COMPLOT CONTRA LA IGLESIA
Maurice Pinay |
Tercera Parte |
LA SINAGOGA DE SATANÁS |
Capítulo Cuarto
MATANZAS DE JUDÍOS ORDENADAS POR DIOS COMO CASTIGO
De los tremendos castigos prescritos por Dios en contra de los judíos, hablan también, constantemente, los profetas de la Sagrada Biblia. En la profecía de Isaías, Dios, por boca de aquél, predice contra los israelitas varias sanciones que sería largo transcribir, reduciéndonos solamente a estos dos versículos del capítulo LXV (remitiendo a quienes quieran profundizar este tema a las Sagradas Escrituras):
La palabra de Dios Nuestro Señor habla por sí sola. No podemos, sin blasfemar, contradecirla o criticarla. Es la justicia divina, tal como nos la revelan las Sagradas Escrituras, y no como la falsifican tanto los judíos declarados como los clérigos que se dicen cristianos, pero que obran como si fuesen judíos, haciéndole el juego a la Sinagoga de Satanás. En la profecía de Oseas, se habla de los crímenes de Israel y de Judá y de los castigos que Dios les impondrá:
Al tiempo que se refiere a las maldades de Israel, expresa Dios Nuestro Señor, en la profecía de Amós, su resolución de no permitir que esas maldades pasen más adelante:
En la profecía de Daniel, menciona éste lo que le reveló el Arcángel San Gabriel acerca de la muerte de Cristo, manifestando que el pueblo que lo repudió no sería ya más el pueblo escogido de Dios, sino que vendría la desolación a Israel hasta la consumación y el fin del mundo:
Es increíble que algunos clérigos que se dicen buenos cristianos, pero que más se preocupan por defender al judaísmo que por defender a la Santa Iglesia, se atrevan a sostener, en nuestros días, que el pueblo deicida sigue siendo todavía el pueblo escogido de Dios, a pesar de todos sus crímenes y de los pasajes de las Sagradas Escrituras, que demuestran qué lejos de ser en la actualidad el pueblo elegido –como lo fue antes de Jesucristo-, es un pueblo maldito de Dios por haber caído sobre él las maldiciones que el Señor le lanzó en caso de que no cumpliera con todos sus mandamientos; maldiciones que con mayor razón cayeron sobre los judíos por haber cometido el crimen más atroz y punible de todos los tiempos: desconocer, martirizar y crucificar a Dios Hijo en persona. Es muy duro comprender toda la verdad sobre este asunto. Sobre todo la verdad desnuda en un mundo influenciado, desde generaciones atrás, por un cúmulo de mentiras y de fábulas judaicas, usando las propias palabras de San pablo (37); fábulas que han ido deformando la verdad acerca del problema judío, en la propia mente de los católicos. Es, pues, urgente que alguien se atreva a hablar claro, aunque resulte desagradable a todos los que en la Cristiandad, con sus actitudes erróneas o de mala fe, se sientan heridos en carne propia. Recordemos que el mismo Cristo Nuestro Señor nos dijo claramente que sólo la verdad nos haría libres (38). Por otra parte, la palabra de Dios antes transcrita, nos demuestra que así como Dios fue enérgico e implacable en su lucha contra Satanás, también es implacable en su lucha contra las fuerzas de Satanás en la Tierra. Esto deja sin fundamento los intentos del enemigo de maniatar a los cristianos con una moral derrotista y cobarde, basada en la idea de una supuesta caridad cristiana que ellos modelan a su antojo y cuyo uso prescriben para enfrentarse a las ya señaladas fuerzas de Satanás en la Tierra; moral que contradice visiblemente la actitud combativa y enérgica de Dios Nuestro Señor en estos casos. Con los anteriores pasajes del Antiguo Testamento, que contienen lo que Dios Nuestro Señor reveló por conducto de Moisés y de los profetas, queda echado por tierra el mito de que el pueblo judío es intocable, que nadie puede combatir sus crímenes porque es una especie de pueblo sagrado, pues ya se ha visto que Dios prescribió los castigos que haría caer sobre él si lejos de cumplir con todos los mandamientos, los violara. La Santa Iglesia, al dar su aprobación a la política represiva del Santo Oficio de la Inquisición. Obró en armonía con lo que Dios había previsto en el Antiguo Testamento y defendió a toda la humanidad, deteniendo durante varios siglos el progreso de la conspiración sangrienta que está por hundir al mundo en el caos y en la esclavitud más monstruosa de todos los tiempos. Nosotros, sinceramente, somos enemigos del derramamiento de sangre; nuestro fervoroso anhelo es que las guerras desaparezcan de la faz de la Tierra. Pero los judíos deben comprender que esas terribles matanzas que han sufrido a través de los milenios, además de estar anunciadas en el Antiguo Testamento como castigo divino, han sido la consecuencia, en su mayor parte, de una conducta criminal observada por los israelitas en el territorio de los pueblos que generosamente los dejaron inmigrar y les brindaron cordial hospitalidad. Si los hebreos en cada país que los recibe con los brazos abiertos pagan esa bondadosa acogida iniciando una traidora guerra de conquista, organizando complots, haciendo estallar revoluciones y matando por millares a los ciudadanos de esa nación, es natural que sufran las consecuencias de sus actos criminales. Y si nosotros lamentamos el derramamiento de sangre hasta de los criminales (aunque tenga su justificación), con mayor razón, lamentamos el derramamiento de sangre cristiana y gentil que los judíos hacen verter a torrentes con sus revoluciones masónicas y comunistas o con el terror rojo donde logran imponerlo. Si los judíos no quieren que en el futuro los pueblos reaccionen violentamente contra ellos, es necesario que demuestren su buena voluntad con hechos y no con promesas que nunca han cumplido; y que se abstengan de seguir agrediendo a dichos pueblos con sus organizaciones revolucionarias y terroristas de distinto género. Deberían disolver la masonería, los partidos comunistas y demás asociaciones que ellos utilizan como medio de dominación; también deberían libertar a los pueblos esclavizados por sus dictaduras comunistas, permitiéndoles la realización de elecciones libres. En una palabra, cesar la agresión que en todo el mundo realizan contra las distintas naciones, pues deben comprender que quien inicia una conquista, está expuesto al contraataque que en legítima defensa le lance el agredido. |
NOTAS
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