CARTA ABIERTA A MONSEÑOR FELLAY

Rev. Padre Basilio Méramo

 

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Estimado Monseñor:

   Dados los acontecimientos que conciernen a toda la Fraternidad (tanto miembros como fieles), con gran dolor y pesar me veo obligado a escribirle dirigiéndole públicamente esta carta.

   No puedo callar ante el retiro o levantamiento del decreto de excomunión de parte de Roma apóstata –como en más de una ocasión Monseñor Lefebvre dijera- solicitado a través de la cruzada de un millón de rosarios que fueron llevados a Roma con este fin, puesto que es al menos reconocer implícitamente –quiérase o no- que se estuvo excomulgado, a pesar de las excusas pueriles para hacer ver lo contrario. Usted mismo reconoce en su sermón de Flavigny del 2 de febrero de 2006 al decir: «Hemos pedido ciertamente el retiro del decreto de excomunión, su anulación; pero incluso decir “anular” quiere ya decir que se reconoce alguna cosa».

   Personalmente y en conciencia me veo constreñido (obligado) a manifestar mi total desacuerdo como miembro de carácter perpetuo de la Fraternidad, haciéndolo clara y públicamente ante Dios y la Iglesia Católica, única arca de salvación, exclusiva y única esposa de Cristo, y no como hoy quiere el ecumenismo imperante, una religión más dentro del Panteón de las falsas religiones donde anidan todas ellas, cada una con su altar (con sus «derechos»), en pacífica y abominable coexistencia, cual reino del Anticristo.

   Es un acto de meliflua y disimulada claudicación el ramo de flores (un millón de rosarios) entregado a Roma modernista y apóstata (la Gran Ramera escarlata cabalgando sobre la bestia, o sea, la religión prostituída, corrompida y adulterada como diría el Padre Castellani). Esto fue lo que tanto asombró al puro y virginal apóstol (más amado) San Juan Evangelista, por ser el nudo gordiano del misterio de la iniquidad en lugar Santo y de la abominable desolación del Templo, de la religión falsificada, amancebada con los poderes del mundo y fornicando con los reyes de la tierra.

   Levantar (o retirar) el decreto de excomunión, no es lo mismo que declarar o reconocer su invalidez y nulidad desde el principio.

   Aún más, se puede anular, y en consecuencia declarar la anulación (actual y factiva) aquí y ahora de un decreto que fue hasta ahora válido y legítimo, no siéndolo más a partir de ahora, por la corrección, la enmienda, la rectificación o la verificación de buena voluntad o lo que fuera del sancionado. En resumen, se puede anular o considerar anulada una ley justa pero que ya no procede, en cambio una ley injusta (como la sanción de excomunión de la Tradición) es desde el origen inválida y nula, no por voluntad del legislador sino por carencia de legitimidad, de veracidad, de justicia y de derecho. Una ley injusta y por lo tanto inválida y nula, jamás fue ley, una ley anulada en cambio si fue válida, legítima y justa según el derecho. Son dos cosas que aunque parecidas no es lo mismo, son distintas.

   El pedir que se levante (retire o quite) el decreto de excomunión, no es lo mismo que pedir o exigir el reconocimiento de la nulidad absoluta de la excomunión y su invalidez total. Son dos cosas muy distintas aunque se parecen, el no distinguirlas es una cortedad del entendimiento o ignorancia, y si no se acepta esto no queda sino concluir en que se trata de ingenua estulticia o de pura malicia, no queda otra cosa.

   Que se levante o quite el decreto de la excomunión, no es lo mismo que decir que no hubo nunca tal excomunión, pues no hay que confundir nulidad y anulación o retiro del decreto.

   Está claro que para Roma modernista se trata de la remisión una pena (la censura de excomunión), pues en términos jurídicos las penas medicinales, como es el caso de las censuras, se levantan como consta en el Derecho Canónico por la remisión de la pena, es decir, se perdona, alza, exime o libera de una sanción propinada a causa de un delito contumaz. Luego está clarísimo que el que acepta esta remisión de la pena es porque se considera culpable del delito en términos jurídicos. Y es lógio que así el censurado (delincuente) se regocije una vez enmendado y perdonado al remitirsele la sanción. Que un obispo hijo de Monseñor Lefebvre pida esto es renegar de su progenitor en el episcopado, reconociendo que el acto fue delictivo, pues no cabe otra alternativa en términos jurídicos. Sí, sí, non, non. Y como dice el adagio jurídico: “Lo que mucho prueba, nada prueba”.

   Si se mira bien, no se levanta la excomunión que recae principalmente en los dos obispos consagrantes: Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer, y en consecuencia a los obispos (por ellos) consagrados; sino que solamente se remite (levanta) la excomunión a los obispos consagrados: Monseñor Tissier de Mallerais, Monseñor Williamson, Monseñor Fellay y Monseñor de Galarreta. Lo cual deja muy en claro que la excomunión se levanta a quienes lo solicitaron con muestras de buena voluntad filial logrando activar la sensibilidad paternal de Benedicto XVI. No hay ninguna retractación de parte de Roma, la más mínima, simplemente indulgencia paternal hacia los cuatro obispos que solicitan filialmente el retiro de la excomunión al magnánimo Benedicto XVI. Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer siguen olímpicamente excomulgados, a menos que se levanten de sus tumbas y soliciten filialmente, también, y con muestras de buena voluntad que se les levante la excomunión, que fue sin lugar a dudas legítima y justa para Roma. Esto está más claro que el agua.

   Todas las razones aducidas para enmascarar la acción no tienen peso y son superfluas a la cuestión de fondo que es de fe. Roma protestantizada y modernista ha logrado desactivar la resistencia nucleada alrededor de la Fraternidad y de Monseñor Lefebvre después de dieciocho años de su muerte. Ahora se cierra el proceso de entrega que comenzó a manifestarse públicamente a partir del Jubileo del 2000.

   No estoy de acuerdo y no lo estaré, no puedo estarlo so pena de claudicar, de ceder, de dejarme prostituir intelectual y religiosamente por el poder del Mal, que introducido en la Iglesia todo lo quiere pervertir e invertir, es decir sodomizar espiritual y religiosamente, cual es la actitud del fariseísmo (corrupción específica de la religión), que hoy impera con todo el prestigio que da el poder, pero que se ejerce en detrimento de la Verdad. El mayor logro de la Revolución Mundial Anticristiana, no lo olvidemos jamás, es el de hacer de los hombres “prostitutas intelectuales”.1

   Una bomba no se desactiva con martillazos ni con hachazos, sino con fina y sutil maniobra de desajuste de su maquinaria interna.

   Así acontece ahora de modo semejante con la Fraternidad San Pío X, logrando inutilizarla (anularla o neutralizarla) en el combate y en la resistencia heroicos contra los errores de Roma modernista y apóstata, como dijera ya en su momento Monseñor Lefebvre.

   Bajo apariencia (máscara) de bien (y de falsa magnanimidad paternal), se desactiva la resistencia y el combate contra la Nueva Iglesia posconciliar, ecuménista, que está en contubernio con el globalismo mundial, sometido al imperio del príncipe de este mundo: Satanás y sus secuaces.

   Que ninguno de los otros tres obispos nada digan y así consientan con su silencio, es inexplicable a su función de guardianes de la fe, pues el que calla otorga y el que otorga acepta el error, el engaño, la mentira que todo esto conlleva. Son tiempos difíciles, y más que eso, son tiempos apocalípticos, en los cuales cada fiel, cada cual, cada uno debe como soldado de Cristo, confirmado en la Fe del bautismo, defender heroica y valientemente su fe, como los martires en la Iglesia primitiva, sin socorro ni ayuda humanas, solos con Dios, frente a sus verdugos.

   Nuestro único deber es permanecer firmes en la fe, fieles a Cristo y a su divina Iglesia Católica, Apostólica y Romana que hoy está eclipsada (cual total eclipse de sol: De Labore Solis, divisa del pontificado anterior) y para colmo de males según el lenguaje bíblico vemos la abominación desoladora en lugar santo, arrasando con todo lo sacro (o que se diga de Dios) e invadiendo el Templo bajo la férula tenaz del efímero triunfo de la Sinagoga de Satanás dentro de la Iglesia (De Gloria Olivae, como lo expresa la divisa del actual pontificado). Cumpliéndose así la profecía de Nuestra Señora de La Salette: «Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo». Esto es hoy un hecho, y para reconocerlo con ecuanimidad y fortaleza se requiere una fe sólida e ilustrada lo cual no abunda mucho que digamos en el mundo de hoy, lleno de tinieblas y donde se ha perdido la fe.

Aunque sin desanimarnos, pues sabemos a ciencia cierta que «Las puertas del infierno no prevalecerán» es decir: «que te harán la guerra pero no te vencerán», tal como explica Santo Tomás en su comentario del Credo. También sabemos que la verdadera Iglesia única y legítima esposa virginal de Cristo por la fe, permanecerá, aunque sea reducida a un pequeño rebaño (pusíllus grex, Lc. 12, 32) disperso por el mundo; pues la Iglesia como dice San Agustín y enseña el Catecismo de Trento (art. 9): «Es el pueblo fiel esparcido por todo el mundo», que espera su rescate sostenida por la bienaventurada esperanza de que habla San Pedro (segunda carta cáp. 3,12) y San Pablo (Tit. 2, 13), que consiste en el retorno de Cristo Rey en gloria y majestad.

   Debemos mantenernos «firmes en la fe» como nos exhorta San Pedro, ya que «Todo lo que no procede de la fe, es pecado» (Rom. 14,23) como dice San Pablo, pues «el justo vivirá de la fe» (Heb. 10, 38), y porque «hemos sido salvados gratuitamente por medio de la fe». (Ef. 2, 8). Nos resta sólo permanecer como valientes y firmes soldados confirmados en la fe del bautismo y así se cumplan en nosotros aquellas palabras de San Pablo: «probados por el testimonio de la fe, fueron hallados fieles en Cristo Jesús Señor Nuestro» (Heb. 12, 39).

   De otra parte es inconcebible que se diga que la Fraternidad desea poder ayudar al papa a remediar la crisis cuando de hecho los papas modernistas, son los primeros responsables y por lo mismo los principales culpables de esta crisis sin precedentes, cual no se ha visto nunca y jamás se verá. Y que a sabiendas, para colmo de males, Joseph Ratzinger a lo largo de toda su vida, primero como teólogo perito en el Concilio, después como Cardenal Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe durante el papado nefasto de Juan Pablo II, y que ahora como Benedicto XVI, retoma todos esos errores en vez de condenarlos. No es con paños de agua caliente que se curan los grandes males. Además al hablar de la crisis, sin hacer alusión a la crisis de fe y hablar de crisis de vocaciones, práctica religiosa, catecismo, frecuentación de sacramentos, es invertir las cosas, confundiendo el efecto con la causa.

1 Expresión fuerte pero muy ilustrativa que utilizó John Swinton, periodista que fue redactor en jefe del famoso periódico neoyorquino “The New York Times” refiriéndose a la prensa y a los periodistas, en un brindis del gremio donde él era uno de los agasajados de honor.

   De otra parte, al hablar de los derechos de la Tradición, como si se tratase de los derechos de unos y de los derechos de otros es falso, pues se trata (si vamos a hablar de derechos), del único derecho exclusivo de la Tradición, de la Iglesia, de la Verdad, pues los budistas, los animistas, los musulmanes, los judíos, los protestantes, etc., todos pueden también enarbolar sus derechos en la democracia liberal, puesto que toda persona en aras de su dignidad humana y libertad religiosa y de conciencia, reclama sus derechos, esto es un planteo liberal, modernista y en consonancia con los falsos derechos del hombre de la Revolución Anticristiana.

   No hay que olvidar, que sobre la inválida y nula (farisaica) excomunión, Monseñor Lefebvre decía: «Todos estos espíritus modernistas están excomulgados por San Pío X. Estas personas imbuídas de los principios modernistas son las que nos excomulgan, mientras que son ellos los excomulgados por el Papa San Pío X. ¿Y por qué nos excomulgan? porque queremos permanecer católicos, porque no queremos seguirlos en este espíritu de demolición de la Iglesia. Puesto que no queréis venir con nosotros para contribuir a la demolición de la Iglesia, os excomulgamos. Muy bien: gracias. Preferimos ser excomulgados. No queremos participar en esta obra espantosa que se realiza desde hace veinte años en la Iglesia». (Sermón durante la Misa cantada del P. Bernard Lorber en la escuela Etoile du Matin del 10 de julio de 1988, cfr. Fideliter Nº. 65 1988). «Nosotros jamás quisimos pertenecer a ese sistema que se califica, él mismo, de Iglesia conciliar (…) No tenemos parte alguna con el panteón de las religiones; nuestra propia excomunión por un decreto de vuestra Eminencia no sería sino la prueba irrefutable. No pedimos nada mejor que ser declarados “ex communione” del espíritu adulto que sopla en la Iglesia desde hace 25 años, excluidos de la comunión impía con los infieles.» (Carta al Cardenal Gantin del 6 de julio de 1988, cfr. Fideliter nº. 64, pp. 11 y 12).

   Y en otra ocasión, de paso por Ecône, estando con Monseñor Lefebvre y un periodista que lo entevistaba, éste le pregunta entre otras cosas sobre las excomuniones, y Monseñor le responde: «Si hay alguien que está excomulgado no soy yo, son ellos los excomulgados». Todo esto parece correr hoy la misma suerte que los documentos preparatorios del Concilio Vaticano II que fueron a parar a la papelera para hacer todo de nuevo de otra manera.

   Conste además que Monseñor Lefebvre, refiriéndose a Monseñor de Castro Mayer y a sí mismo, por haber sido condenados y excomulgados, afirma: «Los que estiman un deber minimizar estas riquezas e incluso negarlas, no pueden sino condenar a estos dos obispos y así confirman su cisma y su separación de Nuestro Señor y su Reino, a causa de su laicismo y su ecumenismo apóstata» (Itinéraire Spirituel, p. 9). Y por si fuera poco, más de lo mismo: «Esta apostasía convierte a estos miembros en adúlteros, en cismáticos opuestos a toda tradición, en ruptura con la Iglesia del pasado…» (Itinéraire Spirituel, p. 70).

   Por último, cabe señalar que, sobre el Concilio Vaticano II, hay mucho más que “reservas” como Usted afirma, pues es un Concilio atípico al no ser infalible lo cual es tan contradictorio como concebir un círculo cuadrado, y por lo mismo preñado (“bombas de tiempo”) de errores y herejías, al punto de ser considerado por Monseñor Lefebvre como un Concilio apóstata por su ecumenismo (como acabamos de ver), y que además es cismático, tal como afirma en este texto: «Este concilio representa, tanto a los ojos de las autoridades romanas como a los nuestros, una nueva Iglesia a la cual por otra parte llaman “la Iglesia conciliar”. Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la crítica interna y externa del Vaticano II, es decir, analizando los textos, estudiando los pormenores de este Concilio, que éste, al dar la espalda a la Tradición y al romper con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático. Se juzga el árbol por los frutos. (…) Todos los que cooperan en la aplicación de este trastocamiento, aceptan y adhieren a la nueva “Iglesia conciliar” –como la designa Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirige en nombre del Santo Padre del 25 de junio último-, entran en el cisma. (…) ¿Cómo podríamos nosotros por una obediencia servil y ciega, hacerle el juego a esos cismáticos que nos piden que colaboremos en su empresa de destrucción de la Iglesia?» (Un Évèque Parle, pp. 97-98).

   Ante todo esto no queda más que decir: «non possumus».

In Christo et Maria Virgine

Basilio Méramo Pbro.

Miembro a perpetuidad de la FSSPX

y Prior de Orizaba

26 de enero de 2009

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