COMENTARIO A LA OBRA "SU SANTIDAD"

(Juan Pablo II y la Historia Oculta de Nuestro Tiempo)

de Carl Bernstein y Marco Politi - 06

CAPÍTULO IV

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PALABRAS SIGNIFICATIVAS DE WOJTYLA EN EL CONCILIO

   Desde luego, en el concilio el lenguaje escolástico fue desechado desde un principio. No sólo no hacía falta, sino que estorbaba para la libre discusión, o mejor decir, para la imposición, que eso fue, de las ideas sustentantes de la revolución reformista. Sólo en medio de esa falta de seriedad, -ya no sólo de anti-escolasticismo- podía un obispo pronunciar estas palabras que resumen las teorías masónicas y modernistas contra la autoridad de la Iglesia. Así dijo Wojtyla durante una intervención:

   «La misión de la Iglesia no es sermonear a los no creyebtes. Todos nos hallamos en una búsqueda. Abstengámonos de moralizar o de pensar que tenemos monopolio de la verdad(74)».

   Esto, pronunciado, repetimos, en el seno de una reunión sedicente "concilio de la Iglesia Católica", constituye, -no hace falta decirlo- una burla total, una blasfemia y un ultraje a la Iglesia de Cristo y a Cristo mismo. Aquí está contenida, -primer párrafo- la seudo renuncia de la Iglesia a predicar el Evangelio, y la negación del deber de acatarlo para salvarse, por parte de los misionados.

   "Todos nos hallamos en una búsqueda", significa la profesión de un indiferentismo y relativismo absolutos, dentro del cual han querido siempre los enemigos envolver a la Iglesia, haciéndola renunciar a su doctrina de ser la depositaría única de la Verdad. Lo de la "iglesia en búsqueda" agradó muchísimo a los masones que habían introducido la idea desde hace mucho. Abre también la puerta a la igualdad de todas las religiones que poseen cada cual "pedazos de verdad" que predica la nueva "Iglesia".

   El llamado de Wojtyla "Abstengámonos de moralizar, o de pensar que tenemos el monopolio de la verdad", significaría, -si ésta fuera doctrina aprobada hoy por la verdadera Iglesia, lo cual es imposible- la renuncia tácita a su Magisterio. Hoy en día, asentada esta premisa, resulta que la nueva iglesia no enseña más. El clero postconciliar tiene temor de enseñar algo, porque además no sabe si mañana va a cambiar la doctrina. Wojtyla a través de estas simples frases, y otras trece intervenciones, confesó su plan de tal manera, que era imposible que Paulo VI sin tener certeza de cómo se conduciría le demostrara "deferencia". Dicen los biógrafos: "El 30 de noviembre de 1964 (ya convertido en arzobispo -elevado de rango- en 1962 por Paulo VI en pleno concilio) tuvo su primera audiencia privada con el Papa Paulo VI, quien había seguido de cerca las intervenciones del arzobispo metropolitano"(75). Aquí añadimos nosotros: Montini no sólo estaba confirmando que Wojtyla era uno de los suyos, sino dando el paso premeditado en el plan. Otra cosa digna de mencionar acerca de los discursos de Wojtyla en el concilio: "Sobresalía -dicen los biógrafos- por su personalidad y sus principios, difíciles de catalogar"(76). Esto seguiría siendo difícil para quienes no conocieran la trama de pensamiento "dirigido" en el libro "Persona y Acción".

   De ahí en adelante continuaron los contactos y preferencias de Paulo VI hacia el arzobispo Wojtyla a quien convertiría en cardenal en 1967. Ciertamente como arzobispo durante el concilio éste había demostrado la coincidencia de pensamiento con Paulo VI; respondiendo a los lineamientos trazados para el Vaticano II. Wojtyla había intervenido a favor de las cuestiones candentes de la "libertad de conciencia", la reforma litúrgica, o por mejor decir, la revolución litúrgica que haría quedar la Misa católica anulada a favor de los protestantes; en resumen, había triunfado junto con los modernistas en la elaboración de los documentos anticatólicos, contra la batalla dada por los miembros del ala que sería ahora llamada "fundamentalista". Pero que aquello no fue un Concilio de la Iglesia Católica, lo repetiremos hasta el cansancio. Ni por sus preparativos, ni por el curso de su realización, ni por sus frutos que han traído realmente la "desolación al lugar santo", se puede decir que esa reunión formada por conspiradores y claudicantes haya sido, por más que se haya realizado en el Vaticano, un Concilio católico. Más adelante transcribiremos algo de lo que narran sobre el ambiente del susodicho "concilio" los mismos biógrafos en "Su Santidad", con las violaciones a normas elementales, entre otras cosas.

COMO DESCRIBEN LOS AUTORES DE «SU SANTIDAD» EL CONCILIO

   Anlc todo, estos autores inician su relato acerca de lo que fue el pandemonium conciliar, transcribiendo parte de una «poesía» que escribió el obispo Wojtyla ante el próximo suceso.

   Que él sabía que se iba a tratar de algo excepcional, no cabe duda. Que dicho «poema» nada tiene que indique apropiadamente los sentimientos de un obispo católico ante un inminente concilio, pero que contiene en cambio, extrañas y significativas expresiones, es evidente. Dice el párrafo transcripto:

   «Estaremos pobres y desnudos, transparentes como el vidrio, que no solo refleja, sino corta. ¡Ojalá se abra el mundo y se componga bajo el azote de las conciencias que han elegido el telón de fondo de este templo»(77).

   ¿Cuáles "conciencias" han elegido, preguntamos nosotros, como para que sea, especialmente, el "telón de fondo" ese concilio, y que van a constituir el "azote" para abrir el mundo? Es fácil deducirlo, por el contexto de doctrinas que de ahí salieron. Wojtyla, una vez más lo aseguramos, no era ningún desconocido ni iba ajeno a lo que sucedería antes de concurrir al Vaticano II. Pero hay otro testimonio, además del que citaremos de estos biógrafos, acerca del triunfo de ciertas "conciencias" en el Vaticano II.

   Como lo hemos mencionado antes, el filósofo Jaques Maritain, impulsor de todas las teorías heréticas del conciliábulo e inspirador de las sustentadas por Roncalli, Montini y Wojtyla, escribió en su libro, "El Campesino del Garona", dando gracias por los anhelados frutos pretendidos, desde hacía siglos, por la judeo-masonería.

   No podemos menos que insertar aunque sea unas frases del primer capítulo: "Yo doy gracias por todo lo que el Concilio ha decretado y cumplido. Me hubiera gustado sin duda dar gracias también por otras rosas, si también el Concilio las hubiera hecho. Pero evidentemente, este no estaba llamado para hacer esas cosas". O sea, que aún quedan cosas por ver. Otro concilio aún más subversivo que el Vaticano II, del cual saldría una doctrina congruente con la de él, la canonización de los paganos, que ya sugiere como cosa buena Maritain.

   El prosigue narrándonos, con satisfacción y acciones de gracias, lo conseguido en el Vaticano II, principalmente, tendríamos que añadir, con las aplicaciones concretas de las doctrinas que elaboró. Así escribe Maritain:

   «Todos los vestigios del Santo Imperio están hoy verdaderamente liquidados; hemos salido definitivamente de la edad sacral y de la edad barroca. Después de diecinueve siglos que sería vergonzoso calumniar o pretender repudiar, pero que decididamente han acabado de morir, y cuyos graves defectos no eran dudosos, empieza una edad nueva en que la Iglesia nos invita a comprender mejor la bondad y la humanidad de Dios nuestro Padre -con esta expresión, anotamos nosotros, debe entenderse, Jehová, el Dios Padre de los judíos y el Gran Arquitecto del Universo-, y nos llama a reconocer al mismo tiempo todas las dimensiones del hominem integrum de que el Papa -PauloVI- hablaba en el discurso del siete de diciembre en la última sesión del Concilio»(78).

   ¿A qué se refiere Maritain cuando habla de "diecinueve siglos" que han acabado de morir? ¿Son los siglos de la era cristiana que, según los masones y judíos, tendrán su fin en el año dos mil? Maritain pone una nota al calce de la página, donde habla de esta era que, según él toca a su fin, diciendo que "empieza a contar desde el siglo de Constantino", con el Edicto de Milán, año 313. Aquí se ve claramente como Maritain, según el dicho castizo, "mata dos pájaros de una pedrada". Por una parte, nos está diciendo que los siglos de la Era de Cristo, han sido condenados a muerte en el Concilio Vaticano II; esto se refiere a que también la Santa Iglesia según ha sido, es y seguirá siendo, que con su doctrina integra toda esta época, pero que, según él y todos los de su escuela, real mente hasta ahora "despliega por fin sus alas de luz". Y, por otra parte, nos está indicando al referirse en la nota al siglo de Constantino, indirectamente, que ha terminado la era de los Concilios Ecuménicos Católicos.

   Recordemos que el emperador Constantino convocó en el año 325, en Nicea, el primer concilio Ecuménico para condenar la herejía del judío Arrio, aquel que negaba la divinidad de Cristo(79).

   Por "liquidación del Sacro Imperio y la edad sacral" debemos entender el fin de la Cristiandad, entendida ésta como ha sido y como hay que entenderla: el reinado social de Jesucristo en los países católicos, avalado por los Reinos y Estados Católicos desde hace ya casi veinte siglos. Maritain junto con los "teólogos y peritos" del concilio, que él ayudó a formar, y la multitud de herejes modernistas que ahora, ya desde el mismo seno de la propia Iglesia Católica, propagan todo género de teorías de la "Anti-Cristiandad", elevándolas al extremo final del aquel "liberalismo", condenado por los verdaderos Papas como opuesto a la concepción genuinamente cristiana de la sociedad.

   Los nuevos "pontífices" lo que predican es "la civilización del amor" sin regla de fe, sin principios morales fijos, donde los paganos y los ateos, junto con los cristianos, pueden construir una sociedad amorfa, caracterizada por el desprecio de Cristo. Porque admítanlo o no, la civilización se construye con Cristo, o contra Cristo; y no siendo Nuestro Señor Jesucristo ningún vulgar líder de masas, ni un filósofo social, sino Dios hecho hombre, quien nos trajo junto con la Redención la doctrina que debemos seguir para alcanzarla. (Doctrina que, si es observada, genera consecuentemente un orden y un estado social de cosas) resulta gravísimo que los católicos acepten, -como consecuencia de un "concilio", falsamente presentando como de la Iglesia Católica, la "canonización" de un liberalismo que Ella siempre anatematizó.

   La doctrina oficial de la Santa Iglesia contra el liberalismo está resumida particularmente en la Encíclica Quanta cura de S.S. Pío IX (8-12-1864), que conjugada el Syllabus, resumen las condenas a los liberalismos, propiciadores del indiferentismo y causa de corrupción le las costumbres y de las inteligencias.

   Precisamente en contra de lo condenado en esta Encíclica fundamental, se ha pronunciado el conciliábulo del Vaticano II, para el beneplácito de aquellos que desde hace siglos propugnaban porque la Iglesia se doblegara a sus protervos designios.

   Queremos hacer la observación de que hoy, dentro le la febril construcción de la "civilización del amor", o sea, del reino de la diosa conciencia del liberalismo, todos los pueblos del mundo se quejan, incluso no pocos gobiernos, de la espantosa corrupción en que se hunden las sociedades, mientras que, en nombre de la libertad de conciencia y su conexa libertad de expresión, se fomenta lo mismo que esos gobiernos condenan, dentro de un círculo vicioso en el que todos se hacen los ciegos o los cómplices.

   En el libro "Su Santidad" encontramos elocuentes testimonios de cómo el Vaticano II, realmente tuvo por objeto "abatir" los diecinueve siglos cristianos. Así nos lo dicen sus autores, al mencionar la prisa que manifestaba Angelo Roncalli, Juan XXIII: "El Papa Juan deseaba que comenzara pronto el concilio, para reconocer que la era de los "estados cristianos" o la era de la «Cristiandad» -con una sociedad completamente formada bajo la inspiración cristiana- había llegado a su fin". Para él era preciso ver que se realizara el extraño conciliábulo del Vaticano II, para oír que un Papa no deseaba más el reinado social de Jesucristo.

EPISODIOS IMPORTANTES DEL VATICANO II

   He aquí algunos párrafos donde Bernstein y Polili nos relatan cómo se desarrolló ese concilio. Después de describir la entrada triunfal de Juan XXIII a la sala conciliar dicen:

   «En contraste con los que él llamaba los «profetas de la desgracia», de la jerarquía eclesiástica, (éstos eran inclusive miembros de la curia que no veían con buenos ojos el espíritu animador del concilio) el Papa Juan tenía una inquebrantable confianza en un concilio de renovación».

   Esta confianza, hay que hacer notar, le daba la seguridad del triunfo de un plan que venía siendo preparado desde hacía siglos, y que no sospechaban la mayoría de los padres conciliares. Luego prosiguen refiriéndose los biógrafos a la actitud «inocente y sorprendida» del Obispo Karol Wojtyla:

   «Desde su lugar en la Basílica de San Pedro, Wojtyla era testigo del surgimiento de feroces disputas entre bloques hostiles, de duelos verbales, aplausos triunfantes, murmuraciones de protesta, pullas sarcásticas, arranques de ira. Aquello era una versión eclesiástica de la democracia parlamentaria con todo y demandantes, cabildeos y maniobras tras bambalinas por parte de los «partidos» conciliares, de la curia y del Papa mismo».

   Y enseguida exponen la maniobra hecha por los modernistas para cambiar toda la agenda del concilio proyectos preparatorios estudiados y aprobados antes y también la farsa de Juan XXIII de oponerse primero, para ponerse al fin del lado de los reformistas. Esto es interesante de conocer:

   Dicen: «La sensibilidad de Wojtyla se vio golpeada por una memorable (¡memorabilísima!) discusión de los Padres del concilio, quienes decidieron de manera arrolladora, en los primeros días, dejar de lado los setenta y dos proyectos que constituían la agenda conservadurista que había preparado la curia. Esto significaba echar por la borda, virtualmente, cuatro años de trabajo previo, para poder comenzar la discusión sobre las reformas de mayor alcance. Wojtyla escuchaba aterrado los crudos ataques que lanzaba el Cardenal de Colonia, Joseph Frings, al Santo Oficio de la Inquisición, -la congregación de la curia encargada de luchar contra las herejías, y por ende, contra las doctrinas perniciosas del Modernismo-y la respuesta airada del prefecto del Santo Oficio y gran inquisidor, el Cardenal Alfredo Ottaviani. Wojtyla observaba cómo los tradicionalistas invocaban el artículo 222 de la ley canónica para argumentar que el Papa tenía prerrogativa de establecer la agenda del concilio, en tanto que los reformistas, -que finalmente serían apoyados por el Papa- reclamaban el derecho a rechazar cualquier imposición de borrador de agenda, en nombre de la libertad del concilio.... Continúan: Los proyectos preparatorios fueron finalmente rechazados, pues eran el reflejo de una vieja visión de la Iglesia, parecida a una monarquía, en la cual todo el poder se centraba en las manos del Papa, y en donde la transmisión de la fe hacia el creyente seguía un camino dogmático y deductivo: La Iglesia tenía toda la verdad (Wojtyla proclamaría en medio de la asamblea conciliar que no) y para todas las decisiones prácticas de la vida se necesitaba simplemente la aplicación de ciertos principios infalibles previamente enunciados por la jerarquía»(80). Comentario: ahora se observan y aplican los de la masonería. Se obedece siempre a una linea de pensamiento -si es un ser pensante-.

   Acerca de lo que dicen los biógrafos de la actitud de Wojtyla ante las discusiones entre el Cardenal Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio, y el Cardenal Frings, mostrando al obispo polaco «aterrado», esto no pudo ser mas que por el temor de que ganara en las discusiones Ottaviani. Ampliamente ha demostrado Juan Paulo II posteriormente que sus opiniones no eran conservadoras. La «vieja visión de la Iglesia» antes que nada opuesta a la sinagoga durante los diecinueve siglos de que habla Maritain, fue ya durante las sesiones conciliares y después en las actividades como «jefe de la cristiandad» completamente rechazada por Wojtyla.

   Y sobre el rechazo de la agenda preparatoria cuyos lineamientos eran los que conocían los padres conciliares, y su cambio por una agenda modernista aceptada «al fin» por Juan XXIII, también hay algo que comentar. Este cambio constituyó una sorpresa ciertamente desagradable y frustrante. Con pretexto de un concilio de aggiornamento, de apertura al mundo moderno, se les exigía a los dos mil ochocientos treinta y seis padres conciliares que renunciaran a doctrinas seculares con fundamentos dogmáticos; nadie diga que no se atropella el dogma si se equipara la única religión de Cristo con el judaísmo que la niega y los otros «monoteísmos» y orientalismos que se dicen conducen a la iluminación y liberación perfectas. Algunas cuestiones que se ponían a discusión eran asuntos ya finiquitados por siempre por la Santa Iglesia, como la libertad de conciencia y de cultos; se exigía poner a Papa contra Papa (pues se suponía que los Papas conciliares lo eran) se planteaban cambios litúrgicos que por el sentido herético que entrañaban habían sido explícitamente rechazados en tiempo reciente por Pió XII haciéndose eco de los anteriores, se pedía abrirse a la teoría protestante del «ecumenismo» con color de unidad cristiana. Pero todo esto no era sino el punto de partida para el desarrollo ulterior dentro de la Iglesia de la herejía ahí esbozada, y de la entrega inicial de la Iglesia a la Sinagoga. El Vaticano II constituyó además de todo, y tal vez es preciso decir más que todo, una enorme traición. La asamblea de los obispos cayó en la trampa, -exceptuando a aquellos que ya estaban dentro del plan y llevaban a sus peritos preparados-. El Espíritu Santo no tuvo que estar ahí porque aquello no fue un Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica. El Espíritu Santo por el contrario fue rechazado desde el tiempo mismo en que se programó para que fuera realizado por el Vaticano II, el rechazo de la Iglesia verdadera de Nuestro Señor Jesucristo.

CARACTERÍSTICAS QUE HAY QUE HACER

NOTAR EN LA BIOGRAFÍA «SU SANTIDAD»

   La importancia que tiene la biografía de Juan Paulo II, titulada «Su Santidad», que hemos estado comentando, radica en el hecho de que no se trata de cualquier tipo de biografía. La obra no constituye sólo la exposición de los hechos sobresalientes de la vida de Karol Wojtyla, sino que ha sido escrita evidentemente con el propósito de hacer propaganda, -la misma hecha actualmente en otros libros tipo entrevista- al pensamiento teológico del mismo que se desarrolla según los lineamientos del Vaticano II. Algunos podrían acusarnos de ligereza por tomar en cuenta una obra que por su estilo parecería no ofrecer garantías de veracidad, pero el hecho es que tanto los hechos ahí relatados, en particular los que fundamentalmente nos interesan, como los criterios expuestos, del biografiado, aparecen en otras fuentes de las cuales también podrían tomarse. La ventaja para nosotros es que esta biografía ofrece un resumen fácil de comprender para refutar lo que nos interesa, así como la ventaja para los interesados en hacer propaganda a las ideas de Juan Paulo II, con el propósito de que se adopten por el gran público que desconoce los lineamientos de la nueva y herética teología del «Jefe de la cristiandad». Juan Paulo II y quienes lo apoyan no han despreciado un ápice las ventajas de la moderna publicidad. Sus biógrafos Carl Bernstein y Marco Politi, -de quienes es imposible pensar que por los datos que exponen no hubieran tenido un acuerdo con Juan Paulo II para escribir su biografía- se jactan de los beneficios que la publicidad a nivel mundial les ha proporcionado su biografiado. Cuantas veces pueden hacer notar que el tipo de misión que tiene Wojtyla es a nivel planetario. Sobre este término se podría hacer un estudio dado su sentido esotérico que se puede relacionar con la terminología en general empleada por el «Jefe». La misión «universal» del profeta global(81), es en la biografía recalcada citando palabras de Wojtyla mismo: «Si Dios me ha llamado con estas ideas que tengo, fue para que tuvieran resonancia en mi nuevo ministerio universal»(82).

   Ahora bien, sabemos quiénes tienen actualmente el monopolio de los medios de comunicación. Es dinero judío el que ha hecho posible que la vida pública de Juan Paulo II haya tenido resonancia mundial. Los biógrafos nos hablan de las facilidades para hacerse publicidad que ha tenido Wojtyla. Así se jactan de ello:

   «Para hacer valer su liderazgo mundial Juan Paulo II tenía un formidable aliado en los medios de comunicación, que se encargaba de ampliar todas sus frases y gestos. Ningún jefe de Estado disfrutó del tipo de cubrimiento entusiasta y generalizado que él recibió. Ni siquiera el Presidente de los Estados Unidos tenía a su disposición un séquito tan grande de periodistas de tantas naciones. Más alerta que sus colaboradores, el Papa reconoció pronto el potencial dramático que tenía su cargo. Ningún otro líder mundial celebraba triunfos al aire libre contra telones tan declaradamente teatrales. Ningún líder laico podía dirigirse cotidianamente a cientos de miles de ciudadanos en reuniones masivas en cualquier parte del mundo. La fuerte personalidad de Juan Paulo II iluminaba las pantallas de los televisores. Las imágenes del Pontífice en pie en el Papamóvil, con los brazos extendidos en señal de saludo, o de rodillas besando el suelo de cualquier otro país, barrían las pantallas de los televisores del mundo. Sin la televisión, el «fenómeno Wojtyla» de los años ochenta jamás se habría dado.

   El enorme carisma del Papa, más que su mensaje doctrinal, era la herramienta más formidable con que se contaba para mantener unida a la Iglesia, y configurarla a su propia imagen y semejanza»(83). Tal apología de la personalidad de Wojtyla enaltecida por tantos medios de comunicación es muy significativa, y aparece claramente orientada a exaltar no la imagen de la Iglesia Católica, sino la imagen particular del «Papa» y «las ideas que el tiene».

   Pero es preciso exponer algo de las ideas del «Jefe de la Cristiandad». No tratamos aquí de hacer su refutación -que ha estado ya siendo ampliamente hecha- en relación con la doctrina Católica que contradice, porque no es la finalidad de este opúsculo en el que no habría espacio. Pero por esta exposición de las que constituyen doctrinas fundamentales de Juan Paulo II, los lectores mismos podrán darse cuenta de que, además del filohebraísmo que profesa, este hombre no es católico. Saque cada quien su conclusión de lo que sigue.

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NOTAS
  • [74] Su Santidad... Pág. 118.

  • [75] Ibid. pág. 122
  • [76] Ibid. pág. 122
  • [77] Ibid. pág. 107
  • [78] El Campesino del Garona. J. Maritain, pág. 25
  • [79] Breve Historia de los Concilios. Hubert Jedin, Editorial Herder, Barcelona, 1960, pág. 19
  • [80] Su Santidad. Pág. 108
  • [81]  Ibid. pág. 426

  • [82]  Ibid. pág. 426

  • [83]  Ibid. pág. 427