DELIBERADA CONFUSIÓN ENTRE
DOS PRESENCIAS
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   Con el laudable afán de promover la lectura de la Sagrada Biblia se afirma, no sin verdad, que esta lectura nos coloca en la presencia de Dios Nuestro Señor. Con ella oímos su palabra y recibimos sus enseñanzas. Porque, en realidad, el autor principal de todos los libros contenidos en lo que llamamos Biblia, es Dios, cuyos instrumentos vivos fueron aquellos hombres a quienes se atribuyen esos libros, uno por uno. Hablando, por ejemplo, de los Santos Evangelios la verdad dogmática es que tanto Juan como Mateo, Lucas y Marcos no son otra cosa que amanuenses del Espíritu Santo, a quienes se ha conservado personalidad y estilo; pero actuando siempre bajo la inspiración y asistencia del Espíritu Santo. Y esto mismo debe decirse de todos los autores bíblicos.

   Al hacer hincapié en esta verdad dogmática algunos de nuestros hermanos católicos se han corrido mañosamente hacia el campo protestante. Se han olvidado de que la presencia de Dios a que nos lleva la lectura de la Biblia es meramente espiritual que también podría llamarse doctrinal, de una manera análoga a la presencia de quien escribe un documento. El autor de ese documento, aunque esté físicamente ausente, espiritualmente está presente ante quienes leen su pensamiento.

   En esta presencia estamos de acuerdo con los protestantes, siempre que ellos acepten con seriedad y fe religiosa el contenido de las Escrituras Sagradas. Pero nosotros los católicos gozamos de otra presencia que los protestantes no aceptan. Es la presencia real y corporal de Jesucristo Dios bajo las apariencias sacramentales de la Eucaristía. Se trata de una presencia afirmada por el mismo Cristo Dios en las Escrituras Sagradas. Presencia que no es tan solo espiritual sino también corporal.

   Cuando nosotros los Sacerdotes, al dar la Comunión a nuestros fieles, les decimos estas palabras: EL CUERPO DE CRISTO, no les afirmamos una metáfora, sino una sublime y augusta realidad. y esto es lo que hasta ahora no aceptan los protestantes. Y este es uno de los grandes inconvenientes para llegar a la unidad con ellos.

   Hemos citado aquí el Gran Dogma que han andado soslayando algunos de nuestros hermanos católicos temerosos de chocar y desagradar a los protestantes. Pero esta es una actitud cobarde. Al soslayar nuestro Gran Dogma se está pactando solapadamente con una de las mayores herejías de los protestantes. Y de este modo se va entrando en terreno sumamente peligroso, y se empiezan a hacer concesiones verbales que pueden llevamos a la quiebra de nuestra fe. Está muy bien que seamos amables, atentos; y corteses con los separados, pero sin claudicaciones que nos lleven al error en materia dogmática.

   Ellos aceptan, siempre que sean serios, una sola presencia: la espiritual a que nos lleva la lectura seria y piadosa de los libros Sagrados. Nosotros, en cambio, aceptamos dos presencias: la espiritual en que nos coloca la lectura piadosa de la Biblia y la corporal que se nos brinda en la Eucaristía. En la primera se ilustran nuestras mentes con verdades enseñadas por Dios. Con la segunda se alimenta nuestra alma al entrar en contacto real con el Autor de la gracia que fortalece nuestras potencias operativas para cumplir denodadamente con la voluntad de Dios. Puede decirse que la primera, bien atendida, prepara el alma para la segunda.

   Hablando sobre este mismo tema algunos se han atrevido a decir que, gracias a este acercamiento estratégico hacia los protestantes estamos los católicos conociendo la Biblia. Y que antes de estos actuales movimientos bíblicos la Iglesia prohibía la lectura de la Biblia. Y esto constituye una vulgar calumnia más vieja que el mismo protestantismo. La Iglesia veneró siempre las Sagradas Escrituras y nos enseñó que en ellas se contiene la palabra de Dios y que, por eso, no debe llevársela a manos de quien por ignorancia o por malicia pueda profanarlas con interpretaciones tendenciosas. Ella, la Iglesia, es la depositaria de este tesoro divino. No los protestantes, entre los cuales hay muchos que las profanan con simulada religiosidad.

   Quienes se quedan con la sola presencia doctrinal a que nos conduce la Biblia se quedan a mitad de camino del plan salvífico de Dios. Hay que llegar a la otra presencia la más valiosa y eficaz, por ser la presencia corporal de nuestro Dios hecho hombre y convertido en alimento de nuestras almas. Estas dos presencias no se excluyen ni deben confundirse. Deben complementarse.

   Además de esta doble presencia de Dios, los católicos contamos con el Magisterio Vivo de nuestra Iglesia a quien corresponde el esclarecernos aquellos asuntos que, por diversas razones, se encuentran oscuros en las Sagradas Escrituras. Es este otro tema que merece estudio aparte. Se trata de un gran favor que nos ha hecho Dios para preservarnos de todo error que ponga en peligro nuestra salvación.
                            ALFONSO M. BUTELER
                               Arzobispo de Mendoza

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