Reproducimos a continuación un extracto de un documento de Mons. de Castro Mayer Sabemos, amados Sacerdotes que, en el Santísimo Sacramento del Altar, está real, verdadera y sustancialmente presente el mis- mo Jesucristo, Dios y Hombre, nuestro adorable Salvador, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esta nuestra ptrofesión de fe, se hace con la inteligencia y con los labios, mas de manera más viva y habitual, a través de nuestro proceder ante el Santí- simo Sacramento, especialmente en el momento de la Comunión. En la Iglesia Latina, la fe viva en la Presencia Real se sos tenta mediante la genuflexión y la postura genuflexa, cuando se pasa en frente o se está en presencia de la Santa Hostia Consa grada, solemnemente expuesta o en reserva en el Sagrario. Se mejante actitud está basada en la Sagrada Escritura. En ella vemos que, de hecho, tal actitud es, en el fiel, señal de adoración. Así, son alabados los millares de judíos "que no doblaron su ro dilla ante Baal" (Rom. 11-14); y a respecto del Dios verdadero dice el Señor en Isaías que "a El se doblará toda rodilla" (45, 23; cf. Rom., 14, 11). Más directamente a Jesucristo, declara el Após tol, que a su nombre "se dobla toda rodilla, en el Cielo, en la tierra y en los infiernos" (Fil. 2, 10). Por otro lado era la ma- nera en que exteriorizaban su fe en el Salvador aquellos que le pedían algún beneficio (cf. Mat. 17, 14,. Marc. 1). Se fija así en una Tradición Apostólica, el hábito de mani festar mediante una genuflexión y la postura de rodillas, nuestra fe viva en la Divinidad de Jesucristo, sustancialmente presente en el altar. Es por eso que el fiel recibe la comunión de rodillas. No lo hace el sacerdote en la Misa, porque él representa allí la persona de Jesucristo: "Agit in persona Christi", hace las veces de Cristo como sacrificador, oficio que de ninguna manera com pete al fiel. Fuera de la Misa, también el sacerdote comulga de rodillas. No solamente porque es una costumbre inmemorial, con base en la Biblia Sagrada, sino también por la misma naturaleza del acto, la genuflexión nos compenetra de humildad, nos lleva a re conocer nuestra pequeñez de creaturas ante la trascendencia ine- fable de Dios y, más aún, nuestra condición de pecadores que s6lo por la mortificación y por la gracia, llegaremos a dominar nuestro orgullo y demás pasiones y a vivir como verdaderos hijos adop tivos de Dios, redimidos por la Sangre Preciosísima de Jesucristo. De donde la sustitución de semejante costumbre por otra, sólo podría justificarse en caso de una excelencia superior tan grande que compensase también el mal que hay en toda mudanza. Como enseña Santo Tomás de Aquino (1.2. q. 97, a. 2) con relación a los hábitos que dan vida a las leyes. Ahora bien, el nuevo modo de comulgar no ofrece la exce lencia que su introducción exige. De hecho, comulgar de pie es algo que no presenta a su favor textos de la Sagrada Escritura, no tiene las ventajas espirituales que la postura de rodillas trae consigo, como observamos arriba, y tiene los inconvenientes de toda mudanza, que relaja en vez de enfervorizar a los fieles. Por eso, se debe conservar el hábito de comulgar de rodillas y en el obispado, fue siempre y continúa siendo, determinación diocesana que todos deben seguir. Debido a ciertos abusos que se van generalizando, recorda mos, sobre el mismo asunto de la suma veneración que debemos a la Sagrada Eucaristía, el dispositivo del Concilio de Trento, que exige, para la lícita recepción de la Sagrada Comunión, el estado de gracia obtenido a través de la Confesión Sacramental. Aún sobre la recepción de la Sagrada Comunión, manténgase la costumbre tradicional que manda a las señoras y jóvenes, que se presenten con la cabeza cubierta. Otro hábito inmemorial fundado en la Sagrada Escritura (cf. 1 Coro 11, 5 Y ss.) que no debe ser modificado. San Pablo recuerda la veneración y el respeto a los Angeles presentes en la iglesia, que las señoras manifiestan con el uso del velo. Nada más bello, más ordenado, más encan- tador, que la mujer cristiana que reconoce la jerarquía establecida por Dios y que manifiesta externamente su adhesión amorosa a semejante disposición de la Providencia. En el mismo orden de ideas, recordamos a nuestros queridos Sacerdotes que deben empeñarse a fondo para conservar en los fieles el amor a la modestia y al recato, que los torna menos in- dignos de recibir los Santos Sacramentos. No olvidemos que, si la sociedad se paganiza, si ella huye de la mentalidad cristiana, como ésta se define en las máximas evangélicas, no lo hace sin la connivencia y la cooperación de las familias católicas, y por tanto, en gran parte por nuestra culpa, nuestra, de nosotros Sacerdotes. O por comodismo, que crea en nosotros aversión por el ejercicio de nuestro papel de orientado- res del pueblo fiel, o quizá, ioh dolor!, por condescendencia con la sensualidad reinante, somos remisos en declarar, sin embozos, que las modas de hoy desentonan gravemente con la virtud cris- tiana, y somos aún más remisos de usar de la firmeza apostólica, aunque sea suavemente ejercida, para apartar de los Sacramentos la atmósfera sensual actualmente introducida en la sociedad por las vestimentas femeninas. Carísimos Sacerdotes. El celo por la Casa de Dios, tanto como la caridad para con el prójimo piden, en los tiempos actuales, una mayor atención para con la manera de vestir de los fieles que son y quieren vivir cristianamente. La Sagrada Escritura recuerda que "los vestidos del cuerpo, la risa de los dientes y la manera de andar de un hombre lo dan a conocer" (Ecl. 19, 27). Y Pio XII comenta: "La sociedad, por así decir, habla con la ropa que viste; con la ropa revela sus secretas aspiraciones, y de ella se sirve, al menos en parte, para construir o destruir su pro- pio futuro" ("Discursos y Radiomensajes", vol. 19, p. 578). Innúmeras mudanzas, que se presentan como otras etapas del "aggiornamento", sólo tienden a favorecer las comodidades de la naturaleza humana decaída y a disminuir el fervor de la caridad para con Dios. Bajo el título de dignidad humana, reducen el lugar debido a Dios en la vida del hombre, cuya autonomía es lisonjeada de todas las maneras. Semejante "aggiornamento", no se inserta dentro de la saludable Tradición católica. En él, el lu gar de la mortificación, de la renuncia, es 'más el de una concesión, a la que, dolorosamente, no se puede huir, de que el de una exi- gencia positiva como lo enseña el dogma del pecado original, pun to básico de la Economía de la Redención, a cuya amorosa adhe- sión se ha de conformar la vida cristiana, la cual pondrá su ale- gría en la austeridad y la penitencia con las que el hombre se prepara a la visión beatífica en el seno de Dios. Por otro lado, el "aggiornamento" de que hablamos, pierde de vista la bienaventuranza futura, para pasar a cuidar del con fort, de la felicidad aquí en la tierra, como si el hombre tuviese aquí su morada permanente. Carísimos Sacerdotes. Confiamos en que recibiréis, todos y cada uno de vosotros, estas Nuestras palabras, como un apelo de Padre espiritual, angustiado por el ambiente que en la sociedad, se hace hacer cada vez menos sagrado, cada vez más sensual y pagano. Angustiado, y soberanamente interesado por Vuestra pro pia santificación, de la cual resultará beneficio para los fieles y el pueblo, en cuyo medio vivís y ejercéis vuestro ministerio. Campos, 21 de noviembre de 1970,
fiesta de la Presentación Siervo en Jesucristo. |