CARTA
ABIERTA
AL CARDENAL CASTRILLÓN
HOYOS*
Bogotá 12 de Julio de 2002 Su Eminencia:
Me atrevo a escribiros como sacerdote y compatriota, con motivo de
vuestra carta a Monseñor Fellay del 5 de abril, que al hacerla pública
reclama el interés general, y abre el tema a la opinión y debate públicos.
Por lo cual no creo que sea demasiada sorpresa el que un simple
sacerdote colombiano de la Fraternidad San Pío X se permita, en honor
y defensa de la verdad, escribirle.
Es sorprendente la impavidez con la que piensa, habla y juzga sin
querer ver la verdadera causa del problema de fondo de la crisis que
socava desde adentro la Iglesia.
En primer lugar el problema radica en Roma y no en la Fraternidad San
Pío X que se esfuerza por mantener la fe católica mientras Roma abre
las puertas al error dejándose seducir por el mundo moderno,
olvidando la advertencia de San Pablo que dice “nolite conformari
huic saeculo” (no os configuréis con este mundo), lo cual
precisamente es desechado por el aggiornamento
(puesta al día con el mundo de hoy) preconizando así el
ecumenismo vergonzante que pretende abrazar a todos los hombres sin
dogmas que dividan.
Es absurdo que esgrima los conceptos de cisma y de herejía para
calibrar la ortodoxia de la Fraternidad San Pío X, y que no aplique
el mismo criterio para juzgar los errores que pululan a su alrededor.
Es como querer mirar la paja en el ojo ajeno sin percatarse de la viga
que hay en ojo propio.
Hoy se niegan los principios y los dogmas mas esenciales sin que nadie
se inmute por ello, pues la depravación doctrinal es espeluznante y
los pocos fieles a la Tradición de la Iglesia son los únicos real y
eficazmente combatidos por la jerarquía oficial de la Iglesia; y
lamentablemente Vuestra Eminencia haciendo alarde de amor por la
verdad y de sinceridad, no hace más que desempolvar los principios de
autoridad y de obediencia para arrinconar a los que aun permanecen
fieles a la verdad.
Habláis de herejía y no os dais cuenta de que hoy cual nuevo
arrianismo se conculca la divinidad de Cristo en su Cuerpo Místico es
decir la divinidad de la Iglesia Católica Apostólica Romana como única
y exclusiva arca de salvación, como única exclusiva poseedora de la
verdad. El ecumenismo nivela sobre un mismo plano de igualdad la
Iglesia y Religión Católicas con la demás falsas religiones y
credos que tienen por autor a Satanás, pues como reza el Salmo 95
“omnes dii gentium daemonia”. Habláis de cisma y no os dais
cuenta que cisma lo realiza la ruptura con la Tradición.
Nos reprocháis que tenemos un falso concepto de tradición y no os
dais cuenta que tradición hace referencia a la transmisión desde el
origen, es decir el origen apostólico del depósito revelado y no a
una tradición folclórica de hombres y de cosas humanas, sino de Dios
y de cosas divinas, por eso el gran criterio y garante de la ortodoxia
señalado por San Vicente de Lérins ante las innovaciones de los
herejes en contra del depósito de la fe “quod ubique, quod semper,
quod ab omnibus creditum est”, es decir que cuando surgen dudas
sobre las cuestiones de fe por los errores de los innovadores hay que
atenerse firme y fielmente a la Tradición, es decir que nos atengamos
a lo que en todas partes, siempre y por todos, se ha creído. Pues la
tradición así entendida no puede ser víctima de engaños de novedad
alguna.
Habláis de comunión, la cual significa “cum unione” con unión,
sin daros cuenta que esta tiene por fundamento y supone la comunión
universal en la fe. Así como no hay caridad sin fe no hay comunión
sin la fe, y no hay fe sin adhesión a la Verdad Primera objeto
material (Veritas Prima in essendo) y formal (Veritas Prima in dicendo)
de la fe.
La primera salvación es guardar la regla de la recta fe (Denzinger
1833) como lo reclama el Papa Pío IX.
Así pues cuando se habla en la Iglesia de comunión se está
refiriendo en primer lugar a la comunión en la fe, es decir: comunión
en la misma fe creída y profesada por todos los fieles católicos. Se
trata de la unidad de la fe, pues hay un solo Dios, un solo bautismo,
una sola fe. Sin la unidad de la fe, no hay unidad de culto, ni de
gobierno ni de moral. La fe es por eso fundamento de la Iglesia junto
con los sacramentos como lo afirma Santo Tomás: “Quia Ecclesia
fundatur in fide et sacramentis” (S. Th. Sup. q. 6, a. 6).
Y como lo afirma el Diccionario de Teología Católica en el artículo
Communion dans la foi, col. 422: “La necesidad de la unión o comunión
en la fe cristiana predicada por los apóstoles con la autoridad de
Jesucristo, resulta de la afirmación de San Pablo: unus dominus, una
fides, unum baptisma. ( Ef. 4,5 ss). Esta fe, es cierto, no es sino la
fe objetiva o la doctrina cristiana. Pero, puesto que, su unidad
perfecta es estrictamente obligatoria, la unión o la comunión en
esta unidad de fe, resulta una consecuencia necesaria”. Y como dice
San Vicente a Lérins: “por eso son santos, porque perseveran en la
comunión de la fe (Conmonitorio c.28).
Nos reprocháis juzgar al Papa, no juzgamos al Papa, es la Tradición
misma la que juzga, por eso San Pablo advirtió: “Aun cuando
nosotros o u ángel os evangelice fuera de lo que ya os hemos
evangelizado, sea anatema” (Gal. 1, 8-9); y San Vicente de Lérins
comenta: ¿Qué es esto que dice: aun cuando nosotros? ¿Por qué no,
más bien yo?. Es como si dijera: aun cuando Pedro, aun cuando Andrés,
aun cuando Juan, aun cuando, finalmente, todo el coro de apóstoles os
evangelice fuera de lo que ya os hemos evangelizado, sean anatema.
(Conmonitorio c.8). El Papa es infalible no para enseñar algo nuevo
sino para confirmar a sus hermanos en la fe de siempre, pues: “No
fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por
revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con
su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la
revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de
la fe” (Denzinger 1836).
Es muy cierto que la Sede de Pedro no es juzgada por nadie “Prima
Sedes a nemine judicetur”, pues el soberano Pontífice está por
encima de toda jurisdicción terrestre o humana, sin embargo está
bajo la ley de Dios. Y como bien y sabiamente se afirma y aclara en el
Diccionario de Teología Católica esta regla o principio, “Prima
Sedes a nemine judicetur” tiene dos excepciones, una la herejía,
otra el cisma, puesto que: “El canon atribuido a San Bonifacio y
citado por Graciano, dist. XL, c. 6, según el cual el Papa puede
juzgar a todo el mundo y no puede ser juzgado por nadie, tiene dos
reservas: nisi deprenhendatur a fide devius. La herejía, constituye,
así, una falta por la cual un Papa puede ser depuesto por el concilio
general. El Concilio Romano de 503 hace la misma observación a propósito
de Simaco: nisi a recta fide exorbitaverit”. Esta doctrina fue
recibida y confirmada por toda la edad media. Se encuentra la expresión
en la tercera alocución del Papa Adriano IV en el IV Concilio de
Constantinopla... El Papa Inocente III reconoce solemnemente que si
por sus otros pecados únicamente Dios lo pude juzgar, en materia de
herejía puede ser juzgado por la Iglesia, propter solum peccatum qued
fide cummittitur possem ab Ecclesia judicari. Luego este principio está
fuera de duda... La regla que se aplica a los Papas heréticos se
aplica igualmente a los cismáticos, y ésta es la segunda excepción
que queremos señalar”. (D.
T. C. Deposition et degradation des clercs. col. 519-520).
Así pues afirmar “Ubi Petrus ibi Ecclesia" vale siempre y
cuando el Papa no caiga en la herejía o el cisma. Conviene recordar
que durante el cisma de occidente llegó a haber tres Papas y es
evidente que no se podía decir que allí donde está el Papa está la
Iglesia, pues había tres, e Iglesia sólo hay una. Un Papa puede caer
en cisma como lo afirman Torquemada, Cayetano, Vitoria, Suárez etc.:
“Los casos concretamente considerados por estos teólogos son
aquellos donde el Papa rechazara comulgar con la Iglesia, o cesara de
conducirse como su jefe espiritual, para obrar como puro señor
temporal, o también si rechazara obedecer a la fe y constituciones
establecidas desde los apóstoles en la Iglesia Universal...” (D.T.C.
Schisme col. 1306).
Es evidente, entonces, que hay que conservar todo lo que en la Iglesia
ha sido divinamente instituido, porque de lo contrario si, por
ejemplo, un Papa lo destruye se hace cismático o hereje; León XIII
señala esta obligación al decir: “Mas los Romanos Pontífices,
acordándose de su deber, quieren más que nadie que se conserve
cuanto en la Iglesia ha sido divinamente constituido”. Denzinger
1962.
Ubi petrus ibi Ecclesia vale cuando el Papa se comporta como digno y
legítimo sucesor de San Pedro pues como dice el Cardenal Cayetano,
eminente teólogo: “La Iglesia está en el Papa cuando este se
comporta como Papa, es decir como cabeza de la Iglesia; pero en caso
que no quisiera actuar como cabeza de la Iglesia, la Iglesia no estaría
en él, ni él en la Iglesia”. (La Nouvelle Messe de Paul VI: Qu’en
penser? Arnaldo Xavier Da Silveira ed. Diffusion de la pensee française
1975, p. 291).
También dice el famoso Cardenal Journet: “Cuanto al axioma donde
está el Papa está la Iglesia, vale cuando el Papa se comporta como
Papa y jefe de la Iglesia; en caso contrario, ni la Iglesia está en
él, ni él en la Iglesia”.(Ibid p. 287).
El Cardenal Juan de Torquemada gran defensor en el siglo XV de la
primacía pontifical señala cómo un Papa puede ser cismático:
“Por desobediencia, el Papa puede separarse de Cristo que es la
cabeza principal de la Iglesia: es en relación con El que la unidad
de la Iglesia ha sido esencialmente constituida.
Separación que puede hacer por desobediencia a la Ley natural
o la ley divina... El Papa también puede sin causa razonable, por
simple decisión, separarse del cuerpo de la Iglesia y del colegio de
los sacerdotes. Lo cual haría si no observase lo que la Iglesia
universal observa basándose sobre la tradición de los Apóstoles...
o bien si no observase lo que ha sido decretado para el mundo entero
por los Concilios universales o por la autoridad de la Sede Apostólica,
sobre todo lo que toca al culto divino”. (Ibid. p. 289-290). Y por
si acaso esto fuera poco para que nos quede claro el tema, el mismo
Cardenal a manera de síntesis señala: “Alejándose, así, con
obstinación, de la práctica universal de la Iglesia, el Papa podría
caer en el cisma. La consecuencia es justa; y las premisas no son
dudosas, porque el Papa, así como puede volverse herético, también
es susceptible de desobedecer y de obstinadamente dejar de observar lo
fue establecido para el orden común de la Iglesia. Por esto Inocencio
declaró (c. De consue.) que hay que obedecer al Papa en todo, en
cuanto permanezca sin revelarse contra el orden universal de la
Iglesia, porque en tal caso el Papa no debe ser seguido, salvo si se
tiene alguna razón válida para hacerlo”. (Ibid p. 290).
Suárez siguiendo al Cardenal Cayetano admite que el Papa puede ser
cismático: “si nollet tenere cum toto Ecclesiae corpore unionem et
conjunctionem quam debet, ut si tentaret totam Ecclesiam excomunicare,
aut si velle omnes ecclesiasticas ceremonias apostolica traditiones
firmitas evertere” (D.T.C. Schisme col. 1303).
Y si bien se observa los dos últimos casos se han efectuado con la
supuesta y cacareada excomunión de Mons. Lefebvre y de Mons. De
Castro Mayer, quienes encarnaban la Tradición, y con la subversión
litúrgica del Novus Ordo Missae. Son hechos y contra esto no hay
argumentos.
En el mismo sentido el Cardenal Torquemada afirmó, mucho antes, como
se puede ver en el mismo artículo del Diccionario de Teología Católica:
“Los casos concretamente considerados por estos teólogos son
aquellos en los cuales el
Papa rechazaría comulgar con la Iglesia, o dejaría de conducirse
como su jefe espiritual para obrar como puro señor temporal, o aun si
rechazara obedecer a la ley y constitución, dadas por Cristo a la
Iglesia y de observar las tradiciones establecidas desde los Apóstoles
en la Iglesia Universal...” (D.T.C. Schisme col. 1306).
Por esto Mons. Lefebvre siempre consideró que la excomunión era
injusta e inválida de pleno derecho, pues la Iglesia no puede
excomulgar la rama donde está sentada, esto es la Tradición. Y
cuando se lo quería acorralar haciéndolo causante de un cisma no
vacilaba en contestar diciendo: “Si hay algún cismático son
ellos”; puesto que el permanecer fiel a toda la tradición de la
Iglesia no puede jamás ser objeto de cisma, en cambio sí el innovar.
El criterio garante de la verdad es la tradición como expresa San
Vicente de Lérins: “Esta fue siempre, y continúa aun siendo, la
costumbre de los católicos, comprobar la verdad de la fe por estas
dos vías: primero, por la autoridad del canon divino, luego, por la
tradición de la Iglesia Católica” (Conmonitorio c. 29).
Comentando el pasaje de la carta de San Pablo a los Galatas 1, 8-9:
“Aun cuando nosotros o un ángel os evangelice fuera de lo que ya os
hemos evangelizado, sea anatema”, San Vicente de Lérins dice: “¿Qué
es esto que dice: aun cuando nosotros? ¿Por qué no, más bien yo?.
Es como si dijera: aun cuando Pedro, aun cuando Andrés, aun cuando
Juan, aun cuando finalmente, todo el coro de apóstoles os evangelice
fuera de lo que ya os hemos evangelizado, sea anatema. ¡Severidad
espantosa que para ponderar la adhesión a la fe primera no se perdone
así mismo ni a los demás compañeros suyos del apostolado. Y esto es
poco todavía: Aun cuando un ángel del cielo, dice, os evangelice
fuera de lo que ya os hemos evangelizado, sea anatema. No bastaba para
la custodia de la fe, una vez transmitida, haber recordado la
naturaleza de la condición humana; era necesario abarcar también la
excelencia angélica. Aun cuando nosotros, dice, o un ángel del
cielo; no porque los santos ángeles del cielo puedan ya pecar; mas
como si dijera: si aun cuando sucediera lo que no puede suceder,
cualquiera que osara alterar la fe una vez transmitida, sea
anatema”. (Conmunitorio c.8).
La conclusión es obvia y se impone: fuera de la Tradición, fuera de
la fe transmitida desde el origen, que es la tradición, sea anatema
toda otra evangelización. Y este es el error y la falsificación de
hoy en día.
Esto lo recalca San Vicente al decir: “A nadie le está permitido
aceptar algo fuera de lo que la Iglesia Católica ha evangelizado
hasta ahora... Por lo mismo, anunciar algo a los cristianos católicos
fuera de lo que ya recibieron, nunca fue lícito, nunca es lícito,
nunca será lícito; y anatematizar a aquellos que anuncian algo fuera
de lo que ha sido una vez recibido, nunca dejó de ser necesario;
nunca deja de ser necesario, nunca dejará de ser necesario”. (Conmunitorio
c.9).
Nosotros no tenemos, como Vuestra Excelencia afirma, un concepto
errado de lo que es la Tradición, al contrario es la Tradición de la
Iglesia Católica Apostólica Romana la que nos da la vida, la fe y la
salvación, es también ella, la Tradición, la que os juzga, reprueba
y condena. Nos atenemos a la Tradición tal como lo declara San
Vicente de Lérins comentando el pasaje: “Oh Timoteo, guarda el depósito,
evitando las profanas novedades de palabras" (I Tim. 6-20) en los
siguientes términos: “¿Qué es el depósito? Es aquello que se le
ha confiado, no lo que tu has descubierto, lo que recibiste, no lo que
tú pensaste; lo que es propio de la doctrina, no del ingenio; lo que
procede de la tradición pública, no de la rapiña privada. Algo que
ha llegado hasta ti, pero que tú no has producido; algo de lo que no
eres autor, sino custodio; no fundador, sino seguidor; no conductor,
sino conducido. Guarda el depósito, dice el Apóstol: conserva
inviolado y sin mancha el talento (cfr. Mt. 25,15) de la fe católica.
Lo que se te ha confiado en ti permanezca y por ti sea transmitido”.
(Conmunitorio c.22).
La Tradición no se opone al progreso (progreso homogéneo) sino a la
alteración (progresismo moderno) cosas que el evolucionismo
transformista de orden religioso no sabe ni quiere distinguir, así,
también lo reclama San Vicente: “Pero se objetará: ¿No se dará,
según eso, progreso alguno de la Religión en la Iglesia de Cristo? Dése,
en hora buena, y grande... Pero tal que sea verdadero progreso de la
fe, no una alteración de la misma. A saber, es propio del progreso
que cada cosa se amplifique en sí misma; y propio de la alteración
es que algo pase de ser una cosa a ser otra. Es menester, por
consiguiente, que crezca y progrese, amplia y dilatadamente la
inteligencia, la ciencia y la sabiduría, tanto de cada uno como de
todos juntos, tanto de un solo hombre cuanto de toda la Iglesia -en el
decurso de los siglos y de las edades-, pero solamente en su propio género,
esto es, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma
sentencia... Injusto e indigno sería en gran manera que nosotros, sus
descendientes, en lugar del trigo genuino de la verdad, recolectáramos
el error bastardo de la cizaña... Lejos de nosotros que aquel vergel
de rosas del sentido católico se transforme en cardos y espinas...
Porque si una vez se abre la puerta a este engaño impío, me
horroriza el pensar cuán grande sea el peligro que se seguirá de
despedazar y aniquilar la religión. Cedida una parte cualquiera del
dogma católico, muy pronto se cederá otra y otra, y más tarde otras
y otras como por costumbre y ya de derecho” (Conmonitorio c.22).
¿Y no es esto lo que hoy vemos lamentablemente? Y prosigue nuestro
autor: “La Iglesia de Cristo, en cambio, custodio, solícito y
diligente de los dogmas a ella encomendados, nada altera jamás en
ellos, nada superfluo; no pierde lo suyo, ni usurpa lo ajeno; sino
fiel y prudente al tratar de las cosas antiguas, esto es lo que únicamente
pretende con todo su celo: perfeccionar y pulir lo que de la antigüedad
recibe informe y esbozado; confirmar y consolidar lo ya expreso y
desarrollado, guardar finalmente lo ya confirmado y definitivo... He
aquí lo que en todo tiempo ha realizado la Iglesia Católica con los
decretos de sus concilios, provocada por la novedades de los herejes;
esto y nada más que esto: lo que en otro tiempo había recibido de
los antepasados por la sola tradición, lo transmite más tarde a los
venideros también en documentos escritos, condensando en pocas letras
una cantidad de cosas, y a veces, para mayor claridad de percepción,
sellando con la propiedad de un nuevo vocablo el sentido no nuevo de
la fe”. (Conmunitorio c.23).
Es el error del progresismo, del modernismo, del ecumenismo, del
aggiornamento, que adultera la fe; es el pecado de la Roma moderna,
infiel a la Roma eterna, pareciera que se cumplen las profecías de La
Salette: “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”. La
Roma vuelta a su atroz paganismo, Panteón de todas las religiones,
como decía el Papa San León el Grande: “Roma maestra del error se
convirtió en discípula de la verdad”, la Roma llamada por San
Pedro Babilonia (torre de Babel de todos los falsos cultos) antes de
su conversión, vuelve hoy a su ancestral disolución con Asís; y con
la reunión en la plaza de San Pedro en Roma con todos los
representantes de los cultos más importantes del orbe, vuelve a lo
que fue, a aquella imagen que nos transmite el mismo Papa San León el
Grande en la fiesta del martirio de San Pedro y de San Pablo en la
lección VI de Maitines: “Imperando [Roma] sobre todas las Naciones,
se hacía la esclava de los errores de todas esas naciones; y le parecía
poderse atribuir muchas religiones, porque no rechazaba ningún
error”.
Homologar en el sincretismo ecuménico a la Tradición Católica como
pretende la Roma modernista que se sirve de la autoridad para destruir
la religión única y verdadera, es lo propio del gran misterio de
iniquidad.
Misterio del mal que Dios permite para acrisolar a sus fieles
seguidores permaneciendo fieles a la verdad en la cual radica la
comunión en una misma fe: “Si decimos que tenemos comunión con Él
y andamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad”, como
advierte San Juan en su primera carta 1,6.
Queremos ser y permanecer genuinamente católicos apostólicos y
romanos, y para ello nos dice San Vicente: “Así pues,
es verdadera y genuinamente católico aquel que ama la verdad
de Dios, la Iglesia, el cuerpo de Cristo (cfr. Efes. 1,2-3), que nada
antepone a la Religión divina, a la fe católica: ni la autoridad de
un hombre –cualquiera que éste sea-, ni su amistad, ni su ingenio,
ni su elocuencia, ni su filosofía, sino que despreciando todas estas
cosas, firme en la fe, permaneciendo inquebrantable, está decidido a
creer y mantener sólo aquello que conoce haber mantenido la Iglesia
católica universalmente y desde toda antigüedad; y entiende que todo
cuanto nuevo e inaudito sintiese que ha sido introducido después por
alguien fuera o contra todos los santos, esto no pertenece a la religión,
sino más bien a la tentación, aleccionado por las palabras del
bienaventurado Apóstol Pablo”. (Conmunitorio c.20).
Que la gracia de Dios os ilumine y asista en el ejercicio y gran
responsabilidad de vuestro cargo, y que de Roma surja de nuevo la luz
de la Verdad y la Fe.
Suyo en Cristo Rey y María Reina.
Basilio Méramo, Pbro |