COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Tercera Parte
LA SINAGOGA DE SATANÁS

Capítulo Noveno

MORAL COMBATIVA Y NO DERROTISMO MORTAL

   Uno de los más perversos ardides, de magnífico resultado para los judíos es su lucha por el debilitamiento del cristianismo con el fin de lograr su destrucción, ha sido el de explotar la idea de una supuesta moral y caridad cristiana –creada a su arbitrio- que utilizan con demoledora precisión como arma destructiva contra la Cristiandad. Parece increíble que cosas tan nobles como la moral y la caridad cristiana queden convertidas a su influjo maléfico, en peligrosas emboscadas. Los judíos han venido haciendo esta hábil y letal transmutación con resultados tan destructivos para la Santa Iglesia, que es preciso dar la voz de alerta, exponiendo el peligro con claridad para evitar a los cristianos una fatal caída en la trampa.

   Para la mejor comprensión de este asunto, se puede recurrir a comparaciones, que si bien son un tanto vulgares, resultan, sin embargo, muy ilustrativas: supongamos que en una pelea de boxeo se obliga en los momentos decisivos de la lucha a uno de los boxeadores a seguir peleando con una mano atada, dejándoles la posibilidad de utilizar sólo la otra para golpear al adversario, mientras éste sigue utilizando las dos, ¿cuál sería el resultado de tal pelea? No sería de extrañar que sucumbiera en ella el infeliz al que ataron una mano. Pues bien, esto es precisamente lo que ha logrado en diversas ocasiones el pérfido judaísmo con los pobres cristianos, al deformar la caridad y la moral cristianas que luego serán utilizadas para atarlos de pies y manos y lograr así su derrota en las luchas que tiene emprendidas el judaísmo para dominarlos y esclavizarlos.

   Así, cada vez que los cristianos reaccionan en un intento de defenderse de la Sinagoga de Satanás, de defender a la Santa Iglesia, a su patria, o de preservar los derechos naturales que tienen como personas, como padres de familia, etc., siempre que están a punto de obtener la victoria, de derrotar y de castigar a los judíos o sus satélites, éstos recurren a la tabla de salvación: a la caridad cristiana, tratando de conmover a los cristianos con ese recurso para lograr que suspendan la lucha o se abstengan de coronar la victoria a punto de lograrse.

   También recurren a este ardid para impedir que se les imponga el castigo que proceda, como criminales responsables de la agresión repelida. Todo con el fin de que al amparo de esa tregua o perdón obtenidos, gracias a un abuso de la caridad cristiana, puedan las fuerzas del judaísmo rehacer sus huestes, recuperar el poder necesario e iniciar de nuevo el ataque arrollador e inmisericorde, demoledor e irremediable, tras de cuya victoria no habrá que esperar ninguna clase de moral ni de caridad judía.

   Para lograr sus intentos de maniatar a los cristianos e impedir que se defiendan eficazmente del imperialismo judaico, los israelitas echan mano de juegos de palabras y de conceptos sofísticos. Dicen por ejemplo: si Dios perdona a cualquier pecador que se arrepiente antes de la muerte, ¿por qué ustedes, cristianos, no imitan a su Dios y Señor? Parten, pues, de una premisa verdadera, la Doctrina cristiana acerca del perdón de los pecados, para tratar de aplicarla de forma sofística, sacando consecuencias falsas, olvidando además que Dios castiga a los pecadores que no se arrepienten, con el terrible infierno eterno y a los que sí se arrepientes, con el purgatorio; castigos divinos estos, más duros que los que los hombres puedan aplicar. Pero los judíos quieren tergiversar lo relativo al perdón cristiano.

   En esta forma deducen, por ejemplo, con base en dichas premisas, que los cristianos están obligados a dejar sin el justo castigo a los criminales judíos que asesinan a reyes, presidentes de república o a cualquier otro cristiano. Sacan también en consecuencia que los católicos están obligados a dejar en libertad a los espías que entreguen secretos vitales a una potencia enemiga, para que puedan seguir en sus actividades traidoras y faciliten la derrota de la patria. Llegan, asimismo, a la conclusión de que los cristianos están obligados a dejar sin castigo –y aun a poner en libertad a los conspiradores- a los que urden una revolución sangrienta y a los que la realizan, para que libres y sin castigo puedan seguir conspirando hasta implantar la dictadura judeo-comunista en el país, con todo su aparato de represión sangrienta y de tiranía. Con juegos sofísticos como estos, sorprenden los judíos y sus agentes infiltrados en el clero cristiano la buena fe de muchos que caen fácilmente en el engaño, dando a los conspiradores judíos y sus satélites la posibilidad de triunfo en sus satánicos propósitos.

   Sin embargo, está bien claro que el hecho de que la Iglesia Católica acepte el perdón de los pecados, no implica la aceptación de que los criminales y los delincuentes deban escapar a la justicia humana y menos a la justicia divina.

   En muchas ocasiones, los judíos y sus satélites tienen el cinismo y el atrevimiento de utilizar ese ardid de la moral y de la caridad cristiana incluso para impedir que los cristianos se defiendan y defiendan a sus naciones e instituciones religiosas de las conspiraciones y agresiones provenientes de la Sinagoga de Satanás, para lo cual utilizan siempre clérigos católicos o protestantes que, diciendo ser buenos cristianos, hacen el juego constantemente a la masonería, al comunismo o a cualquier otra empresa judía, y mientras hablan como cristianos devotos, actúan en beneficio de la revolución judaica y en perjuicio de la Santa Iglesia.

   El escritor filosemita, Ernesto Rossi, cita como un llamado de atención a los cristianos –en un capítulo dedicado a la defensa de los judíos- las palabras del evangelista San Mateo: "Entonces Pedro, acercándosele, le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que haya pecado contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le responde: Yo no te digo que hasta siete, sino setenta veces siete (71). Y Julien Green, citado por Carlo Bo, en el artículo a que nos hemos referido, dice: "No se puede golpear a un judío sin tocar al mismo tiempo a aquél que es el hombre por excelencia y la flor de Israel: Es Jesús...Cristiano, seca las lágrimas y la sangre de tu hermano judío y el rostro de Cristo resplandecerá".

   Los clérigos filosemitas han llegado al extremo de recordar a los cristianos el Sermón de la Montaña y otras prédicas de Nuestro Señor Jesucristo sobre el perdón a los enemigos, el amor a los enemigos, etc., con vistas a conmover y hasta presionar espiritualmente a los fieles, por medio de semejantes sofismas, debilitándolos en algunos hasta paralizar su lucha contra las fuerzas del mal. La acción de estos típicos clérigos ha sido con frecuencia responsable en gran parte de los triunfos masónicos y comunistas.

   Podemos asegurar, sin temor a duda, que estas perversas maquinaciones han sido en gran parte las que permitieron a la Sinagoga de Satanás cambiar, al menos hasta ahora, el rumbo de la historia en forma desastrosa para las fuerzas del bien y de manera favorable para las huestes del mal. la Santa Iglesia pudo, durante mil años, hasta fines del siglo XV, derrotar a la Sinagoga de Satanás en todas las batallas que año tras año tuvo que librar contra ella. la Cristiandad estuvo, entonces, a punto de obtener una victoria definitiva que hubiera salvado al cristianismo del cisma protestante, de las sangrientas guerras de religión, de las revoluciones masónico-liberales que ensangrentaron al mundo entero y de las revoluciones socialistas del comunismo, todavía más sangrientas y amenazadoras.

   El Santo Oficio de la Inquisición tan calumniado por la propaganda judía –que fue creado con el fin de combatir y vencer al judaísmo y a los movimientos subversivos que en forma de herejías utilizaba para dividir y desgarrar a la Cristiandad- habría podido, con lo medios con que contaba, obtener una victoria definitiva de la Santa Iglesia si los pérfidos judíos no hubieran logrado impedirlo, utilizando los ardides que estamos analizando, precisamente en los momentos decisivos de esas luchas, esgrimiendo sofísticamente la caridad cristiana (que los judíos nunca practican) para conmover a los jerarcas cristianos, eclesiásticos y civiles, y lograr su protección contra los celosos inquisidores y conseguir aun perdones generales de los criminales, quienes en vez de agradecerlos, los utilizaban sólo para rehacer en secreto sus fuerzas y volver años después a la lucha con nuevas herejías una, otra y más veces. por fin, a principios del siglo XVI, la judería internacional logró quebrar la unidad de la Cristiandad y abrir el boquete a través del cual se lanzó al asalto de la ciudadela cristiana, con las consecuencias catastróficas que en la actualidad todos podemos percibir.

   Se aprovecharon, por tanto, muy astutamente de la bondad de los cristianos, utilizando las medidas de perdón y de tregua logradas por medio de engaños de todo género, para cambiar el rumbo de la historia en sentido favorable a las fuerzas de Satanás y de su Sinagoga.

   La Santa Iglesia puede medir la magnitud de la catástrofe, considerando los millones y millones de almas que se perdieron para el catolicismo con la escisión protestante, las revoluciones masónico-liberales y sobre todo con las revoluciones comunistas de nuestros días.

   Es preciso hacer constar esta significativa coincidencia: aquellos períodos de la historia en que los jerarcas cristianos, civiles o eclesiásticos han tolerado y protegido más a los judíos, son los períodos en que la Sinagoga de Satanás ha hecho más progresos en su lucha contra la Santa Iglesia y los pueblos cristianos logrando victorias arrolladoras.

   Por el contrario, aquellas otras etapas históricas en que los Papas, los concilios ecuménicos y los monarcas cristianos observaron una política enérgica contra el judaísmo, fueron de triunfo para la Santa Iglesia y para los pueblos cristianos en su lucha contra los hebreos y las herejías que éstos organizaban y esparcían; triunfos logrados a veces hasta con la fuerza de las armas y que permitieron salvar millones de almas cristianas. No es idea nuestra criticar o censurar a los jerarcas cristianos, religiosos y civiles, que de muy buena fe cometieron errores políticos al dar al enemigo una protección que a la larga facilitó a éste sus triunfos sobre la Cristiandad. Lo que realmente ocurrió, fue que sucumbieron frente a los hábiles engaños de la Sinagoga atraídos por el señuelo de esas temibles "fábulas judaicas" de que hablaba San Pablo. Es preciso recordar que el Demonio es el padre de la mentira y maestro en el arte de engañar a los hombres, arte que fue heredado por sus hijos espirituales, los judíos modernos, de quienes Cristo Nuestro Señor dijo que eran "hijos del Diablo".

   No es el momento de criticar a nadie ni de lamentaciones inútiles sobre lo que otros pudieron hacer y no hicieron; lo que urge es que nosotros actuemos con rapidez y energía antes de que sea demasiado tarde. Es apremiante que los católicos y demás cristianos interrumpamos nuestro sueño y despertemos a la actual realidad.

   En Rusia, al implantarse la dictadura socialista, millares de arzobispos, obispos, dignidades eclesiásticas y sacerdotes, fueron sumidos en cárceles inmundas donde pasaron años enteros hasta su muerte; otros muchos fueron torturados cruelmente y asesinados; millones de cristianos de todas las clases sociales estuvieron sujetos a indecibles tormentos e introducidos en oscuras y sucias prisiones por años y más años; otros millones de ellos sufrieron espantoso aniquilamiento a manos de los judíos implacables que no perdonan, que destruyen y esclavizan.

   Estos tremendos peligros amenazan a todo el mundo por igual. Si el comunismo llegara a triunfar en la totalidad del planeta, como va a suceder si no nos unimos para impedirlo –ya que Dios no ayuda al que no se ayuda- entonces, cardenales, arzobispos, obispos, canónigos, sacerdotes y frailes serían internados en oscuras cárceles y horrendos campos de concentración por largos años, torturados y finalmente asesinados. Sirvan de ejemplo Rusia, China comunista y todos los demás países en donde va triunfando el arrollador alud del comunismo judaico.

   Karl Marx, Engels y Lenin, cuyas doctrinas siguen los comunistas, lo dijeron claramente en sus obras: el clero de las distintas religiones y sobre todo el cristiano, debe ser exterminado. La clase burguesa tiene que ser destruida, aniquilada totalmente; entendiendo por clase burguesa a los propietarios de fincas urbanas o rurales, de fábricas, de servicios públicos, de talleres y de comercios. Todos deben ser asesinados sin distinción de ideología, sean derechistas, centristas o izquierdistas, pues se trata no de la destrucción de tal o cual sector burgués, sino de la totalidad de la clase burguesa. Así está decretado por los fundadores y jerarcas del comunismo.

   Los únicos que se escapan de la matanza, como es natural, son los judíos, aunque pertenezcan a cualquiera de las clases sentenciadas, ya que ni siquiera se salvan los masones burgueses de origen cristiano, quienes también son asesinados. Con esto último, demuestra una vez más el judaísmo su ingratitud hacia los que lo ayudan, a los cuales aprovecha mientras los necesita para luego eliminarlos.

   Tampoco se salvarán del desastre las clases obreras y campesinas utilizadas por el judaísmo como escalón para instaurar las dictaduras socialistas, porque el experimento ruso y el chino han demostrados claramente que dichas clases sociales, además de haber sido cruelmente esclavizadas, fueron diezmadas por el asesinato de millones de sus componentes, que habían cometido el grave delito de protestar por el engaño urdido en su perjuicio por aquellos que prometiéndoles un paraíso les habían dado el infierno.

   Esta es la tremenda realidad. Es inútil que se trate de ocultarla, restarle importancia o hasta negarla. Los miembros de esa "quinta columna" enemiga introducidos en las filas de la Cristiandad y cuya existencia demostraremos –en la Cuarta Parte de esta obra- con pruebas evidentes e irrefutables; estos falsos católicos quintacolumnistas al servicio del enemigo, tratan de hacer creer que el peligro no existe o cuando menos de restarle la importancia e inminencia que realmente tiene, para adormecernos a todos e impedir que nos defendamos con eficacia.

   Si a esto se añade la hábil explotación malintencionada y sofística de la caridad y de la moral cristiana, se dará una idea de los demoledores recursos con que cuenta el enemigo para desarmarnos, impidiéndonos luchar contra el comunismo ateo y contra la Sinagoga de Satanás. No hay que olvidar que la caridad cristiana obliga a proteger a los buenos de la corrupción de los malos, dejándoles manos libres para que puedan pervertir a los buenos, robarlos y esclavizarlos, al mismo tiempo que se ata de pies y manos con una moral falsa, a las fuerzas del bien para que puedan ser dominadas por las fuerzas del mal.

   Es evidente, sujetándonos absoluta e incondicionalmente a las declaraciones de SS. SS. los Papas –al hablar ex-cátedra- y a las de los concilios ecuménicos, que cualquier interpretación que se quiera hacer de la moral o de la caridad cristiana, que tenga por resultado facilitar el triunfo de las fuerzas del mal sobre las fuerzas del bien, estará equivocada, pues Dios Nuestro Señor hizo la moral y la caridad para lograr el triunfo del bien sobre el mal y no a la inversa. El judaísmo, por medio de su quinta columna en el clero cristiano, utiliza a esos sacerdotes y jerarcas que le sirven de instrumento para paralizarnos e impedir nuestra defensa contra las fuerzas de Satanás y sus cómplices, llenándonos de escrúpulos contra la licitud de los medios más necesarios en un momento dado para detener el triunfo del bien sobre el mal, tergiversando el objeto básico de la moral cristiana, que es precisamente lograr dicho triunfo del bien sobre el mal, el cual jamás podrá obtenerse con una moral derrotista y falsa sino con una moral combativa que llene su objetivo básico.

   Las palabras del Señor, transcritas en el capítulo tercero de esta parte de la obra, dan cuenta de cómo Dios, en su lucha contra Satanás o contra los judíos, que siguieron la senda de éste, fue enérgico y no débil; fuerte y no derrotista.

   No vale alegar con recursos de pillo, como lo hacen los quintacolumnistas, que Cristo Nuestro Señor predicó el amor a los enemigos y el perdón a los mismos, poniendo una aparente y sofística contradicción entre lo dicho por Dios Hijo en el Nuevo Testamento y lo establecido por Dios Padre en el Antiguo; los teólogos saben muy bien que esas contradicciones no existen y que el amor y el perdón a los enemigos –doctrina sublime de nuestro Divino Salvador-, se refiere a los enemigos de orden personal y privado que surgen a cada momento en nuestras relaciones sociales; pero no al enemigo malo, a Satanás, ni a las fuerzas del mal encabezadas por él. Ni amor ni perdón predicó jamás Cristo para Satanás y sus obras, sino todo lo contrario.

   Cuando se trató de atacar a las fuerzas del mal, fue tan terminante y enérgico Jesús como su Padre Eterno. En vano se trataría de hallar contradicción entre la actitud de una y otra Persona Divina.

   Por lo que respecta a los judíos –que renegaron de su Mesías- fueron denominados por Cristo mismo "la Sinagoga de Satanás". Jesús lo trata en forma enérgica e implacable en varios pasajes del Evangelio; sobre todo cuando el apóstol San Mateo expresó textualmente:

"11. Y os digo, que vendrán muchos de Oriente, y de Occidente, y se asentarán con Abraham, y Isaac, y Jacob en el reino de los cielos. 12. Mas los hijos del reino (es decir los hebreos) serán echados en la tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes" (72).

   Este pasaje de los Santos Evangelios demuestra cómo Cristo anuncia que los gentiles venidos de fuera, por su fe en el Mesías, heredarían el privilegio que el pueblo de Israel no supo conservar; mientras que éste –el judaísmo que desconoció a Cristo- será lanzado al infierno donde imperará el llanto y crujir de dientes.

   Contra las fuerzas del mal Jesús fue estricto como Dios Padre; y existe congruencia y armonía entre la actitud de ambas personas del mismo Dios. Por eso, nuestra lucha contra las fuerzas de Satanás debe ser lo suficientemente enérgica, lo suficientemente eficaz, para permitirnos derrotarlas; los judíos y los clérigos que les hacen el juego tratan de llenar nuestra conciencia con escrúpulos de una falsa moral cristiana que ellos mismos nos han inoculado, para hacer nuestra postura tan débil y derrotista que asegure el triunfo de las fuerzas del infierno, aunque sea temporalmente y con pérdida de millones de almas para la Santa Iglesia y asesinatos en masa de millones de inocentes, como ocurre en los países que por nuestras debilidades y falta de acción enérgica, sigue conquistando el comunismo ateo.

   "L´Osservatore Romano", citando una importante publicación dice: "La revista `Time´, en su número del 6 de marzo de 1956, menciona que en China, en 5 años de dominación comunista, han sido asesinadas 20 millones de personas y otros 23 millones retenidas en campos de trabajos forzados" (73).

   Para terminar, aduciremos la autoridad de los grande Padres de la Iglesia y el significado que daban a la caridad cristiana. Vamos a utilizar como fuente la "Historia de la Iglesia Católica" , escrita por tres padres jesuitas, Llorca, García-Villoslada y Montalbán, por todos conceptos insospechables de antijudaísmo y por cuya razón preferimos utilizarla en este caso, ya que se limitan a seguir la corriente unánime de los historiadores de la Santa Iglesia.

   Al efecto dice tal obra textualmente: "5.- Grandes figuras de la caridad cristiana en el Oriente.-En medio de este ambiente tan cristiano, no es de sorprender sobresalieran algunas figuras por su acendrada caridad para con los pobres y necesitados, las cuales contribuyeron a su vez poderosamente a fomentar ese mismo espíritu. En la imposibilidad de enumerarlas todas, escogeremos algunas de las que más se distinguieron en los siglos IV-VII".

   Después de citar los mencionados padres jesuitas a San Basilio, pasan a describir la figura del gran Padre de la Iglesia, San Juan Crisóstomo y dicen: "No menos ilustre es San Juan Crisóstomo como gran promotor de la caridad cristiana". A continuación, los autores siguen relatando una serie de hechos que presentan al Crisóstomo como ejemplo de la caridad cristiana y pasan, luego, a referirse a otros dos grandes Padres de la Iglesia, San Ambrosio, obispo de Milán, y San Jerónimo. Del primero, entre otras cosas, afirman: "6.- Grandes figuras de la caridad en Occidente. San Ambrosio ha sido siempre el modelo de un Obispo católico. Por esto no es de sorprender que fuera también el ejemplo más acabado de la caridad y de la beneficencia".

   Refiriéndose a San Jerónimo, señalan los estudiosos sacerdotes que: "San Jerónimo, que tan profundamente conocía la sociedad más elevada de Roma, con todas sus sombras y sus lados luminosos, nos ha transmitido los ejemplos más sorprendentes de la caridad cristiana..." (74).

   A este respecto, los mencionados jesuitas citan las obras de Liese y de San Gregorio Nacianceno, gran Padre de la Iglesia, irreprochables como fuentes y autoridades eclesiásticas.

   Ahora veremos lo que relata el clásico historiador israelita Graetz –cuyas obras son tenidas en los medios judíos como dignas de todo crédito- sobre San Juan Crisóstomo, San Ambrosio y San Jerónimo, considerados por la Iglesia como ejemplos de caridad cristiana dignos de imitar.

   En la obra "Historia de los Judíos" que los hebreos cultos consideran una honra poseer, dice Graetz textualmente, refiriéndose a la tremenda lucha sostenida en esos tiempos entre la Santa Iglesia y el judaísmo: "Los principales fanáticos contra los judíos fueron en esta época Juan Crisóstomo de Antioquía y Ambrosio de Milán, quienes los atacaron con gran ferocidad".

   Luego detalla Graetz las actividades de San Juan Crisóstomo contra los hebreos, de las que se hablará en la Cuarta Parte de este libro. Refiriéndose a las de San Ambrosio dice: "Ambrosio de Milán, era un oficial violento, ignorante de toda Teología, cuya violencia célebre en la Iglesia, lo había elevado al rango de Obispo, él era sin embargo, más virulento todavía contra los judíos" (75).

   También, en la Cuarta parte de esta obra, nos referimos a la lucha antijudía de San Ambrosio, gran Padre de la Iglesia. Y en el índice de materias del tomo segundo de la obra de Graetz, páginas 638 y 641, sintetiza el objeto de esta materia en forma muy elocuente: "Ambrosio, su fanatismo contra los judíos" y "Crisóstomo, su fanatismo contra los judíos".

Por lo que respecta a San Jerónimo, otro gran Padre de la Iglesia, símbolo de la caridad cristiana, el tan autorizado escritor en medios hebreos, Graetz, señala que para recalcar dicho santo su ortodoxia, dijo literalmente:

   "Y si es requisito despreciar a los individuos y a la nación, yo aborrezco a los judíos con un odio imposible de expresar..." comentando, en seguida, el prestigiado historiador israelita.

"Esta profesión de fe, concerniente al odio hacia los judíos, no era una opinión privada de un escritor aislado, sino el oráculo para toda la Cristiandad, que presurosa aceptó los escritos de los Santos Padres de la Iglesia, que fueron reverenciados como santos. En tiempos posteriores, esta profesión de fe, armó a los reyes, al populacho, a los cruzados y a los pastores (de almas), contra los judíos, que inventaron los instrumentos para su tortura, y construyeron las hogueras fúnebres para quemarlos" (76).

   Como se ve, esos símbolos de la caridad cristiana que fueron San Juan Crisóstomo, San Ambrosio de Milán y San Jerónimo, nos dejaron una definición clara de la misma, indicándonos que ella no excluye la acción enérgica, implacable contra los judíos y contra la Sinagoga de Satanás, lucha que ellos convirtieron en parte importantísima de su santa vida; nos enseñaron, también, que la caridad cristiana no se ejerce en beneficio de las fuerzas del mal, que ellos identificaron principalmente con el judaísmo. Por otra parte, es cierto lo que dice el israelita Graetz al afirmar que ésta fue la doctrina unánime de los Padres de la Iglesia. Los que se interesen en profundizar en este tema, pueden hacerlo directamente en las obras de los Padres. Ahí podrán comprobar que todos condenaron enérgicamente a los judíos y lucharon en forma resuelta y sin titubeos en contra de esos enemigos de la humanidad, como acertadamente los llamó San Pablo.

   Los católicos sabemos que la opinión unánime de los Padres de la Iglesia en materia doctrinal es, en muchos casos, norma obligatoria de conducta para todos los fieles y en todos los casos, sin excepción, ejemplo digno de imitar; solamente el complejo de Judas Iscariote puede explicar el hecho de que muchos clérigos que se nombran católicos, pero que sirven más a a la Sinagoga de Satanás que a la Iglesia, pretendan darnos falsas normas de moral y de caridad cristiana para atarnos de manos e impedir que luchemos con toda energía y eficacia contra el judaísmo y sus satélites: la masonería y el comunismo. 

Contenido del Sitio


NOTAS

  • [71] Ernesto Rossi, Il manganello e l´aspersorio, Florencia, p. 356.                     
  • [72] Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. VIII, Vers. 11, 12.
  • [73] "L´Osservatore Romano" del 19 de abril de 1956, p. 3.
  • [74] B. Llorca, S.J., R. García-Villoslada, S.J. y F. J. Montalbán, S.J., Historia de la Iglesia Católica. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1960. Tomo I, pp. 927, 928.
  • [75] Heinrich Graetz, History of the Jews. Filadelfia: Jewish Publication Society of America, 5717 (1956).
  • [76] Graetz, obra citada, edición citada. Tomo II, pp. 625-626. Tomo II, pp. 613-614.