COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Cuarta Parte
LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Sexto

LOS JUDÍOS ALIADOS DE JULIANO EL APÓSTATA

   En el año de 360, Juliano, primo de Constancio, fue proclamado Emperador de Roma por el ejército; y habiéndose Constancio dirigido a combatirlo murió en el camino, lo que facilitó a Juliano la victoria definitiva y su proclamación como Emperador de Oriente y Occidente.

   La política de Juliano tuvo tres objetivos principales: 

  • 1º- Restaurar el paganismo, convirtiéndolo de nuevo en religión oficial del Imperio, con la idea de que Roma volviera a su antiguo esplendor, eclipsado –según él- por el cristianismo. 

  • 2º- Destruir al cristianismo. 

  • 3º- Restablecer al judaísmo a las posiciones de que había sido desalojado por Constantino y sus hijos (los judíos llegaron al extremo de ordenar la reconstrucción del Templo de Salomón).

   Los judíos, desde el primer momento, fueron aliados incondicionales de Juliano lo cual demuestra, una vez más, que cuando les conviene son capaces de luchar a favor del paganismo y de la idolatría –aun en contra del monoteísmo- siempre que con ello logren la destrucción de la Iglesia, aunque ellos en su interior sean monoteístas y enemigos de la idolatría.

   Los judíos al unirse a Juliano y apoyarlo estaban dando su ayuda al restablecimiento del culto idolátrico, que ellos dicen abominar tanto; pero con tal de conseguir sus fines consistentes en destruir al cristianismo, han probado ser capaces de todo, incluso de utilizar las doctrinas ateas y materialistas del comunismo moderno, aun siendo los judíos como son, profundamente religiosos y espiritualistas.

   El famoso historiador judío Graetz, hablando de Juliano, dice:

   "El emperador Juliano fue uno de esos caracteres superiores que imprimen sus nombres de forma indeleble en la memoria de los hombres. Y fueron sólo su temprana muerte, y el odio de la Iglesia dominante, los que evitaron que adquiriera el título de Juliano `el Grande’ ". Añade que Juliano sentía gran admiración por la religión judía y el pueblo de Israel, haciendo constar que: "El reinado de Juliano que duró escasos dos años (noviembre 361 a junio 363), fue un período de extrema felicidad para los judíos del Imperio Romano"(35).

   Constata Graetz, que al patriarca Hilel, jefe supremo del judaísmo en el Imperio, Juliano lo llamó expresamente: "su venerable amigo", prometiéndole, en carta autógrafa, que pondría fin a los males seguidos contra los judíos por los emperadores cristianos.

   Además, el Emperador hizo todos los preparativos necesarios para iniciar las obras de reconstrucción del Templo de Jerusalén y cursó a todas las congregaciones hebreas del Imperio una carta dirigida en términos amistosos, en que trata de hermano al patriarca Julos (Hilel), jefe del judaísmo en el Imperio; promete la supresión de las altas contribuciones impuestas por los cristianos a los israelitas; ofrece que nadie en lo futuro podrá acusarlos de blasfemos; brinda libertades y garantías, y asegura que cuando vuelva victorioso de la guerra de Persia, reconstruirá por su cuenta la ciudad de Jerusalén.

   Para la reconstrucción del Templo de Jerusalén, Juliano nombró a su mejor amigo, Alipio de Antioquía, a quien le dio instrucciones de no reparar en gasto alguno, ordenando a los gobernantes de Palestina y de Siria que ayudaran a Alipio en todo lo que necesitara.

   En su afán de restaurar el paganismo, Juliano facilitó también toda clase de medios para la reconstrucción de sus templos; dio una mejor organización al sacerdocio idolátrico, creándole una jerarquía parecida a la de la Iglesia; restableció el culto pagano con toda pompa y reanudó las celebraciones fastuosas de sus fiestas.

   Labriolle y Koch nos dan cuenta del empeño de Juliano en dar vigor al paganismo con instituciones de beneficencia parecidas a las cristianas: hospicios, albergues de niños y ancianos, instituciones caritativas y otras, tratando, asimismo, de adaptar al paganismo una especie de Ordenes religiosas parecidas a las de los monjes cristianos.

   No sólo se trataba de una restauración idolátrica, sino de la creación de un paganismo reformado y reforzado con sistemas tomados del cristianismo. La amenaza que se cernía sobre la Santa Iglesia no podía ser más grave: el Emperador, el paganismo y el judaísmo, unidos estrechamente para hacerle una guerra a muerte.

   Aunque Juliano en principio aseguraba sostener la tolerancia religiosa, recordando el mal resultado que les había dado a los emperadores romanos las persecuciones violentas, empleó toda clase de medios para lograr la destrucción del cristianismo, situación que dió lugar a muchos martirios, ocasionados por la saña de los infieles, según narra San Gregorio Nacianceno, quien califica el reinado de Juliano "como la más cruel de las persecuciones".

   Entre las medidas dictadas por Juliano contra el catolicismo, destacan: la nueva expulsión de san Atanasio –considerado como baluarte de la ortodoxia-, la eliminación en las monedas de todos los símbolos cristianos y la supresión al clero de los privilegios concedidos por los emperadores católicos, eliminando así a los cristianos de los puestos públicos, salvo que renegaran. Todo esto lo hizo el Emperador fingiendo que se trataba de medidas necesarias para la libertad religiosa y la igualdad de todas las creencias en el estado romano. Un buen maestro tuvieron, pues, en Juliano sus aliados judíos, cuando ya en los tiempos modernos –con la misma hipocresía- utilizaron esos mismos medios al hacer triunfar sus revoluciones masónico-liberales, en las que con pretexto de implantar la libertad de conciencia, han privado a la Iglesia de todos sus derechos.

   Las verdaderas intenciones del Emperador quedaron patentes cuando manifestó que los galileos (discípulos de Cristo) debían desaparecer por ser enemigos del helenismo; los libros que personalmente escribió y en los cuales combate el cristianismo, son otra prueba del odio que el Emperador sentía por la Iglesia.

   El hecho de que la reconstrucción del templo judío haya fracasado, debido entre otras causas a que salían de la tierra llamas misteriosas que quemaban a los que trabajaban, tiene todos los fundamentos del hecho histórico comprobado, ya que por una parte los historiadores cristianos lo confirman, mientras por otra parte, historiadores hebreos tan prestigiosos como Graetz la aceptan también; sólo que éste, en vez de atribuir el hecho a un milagro como lo aseguran los católicos, lo atribuye a causas naturales, explicando que se debió a gases comprimidos formados en pasajes subterráneos y obstruidos por el derrumbe, que al ser descubiertos y tomar contacto con el aire provocaron esos incendios, que contribuyeron, junto con otros motivos, a inducir a Alipio a suspender la obra.

   Los martirios y matanzas de cristianos en esa época no fueron realizados únicamente por las hordas paganas, ya que los judíos –gozando de la protección y amistad del emperador- se desbordaron, lanzándose a la destrucción de iglesias en Judea y en los países circunvecinos, tratando de hacer el mayor daño posible a los cristianos, según lo narran historiadores católicos, no obstante que el judío Graetz llama maliciosas a esta versiones.

   Para quienes hemos visto de lo que son capaces de realizar contra la Cristiandad los hebreos cuando han tenido las manos sueltas, no puede extrañarnos que en cuanto pudieron, como en el tiempo de Juliano, se hayan lanzado a la destrucción de los templos católicos. Así lo hicieron en la edad Media, apoyados en algunas sectas heréticas y así lo han hecho en nuestro días, al amparo del triunfo de sus revoluciones masónicas o comunistas. Mucho de lo que están realizando en la actualidad es repetición de lo que aprendieron a hacer en tiempos de Juliano el Apóstata, reinado que de durar más tiempo, hubiera sido catastrófico para la Iglesia.

   Por fortuna murió Juliano, antes de poder hacer mayor mal a la Cristiandad, en una batalla decisiva contra los persas, en que una flecha lo hirió de muerte. Se ha dicho que antes de morir, dirigiéndose a Nuestro Señor Jesucristo, exclamó: "Venciste, Galileo".

   Con la muerte de Juliano el Apóstata, se libró la Santa Iglesia de la más tremenda amenaza de exterminio que había tenido que afrontar desde las últimas persecuciones paganas.

   Por lo que respecta a los hebreos, el siguiente comentario del historiador Graetz habla por sí solo:

   "La muerte de Juliano en las cercanías del Tigris (junio 363) privó a los judíos de su último rayo de esperanza, por una vida pacífica y sin molestias" (36).

   Y la "Enciclopedia Judaica Castellana" comenta en su vocablo "Juliano" lo siguiente:

   "...Y tuvo notables consideraciones para con los judíos. Tenía amplio conocimiento de asuntos judaicos y se refiere en sus escritos a varias instituciones religiosas judías. Parece que trató de fundar entre los judíos de Palestina una orden de patricios (llamada en el Talmud `Aristoi´) que debían ejercer funciones judiciales

   ...Y consideraba al judaísmo superior al cristianismo, aunque inferior a la filosofía pagana...con su muerte acabó el breve período de tolerancia de que gozó la comunidad judía entre las incipientes persecuciones cristianas" (37).

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NOTAS

  • [35]  Heinrich Graetz, History of the Jews. Diladelfia: Jewish Publication Society of America, 5117 (1956). Tomo II, Cap. XXI, pp. 295, 297.
  • [36]  H. Graetz, obra citada, tomo II, Cap. XXI, p. 602.
  • [37] Enciclopedia Judaica Castellana. Vocablo "Juliano el Apóstata", tomo VI, pp. 359, 360. Otras obras consultadas en este capítulo: H. Graetz, History of the Jews, tomo II, Cap. XXI; W. Koch, Commens lémpereur Juliane tâche de fonder Eglise païenne; artículos en la "Revue de Philosophie de l´Histoire", 6 año 1927-1335 y 7 – 1928-485; Labriolle, La reaction païenne, 1934; San Gregorio Nacianceno, Oratio I en Julianum.