¿POR QUÉ CAMBIARON LA MISA?
HACIA LA RELIGIÓN ÚNICA
Por MAURO CIOTOLA  

(Del Vol. XIII, N_ 6, 1991, pp. 19-26)    

   Después de ser denunciado como masón el Arzobispo Annibale Bugnini del Concilio sobre la Liturgia, es obvio que (su presencia) llegó a ser desconcertante en el Vaticano, y se destinó convenientemente a Irán como Nuncio Apostólico. Como dice el antiguo refrán: "¡Ojos que no ven, corazón que no siente!" Y en cuanto concierne al Concilio mismo, sí que es interesante notar que entre el equipo de consejeros había seis teólogos y líderes de Iglesias protestantes, cinco de los cuales se pueden ver en una fotografía oficial con Pablo VI son: los doctores George, Shephard, Konneth y Smith, y el hermano Thurian, quienes representaban el Concilio Mundial de Iglesias, la Iglesia Luterano, la Iglesia Anglicana, y la Comunidad Protestante de Taize. Según el R. P. Rembert Weakland, arzobispo conciliar de Milwaukee (EE.UU.), dichos teólogos protestantes jugaron un papel activo en la creación de la misa nueva para la Iglesia pos-vaticano II.  

   Muy ciertamente estos protestantes, cuya ayuda se pidió para formar la liturgia nueva, lejos de ser defensores del santo sacrificio de la misa, eran promotores del ecumenismo falso, de la justificación por la fe únicamente, y del subjetivismo religioso --un sistema de pensamiento religioso en el que se basa todo el protestantismo. Es un sistema en donde la religión se basa, no sobre una "fe objetiva," sino sobre los sentimientos, emociones, encuentros, y experiencias, todos los cuales pasan por inspiraciones directas del "Espíritu Santo" sin cabida para la obediencia a ninguna autoridad de la enseñanza establecida divinamente ni para los misterios sobrenaturales.    

   No es de extrañar pues, que con esta ayuda protestante, Monseñor Bugnini compusiera un servicio que no ofendiera a aquellos que no creían en la verdadera presencia de Cristo, en la transubstanciación, ni en los poderes del sacerdocio católico.  ¿Y es de extrañar el por qué fue rechazado cuando en octubre del 1967 se lo propuso para ser evaluado por una Reunión del Sínodo Episcopal en el Vaticano? Sin embargo, en el número de mayo de 1970 de Notitiae, órgano para la Sagrada Congregación del Culto Divino, se afirma que, después de un examen de la Introducción al nuevo rito hecho en 1969, "los padres y especialistas del Concilio no encontraron en ella ningún error doctrinal, ni razón alguna para hacer ningún cambio." Y pues, ¿si fuéramos a pedirles a Lutero, a Calvino y a Zwinglio que pasasen juicio sobre sus propias obras, ¿habrían "encontrado en ellas algún error doctrinal, o razón alguna para hacer cambios?"  

LOS CAMBIOS SOCAVAN LA FE
POR SU COMPLICIDAD SUTIL  

   Al contrario de lo que se nos ha dicho, el Novus Ordo sí que introduce cambios que alteran la Fe de la Iglesia en cuanto a la  expresión de su culto, como veremos a continuación.  

   Lo que el Concilio llamaba "cambios insignificantes e inocuos" son a menudo muy sutiles en sus implicaciones. Normalmente no contradicen rotundamente las doctrinas de la Iglesia, ni niegan forzosamente y descaradamente sus enseñanzas tradicionales sobre la misa. Mas por la fuerza de mil implicaciones, corroen y corrompen la fe en la mente de la gente, casi como la lluvia ácida destruye un valioso edificio histórico despacio pero sin piedad.  

   Cuando se examina la misa nueva en su totalidad, las verdaderas intenciones de los autores y de los que la promueven se hacen clarísimas, pues todas las modificaciones e innovaciones convergen en un sólo fin. Estos cambios están perfectamente orquestados para efectuar un cambio importante en la parte esencial de la misa. Y que los cambios litúrgicos no toquen lo esencial de la misa, simplemente no es verdad, pues tomado en conjunto tienen como impacto deliberado la alteración de la fe en las mentes de los fieles, especialmente en los jóvenes--sus hijos y nietos--por el uso y la costumbre.  

   La primera innovación principal del Novus Ordo era sobre la lengua de la misa.  Hay muchos que están bajo la impresión falsa de que la diferencia principal entre los católicos tradicionales y los que siguen a Vaticano II es cuestión de gusto personal, estilo, preferencia, o aún simplemente cosa de idiomas: la lengua latina contra la lengua vernácula. Y estas personas suponen que el católico tradicional estaría satisfecho si la misa nueva se dijera en latín; así cualquier iniciativa por parte de la jerarquía de promover la lengua latina en la misa nueva les parece ser la solución.  Esto, sin embargo, no es así en absoluto. La misma misa nueva se publicó al principio y oficialmente en latín, pero aún así era perniciosa para la fe católica.  

   Que se establezca de una vez para siempre que el asunto principal de desacuerdo está en la misma forma y significado de la misa. ¡Para el católico tradicional, el Novus Ordo es funesto en cualquier lengua! Pero sí estamos de acuerdo--y los reformadores comprendieron esto bien--que ciertamente sería mucho más difícil adoctrinar una teología nueva en las mentes católicas si la liturgia fuera en latín. También sería difícil permitir las muchas variaciones estrafalarias en experimentos litúrgicos en las últimas tres décadas si la liturgia se hubiera adherido  al latín. El descarte del latín, por lo tanto, fue crítico para que los reformadores modernistas llevaran a cabo su propósito dual: (1) abrir la liturgia de par en par a toda clase de proyectos y temas, mientras a la vez (2) dar a su liturgia revisada el poder penetrante para infectar el pensamiento de los fieles con las nuevas nociones destructivas para las antiguas doctrinas.  

   Lutero, también, comprendió la importancia de la lengua litúrgica. Una lengua litúrgica era un eslabón permanente con el pasado. Para poder meter sus ideas en el pensamiento de los alemanes, tenía que romper aquel eslabón. Pero, "¿cuánto comprenderían estos campesinos de las revisiones si permanecieron en latín?"  Y así, lo primero que hizo fue redactar el nuevo culto en alemán.  

   El uso de la lengua vernácula no es una innovación "insignificante" o "inocua", ni mucho menos. El Papa Pío XII lo llama un asunto de importancia principal: "Hay que reprochar severamente la temeraria osadía de aquellos que de propósito introducen nuevas costumbres litúrgicas...  No sin gran dolor sabemos que esto sucede en cosas no sólo de poca, sino también de gravísima importancia; no falta, en efecto, quien usa la lengua vulgar en las celebraciones del Sacrificio Eucarístico... El empleo de la lengua latina, vigente en una gran parte de la Iglesia, es un claro y noble signo de la unidad y un efícaz antídoto contra toda corrupcion de la pudra doctrina." (de la Encíclica Mediator Dei)  

   El Concilio de Trento no pensaba que el uso de la lengua vernácula fuera inocuo tampoco, y hasta excomulgaron a cualquiera que promoviera la misa rezada exclusivamente en la lengua común: "Si alguien dice... que la misa debe celebrarse solamente en la lengua vernácula, sea anatema."  

   La cuestión debe quedar clara: la iglesia ha insistido en el latín como la lengua litúrgica durante 1.600 años por alguna razón. ¡Así que la eliminación del latín en la celebración de la misa es mucho más que un cambio menor o una alteración insignificante!  

EL LATÍN COMO SALVAGUARDA
CONTRA LA CORRUPCIÓN LITÚRGICA  

   El latín se llama "lengua muerta." En gramática esto significa que es un idioma "fijo" que no puede torcerse, falsificarse, o cambiar de significado. Una "lengua viva" puede crear significados nuevos y palabras nuevas. Como "lengua muerta," el latín es inmutable y no está sujeto al cambio; esto es la primera zona de defensa para el latín como lengua oficial de la Iglesia.  G. K. Chesterton lo expresó bien al decir: "La diferencia entre una lengua moderna y el latín no es la distinción entre una lengua viva y otra muerta, sino la diferencia entre una lengua moribunda y otra inmortal."  

   El Papa Pío XI hasta fue tan lejos como para decir que la lengua latina es una parte de la vida de la Iglesia tal que comparte, en algún sentido, las cuatro marcas que la identifica como la verdadera Iglesia de Jesucristo. Los que se acuerdan de su catecismo, recuerdan que la verdadera Iglesia tiene cuatro características: es "una, santa, católica y apostólica."  Igual que la Iglesia es una en la fe siempre y por todas partes, también la lengua latina es una y la misma siempre y en todas partes.  Igual que la Iglesia es santa, también los escritos de tantos Padres santos y Doctores de la Iglesia han consagrado al latín, que ha servido durante siglos como vehículo digno para las verdades de la fe.  Igual que la Iglesia es católica, o sea universal, y que se destinó por el único Mediador entre Dios y el hombre para ser el único medio de salvación para la gente de todas las razas de la humanidad, así el latín también es una herencia común que rebasa las culturas modernas sectarias--es patrimonio del mundo sin distinción de cultura o raza.  Y por fin, igual que la iglesia misma es de origen apostólico, también el latín fluye a través de las épocas desde aquellos tiempos apostólicos, aún desde la prisión Mamertina cerca del Foro Romano, de donde los santos Pedro y Pablo se condujeron un día al martirio glorioso para Cristo.  

   Ya que Jesucristo es inmutable, ya que Sus verdades son inmutables, ¿no es apropiado y correcto que la lengua oficial de Su Iglesia y la lengua de Su obra más sagrada, la misa, también sea inmutable? Pío XII la llamó "antídoto efectivo contra cualquier corrupción de la verdad doctrinal" debido a su inmutabilidad. Si la lengua no puede cambiar el significado de la misa, entonces las doctrinas contenidas en ella no se pueden cambiar ni descartarse en el nombre de "ponerse al día" o de llegar a ser "relevante al mundo moderno."  

   Pero hay más que alegar del latín en relación con la Iglesia. Durante 1.600 años llevaba el sacrificio de la misa, los sacramentos y el mensaje del cristianismo a todos los pueblos del mundo.  Por el uso de la lengua latina, los católicos en todo el mundo estaban unidos en "un solo Señor, un solo bautismo, una sola fe." Por su misma naturaleza, el latín es apropiadísimo para promover todas las formas de cultura entre las gentes.  No da lugar a celos, ni favorece nación alguna, sino se comunica a todos por igual e imparcialmente, y como ha afirmado Pío XI: "Pues la Iglesia, precisamente porque abraza todas las naciones y está destinada a durar hasta el fin del tiempo... por su misma naturaleza requiere una lengua que es universal, inmutable y no-vernácula."  

   El R.P. Oswald Baker observó que descartar el latín es lo mismo que "quitarle a la Iglesia el manto de reina y vestirla de mono."  

   La eliminación del latín de la misa es ciertamente una desviación muy profunda que desgarra el alma misma de la Iglesia. Esto abre la puerta al error doctrinal y a la devastación de la tradición. Es demasiado católico, demasiado tradicional, demasiado objetivo, demasiado solemne y demasiado decoroso para el pensamiento subjetivista que quiere moldear "la verdad" al capricho del momento. El latín coloca un velo decente y hermoso sobre lo que hace el sacerdote en el altar mientras reza a Dios. El latín promueve el "misterio" y para el pensamiento subjetivista, no hay sitio para misterios.  Con la eliminación del latín, la sensación sobrenatural de la misa desaparece y el humanismo puede colocarse en su sitio. 

LA NOCIÓN DEL HUMANISMO:
EL HOMBRE SE PERFECCIONA A SÍ MISMO  

   Al considerar lo que el "subjetivismo religioso" y el movimiento ecuménico promueven, no es difícil darse cuenta de que un resultado natural es la tendencia de exagerar los derechos y poderes de la naturaleza humana. Esto se denomina "el humanismo"--la creencia de que el hombre tiene el poder de perfeccionarse a sí mismo. Es un sistema de pensamiento en el cual se hace céntrico y dominante al hombre, sus intereses y desarrollo, inclinándose a exaltar al hombre hasta el punto de la divinidad.  

   Este sabor humanístico es muy destacado en toda la misa nueva. Todos estos "cambios insignificantes e inocuos" siguen una pauta clara hacia el humanismo y alejados de Dios, lejos de lo sobrenatural y dirigida a lo natural.  Se da énfasis a una "comida comunal," a un sacrificio meramente de alabanza y agradecimiento  antes que al aspecto realmente redentor y propiciatorio de la misa. El papel del sacerdote se disminuye a favor del de la asamblea, y una presencia "puramente espiritual de Cristo" se realiza por virtud de la congregación reunida allí en vez de la presencia real de Cristo efectuado por los poderes del sacerdote en la consagración.  

   Por ejemplo, la Misa Tridentina abre con las Oraciones al Pie del Altar, oraciones de preparación recitadas por el sacerdote como un acto personal de reconocimiento de que, a pesar de su indignidad, está a punto de acercarse a los santos misterios: "Introibo ad Altare Dei"--"Entraré al altar de Dios."  

   Inmediatamente, es a Dios vivo a quien se reconoce. Desde los mismos comienzos es a Dios vivo, objetivamente presente en el tabernáculo, a Quien se llama la atención inmediata, y es a Él a quien se Le da el sitio de honor. Se da énfasis especialmente a esta fe por el hecho de que el sacerdote da la con vistas al tabernáculo mientras reza en voz baja en la lengua sagrada de la iglesia, igual que Moisés conversaba con Dios en el monte fuera del alcance del oído de la gente, igual que Zacarías ofreció sus oraciones en el retiro del santísimo e igual que Cristo mismo, mientras pendía de la cruz, gritaba a Su Padre Celestial en una lengua no comprendida generalmente por aquéllos reunidos en el Calvario.  

   Pero el comienzo de una liturgia como ésta no puede tener ningún atractivo para la mente subjetivista, la cual no puede ver a Dios; no puede comprender el lenguaje; no puede oír lo que dice el sacerdote, y peor aún, el sacerdote le está dando la espalda.  Su presencia en la Iglesia no tiene nada que ver con lo que está pasando en el altar.  

   En el Novus Ordo, las Oraciones al Pie del Altar se han reemplazado con unas palabras acogedoras a los fieles: "La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros."  

   En este caso es fácil ver que se llama la atención inmediata no sobre Dios sino más bien sobre la asamblea de gente reunida allí con una bendición por su presencia.  

Un comienzo tal y como éste ciertamente atrae más a la mente egocéntrica del subjetivista; no hay ni mención ni siquiera una pista de la presencia objetiva de Dios, no hay misterio ni hay sugerencia alguna de la calidad sobrenatural de lo que va a ocurrir.  Ahora el sacerdote da la con vistas a los fieles, se dirige a ellos, y les habla en su propio idioma. Ellos son el centro de atención. Esta clase de comienzo atrae más a la mente subjetivista, no hay nada sobrenatural en él, sino está en el campo del "encuentro personal."  

   Desde el mismo principio del Novus Ordo, los católicos, especialmente los jóvenes, están disuadidos de la fe católica objetiva y conducidos más bien a una mentalidad subjetivista que contradice la enseñanza católica de "ex opere operato" (eso es, que la misa funciona por un poder desde su interior) y están expuestos a la doctrina de Lutero que los fieles han de comprender y participar si el culto ha de tener algún efecto o valor.  Un comienzo tal y como éste es bastante aceptable a los protestantes y no tienen escrúpulos en utilizarlo ellos mismos.  

EL HOMBRE, CRIATURA PECADORA,
SE ACERCA A DIOS, SU CREADOR   

   En la Misa Tridentina, mientras sigue al pie del altar y antes de acerarse al Sanctum Sanctorum, el sacerdote recita el Confiteor, oración de confesión y súplica de perdón.  Es una oración en la que la gente reconocen su pecaminosidad, no sólo en privado, sino delante de toda la iglesia, de todos sus santos  testigos y aún delante de los mismísimos poderes del Cielo: "Yo, pecador, me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado San Miguel Arcángel, al bienaventurado San Juan Bautista, a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, a todos los Santos, etc."  Sin embargo en el "rito penitencial" del Novus Ordo, la bienaventurada Virgen, San Miguel, San Juan, San Pedro, San Pablo y todos los santos están eliminados, y se reemplazan con "y vosotros, mis hermanos."  Así, se hace caso omiso de la Comunión de los Santos (artículo del Credo Apostólico) y se les concede una importancia principal a los fieles reunidos allí: "a vosotros, mis hermanos."  

   ¡Ningún protestante tendría problema alguno con esto!  

   En la segunda parte del "rito penitencial," cuando se mencionan a la bienaventurada Virgen y a todos los ángeles y a los santos, se hace únicamente en el sentido de "pedir" sus oraciones por casualidad, pero en ningún caso se puede interpretar como implorar su intercesión. Después de todo, los protestantes no creen en la "intercesión de los santos" pero sí creen en rezar para los demás y les encanta hacerlo.  ¡Pregúntales y verás!  

   Desde el principio pues, la misa nueva se aparta radicalmente del pasado.  

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