CON PEDRO O CONTRA PEDRO
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Ahora bien, en la Iglesia Católica, el hecho de que un obispo esté sometido al Papa y celebre el rito de la Misa con otros obispos no debería suscitar ningún revuelo. El revuelo tendría que provocarlo más bien el caso contrario: si un obispo no se sometiese al Pontífice reinante y rechazase celebrar en un rito promulgado por la Iglesia. Pero entonces, ¿quién tiene razón: la FSSPX, que acusa de traición a Mons. Rifán; o Mons. Rifán, que acusa de cismáticos a quienes no siguen su ejemplo? Podemos afirmar que ambos tienen en parte razón y en parte se equivocan; veamos cómo y porqué. La FSSPX tiene razón en condenar la conducta de Mons. Rifán. El acuerdo con Juan Pablo II implica el reconocimiento de todos los errores doctrinales del Concilio Vaticano II y la aceptación del rito de la Misa reformado por Montini, que por largos años fue la causa del áspero enfrentamiento de Mons. de Castro Mayer con el Vaticano[1]. Pero, a su vez tiene razón Mons. Rifán en condenar la posición de la FSSPX, porque todo católico debe someterse a la autoridad de la Iglesia representada por el Romano Pontífice. En consecuencia, para comprender donde está la razón verdaderamente y donde el error, es fundamental el juicio sobre quien hoy ocupa materialmente el trono de Pedro. Si J. P. II fuese el legítimo Papa de la Iglesia Católica, sería un deber para todo católico, con mayor razón para un obispo, estarle sometido, aceptar su enseñanza magisterial y sus actos de gobierno. Lo exige la Fe Católica, como recuerda el Concilio Vaticano I, al Papa se le debe “verdadera obediencia, no solo en las cuestiones que miran a la fe y a las costumbres, sino también en las relativas a la disciplina y al gobierno de la Iglesia” (Pastor Aeternus, DS 3060 y 3064). Bonifacio VIII enseña que: “declaramos, afirmamos y definimos ser necesario a toda criatura humana [aún tradicionalista], para la salvación del alma, estar sometido al Romano Pontífice [que para la FSSPX es J. P. II] (Unam Sanctam, DS 875). Pero si J. P. II no es papa legítimamente, como lo demuestra la Tesis de Cassiciacum[2], entonces no se puede reconocer su autoridad, no se puede citar su nombre en el Canon de la Misa, hay que rechazar todos su actos de (aparente) magisterio y gobierno. Sólo con esta condición se volverían justificados los reclamos al transformista Mons. Rifán, el cual, parafraseando las palabras de San Remigio pronunciadas en el bautismo de Clodoveo, ahora quema lo que adoró y adora lo que quemó. Pero volvamos al clamor suscitado por la decisión de Campos en los ámbitos de la FSSPX. Habíamos visto como los argumentos utilizados por los discípulos de Mons. Lefebvre contradicen la teología católica y el buen propósito de “hacer lo que siempre hizo la Iglesia”. Sin embargo, para el clero y los fieles de la FSSPX se trata de principios ya consolidados y asimilados, tanto como para ser considerados indispensables para conservar la Fe durante la actual crisis que atraviesa el Catolicismo. Tratemos de analizar de qué modo se llegó a esta paradójica situación. Una nouvelle théologie Como recordó el Padre Hervè Belmont en uno de sus artículos, durante el Concilio, frente a la marea inundante de modernismo, algunos defensores de la ortodoxia católica trataron de erigir un dique de obstrucción. Empresa meritoria, pero viciada por el hecho de que, en la prisa, han utilizado argumentos equivocados para justificar el rechazo del Concilio y, algunos años después, del Novus Ordo Missae. Y después de algún tiempo, inevitablemente han aparecido las primeras grietas. De hecho, frente a los errores enseñados por Pablo VI, en vez de reafirmar en toda su integridad la autoridad papal y sacar las debidas conclusiones (es decir, la vacancia de la suprema autoridad, al ser imposible que un verdadero Papa contradiga la enseñanza de sus predecesores), han comenzado a disminuir cada vez más la función y autoridad del Papa. Con la intención de preservar la Fe de los errores de Pablo VI, han golpeado así al mismo Papado, roca sobre la cual Cristo fundó Su Iglesia. Si el papa Pablo VI yerra, pensaron, hay que concluir que un Papa puede efectivamente errar en la enseñanza doctrinal sin que afecte a la divina constitución de la Iglesia. Como si en el Concilio las puertas del infierno hubieran, temporaria y misteriosamente, prevalecido. La situación en la Iglesia después del Concilio era tan única en su género y tan confusa que podía determinar una valoración inicialmente equivocada; pero después de esta primerísima fase, se podía y se debía llegar a la solución católica del problema[3] Por el contrario, el error inicial se agravó: de las consideraciones ad hominem, retóricas o de naturaleza práctica, se quisieron tomar argumentos doctrinales, formando así una verdadera y propia nouvelle théologie sobre la Iglesia y el Papado, con toda una serie de bizantinismos sobre el magisterio ordinario y extraordinario, sobre la naturaleza de un concilio ecuménico, sobre la validez de la promulgación de un rito y, más recientemente, sobre la infalibilidad de las canonizaciones. En particular fue introducido el concepto de que el magisterio del Papa es tal solamente si es conforme a la Tradición, negando que el Papa sea la regla próxima de nuestra fe e intérprete auténtico de la Tradición. Así entonces se invocaron los presuntos “errores” de los Papas del pasado en materia de Fe, pasando del campo de la enseñanza dogmática de los Papas al de las decisiones diplomáticas o políticas realizadas por la Sede Apostólica. Está cada vez más difundido y enraizado en los ambientes de la FSSPX, sobre todo entre el clero y los fieles más jóvenes, un modo de pensar según el cual los Papas también se habrían equivocado en el pasado; nada de extraño entonces que también se equivoquen hoy. Se vuelve así normal atribuir a la Iglesia, Esposa de Cristo, Madre y Maestra de todos los fieles, la promulgación de una Misa nociva para la Fe o sacramentos francamente inválidos (como el nuevo rito de la Confirmación). Comprobados estos límites de “Roma”, en los prioratos de la FSSPX se enseña que no es importante saber si hay o no un Papa al cual someterse (“cuando estemos ante San Pedro no se preguntará si J. P. II es o no es Papa”: los cismáticos orientales estarían contentos con esta especie de revelación privada); pero sí saber que hay obispos (obviamente de la FSSPX, únicos depositarios de los carismas de Mons. Lefebvre) capaces de discernir entre lo bueno y lo malo que la Iglesia daría hoy a sus hijos. En esta óptica, se pone en guardia de quien ama demasiado a los Papas (“No hay que exagerar el culto debido a Roma, al papa...”, escribe el Padre Michel Simoulin en el opúsculo “1988: el cisma inhallable”), de quien exagera la infalibilidad pontificia (argumento frecuentemente utilizado por la revista sí sí, no no); en suma, de quien está embebido de “papolatría” (neologismo de moda en Ecône), un error que estaría presente sobre todo en los pueblos de más profunda tradición católica, que son acusados de ser demasiado... ¡católicos! La consecuencia más nefasta de este amor exagerado por el Papado sería obviamente el sedevacantismo, o conjunto de aquellos individuos que debiendo escoger en algunos puntos capitales de la Fe Católica entre la enseñanza de la Iglesia y la de la FSSPX, prefirieron la primera a la segunda. Como se ha hecho notar en otras ocasiones, la FSSPX termina por enseñar el mismo error de los modernistas sobre la presunta falibilidad de los Papas, con la diferencia de que los modernistas la atribuyen a los Papas del pasado (con los consiguientes mea culpa de J. P. II); en cambio, la FSSPX la aplica sobre todo (pero como hemos visto, no solo) a quienes considera como Papas en la reciente historia de la Iglesia (en espera de un futuro mea culpa reparador). Son fruto de este pensamiento las declaraciones sobre el Papa anticristo, sobre el Papa que debe convertirse a la Fe, sobre el Papa enemigo de la Iglesia, afirmaciones que serían normales en labios de un luterano o de un cismático griego, pero no en los de un católico. Es elocuente, a este respecto, la desenvoltura manifestada en una famosa viñeta, ideada personalmente por Mons. Lefebvre, que representa a un demonio que se presenta silbándole a J. P. II e invitándolo a seguirlo al infierno. La situación se ha vuelto grotesca. De hecho, J. P. II sería verdadero Papa, luego verdadero sucesor de San Pedro, verdadero Vicario de Cristo en la tierra, verdadero depositario del poder petrino, pero al mismo tiempo se equivocaría cuando enseña doctrina, cuando escribe encíclicas, cuando celebra cotidianamente la Misa, cuando promulga una ley universal como el nuevo derecho canónico, cuando excomulga a obispos consagrados contra su voluntad, cuando canoniza santos, cuando no permite la celebración de la Misa de San Pío V... Pero es Papa... y quien lo niegue es enemigo de la Iglesia y (¿sobre todo?) de la FSSPX. A la luz de la nouvelle théologie de la FSSPX se vuelve entonces normalísimo escandalizarse si un obispo como Mons. Rifán pretende someterse a aquel que, como la FSSPX, considera como Vicario de Cristo, prefiriendo estar en comunión con J. P. II más que con Mons. Fellay. También es escandaloso, siempre en esta óptica, si Mons. Rifán asiste al rito que es celebrado cada día por J. P. II, cuyo nombre es mientras tanto citado cotidianamente en las Misas celebradas por miembros de la FSSPX. Este es el juego acostumbrado: hay que estar en comunión con J. P. II, pero sin estarle sometido, sin su enseñanza, sin su Misa... Es decir, pretender ser católico prescindiendo de la persona que se reconoce depositaria del Poder de las Llaves. De la rodilla al brazo... Obviamente, advirtiendo sobre los errores de la FSSPX, no deseo justificar la posición de Mons. Rifán y de sus compañeros de Campos. Desgraciadamente, ellos representan la enésima costilla del movimiento lefebvrista que acepta los errores del Concilio y la nueva misa, siguiendo un itinerario que algunos consideran el único practicable para volver a una situación eclesial normal: de la “Pequeña Iglesia” tradicionalista a la “Gran Iglesia” de J. P. II [4]. De hecho, el problema de la defección ha golpeado a la FSSPX desde el comienzo. Desde 1970 a hoy, una larga serie de clérigos (durante el seminario o en el ministerio sacerdotal), después del entusiasmo inicial (que tiende a sustituir el razonamiento con la emotividad), han vuelto a hallarse ineluctablemente frente al problema de conciencia de la obediencia a la autoridad del Papa. Para separarse de la insostenible doctrina “del Papa que yerra” y “de la Iglesia que enseña el error”, han elegido entre las únicas dos posiciones posibles: o la Sede vacante, o el modernismo; tertium non datur [5]. A pesar de estos repetidos abandonos, la FSSPX reúne todavía un buen número de sacerdotes. Sobre el problema de la autoridad suprema de la Iglesia, fundamental para un católico, sería auspiciable una discusión con estos ex-colegas. Es de lamentar, en este sentido, el silencio total [6]. Mi deseo personal es que el presente artículo (que ha seguido a numerosas intervenciones aparecidas en esta revista, y en otras publicaciones por parte de ex-miembros de la FSSPX) les pueda ayudar a reflexionar sobre la cuestión. Y este deseo se refiere a la pregunta puesta al inicio del artículo: ¿cómo puede pretender un obispo ser católico si desobedece habitualmente a quien reconoce como Papa? ¿Cómo se puede condenar a un obispo que entiende someterse a quien considera como Vicario de Cristo? Los argumentos de la FSSPX, como la mentira, tienen las patas cortas, por lo cual Mons. Rifán puede fácilmente echar en cara a sus ex-amigos de la FSSPX, una tendencia cismática. Ahora que, en nombre del pluralismo ecuménico fue aceptado por J. P. II, Mons. Rifán catequiza a la FSSPX según la más tradicional doctrina católica [7]. Lástima, para él y para nosotros, que quien ocupa el trono de Pedro no sea formalmente Papa y haya demostrado estar entre los más encarnizados demoledores de la Tradición dogmática, litúrgica y disciplinaria de la Iglesia. Mons. Rifán ahora quiere pasar por un fidelísimo soldado de la Guardia Suiza, pero en realidad ha ido a engrosar las filas de quienes prosiguen el nuevo saqueo de Roma iniciado en el Concilio. Llamado a los sacerdotes de la FSSPX Me dirijo ahora a los ex-colegas de la FSSPX, que ciertamente ejercen con celo el ministerio sacerdotal, en medio de muchas dificultades e incomprensiones. Han consagrado al Señor la vida, respondiendo con generosidad a Su llamada. Decidir realizar la vocación sacerdotal en la FSSPX ha representado, en muchos casos, una decisión valiente. Pero la desobediencia habitual a quien se considera verdadero Papa no es mayor valentía, sino locura, ya que es loco querer basar la resistencia a los errores del neomodernismo abrazando el error del galicanismo, como si fuera lícito enfrentar un mal utilizando otro mal. No se puede relativizar el Magisterio de la Iglesia sobre la cuestión de la autoridad suprema. Sin embargo, en los ámbitos de la FSSPX, el temor de alejarse de la línea del fundador es mayor que el de alejarse de la enseñanza de los Papas y de los Concilios. Contra los modernistas se derrochan las citas contenidas en el Denzinger, pero los artículos del mismo volumen relativos a la sumisión al Papa son recibidos con una sonrisa o con una palmada, como si fuesen partes facultativas de la doctrina. El problema es ése mismo: en la FSSPX se corre el peligro de no percibir más la gravedad que representa la desobediencia habitual a la enseñanza de la Iglesia; desobediencia, en este caso, no a Pablo VI o a J. P. II, sino a la enseñanza de Bonifacio VIII o de Pío IX. Probablemente no son pocos quienes se plantean el problema, pero son detenidos por el condicionamiento ejercido en el interior de la FSSPX. En un ambiente cada vez más cerrado es más fácil consolidar aparentes certezas por el mismo hecho de ser repetidas por todos los que están en el mismo ambiente. Para muchos colegas el pensamiento de salir de la FSSPX es semejante al que tenían los antiguos de cruzar las columnas de Hércules: incógnitas, peligros, tristes presagios... El incesante martilleo da sus frutos y a fuerza de oír afirmar que quien deja la FSSPX no tiene apostolado, no tiene fieles, no tiene ayuda material, no tiene futuro, se es llevado a creerlo verdaderamente. Prescindiendo del hecho de que estos temores son infundados, de cualquier modo es gravísimo valorar una elección religiosa en función de las ventajas que puede ocasionar, subordinado así la profesión de la Fe a las contingencias humanas. También hay que agregar que a menudo se reduce intencionalmente la posición de la Sede vacante a algún personaje “folklórico” o poco equilibrado presente en los ambientes sedevacantistas, como buscando un pretexto para evitar examinar seriamente el problema de la autoridad suprema (además, esta tipología humana está presente, abundantemente, en todos los ambientes, también en los de la FSSPX). Pero el aspecto principal al que apunta el dedo de la FSSPX es el hecho mismo de pretender existir fuera de ella. De hecho la FSSPX entiende ejercitar el monopolio en los ambientes tradicionalistas: para los discípulos de Mons. Lefebvre es inconcebible la existencia de un sacerdote o directamente de un grupo de sacerdotes desvinculados del control de la FSSPX y de la autoridad del Superior general. Aún recientemente, Mons. Fellay ha notificado a un ex-sacerdote de la FSSPX que no podía celebrar la Misa porque, no perteneciendo más a la FSSPX, se hallaría en una situación canónica irregular; ¡como si la FSSPX (suprimida por los mismos modernistas que algunos años antes la habían aprobado ad experimentum) estuviese en regla con las leyes de J. P. II! Por eso, Mons. Rifán fue atacado por la FSSPX por dos motivos distintos: por un lado, porque concluyó un acuerdo con los modernistas, y por otro porque se separó de la FSSPX. Ahora bien, considerando que la posibilidad de un acuerdo con J. P. II no se excluye a priori, se podría concluir que para la FSSPX (al menos para su vértice) el mayor mal es separarse de ella. La FSSPX cree ser garante de la ortodoxia; al separarse de la FSSPX uno se separaría entonces de la ortodoxia. Pero solamente quien no puede errar puede ser garante de la ortodoxia. Y, en efecto, la FSSPX de hecho atribuye a Mons. Lefebvre y a sus sucesores una forma extraordinaria de momentánea infalibilidad. Y en este punto, prescindiendo de la admiración y el afecto que se puede alimentar por Mons. Lefebvre, la conciencia de un católico no puede estar de acuerdo; ya que se sale del campo de la Iglesia y se cae en el de los grupos sectarios [8]. Conclusión Para concluir quiero parafrasear aquello que escribieran los cardenales Ottaviani y Bacci a propósito de la nueva misa, cuando firmaron el Breve Examen Crítico escrito por el Padre Guérard. Muchos tradicionalistas, justamente, consideran que una parte considerable del clero de los años ‘60 y ‘70 antepuso a la defensa cristalina de la Fe, intereses personales, temores de orden económico, respetos humanos, presiones familiares, etc. Me permito afirmar que hoy se puede formular el mismo juicio contra quienes basan el rechazo al concilio y a la nueva misa en errores antipapistas y antiromanos condenados por el Magisterio. Y entonces: La afirmación según la cual un Papa puede errar en la enseñanza de la doctrina, representa un alejamiento impresionante de la teología católica del Papado... Las razones pastorales aducidas para justificar tan grave ruptura, aún si tuvieran derecho de subsistir frente a razones doctrinales, no parecen suficientes... Esta posición no expresa más la Fe de Trento... Fe a la cual, no obstante, la conciencia católica está ligada para la eternidad. El verdadero católico es puesto entonces ante una trágica necesidad de opción. Que la Virgen del Buen Consejo ilumine las mentes de todos los sacerdotes y les indique la recta vía a seguir, a resguardo de todo género de error y de desviación, en el amor cada vez más profundo por la Iglesia y por el Dulce Cristo en la tierra. |
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