COMPENDIO
DE VERDADES OPORTUNAS QUE SE
OPONEN A LOS ERRORES CONTEMPORÁNEOS [1]
Mons.
Antonio de Castro Mayer
VI racionalismo, evolucionismo, laicismo
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No hay posibilidad de colisión entre la Razón y la Fe. Cuando tal incompatibilidad parece existir, procede esto del hecho de que las enseñanzas de la Fe no están formuladas con precisión objetiva, o, más probablemente, de que la razón falló en sus investigaciones. Pero el filósofo o científico, ante una enseñanza infalible de la Iglesia, debe siempre desechar las conclusiones de su filosofía o ciencia que se opongan a estas enseñanzas. Es doctrina tradicional que el Santo Padre recuerda en la "Humani Generis" con estas palabras: "...esto debe ser admitido con cautela cuando es cuestión más bien de "hipótesis", aunque en algún modo apoyadas en la humana ciencia, que rozan la doctrina contenida en las Sagradas Escrituras, o en la "tradición". Porque si tales opiniones conjeturales se oponen directa o indirectamente a la doctrina revelada por Dios, no puede entonces, en modo alguno, ser atendida tal exigencia" (A. A. S. 42, pág. 575). |
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La sentencia impugnada destruye por la base la Religión Católica, que se funda toda ella en el hecho histórico de la Revelación, conocida y transmitida en su realidad objetiva. Fue ese mismo principio el que sirvió de fundamento a los Modernistas para sus errores, los cuales, en último término, reducían la Religión a mero subjetivismo. |
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La sentencia impugnada acepta como legítima las sucesivas revoluciones de carácter nivelador —protestantismo, revolución francesa, comunismo— que, bajo la presión del espíritu del orgullo y de la sensualidad, vienen transformando la tierra (León XIII, Enc. "Parvenú a la 25e année"). Querer conformar la Iglesia a una sociedad civil modelada según este espíritu, es pedir la capitulación de la Religión Católica. Además es prescindir de que la organización de la Iglesia en sus elementos de institución divina es inmutable. |
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La sentencia impugnada es unilateral. En cualquier época de la Historia los católicos tienen un doble deber: de adaptación y de resistencia. La sentencia impugnada sólo trata de adaptación. Este doble deber es a primera vista fácil de comprender. No hubo ninguna época en la cual todas las leyes, instituciones, costumbres, modos de ver y de sentir, mereciesen sólo alabanza o sólo censura. Por el contrario, existen siempre en las épocas mejores y en las peores cosas buenas y cosas malas. Ante el bien, se encuentre donde se encuentre, nuestra actitud sólo puede ser la que aconseja el Apóstol: probadas todas las cosas, tomad lo que es bueno. Frente al mal debemos igualmente obedecer el consejo del Apóstol: "no queráis conformaros con este siglo" (Rom. 12,2). Sin embargo conviene aplicar con inteligencia los dos consejos. Es excelente analizar todas las cosas y quedarse con lo bueno. Pero debemos tener presente que lo bueno es lo que está conforme, no sólo con la letra, sino también con el espíritu. Bueno no es aquello que favorece a un tiempo a la virtud y al vicio, sino lo que favorece siempre y únicamente a la virtud. Así, cuando una costumbre no es reprobable en sí misma pero crea una atmósfera favorable al mal, la prudencia manda rechazarla. Cuando una ley favorece a la única Iglesia verdadera pero al mismo tiempo favorece también a la herejía o a la incredulidad, merece ser combatida. La resistencia al siglo tiene que hacerse también con prudencia, esto es, no debe quedar más acá o más allá de su fin. Ejemplo de resistencia poco inteligente al siglo, de apego a las formas mudables y sin mayor importancia intrínseca, lo tenemos en la vuelta al "altar en forma de mesa". Es una resistencia que va más allá de su fin, que es la defensa de la Fe. Por otro lado, la resistencia al siglo no debe quedar más acá de su objetivo. No puede constituir en la mera enseñanza sin aplicación concreta a las circunstancias del día. Ni en protestas platónicas. Es necesario enseñar, es necesario conocer los hechos del día en toda su realidad viva y palpitante, es necesario organizar la acción para intervenir a fondo en el curso de los acontecimientos. Por fin, es necesario recordar que la fisonomía de una época no puede ser descompuesta en aspectos buenos y malos enteramente autónomos los unos de los otros. Toda época tiene una mentalidad propia que resulta a un tiempo de los aspectos buenos y malos. Si aquellos son preponderantes y éstos se refieren apenas a asuntos secundarios, la época debe llamarse buena. Si, por el contrario, tienen preponderancia los aspectos malos y el bien existe apenas en uno o en otro pormenor, la época debe llamarse mala. En los problemas de las relaciones entre el católico y su tiempo, no basta que tome posición ante aspectos fragmentarios del mundo en que vive. Debe considerar la fisonomía del tiempo en su profunda unidad moral y tomar posición ante ella. A vista de este principio se debe negar la sentencia impugnada, pues ella no nos habla de la aceptación de este o de aquel aspecto del mundo contemporáneo, sino de su unidad global. En el Syllabus Pío IX condena la siguiente proposición: "El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la actual civilización" (Prop. 80, D. 1780). Evidentemente, la condenación sería incomprensible si no se entendiese que el progreso y la civilización moderna en tiempo de Pío IX, aunque presentasen algún que otro aspecto bueno, en su generalidad estaban plagados de los errores del tiempo, y en especial de liberalismo, que la proposición 80 menciona especialmente. Y, en efecto, esta proposición fue sacada de la alocución "Jamdudum",, de 18 de marzo de 1861, en la cual el Pontífice pinta el impresionante cuadro de la lucha entre dos fuerzas irreconciliables, una defendiendo la así llamada civilización moderna, "sistema inventado para debilitar y quizá acabar con la Iglesia de Cristo", y la otra defendiendo los principios eternos de la civilización cristiana. Si por civilización moderna se entiende lo que declaró Pío IX, esto es, una civilización pagana en vías de formarse sobre los escombros de la antigua civilización cristiana, la condenación de la proposición 80 es por completo explicable. ¿Cuál sería el aspecto de conjunto de los días en que vivimos? Consultemos a los Papas. Pío XI nos dice que "en el transcurso de los siglos, de agitación en agitación, llegamos a la revolución de nuestros días, que, en todas partes, podemos decir, ya desencadenada o seriamente amenazadora, supera en amplitud y violencia a todas las pruebas de las anteriores persecuciones contra la Iglesia. Pueblos enteros se hallan en peligro de recaer en peor barbarie que aquella en que se encontraba la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor" ("Divini Redemptoris", Pío XI). Pío XII, en el discurso a la Unión de los hombres de Acción Católica Italiana el 12 de octubre de 1952, no es menos explícito: "Hoy en día no es sólo la Ciudad Eterna e Italia las que están amenazadas, sino todo el mundo. ¡Oh, no nos preguntéis quién es el "enemigo" y bajo qué aspectos se presenta. Se encuentra en todo lugar y en medio de todos: Sabe ser astuto y violento. En estos últimos siglos intentó realizar la disgregación intelectual, moral, social de la unidad en el misterioso organismo de Cristo. Quiso la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin autoridad; y a veces la autoridad sin la libertad. Es un "enemigo" que se ha hecho cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que sorprende: ¡Cristo sí, la Iglesia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente el grito impío: Dios está muerto; e incluso, Dios nunca existió. Y he aquí ahora la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre bases que no dudamos en indicar como principales responsables de la amenaza que pesa sobre la humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios. El "enemigo" se ha esforzado para que Cristo resulte extraño en las universidades, en la escuela, en la familia, en la administración de justicia, en la actividad legislativa, en las asambleas de las naciones, donde quiera que se decida la paz o la guerra. Al presente él corrompe el mundo con una prensa y con unos espectáculos que matan el pudor en los jóvenes y en las jóvenes y destruyen el amor entre los esposos; él inculca un nacionalismo que conduce a la guerra". (Cfr. "Catolicismo", enero de 1953). Así concluyamos. 1. — El católico de nuestra época debe distinguir cuidadosamente entre el bien y el mal, apoyando y favoreciendo todo cuanto es bueno, oponiéndose sin temor a todo cuanto es malo, valiéndose del progreso de la técnica para hacer apostolado. 2. — Debe tomar posiciones contra los principios equivocados que ejercen influencia preponderante en todos los campos de la vida moderna, y de esto debe hacer su principal apostolado. |
l Proposición falsa o al menos peligrosa |
K Proposición cierta |