DE CRANMER A MONTINI*
Una
confrontación reveladora del Padre Morerod
La
academia nacional de los liceos y
la Congregación
para
la Doctrina
de
la Fe
han publicado las actas de la jornada de estudios dedicada a La
apertura de los archivos del Santo Oficio Romano (Roma, 22 de
enero de 1998), apertura solicitada por el profesor Carlo
Ginzburg “por una
valiente carta (así se expresa el cardenal Ratzinger)
dirigida al Santo Padre Juan Pablo II un año después de su
elección a
la Sede
de Pedro” (op.
cit., p. 185). La solicitud tuvo resultado positivo y los
archivos del Santo Oficio están ahora abiertos a los
estudiantes, “sin
distinción de país o de fe religiosa” (p. 97) (El
mismo Ginzburg se presentaba en su carta como “judío
de nacimiento y ateo”, p. 185). Siempre con la intención
de divulgar los documentos de los archivos del Santo Oficio,
ha sido tomada la iniciativa de constituir “una
colección de publicaciones de los textos de los archivos, con
el nombre `Fontes Archivi Sancti Oficii Romani´ editada por
la casa editora Olschki de Florencia, cuyo primer volumen
llamado `La validez de las ordenaciones anglicanas´ (…) está
hoy a disposición de todos” (Mons. Bertone, p. 100).
Las actas de la jornada de estudios proponen, de la p.
103 a
la 127, la presentación del libro recién mencionado, del
Padre Francisco Von Gunten O.P., ya fallecido, hecha por su
discípulo el Padre Carlos Morerod O.P..
Dentro
de los límites de esta breve recensión, me dedicaré a la
intervención del Padre Morerod, y en particular, a sus
apreciaciones respecto del nuevo rito del sacramento del Orden
promulgado por Pablo VI.
El
autor, retomando los argumentos de León XIII y de sus teólogos
que concluyeron en la declaración de la invalidez de las
ordenaciones anglicanas (Apostolicae
curae, 1896), examina el defecto de forma, materia e
intención en estas ordenaciones. Respecto de la forma (por lo
que mira a la tradición de los instrumentos), establece un
paralelo inesperado entre el ordinal anglicano de 1552 y el
promulgado por Pablo VI en 1968: “Incluso
el rito de ordenación utilizado en
la Iglesia Católica
de
1969 a
1989 era poco explícito respecto de la dimensión sacramental
del ministerio sacerdotal. El rito anglicano de 1552, ¿no
podría ser solo una adaptación pastoral de la liturgia, como
la del Vaticano II? Los mismos arzobispos (anglicanos) de
Canterbury y de York lo sugirieron en su respuesta de
1897 a
León XIII” (pp. 113-114). En nota, el Padre Morerod
detalla la dificultad: “En
el rito de ordenación utilizado por
la Iglesia Católica
de
1968 a
1989, no se dice explícitamente que el sacerdote es ordenado
para celebrar los sacramentos (…)” (pp. 114, nº 48).
En 1662 los anglicanos añadieron a su rito palabras que iban
en el sentido católico: “el
P. Franzelin, seguido por León XIII, verá en este agregado
-bueno en sí mismo- un reconocimiento de la insuficiencia de
la fórmula precedente” (p. 112). De la misma manera, en
1989, se hizo sentir la exigencia de completar el rito
posconciliar: “el
rito de 1989 desarrolla notablemente la oración de ordenación
sacerdotal para introducir explícitamente la dimensión
sacramental en su ministerio. (…) Pero la renovación del
rito no ha suprimido totalmente una cierta ambigüedad, cf.
Pierre Jounel (…): `De manera un poco sorprendente, la oración
insiste menos que el esquema de homilía sobre el carácter
sacrificial de la misa” (p. 114, nº 48). El autor
admite entonces que el nuevo rito de ordenación, aún después
de una corrección en el sentido católico, ¡permanece
“ambiguo”!
¿Cuál
es pues la diferencia entre el ordinal anglicano de 1552 y el
ordinal posconciliar de 1969? “Esta
es la diferencia entre el rito anglicano de 1552 y el rito católico
(aún solamente implícito) de
1969”
escribe el autor, citando a
Von Gunten: “(…) De hecho, la forma de la ordenación
sacerdotal tal como fue promulgada por Pablo VI no indica explícitamente
la relación con el sacrificio eucarístico. Sin embargo esta
oración es la expresión de una comunidad que enseña que la
ordenación sacramental confiere el poder de ofrecer el
sacrificio de la misa. Por el contrario, las palabras del
ordinal anglicano no reflejan la enseñanza de una Iglesia que
cree que el sacerdocio es el poder de ofrecer sacramentalmente
el sacrificio de Cristo” (p. 116, nº 53). En sí
entonces, Cranmer habría modificado el rito católico en
1552, exactamente en la misma dirección que Bugnini-Pablo VI
en 1968, creando dos ritos que no afirman “la
relación al sacrificio eucarístico”. Pero el ordinal
de Cranmer es inválido. ¿Cómo puede ser válido el de
PabloVI? El autor responde: por medio de la intención
eclesial, escribe: “El
rito de 1552 fue utilizado para la ordenación de Mathew
Parker y de todos los obispos anglicanos hasta 1662. Es
imposible conocer la intención de tantas personas. (…)
Desde el punto de vista de la intención, es importante
conocer la intención no solamente de algunas personas, sino
de la comunidad en la que se celebran las ordenaciones. La
intención personal es importante, pero lo es mucho más la
intención eclesial que se manifiesta durante la liturgia como
contexto de las acciones personales. En el contexto de una
Iglesia que cree en el sacramento del orden y lo celebra en su
liturgia, no hay que temer un defecto desconocido de intención
personal, sino que debemos presuponer la validez del
sacramento. En el caso de las ordenaciones anglicanas, no
podemos ni debemos conocer la intención interior ni de una ni
de tantas personas individualmente (“Respecto al propósito
o intención, siendo en sí misma algo interior,
la Iglesia
no juzga, pero desde el momento que ésta se manifiesta al
exterior,
la Iglesia
debe juzgarla”, León XIII, Denz.-H. 3318). Debemos
analizar como la liturgia de la ordenación, el rito,
manifiesta exteriormente la intención de la comunidad
eclesial misma” (p. 110). En este pasaje el autor, con
una confusión a la que haré alusión, sostiene la teología
de la intención enseñada por León XIII, explicada en
detalle y defendida por el Padre M.L. Guérard des Lauriers
O.P. (Reflexiones sobre
el nuevo Ordo Missae, dactilografiado, 1977, 387 pp.) y no
aquella según la cual la validez de un sacramento dependería
de la fe del ministro. La intención del ministro se
manifiesta en la adopción del rito de
la Iglesia
, que vehiculiza la intención de la autoridad promulgadora
del rito. Para el autor, la catolicidad de Pablo VI garantiza
la validez de un rito ambiguo; para el P. Guérard des
Lauriers, un rito ambiguo no puede venir de una auténtica
autoridad.
El
autor trata luego de renovar el intento neo-ecuménico (el
“neo” se agrega para recordar el primer intento católico-anglicano
de sostener la validez del ordinal de 1552, intento bloqueado
por León XIII) de reconsiderar la decisión
“irreformable” de León XIII sobre la invalidez de las
ordenaciones anglicanas. ¿Pero como reformar una decisión
irreformable? La vía fue abierta por el cardenal Willebrands
en 1985 (p. 118, L´Osservatore
Romano, 8/3/1986), entonces presidente del Secretariado
pontificio para
la Unidad
de los Cristianos. El colaborador y sucesor de Bea no podía
proponer (explícitamente) el contradecir a Apostolicae
curae (ya los obispos católicos ingleses recordaron en su
momento a León XIII que
la Santa Sede
se había pronunciado varias veces contra la validez de las órdenes
anglicanas, expresando el temor de ver “a
la Santa Sede
de hoy en contradicción con
la Santa Sede
de los siglos pasados” p. 108); trata entonces de
contornearla. Los anglicanos habrían podido mantener su rito,
cambiando su doctrina eucarística: en ese caso habiendo
cambiado la fe de la “comunidad eclesial”, la “intención
eclesial” del rito anglicano cambiaría también, y en
consecuencia se aseguraría, aunque sin efecto retroactivo, su
validez. El autor no niega la validez de esta hipótesis,
retomada también por el sucesor de Willebrands, Cassidy, ya
que es igualmente admitida por su maestro Von Gunten (p. 119 y
nº 62); el autor se dedica a demostrar que esta vía es al
presente impracticable, ya que los anglicanos se han alejado
nuevamente de la concepción católica del sacramento por la
ordenación de mujeres y la aceptación de las órdenes
luteranas. Es la misma tesis de Willebrands que me parece al
contrario errónea y merecedora de refutación, y esto sobre
la base de lo que el mismo Von Gunten escribe: “Subrayemos
que el error doctrinal de los anglicanos sobre el sacramento
del orden no habría conllevado la invalidez de sus
ordenaciones, si ellos hubiesen continuado utilizando el
ritual en uso hasta 1550. Como se sabe,
la Iglesia
ha considerado siempre válido el bautismo administrado por
infieles o cismáticos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Pero en el siglo XVI, los anglicanos
modificaron el rito `con el fin manifiesto de introducir otro
rito no admitido por
la Iglesia
y de rechazar lo que hace
la Iglesia
” (p. 113, nº 44).
Para
Von Gunten entonces, la fe (eclesial) errónea no invalida el
sacramento si el rito utilizado sigue siendo el católico; no
se ve porqué una supuesta fe eclesial corregida de los
anglicanos ¡podría cambiar el valor de un rito no católico
que vehiculiza otra fe! Si verdaderamente los anglicanos
llegaran a abjurar de sus herejías, deberían abjurar del
rito que las vehiculiza. Y no sirve de nada proponer el
argumento sacado de ciertos ritos orientales, o de la iglesia
antigua; éstos también más o menos explícitos sobre la
doctrina eucarística, como justamente lo recuerda el autor
(p. 112), ya que no se introdujeron para vehiculizar la herejía;
pero introducir hoy un rito arcaico insuficiente en relación
a la evolución homogénea del dogma, suprimiendo expresamente
lo que fue adoptado en el decurso de los siglos para
explicitar la fe (como se hizo en parte en 1969 con el N.O.M.)
¿no es seguir los trazos de Cranmer? El autor olvida que la
reforma litúrgica posconciliar no nació en un contexto de
ortodoxia - como lo pretende, garantizando su validez – sino
de general heterodoxia y crisis de fe que arroja más de una
duda sobre un rito que en presencia del cardenal Ratzinger y
de Mons. Bertone, un profesor de
la Universidad Pontificia
Angelicum como el P. Morerod debió definir como
“ambiguo”. Sin embargo, las contradicciones inherentes a
la Reforma
de los años 60 llegaron, aunque lentamente, al gran día,
cosa de la que todos los buenos católicos no pueden sino
regocijarse.
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