JUAN XXIII
(Extracto del Capítulo 3 de "La Cruz
Rota", de Piers Compton)
En los últimos días de Diciembre de 1944, Roncalli se preparaba para dejar Turquía y trasladarse a París, donde había sido nombrado Nuncio Papal de la Cuarta República Francesa. La guerra todavía continuaba, y la diferencia que había entre la derecha y la izquierda, en cuestiones políticas, y que había dividido a Francia, salió a la superficie: pronto se hizo claro a los observadores, cuyo juicio no fue afectado por los títulos eclesiásticos, que las simpatías inherentes de Roncalli estaban con la izquierda. Fue por recomendación suya el que Jacques Maritain fuera hecho Embajador francés de la Santa Sede. Maritain era considerado mayoritariamente como un pensador del mundo, ciertamente como uno de los filósofos Católicos[1] más prominentes. El impacto profundo de su "humanismo íntegral" había sido hasta ahora moderado por su perspectiva Aquina[2]. Pero luego fue superado por afirmaciones tan despreciables como la de que la dignidad Real de Cristo fue suficiente para las mentes medievales (y el mentor de Maritain, Tomás de Aquino, había sido medieval), pero no para gente iluminada por "instrumentos" como las revoluciones Francesa y Bolchevique. Su posición como filósofo "Católico" vuelve a levantar sospechas, ya que por testimonio propio, él no se convirtió por necesidad espiritual ni por argumentos teológicos o históricos, sino por los escritos de León Bloy (1846-1917). A pesar de su fluido estilo musical, los escritos de Bloy difícilmente son los que llevarían a uno a convertirse al Cristianismo. Él identificaba al Espíritu Santo con Satanás y se describía a sí mismo como profeta de Lucifer, a quien él ilustró como sentado sobre el mundo con sus pies en los rincones de la tierra, controlando toda acción humana y ejerciendo su gobierno paternal sobre el horripilante enjambre de desendencia humana. Comparado con esta visión de un Lucifer afable, se ve a Dios como un amo implacable y cuya obra terminará en fracaso cuando Satanás lo reemplace como Rey. De acuerdo con su propia confesión, Bloy se convirtió a lo que él y sus discípulos llaman "cristianismo", por los desvaríos de una prostituta que veía visiones y que, después de su aventura amorosa con Bloy, murió en un manicomio. En 1947, Vincent Auriol fue nombrado Presidente de la República Francesa. Era un conspirador contra la iglesia, uno de esos endurecidos antireligiosos que encuentran un hogar natural en el continente; a pesar de eso, él y Roncalli no sólo se hicieron socios cordiales, como lo demandaban sus oficios, sino que hasta buenos amigos. Esto no se debió a la caridad Cristiana de una parte o cortesía de la otra, sino a la ceremonia de Estambúl, por la cual pasó Roncalli, y que estableció un vínculo de entendimiento entre los dos hombres. A esto se le dio expresión tangible cuando, en enero de 1953, el Arzobispo Roncalli fue elevado a Cardenal y Auriol insistió en ejercer su derecho tradicional, como jefe del Estado francés, de conferir la birreta roja al nuevo príncipe de la Iglesia. Esto ocurrió en una ceremonia en el Palacio Eliseo, donde Roncalli, sentado en la silla (prestada por el museo) donde Carlos X había sido coronado, recibió alabanzas de hombres que habían jurado reducirlos a polvo a él y a todo lo que representaba, aunque con métodos más engañosos para asistirlos. Roncalli también había sido jurado secretamente en este mismo designio*. Tres días después, como Patriarca, fue transferido a Venecia; y durante sus cinco años de estancia volvió a mostrar, como lo había hecho en París, una cierta simpatía por las ideologías izquierdistas, y que a veces asombraba a la prensa italiana. Fue durante el pontificado de Pío XII que un número de sacerdotes, que entonces trabajaban en el Vaticano, se dieron cuenta de que no todo iba bien por debajo de la superficie. Pues una extraña influencia que no les gustaba, se estaba haciendo sentir. Esto lo descubrieron en un grupo que llegó a tener prominencia como expertos, consejeros y especialistas, y rodeaban tan estrechamente al Papa que hasta hablaban de él, medio bromeando, como su prisionero. Esos sacerdotes que estaban preocupados, pusieron en marcha una cadena de investigaciones aquí y en América, donde su portavoz era el Padre Eustace Eilers, miembro de The Passionist Congregation of Birmingham, en Alabama. Con esto, se llegó a establecer el hecho de que los Iluminati se estaban haciendo sentir en Roma por medio de infiltrados, especialmente entrenados, y quienes venían de cerca del lugar en Alemania, donde Adam Weishaupt se había jactado de su plan de reducir al Vaticano a una mera cáscara vacía. El hecho se hizo más evidente cuando el P. Eilers, quien anunció que publicaría los hechos, repentinamente fue encontrado muerto. Probablemente fue uno de esos ataques de corazón que preceden frecuentemente a revelaciones prometedoras sobre las sociedades secretas [3]. Pío XII murió el 9 de octubre de 1958, y el 29 de ese mes, después de que los Cardenales en cónclave hubieron votado once veces, Ángelo Roncalli se convirtió en el Papa número 262 de la Iglesia Católica[4]. Tenía setenta y siete años, pero un físico muy capaz de sostener las 60 libras de vestimenta eclesiástica con la cual fue sobrecargado para su coronación del 4 de Noviembre de 1958. La elección de Roncalli fue una señal para que explosiones de bienvenida hicieran eco alrededor del mundo, frecuentemente de los sectores más inesperados. Los no Católicos, gnósticos y ateos estuvieron de acuerdo en que el Colegio de Cardenales había hecho una excelente decisión[5] y, de hecho, la mejor en varios años. Se había encontrado a un hombre sabio, humilde y santo que iba a librar a la Iglesia de superficialidades y la llevaría de regreso a la simplicidad de los tiempos Apostólicos[6]. Y, por último, pero no menos importante, entre las ventajas que prometían mucho para el futuro, estaba el que el nuevo Papa era de estirpe campesina. Los Católcos experimentados no podían explicarse el entusiasmo y la admiración[7] con que le recibían periodistas, corresponsales, locutores y equipos televisivos que llegaban en masa a Roma de casi todos los países del mundo. Pues hasta ahora muy poco sabía el mundo sobre Ángelo Roncalli, excepto que nació en 1881, había sido Patriarca de Venecia y que había tenido puestos diplomáticos en Bulgaria, Turquía y Francia. En cuanto a su humilde pasado, ya había habido papas campesinos anteriormente. La Iglesia podía absorberlos tan fácilmente como lo había hecho con sus Pontífices aristocráticos y académicos. Pero el mundo secular, como evidenciaron algunas de las publicaciones más populares de Inglaterra, insistió en que algo grandioso había ocurrido en Roma y que ello era sólo la promesa de cosas aún más grandes por llegar[8]. Mientras tanto, los Católicos informados, quienes habían abogado por la causa de la Iglesia, no podían más que rascarse sus cabezas y pensar. ¿Se habría escapado alguna información, no a ellos que siempre habían apoyado a la religión, sino a aquellos que han servido trozos, o nada, de la verdad para excitar y engañar al público? En esos momentos se encontraba en Roma un sacerdote irlandés que sobre aquel clamor por conocer detalles íntimos de Roncalli opinó: "Los periódicos, la radio la televisión y las revistas simplemente no podían conseguir la suficiente información sobre los orígenes, la carrera, la familia y los hechos del nuevo Santo Padre". Día tras día, desde el cierre del cónclave hasta la apertura del Consistorio, las actividades del nuevo Papa fueron tratadas con deslumbrante detalle para que todo el mundo viera. A este interés se le agregó la especulación cuando se supo que el nuevo Papa deseaba que se le conociera como Juan XXIII. ¿Fue en memoria de su padre, quien se llamaba Juan, o por respeto a Juan el Bautista? ¿O fue para enfatizar su prontitud para desafiar y aún escandalizar a las perspectivas tradicionales? Juan había sido un nombre favorito de muchos Papas. ¿Pero, por qué retener la numeración? Pues ya había habido anteriormente un Juan XXIII, un antipapa, destituído en 1415. Tiene una tumba en el baptisterio en Florencia, y su retrato apareció (hasta años recientes) en el Annuario Pontificio (el anuario de la Iglesia). Pero fue quitado entonces. No conocemos nada que se le acredite, y su único logro constatado, si se le puede creer a tan preciado réprobo, fue el de seducir a más de doscientas mujeres, incluyendo a su cuñada. Mientras tanto, corría un sentimiento general de que la Iglesia se aproximaba a un rompimiento con el pasado tradicional. Éste siempre había mostrado un orgulloso rechazo a las influencias de su entorno. De las modas del tiempo, había sido protegido por una especie de armadura invisible. Pero ahora mostraba una prontitud de someterse a sí mismo a una reforma tan drástica, como esa que había sido forzada en el siglo dieciséis. Algunos esperaban con anticipación la actualización de la doctrina Cristiana, un deseado e inevitable proceso de re-conversión, en donde un catolicismo más profundo y siempre creciente, reemplazaría al viejo y estático Catolicismo del pasado. Tal cambio fue anunciado cautelosamente en una temprana declaración de Juan XXIII, cuando dijo: "De este a oeste se agita un viento nacido del espíritu[9], que despierta la atención y la esperanza de aquellos que están adornados con el nombre de Cristianos". Las palabras del 'Buen Papa Juan' (qué pronto adquirió esa valoración halagadora), no fueron meramente proféticas. Hablaban de cambios que él iniciaría en la Iglesia. |