oculto, esperando su momento propicio para aparecer.

Con todo, ciertos científicos y filósofos, más filósofos que científicos, han desarrollado en estos últimos siglos una teoría que, en sentido lato, aún podemos llamar evolución. Me refiero a Lamarck, Spencer, Bergson y Teilhard de Chardin. Es tal la confusión reinante que muchos piensan que estos autores sostienen la misma teoría que Darwin y Wallace, si bien difieren en algunos puntos. Uno de los pocos que intentó infructuosamente durante toda su vida aclarar las ideas fue Spencer, el verdadero creador de una teoría integral de evolución universal, filosófica, no científica, pero que hubo de reconocer, con desesperación, en 1880, que había perdido la batalla. Su teoría era atribuida a Darwin; la selección natural que la destrozaba era considerada su causa; y, para colmo de males, le era atribuida a Darwin una teoría que él mismo había rechazado.[15]  

   No se intenta aquí entrar en el detalle de las hipótesis de estos autores. Digamos que, tal vez, la más coherente y bien armada de ellas sea la de Bergson.  

   Posiblemente la única idea que comparten todos los transformismos y evolucionismos modernos sea la que expresó mejor que nadie Spencer en sus famosos principios primeros donde parte de una ley suprema de la naturaleza, la de la evolución, y luego le asigna unas leyes particulares que siempre consistirán en el tránsito de lo menos complejo a lo más complejo, y esto por necesidad interna. Como buen filósofo moderno, Spencer no da prueba alguna de sus famosas leyes, tal vez, por considerarlas demasiado evidentes. Resulta de ello que la evolución es un proceso progresivo, perfeccionador, cuyos frutos son siempre mejores a medida que el proceso mismo se va realizando.  

   Será Bergson quien identifique evolución con progreso, siendo seguido en esto por Teilhard de Chardin. Pero Bergson será quien mejor exprese la necesidad de un principio responsable de la evolución. Su justamente famoso élan vital, principio creador, ordenador, organizador de la materia, dirigirá la evolución a través de sus múltiples, innumerables elementos que son los diversos seres vivos. Precisamente, aunque tengamos que ampliar el concepto "evolución" para aplicarlo a estas teorías, ya que el resultado final no está realmente contenido en el momento inicial como requería aquélla, sin embargo hay un elemento unificador, que permanece siempre el mismo: energía, fuerza o causa de la evolución misma, responsable de los cambios que dirige con consumada sabiduría y que, por lo mismo, de algún modo podemos decir que ya los contiene en potencia antes de desarrollarlos. Así, pues, merecen el título de evolución si bien en un sentido lato y no estricto.  

   La teoría transformista, en cambio, es algo completamente distinto. No hay aquí una fuerza interna que dirija el proceso, no hay algo que permanezca el mismo a través del tiempo y del que se pueda decir con propiedad que evoluciona. El transformismo supone un nuevo ser vivo, que nace ciertamente del anterior, pero gracias a transformaciones que éste sufre más que causa. En este sentido deberíamos interpretar a Lamarck, Darwin y Wallace. Habría que agregar a la inmensa mayoría de los científicos que en la actualidad se declaran evolucionistas. Sin embargo, como carecen de claridad de ideas y son muchas las objeciones que la teoría transformista ha levantado en los últimos años, a la hora de las explicaciones, muchos de ellos caen en un evolucionismo más o menos lato.  

   Llamará la atención que haya repetido el nombre de Lamarck. Su hipótesis... ¿es evolucionista, o transformista? La verdad es que podría ser tanto lo uno como lo otro, todo depende del alcance que se dé a su explicación central. Sabido es que la causa del cambio es la adaptación al ambiente. Éste presiona sobre el ser vivo y lo obliga a transformarse y, por ello, suele decirse que la necesidad crea el órgano. Éste es uno de los disparates más famosos de la historia del pensamiento humano, cuyo éxito hace pensar muy mal de la calidad intelectual de los que lo han aceptado. Porque mientras no haya órgano no hay función, y mientras no haya función no hay necesidad. Ésta no es más que la relación entre el órgano y la función. La función no es más que la actividad del órgano: ¿podría haber una actividad sin el órgano correspondiente? En el mundo biológico, al menos, es imposible.[16]  

       

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  • * Fuente: separatas de “Iesus Christus”
  • [8] Malthus, T.: "An Essay... ", cap. 1, citado por Gilson en ob. cit., pág. 182-183.  
  • [9] Villée, Claude: "Biologie", pág. 145, cit. por Hübner, Jorge 1. en: "El mito de la explosión demográfica", J. Almendros, Buenos Aires, año 1968, pág. 68. M.T. Sadler, en el año 1830, rebate la teoría de Malthus (Hübner, ob. cit., pág. 78).  
  • [10] "Recherches mathématiques sur la loi d'accroissement de la population", cit. por Hübner, en ob. cit., pág. 70.  
  • [11] Cfr.: Hübner, ob. cit., pág. 67-116.
  • [12] Cfr.: Mac Rae, D.: "El Darwinismo y las Ciencias Sociales", en Barnet et al., ob. cit., pág. 167 y pág. 172.  
  • [13]"De Gen. ad Litt. ", VII, 28,42- "De Diversis quaest ", 83, q. 24.  
  • [14] Gi1son: ob. cit., pág. 118-122. 
  • [15] Gilson: ob. cit., pág. 158‑159.  
  • [16] Cfr.: Salet, G, "Azar y certeza", Alhambra, tr. J. Garrido, Madrid, año 1975, pág. 246 y subs.