CARTA PASTORAL SOBRE LA MISA*
de S. E. R. Mons. Antonio de Castro Mayer,
Obispo de Campos
Te per orbe terrarum Sancta confitetur Ecclesia. A Ti por el orbe de la tierra te alaba la Santa Iglesia. Por estas palabras del himno de acción de gracias proclamamos la misión de la Iglesia: Confesar por todas partes la Trinidad Santísima, manifestar, hacer conocer la soberanía inefable y la misericordia infinita del "SEÑOR DE LOS EJÉRCITOS" (Isaías 6.3). Al cumplimiento de esta Misa tiende toda la actividad de la Iglesia, plegarias, oraciones, buenas obras, y mismo su unidad orgánica, su estructura monárquica con una jerarquía sagrada gobernando y santificando al pueblo fiel, todo tiende a la gloria de Dios Padre y a la santificación siempre mayor de los hombres que es como las criaturas racionales dan gloria al Altísimo. Síntesis que resume la misión de la Iglesia y fuente de donde emana su energía santificadora, es el Santo Sacrificio de la Misa. En él, la Iglesia adora la Majestad insondable de Dios; en él, presenta a la Bondad Divina su acción de gracias por los beneficios de su misericordia; en él satisface la justicia de Dios irritada por los pecados del mundo y lo forma propicio hacia el género humano. De la Santa Misa, en fin nacen todas las gracias que facultan a los hombres la práctica de las virtudes y la Santificación del estado de vida que escogen, o en el cual la Providencia los colocó. Se comprende la razón por la que Pío XII declaró al Santo Sacrificio de la Misa centro de la Religión Cristiana (cf Encíclica "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, pág. 547) y también, especialmente, el Misterio de la Fe "Mysterium Fidei". De aquí, amados hijos, vemos la gran importancia que tiene el tener concepto exacto de la Santa Misa. De otro modo no podréis ordenaros rectamente respecto al culto divino y disponer toda vuestra existencia "En loor de Gloria" del Padre Celestial (cf. Eph. 1, 12) como conviene a personas santificadas por el Bautismo. De donde cumplimos un deber pastoral al avivar nuestra fe en el Augusto Misterio del Altar recordando sucintamente la doctrina tradicional al respecto. Esencia del Sacrificio de la Misa El Sacrificio de la Misa consiste, pues, en la oblación del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo presente sobre el altar bajo las especies o apariencias de pan y vino. La esencia de ese Sacrificio está en la consagración de las dos especies, esto es, del pan y del vino separadamente; pues así la consagración representa y místicamente repite la muerte de Jesucristo operada en el Sacrificio de la Cruz. De ahí se ve que el Sacrificio de la Misa tiene una relación esencial con el Sacrificio de la Cruz cuya virtud saludable (o salvífica) (salvadora) se aplica a los hombres. Sin el Sacrificio de la Cruz la Misa sería incomprensible. Representaría algo inexistente. Y por tanto, de su relación con el Sacrificio del Calvario le viene su excelencia y eficacia. De hecho, sustancialmente no hay distinción entre un Sacrificio y otro. La Víctima es la misma, Jesús en su adorable Humanidad. El Sacerdote que ofrece, igualmente es el mismo Jesucristo en la Cruz, Él personalmente en la Misa, Él también, pero sirviéndose del ministerio del Sacerdote Jerárquico que le presta sus labios y sus manos para renovar la oblación de la Cruz. La diferencia está en la manera de la oblación que en la Cruz es con derramiento de Sangre, y en la Misa incruenta. La Comunión, parte integrante del Sacrificio Como en todo Sacrificio aún no eucarístico la hostia ordénase a ser consumida por parte del Sacerdote y de los fieles. Acto que simboliza la amistad entre Dios y los hombres, amistad y unión que en el Sacrificio del Altar no es sólo un símbolo sino una realidad. De hecho mediante la Comunión hay una unión real entre Dios y el hombre, puesto que en la Comunión, Jesús, la Hostia de nuestros Altares se vuelve alimento de nuestras almas. La importancia de la Comunión en la Misa es tan grande, que muchos la juzgan esencial al Sacrificio Eucarístico. La manera de expresar, sin embargo, del Concilio de Trento (Sess. XXII c. 6) deja entender que la Comunión pertenece a la integridad, no a la esencia del Sacrificio del Altar. Integridad que se obtiene con la Comunión del Celebrante, más no exige la de los fieles, aunque ésta sea muy recomendable. Pío XII, en Mediator Dei, es más explícito. "Se apartan de la verdad aquellos que capciosamente afirman que en el Sacrificio de la Misa se habla, no sólo de un sacrificio sino de un sacrificio y de un banquete de confraternización" (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, pág. 563) y poco más adelante: "El Sacrificio Eucarístico por su naturaleza, es la inmolación incruenta de la Víctima divina, inmolación que está místicamente manifestada por la separación de las sagradas especies y su inmolación hecha al Eterno Padre. La Sagrada Comunión pertenece a la integridad del Sacrificio y a la participación en el; y siendo absolutamente necesaria por parte del ministro sagrado, por parte de los fieles es solamente muy recomendable" (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, p. 563). Las Misas, pues, celebradas privadamente sin participación de los fieles no pierden el carácter de culto público y social, puesto que en ellas el Sacerdote actúa como representante de Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico que se ofrece al Eterno Padre en nombre de toda la Iglesia. Las herejías que atacan la Misa Pasamos así a considerar el aspecto social del Sacrificio de la Misa. Pero antes hemos de alertar a nuestros amados hijos contra los errores de la herejía protestante y que, hoy día, insidiosamente se infiltran en medios católicos con gran perjuicio para las almas. De hecho, como enseña Pío XII, la pureza de la Fe y de la Moral deben brillar como características del Culto litúrgico, ya que es la Fe la que ha de determinar la forma de súplica "lex credendi legem Statuat suplicandi" (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, pág. 524 y 541). Así yerran los que consideran la Misa mera asamblea de los fieles para el culto divino, en la cual se hace una simple conmemoración de la Pasión y muerte de Jesucristo o sea del Sacrificio ahora efectuado en el Calvario. Incurren igualmente en herejía los que aceptan la Misa como Sacrificio de alabanza y Acción de Gracias, mas le niegan cualquier carácter propiciatorio en favor de los hombres o los que fingen ignorar las relaciones esenciales que tiene la Misa con respecto a la Cruz y pretenden que aquello venga a ser una ofensa para ésta. Del mismo modo se apartan de la doctrina católica los que consideran la Misa, principalmente, un banquete del Cuerpo de Cristo. Todas estas opiniones heréticas extenúan la verdad revelada, entibian los corazones, e impiden el florecimiento de una caridad ardiente cuya viva llama alimenta las renovaciones del acto inefable del amor de Jesucristo inmolado por nosotros, su presencia real sobre el altar y la posesión serena de la verdad. El sacerdocio jerárquico y la Misa Cuando decimos que la Misa es el Sacrificio de toda la Iglesia afirmamos que todos los fieles deben tomar parte en ella; no queremos con todo significar que el Sacrificio de la Misa sea obra de todos los miembros de la Iglesia, por cuanto en la sociedad sobrenatural creada por Nuestro Señor Jesucristo solamente los sacerdotes son los sacrificadores, solamente ellos pueden realizar el Sacrificio de la Misa. "Sólo a los Apóstoles (dice Pío XII) y a aquellos que de ellos o sus sucesores recibieran la imposición de manos, es conferido el poder Sacerdotal por cuya virtud así como representan delante del pueblo que les fue confiado, la Persona de Cristo, así también representan ese mismo pueblo delante de Dios". (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, pág. 538). Y en otro lugar: "La inmolación incruenta, por medio de la cual, después de pronunciadas las palabras de la Consagración, Jesucristo se torna presente en el Altar en estado de Víctima, es llevado a cabo por el Sacerdote solamente como representante de la Persona de Cristo y no en cuanto representante de la persona de los fieles" (A. A. S., vol. 39, p. 555). Santo Tomás de Aquino aclara este punto con una de sus magistrales distinciones: A la objeción de que una Misa de un Sacerdote hereje, cismático o excomulgado es válida y no obstante es celebrada por una persona que está fuera de la Iglesia, y por eso mismo incapaz de actuar en su nombre, responde el Doctor Angélico que el Sacerdote en la Misa habla en nombre de la Iglesia a cuya unidad pertenece, en las oraciones. Más en la consagración del Sacramento habla en nombre de Cristo cuya vicegerencia obtiene por el Sacramento del Orden. Ora, continúa el Santo, el carácter sacramental, el Sacerdote no lo pierde aún cuando apostate de la verdadera Fe. Su sacrificio es válido; sus oraciones podrán no tener la eficacia que les daría el Cuerpo Místico en caso de orar en nombre de la Iglesia (Summa Theol. q. 82 a 7 ad. 3). No obstante en el acto sublime y singular de la oblación sacrificial, el pueblo tiene su participación con su voto, con su aprobación, como dice Inocencio III: "Lo que en particular se cumple por el ministerio de los Sacerdotes, universalmente es cumplido por el voto asentimiento de los fieles" (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, pág. 554). De donde el hecho de participar en el Sacrificio Eucarístico no confiere a los fieles ningún poder Sacerdotal. Pío XII declara que es muy necesario explicar bien esto al pueblo (cf. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 38, p. 553). Y la razón es que aún ahora serpean en medio de los fieles tendencias inspiradas en la herejía de los protestantes, los cuales por sus tendencias igualitarías recusan toda jerarquía en la Iglesia y extienden a todo el pueblo el privilegio del Sacerdocio. "Efectivamente -dice el Papa- no falta quien en nuestros días aproximándose a errores ya condenados (cf. Conc. Trento, Sess. XIII, c. 4) enseña que en el Nuevo Testamento no hay más que un sólo Sacerdocio pasado a todos los bautizados y que el precepto dado por Jesús a los Apóstoles en la Ultima Cena de hacer lo que Él hizo, se refiere directamente a la Iglesia o Asamblea de fieles y sólo posteriormente de ahí nació el sacerdocio jerárquico" (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, p. 552). Estamos, amados hijos, delante de un error pernicioso que una vez triunfante arrasaría por la base todo el edificio de la Iglesia Católica. Conviene por eso que insistamos sobre este punto. El sacerdocio y la Sagrada Eucaristía Además en la Iglesia hay una razón especial que justifica la intervención del sacerdocio jerárquico en los actos del culto divino y es que el centro al cual converge el culto católico es la fuente de donde dimana la vitalidad de la Iglesia, como hemos dicho, es la Santísima Eucaristía, Sacrificio que renueva la oblación reparadora del Hijo de Dios y Sacramento que los contiene real y verdaderamente como está en el Cielo. ¿Si en el Antiguo Testamento, el Arca de la Alianza, mera figura de las realidades futuras. exigía manos santificadas para tocarla, qué diremos de la Santísima Eucaristía? Con razón Santo Tomás considera el sacerdocio por el Sacramento del Altar, de manera que jerarquiza los varios grados del Sacramento del Orden, según la mayor aproximación al Misterio del Altar. Por eso mismo la Sagrada Eucaristía, normalmente sólo debe ser dada por manos sacerdotales (Summa Theol. supo q 37 a 2 y 4; q 38 a 3). En el mismo orden de pensamiento, el Concilio Tridentino declara que la costumbre de recibir los laicos la Sagrada Eucaristía de las manos de los Sacerdotes procede de tradición apostólica y debe ser conservada (Sess. 13, c. 8). Después de la explicación de Santo Tomás concluimos con evidencia que en la Misa están: la consagración que el sacerdote realiza como representante de Cristo y están las preces sacerdotales, especialmente las del canon que recita sólo pero como representante de la Iglesia, de los fieles. De manera que en el acto Sacrificial de la Misa, los fieles no toman parte. Es efectuado sólo por el sacerdote que en el momento representa la persona de Cristo. Y para ser capaz de ese acto recibió el sacerdote la misión sagrada en el Sacramento del Orden. y de hecho la Iglesia es por institución divina una sociedad jerárquica que no puede ser concebida a la manera de las democracias regidas por el sufragio universal donde los gobiernos electos por el pueblo son mandados por la comunidad (Enc. "Mediator Dei", A. A. S., vol. 39, p. 538; San Pío X, Enc. Vehementer). Ornamentos, lengua, ceremonias Todo lo que antecede está íntimamente ligado al empleo de una lengua no vulgar, para el culto, así como vestiduras especiales y ritos simbólicos privativos del celebrante. La razón es que los actos del culto divino deben manifestar en los gestos y en las palabras de que constan, la excelencia singular de Dios, el misterio de su naturaleza omniperfecta. y el hecho de exigir una persona sagrada, retirada del medio del pueblo (mundo) para dedicarse exclusivamente al servicio divino, de rodearse de circunstancias que claramente indican que se trata de un acto enteramente diferente de aquellos propios de la vida cotidiana, con lengua y trajes especiales, eleva a las almas a la consideración de que Dios Altísimo no puede confundirse con las creaturas por más elevadas que sean. Que no se diga que la Encarnación del Verbo aproxima al hombre a la divinidad. Es evidente que la encarnación muestra la bondad misteriosa e inefable de Dios que asoció la naturaleza humana a su vida tributaria. No se piense que semejante misericordia haya disminuido la majestad infinita o haya dispensado a los hombres del reconocimiento de la Soberanía Absoluta que el Altísimo mantiene sobre todas las creaturas y el misterio que envuelve su naturaleza y que los hombres reconocen a través de los actos del culto. Tales consideraciones, que se fundan en el orden natural de las cosas, tanto que se verifican aún en los cultos supersticiosos, fueron reconocidas por la Iglesia desde los tiempos apostólicos y es lo que declara el Concilio Tridentino al mantener los ritos, las ceremonias y los ornamentos usuales en la celebración de la Santa Misa. Y también al prohibir la lengua vulgar en el Sacrificio Eucarístico (Sess. 22 c. 5 y 8). Con idéntico pensamiento el Concilio Vaticano II manda que los curas de alma enseñen al pueblo a responder y decir en latín las partes del Ordinario de la Misa que le compete (Sacrosantum Concilium, inc. 54).
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