COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Cuarta Parte
LA QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO

Capítulo Séptimo

SAN JUAN CRISÓSTOMO Y SAN AMBROSIO
CONDENAN A LOS JUDÍOS

   Las primeras disensiones ocurridas en el bando arriano, fueron originadas al parecer por las tendencias cada vez más moderadas de los obispos, que aunque equivocados, lo estaban de buena fe; chocando, por lo tanto, con los extremistas, indudablemente controlados por la quinta columna. Esto fue debilitando la herejía en el Imperio Romano.

   A la muerte de Juliano el ejército proclamó emperador al general Joviano, católico, con lo que la ortodoxia casi dominó la situación.

   El nuevo Emperador llamó a San Atanasio del destierro y lo nombró su consejero, pero por desgracia murió inesperadamente Joviano al año siguiente, siendo proclamado nuevo emperador Valentiniano I, que nombró regente de la parte oriental del Imperio a su hermano Valente. Así, mientras Valentiniano I se colocó en un plano de libertad religiosa, Valente, arriano apasionado, trató de hacer resurgir esta herejía cuando menos en la parte oriental del Imperio. Entre tanto los herejes aprovecharon la situación para seguir controlando las tribus bárbaras germánicas, que fueron abrazando el arrianismo y con él, el filojudaísmo.

   Valente, al mismo tiempo que desató una nueva persecución contra los católicos (San Atanasio, ya anciano, fue desterrado una vez más), procedió –según lo afirma el historiador católico Teodoreto- a conceder toda clase de garantías a los judíos y a los paganos; y no se contentó con perseguir a los cristianos, sino que acosó a los arrianos moderados, quienes sin desearlo, fueron echados en brazos de la Santa Iglesia.

   El historiador hebreo Graetz coincide con lo anterior al señalar que Valente:

   "...era arriano, y había sufrido tanto por causa del poderoso partido católico, como para volverse intolerante. Protegió a los judíos, y les otorgó honores y distinciones".

   Es evidente que al volver a Oriente el resurgimiento arriano, éste coincidió con las persecuciones en contra del catolicismo y con una situación de privilegio al judaísmo.

   A partir de Graciano, se inician unos años de lucha mortal entre paganos y cristianos, con diversas alternativas, hasta que el general español Teodosio obtuvo el poder imperial tanto en Oriente como en Occidente.

   Teodosio el Grande asestó golpes mortales tanto al paganismo como al arrianismo. Este último había resurgido en Oriente bajo la protección de Valente. Teodosio dio al catolicismo el triunfo definitivo en el Imperio, siendo de esperarse que combatiera también al judaísmo; pero los hebreos supieron a tiempo ganarse hábilmente su tolerancia, al amparo de la cual comenzaron a extender de nuevo su influencia en la sociedad romana en forma tan peligrosa para la Santa Iglesia, que tanto San Ambrosio, Obispo de Milán, como Crisóstomo, otro de los grandes Padres de la Iglesia, vieron la necesidad de dirigir enérgica lucha contra los judíos y contra los cristianos que practicaban en secreto el judaísmo, lucha de la que nos da cuenta el historiador israelita Graetz, a quien dejaremos la palabra:

   "En los sábados y festivales judíos, muchos cristianos, especialmente del sexo femenino, señoras de alcurnia y mujeres de baja posición, se reunían regularmente en las sinagogas. Ellos escuchaban con devoción el toque de la trompeta en el día del Año Nuevo Judío, asistían al servicio solemne en el Día de la Expiación, y participaban en la alegría de la Fiesta de los Tabernáculos. Les atraía más el hecho de que todo esto tenía que hacerse a espaldas de los sacerdotes cristianos y por el hecho de que tenían que pedir a los vecinos que no los traicionaran. Fue en contra de ese voluntario honor hecho por los cristianos a las instituciones judías, que Crisóstomo dirigía la violencia de sus sermones capuchinos empleando toda clase de epítetos duros contra ellos, y proclamando que las sinagogas eran escenarios infames, cuevas de ladrones, y todavía peores cosas"(38).

   Indudablemente que este gran Padre de la Iglesia dijo enormes verdes; pero si las hubiera expresado en nuestros días, tanto los judíos como los clérigos cristianos que les hacen el juego, lo habrían condenado por antisemita.

   Por otra parte, se puede ver lo extendido que estaba ya, en la Roma de ecos tiempos, el núcleo de cristianos en apariencia, pero que en secreto practicaban el judaísmo, como nos lo dice Graetz. Es por ello natural que el gran Padre de la Iglesia, Crisóstomo, haya fulminado a estos falsos cristianos, ya que todavía no organizaba la Santa Iglesia la institución que había de combatirlos y perseguirlos, o sea, el Santo Oficio de la Inquisición.

   San Ambrosio, Obispo de Milán, uno de los grandes santos y de los más ilustres Padres de la Iglesia, ejerció una decisiva influencia sobre los emperadores Graciano y Teodosio I. A él se debe principalmente el triunfo definitivo de la Iglesia Católica en el Imperio Romano y fue el más incansable y enérgico luchador de su tiempo contra la Sinagoga de Satanás. San Ambrosio condenó a los judíos en diversas ocasiones y trató de impedir que se fueran apoderando del Imperio Romano, como eran sus deseos. Les impidió que lograran destruir a la Santa Iglesia , sobre todo cuando el usurpador Máximo se adueñó temporalmente de medio Imperio, pues según la afirmación del propio San Ambrosio, Máximo era judío y había logrado ser coronado emperador de Roma, asesinando al muy católico Graciano.

   Máximo, como era de esperarse, apoyó de nuevo a los judíos y a los paganos que se agruparon a su alrededor, pero por fortuna fue derrotado por Teodosio el año de 378, esfumándose las esperanzas que los hebreos acariciaban de adueñarse esta vez del Imperio de los Césares.

   Para darnos una idea de este fervor antijudío, así como de la santidad de San Ambrosio, dejaremos hablar una vez más a ese historiador oficial y clásico del judaísmo, que goza de tanto prestigio y autoridad en los medios hebreos, Graetz, quien afirma indignado:

   "Ambrosio de Milán era un oficial violento, ignorante de toda teología, cuya violencia célebre en la Iglesia, lo había elevado al rango de Obispo...En cierta ocasión, cuando los cristianos de Roma habían quemado una sinagoga y Máximo, el usurpador, ordenó al Senado Romano reconstruirla a expensas del Estado, Ambrosio lo llamó judío. Habiendo hecho quemar el Obispado de Calínico, en la Mesopotamia del Norte, por los monjes, una sinagoga situada en tal distrito. Teodosio le ordenó reconstruirla de nuevo por su cuenta y castigó a los que habían participado en el acto (388). Ante esto la furia de Ambrosio fue inflamada en forma más violenta, y en la carta que con tal motivo envió al emperador, empleó términos tan agudos y provocadores, que el monarca se vio obligado a revocar la orden. Ambrosio acusó a los judíos de despreciar las leyes romanas y los ridiculizó mofándose de ellos por el hecho de que no les estaba permitido colocar de entre ellos un emperador o gobernador, ingresar al ejército o al senado, y ni siquiera sentarse a la mesa de los nobles; los judíos sólo servían pues, para que se les cobraran fuertes impuestos"(39).

   Además de cosas interesantísimas, el destacado israelita Graetz nos narra algo de capital importancia, o sea, que San Ambrosio debió su encumbramiento a la dignidad episcopal "a su fama de ser violento", violencia que luego, el mismo Graetz, explica con hechos que prueban su energía en combatir al judaísmo. En realidad, como luego iremos confirmando, en las épocas de apogeo de la Santa Iglesia –como aquella de los tiempos de San Ambrosio- las jerarquías de la misma elegían de entre aquellos que más celo y más energía ponían en defender a la Iglesia, sobre todo del judaísmo, su principal enemigo. Eso explica, precisamente, el apogeo del catolicismo en tales períodos, ya que una jerarquía combativa y consciente del enemigo que tiene que afrontar, garantiza las posibilidades de triunfo mientras que una jerarquía poco luchadora o ignorante del verdadero peligro, coincidirá exactamente con las épocas de debilidad y decaimiento de la Santa Iglesia. La época de San Atanasio y los triunfos arrianos coincide con el hecho indudable de que las jerarquías de la Iglesia son acaparadas por tibios y hasta por miembros de la quinta columna; en este período los verdaderos defensores de la Iglesia son hecho s a un lado, despreciados y hasta perseguidos, como ocurrió con Atanasio el gran Padre de la Iglesia y con todos los obispos y clérigos que lo seguían.

   Así está ocurriendo en algunos lugares actualmente, en donde muchísimos clérigos y jerarcas religiosos que han destacado por su fidelidad a Cristo y por su energía en la defensa de la Santa Iglesia se ven separados, humillados y hasta perseguidos por otros clérigos que, haciéndole el juego al comunismo o a la masonería y sirviendo a los intereses del judaísmo, tratan de acaparar las vacantes de obispos y de cardenales, como lo hacían sus antecesores de los tiempos de Arrio.

   Esta maniobra oculta es la que ha facilitado los triunfos masónicos y comunistas que ya parecen incontenibles.

   Por medio de esta táctica oculta de calumniar a los buenos y hacerlos a un lado, para luego organizar con los malos una labor de acaparamiento de las dignidades eclesiásticas –por fortuna sin éxito en muchos lugares, pero con éxito completo en otros-, ha podido la quinta columna en estos últimos años ir controlando posiciones que, aunque minoritarias, por ahora, son decisivas dentro del clero de la Santa Iglesia, y constituyen la causa principal de que en algunos países, una parte más o menos considerable del clero católico, haya apoyado los movimientos revolucionarios masónicos o comunistas y debilitado por completo las defensas de los gobiernos católicos o cuando menos patriotas, al privarles del apoyo de grandes sectores del catolicismo, inconscientemente sumados a las revueltas masónicas o comunistas.

   El caso reciente de Cuba, en América, es muy elocuente al respecto y debería servirnos a todos de motivo para una profunda meditación y estudio, porque representa un hecho típico en que el comunista y perseguidor de la Iglesia, Fidel castro, fue protegido por obispos católicos cuando estuvo a punto de sucumbir, siendo apoyado su movimiento revolucionario por clérigos y obispos, con entusiasmo y fervor dignos de mejor causa. Esta circunstancia fue, principalmente, la que inclinó al pueblo cubano, profundamente ortodoxo, a sumarse sin reserva a la causa del caudillo comunista, dándole el triunfo con el resultado desastroso que todos conocemos.

   Es natural que San Ambrosio, Obispo de Milán y gran caudillo de la Iglesia en esos tiempos, se indignara porque Teodosio permitía a los judíos burlar las leyes romanas que le prohibían ingresar al Senado, al ejército y a los puestos de gobierno, pues bien se daba cuenta del grave mal que podían causar a la Cristiandad y al Imperio si se adueñaban del gobierno. Es preciso recordar también un hecho muy importante: los judíos, como iniciadores y propagadores de la herejía arriana, eran aliados incondicionales de los arrianos; y afiliados a esta secta, estaban los bárbaros germanos de las regiones fronterizas, quienes en su mayoría, lo que ya no era un secreto, ambicionaban invadir el Imperio Romano y conquistarlo. Pero es indudable que si San Ambrosio y San Juan Crisóstomo de Antioquía hubieran vivido en nuestra época, los judíos y sus satélites en la Cristiandad les habrían lanzado la acusación de ser nazis y discípulos de Hitler, como lo hacen con todos los fervientes católicos que tratan de defender actualmente a la Iglesia de la amenaza judaica. Al efecto, refiriéndose el hebreo Graetz al papel desempeñado por San Ambrosio y San Juan Crisóstomo en ese período, en relación con la lucha implacable sostenida por la Santa Iglesia contra los judíos, dice a la letra:

   "Los principales fanáticos en contra de los judíos en este período, fueron Juan Crisóstomo de Antioquía y Ambrosio de Milán, quienes los atacaron con gran ferocidad"(40).

  Pero antes de que la Santa Iglesia lograra su triunfo definitivo sobre la Sinagoga de Satanás y el arrianismo, tuvo que atravesar momentos tan críticos como los de nuestros días, de los cuales nos da una elocuente muestra esa famosa carta firmada por plumas tan autorizadas en el catolicismo como son las de treinta y tres de sus más distinguidos obispos, entre los cuales se contaban Melesio de Antioquía, primer presidente del Concilio Ecuménico de Constantinopla; San Gregorio Nacianceno, gran Padre de la Iglesia, que presidió dicho Concilio Ecuménico al morir Melesio; San Basilio, también Padre de la Iglesia y otras personalidades destacadas por su fama y santidad. De dicha carta insertaremos literalmente los siguientes párrafos:

   "Se trastornan los dogmas de la religión; se confunden las leyes de la Iglesia. La ambición de los que no temen al Señor salta a las dignidades, y se propone el episcopado como premio de la más destacada impiedad, de suerte que a quien más graves blasfemias profiere, se le tiene por más apto para regir al pueblo como obispo. Desapareció la gravedad episcopal. Faltan pastores que apacienten con ciencia el rebaño del Señor. Los bienes de los pobres son constantemente empleados por los ambiciosos para su propio provecho y regalos ajenos. Oscurecido está el fiel cumplimiento de los cánones...Sobre todo eso ríen los incrédulos, vacilan los débiles en la fe, la fe misma es dudosa, la ignorancia se derrama sobre las almas, pues imitan la verdad los que mancillan la palabra divina en su malicia. Y es que las bocas de los piadosos guardan silencio..."(41).

   En realidad, lo dicho en esta memorable carta por los santos obispos antes mencionados puede aplicarse a lo que ocurre actualmente en algunas diócesis, aunque por fortuna no en todas. Sin embargo, hay diócesis –sobre todo aquellas en que domina la quinta columna- en que los prelados filosemitas en extraño contubernio con la masonería y el comunismo, hacen labor para adueñarse impúdicamente de los obispados, tal como lo señalan los santos citados. Se mezclan en asuntos internos de otra diócesis en donde hay obispos virtuosos, solamente esperando la muerte de éstos para hacer toda clase de gestiones en Roma y lograr, por medio de engaños y artificios, acaparar la sucesión de la diócesis vacante, no para los más aptos, sino para los cómplices de la quinta columna. De esta forma pisotean los derechos de quienes por su virtud y sus méritos deberían ocupar tales obispados.

   Pero en aquella época esos santos, ahora canonizados por la Iglesia, lograron salvar la situación. Hicieron a un lado falsas prudencias y cobardías, se enfrentaron con resolución a las fuerzas del mal y las desenmascararon públicamente, y denunciaron también todas esas lacras, como lo vemos con la Iglesia, el silencio de los buenos facilita la victoria de los malos. El resultado de tan clara como enérgica actitud fue el triunfo de la Santa Iglesia sobre el judaísmo, el paganismo, el arrianismo y demás herejías.

   Los santos que salvaron al cristianismo en tan difíciles tiempos tuvieron que sufrir un doloroso calvario, no sólo de parte del judaísmo –al cual con tanta resolución combatieron-, sino que aquéllos que desde dentro del clero estaban sirviendo a sus intereses, consciente o inconscientemente. Ya vimos que San Atanasio fue perseguido por los obispos adictos a la herejía del hebreo Arrio, por emperadores que fueron influenciados por la misma y hasta por dos concilios de la Iglesia. Estos concilios fueron convocados con la idea de salvar al catolicismo pero se convirtieron en verdaderos conciliábulos, una vez que los arrianos los dominaron y utilizaron en contra de la ortodoxia.

   Para completar el cuadro de lo que tuvieron que sufrir esos santos, que como Juan Crisóstomo, gran Padre de la Iglesia, se enfrentaron con energía y resolución al judaísmo y a la herejía, transcribiremos lo que los referidos biógrafos del santo dicen textualmente, y que citan como fuentes al propio Crisóstomo y a los historiadores católicos Juan Casiano, Martirio y otros:

   "Lo sorprendente y maravilloso, para nosotros como para Juan Casiano y el oscuro panegirista del siglo VII, Martirio, es que (San Juan Crisóstomo) no fue condenado al destierro y, en definitiva, a muerte por ningún lugarteniente de Decio o Diocleciano, sino por una pandilla de obispos, ambiciosos o resentidos...Unos obispos, por otra parte, que a par que insinúan al débil Arcadio y a la furibunda Eudoxia que Juna es reo de lesa majestad –lo que era pedir no menos que su cabeza- protestan que en eso no pueden ellos intervenir y allá el emperador sabrá qué haya de hacer en el caso, nada leve por cierto. ¿Y cómo no recordar las terribles escenas de cesárea de capadocia, cuando por allá pasa el santo camino del remoto Cocuso, extenuado, agotado, delirante por la altísima fiebre, y está a punto de ser despedazado por una horda (así los llama él mismo) de monjes salvajes, azuzados por el obispo, terror que son de la misma guardia que conduce al pobre desterrado? Y mientras el pueblo llora, demostrando que era mejor que sus pastores, la envidia del obispo local persigue sañudamente al obispo proscrito hasta en el refugio que le ofrece la caridad magnánima de una noble matrona, y le obliga a emprender la marcha en noche sin luna, por entre ásperos senderos de montaña..."(42).

   Estos fueron los hombres que engrandecieron al cristianismo, que lo hicieron triunfar y los que salvaron a la Santa Iglesia de todas las acechanzas de sus enemigos externos e internos. Este mismo tipo de católicos, clérigos y seglares, son los que se necesitan en la actualidad para salvar a la Cristiandad y a toda la humanidad amenazadas por el comunismo, la masonería y la Sinagoga de Satanás, que dirige toda la conspiración.

VERDADERA SANTIDAD Y FALSA SANTIDAD

   Los altos jerarcas de la Iglesia y los dirigentes políticos seglares que luchen por salvar al cristianismo en trances tan difíciles, deberán estar resueltos no sólo a sufrir agresiones de todo género por parte de las fuerzas revolucionarias del judaísmo, sino también de los sucesores de Judas Iscariote, que dentro del respetable clero están haciendo el juego, en una forma o en otra, a las fuerzas de Satanás. Esos nuevos Judas has usurpado, con osadía, altos rangos de la Santa Iglesia y desde ahí podrán lanzar los ataques más tremendos, más demoledores y más dolorosos en contra de los que luchan en defensa de la Cristiandad y de sus naciones gravemente amenazadas. Que Dios Nuestro Señor dé fe, fortaleza y perseverancia a quienes imitando a Cristo, estén dispuestos a tomar su cruz y seguirlo en esta hora decisiva para los destinos del mundo.

   Esta es la verdadera santidad que Cristo definió diciendo: "¿Quieres salvarte? Guarda los mandamientos. ¿Quieres llegar a la perfección (santidad? Déjalo todo, toma tu cruz y sígueme". La santidad definida por Cristo es enuncia de todo, riquezas, diversiones, etc., para tomar la cruz y seguirlo en la lucha contra el mal. La vida pública de Cristo fue de prédica y de una lucha constante y enérgica contra la Sinagoga de Satanás y contra el pecado y el mal en general, practicando la virtud en grado sumo.

   La verdadera santidad radica en imitar a Cristo en todo, tal como lo hicieron San Juan Crisóstomo, San Atanasio y los otros santos de la Cristiandad. La santidad requiere la práctica de la virtud en grado heroico; cualquier otra santidad distinta de la definida por Cristo Nuestro Señor es una falsa santidad farisaica, inventada por ciertos clérigos y ciertas organizaciones que adulan a los incautos haciéndoles creer que se pueden hacer santos fácil y cómodamente e incluso amasar fortunas personales, con el fin –oculto, por cierto- de convertirlos en satélites espirituales y sobre todo de impedir que participen activamente en las luchas que libren los patriotas de los países católicos para salvar a su nación de la conquista judía, de los progresos del comunismo y de una revolución roja que reduzca a tales incautos a la esclavitud, expropiándoles todos sus bienes.

   Por otra parte, Cristo Nuestro Señor –al luchar activamente contra Satanás y su Sinagoga y contra el mal en general- asumió una actitud "anti-Satanás", "anti-Sinagoga de Satanás" y ¡anti-mal" en general. La novedosa actitud de ciertos clérigos y seglares que dicen condenar todos los "antis" además de ser notoriamente herética (porque hipócritamente, aunque sin decirlo expresamente, condena al mismo Cristo, que sostuvo una actitud "anti" en los terrenos antes mencionados) tiene el propósito de paralizar la lucha anticomunista, ya que ésta va en contra del imperialismo judaico. Es indispensable que en esta batalla anticomunista colaboren activamente las mayorías populares como único medio de evitar que la nación entera caiga en las garras de la horrible esclavitud comunista. Por otra parte, es sumamente sospechoso que estos clérigos y seglares que dicen condenar todos los "antis", un buen día lancen ataques o permitan –sin luego condenarlos- que otros miembros de su organización los lancen, precisamente, en contra de los libros, caudillos u organizaciones patrióticas que heroicamente están luchando por impedir que sus naciones caigan en las garras del judaísmo y del comunismo. Al incurrir en esta contradicción, las personas honradas, patriotas y bien intencionadas que con engaños han caído bajo la influencia y en las redes de esas hermosas organizaciones erigidas para atraparlos, deberán abrir los ojos y darse cuenta del hábil engaño de que han sido objeto y liberarse de la influencia espiritual y social de esos fariseos, que cual sepulcros blanqueados ocultan su complicidad con la Sinagoga de Satanás bajo la falsa apariencia de una ostentosa y farisaica piedad religiosa y de un hipócrita y falso apostolado cristiano(43).

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NOTAS

  • [38]  Graetz, History of the Jews, tomo II, Cap. XXII, pp. 613, 614.

  • [39]  Graetz, obra citada, tomo II, Cap. XXII, p. 614.             

  • [40]  Graetz, obra citada, tomo II, Cap. XXII, p. 613.

  • [41]  San Basilio y San Gregorio Nacianceno, Padres de la Iglesia. Carta publicada en Obras de San Juan Crisóstomo. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1958, p. 7.

  • [42]  Sources Chrétiennes, 13, p. 142 y ss., en Biblioteca de Autores Cristianos, Obras de San Juan Crisóstomo, Madrid, 1958, p. 5.

  • [43]  Lo acabado de insertar esa falta santidad y esa censura de los "antis" es una adición hecha por los autores de este libro en sus nuevas ediciones en vista del grave mal que están haciendo, en los países católicos, los clérigos y seglares que propagan esas ideas, ya sea en lo individual o por medio, sobre todo, de organizaciones genialmente concebidas y hermosamente estructuradas que narcotizando a sus adherentes con una falsa mística, les impiden realizar una lucha eficaz en contra del comunismo y del poder judaico oculto que lo dirige y lo propaga; en cambio, toleran que se calumnien