DEMOSTRACIÓN
DE LA
DIVINIDAD DE LA RELIGIÓN
POR EL PREBENDADO
JOSÉ RAMÓN SAAVEDRA

OBRA APROBADA POR LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA
POR LA UNIVERSIDAD PARA TEXTO DE FUNDAMENTOS DE RELIGIÓN
EN LOS COLEGIOS DE LA REPÚBLICA

SANTIAGO (DE CHILE)
LIBRERÍA CENTRAL DE A. RAYMOND
1874
Propiedad del autor.

LIBRO PRIMERO
EL CRISTIANISMO
.

TERCERA PARTE
RELIGIÓN

CAP. PRIMERO. DE LA RELIGIÓN EN GENERAL

Artículo tercero
unidad de la religión

   Ya que el hombre está naturalmente obligado a tener una religión en la cual dé a Dios culto externo y público, ¿tendrá derecho para aceptar indiferentemente cualquiera de las religiones que hay en el mundo, o le será indispensable aceptar una sola religión? Esto equivale a preguntar si la religión verdadera puede ser múltiple, o si a Dios puede adorársele con religiones opuestas entre sí. En dos párrafos dilucidaremos estos puntos: en el primero estableceremos la unidad de la verdadera religión, y en el segundo impugnaremos el indiferentismo, como opuesto a la unidad.

§ I. — ¿PUEDE HABER MUCHAS RELIGIONES VERDADERAS?

   Se comprende con facilidad que las religiones existentes en el mundo difieren sustancialmente unas de otras, es decir, que las unas profesan doctrinas radical y esencialmente opuestas a las que profesan las otras, pues si así no fuese, no formarían distintas religiones sino una sola, y en tal caso no se concibe como hubieran los hombres de hallarse separados en punto tan importante como es la religión. En vista de esto defendemos que

LA VERDADERA RELIGIÓN QUE TODO HOMBRE ESTA OBLIGADO A ABRAZAR, NO PUEDE SER SINO UNA SOLA

   Nos limitamos a demostrar esta verdad en abstracto, sin determinar cual sea ésa religión únicamente verdadera.

   Damos cuatro pruebas de esta verdad, resumidas en el siguiente raciocinio. La religión verdadera no puede ser más de una sola, si así lo exigen la naturaleza de la verdad, la de Dios, la del hombre y la de la religión: mas, así lo requieren, etc.; luego, etc.

   I Prueba: La naturaleza de la verdad. —Es tan esencial a la verdad el ser única y exclusiva, que no puede concebirse unida con el error. Es de todo punto imposible que una misma cosa sea verdadera y falsa a un mismo tiempo, y considerada de un mismo modo. Lo que es verdad, nunca jamás puede ser error, ni éste pasar a ser verdad. En religión como en filosofía, en matemáticas, lo cierto es cierto, y lo falso es falso. De suerte que, si es verdad que el todo es mayor que su parte, que dos y dos son cuatro y no cinco, que hay un Dios creador del universo a quien el hombre está obligado a venerar, que este Dios es infinitamente bueno y justo, que hay gloria para los buenos e infierno para los malos etc., claro es que las doctrinas contrarias a éstas en todas partes y en todos tiempos deben necesariamente ser errores. La verdad emana de Dios, y es tan esencialmente inmutable como Dios. Luego, si hay religiones que profesan doctrinas opuestas entre sí, es de absoluta necesidad que la verdad no se halle en todas ellas, sino en una sola; luego, todas las demás fuera de aquella que posee la verdad son necesariamente religiones falsas; luego la naturaleza de la verdad exige que la religión verdadera sea única.

   II Prueba: La naturaleza de Dios. — Si las diversas religiones que enseñan dogmas opuestos fuesen verdaderas, Dios aprobaría el error y la verdad, y apreciaría en igual grado el honor y la injuria, el bien y el mal. Ahora bien, un Dios que concediera iguales derechos al error que a la verdad, y que manifestase indiferencia para ser adorado con la virtud o vilipendiado con el vicio, no sería Dios, porque Dios no puede dejar de aprobar lo verdadero y lo bueno, y de condenar lo falso y lo malo. Luego la naturaleza de Dios exige que entre diversas religiones con enseñanzas esencialmente contrarias no pueda haber sino una sola verdadera.

   III Prueba: La naturaleza del hombre. — El hombre no puede adorar verdaderamente a Dios, sino es por medio de lo que su entendimiento le representa como verdadero, ni amarlo sino con lo que su voluntad quiere como bueno. Si pretendiese adorarlo con lo que conocía ser falso, o amarlo con, actos malos, inferiría a Dios una gravísima injuria: es así que, si adorase a Dios con religiones opuestas entre sí, le adoraría con lo que conocía ser error y maldad; luego la naturaleza de las facultades del hombre implica la necesidad de una sola religión verdadera entre religiones opuestas.

   IV Prueba: La naturaleza de la religión. — La religión es el vínculo que une al hombre con Dios, y el camino que a él lo conduce: es así que no puede haber sino un solo medio para unirse a Dios entre varios medios contradictorios, y un solo camino que a Dios lo conduzca entre esos caminos encontrados; luego es de absoluta necesidad que algunos de esos caminos lo aparten de Dios; y por consiguiente, la naturaleza de la religión exige que la verdadera sea una solamente.

DIFICULTADES RESUELTAS

   1ª dificultad. — Es un absurdo manifiesto suponer que una sola sea la religión verdadera, porque entonces tendrá que condenarse la inmensa mayoría del género humano, pues cualquiera que sea la verdadera, siempre ha de comprender menor número de hombres que el que se halla en todas las demás reunidas.

   Respuesta. — En primer lugar, el absurdo manifiesto está en sostener que puede haber muchas religiones verdaderas con dogmas opuestos y una moral contradictoria, pues esto sería decir que una cosa es verdadera y falsa a un mismo tiempo. En segundo lugar, aceptada esta verdad por el hombre ilustrado, como no podrá menos de aceptarla sin renunciar a la razón, nada se habla por ahora de la salvación de los que practiquen tales o cuales religiones. Consideramos la religión en abstracto, objetivamente o en sí misma, no en los individuos que la profesan. Decimos solamente que las religiones opuestas a la verdadera son necesariamente falsas; pero, no decimos que se condenen por necesidad todos los que profesen esa religiones falsas, aun cuando crean de buena fe hallarse en la verdadera. Al contrario, sostenemos que, si esos hombres se condenan, no será por causa de haber estado involuntariamente fuera de la religión verdadera sino por otras causas. Pero, ya se deja ver que en este caso no es la religión la que los libra de condenarse, sino su buena disposición personal.

   2ª Dificultad. — Se ha dicho que la religión es un camino que conduce a Dios: así que a un punto puede llegarse por distintos caminos; luego las distintas religiones pueden conducirnos a Dios.

   Respuesta. — Se puede llegar a un punto por distintos caminos, cuando esos caminos no son encontrados; pero, no, si lo son. Las diversas religiones, enseñando doctrinas opuestas, no pueden conducirnos todas a Dios, sino sólo la que es verdadera, del mismo modo que entre diversos caminos con direcciones opuestas no puede haber sino uno que conduzca a un termino dado.

   Consecuencia. — De ser única la religión se sigue que ha de ser universal, o para todos los hombres: 1° porque Dios es el principio y fin de todos los hombres; 2º porque todos los hombres tienen una misma naturaleza moral y física; 3º porque el fin de la religión es hacer que todos los hombres cumplan sus obligaciones con Dios, con los demás y consigo mismo; y este fin es universal.

§ II. DEL INDIFERENTISMO

   Consiste el indiferentismo en que el hombre permanezca indiferente en materia de religión. Es de dos clases. La primera es de aquellos que no juzgan necesaria para el hombre la religión, y que por eso creen que es indiferente el tenerla o no tenerla. Este error se refutó cuando probamos la necesidad de la religión. La segunda clase de indiferentistas es la de los tolerantistas, que convienen en que el hombre está obligado a tener religión, pero creen indiferente el adoptar una u otra, porque a todas las consideran buenas. Conviene radicalmente con este tolerantismo el de aquellos protestantes que juzgan que se puede obtener la salvación en cualquiera de las sectas cristianas con tal que convengan en los artículos fundamentales del cristianismo, aun cuando disientan en algunos dogmas y en algunos principios de moral, a cuyo sistema se llama latitudinarismo.

   Este tolerantismo, llamado tolerancia religiosa, dogmática o teológica se diferencia de la tolerancia civil o política llamada también libertad de cultos, que consiste en la disposición de las leyes civiles de algún país por las cuales se permite el público ejercicio de diversos cultos, o se acuerda igual protección a la profesión externa del error que a la de la verdad. Trataremos primero de la tolerancia religiosa, y después, de la civil o libertad de cultos.

NÚMERO 1.
Tolerancia religiosa o dogmática.

   Acabamos de decir que el tolerantismo religioso consiste en reputar igualmente buenas todas las religiones. Afirmamos que

La tolerancia religiosa es absurda.

   Damos cuatro pruebas de nuestra proposición, contenidas en este raciocinio: «Lo que es falso, injurioso a Dios, injurioso y pernicioso al hombre, y perjudicial a la sociedad, es absurdo: es así que la tolerancia religiosa es falsa, etc.; luego es absurda.

   I Prueba: La tolerancia religiosa es falsa en sí. — 1° Esta doctrina supone que el hombre tiene derecho para determinar a su antojo el modo de honrar a Dios; y no tiene tal derecho, porque, si el culto con que ha de honrarlo es natural, será prescrito por la naturaleza a todo hombre, y en tal caso, será necesario y obligatorio; y si ese culto es exigido por Dios en virtud de una ley especial que no se funda en la naturaleza humana, entonces solo a Dios compete determinar el modo como quiere ser honrado y no puede conceder que se le honre con errores, vicios e impiedades. 2° La tolerancia religiosa supone que el hombre tiene derecho para trastornar la naturaleza de las cosas y hacer que lo malo sea bueno, o que pueda hacer que el entendimiento acepte como verdadero lo que conoce ser falso, y la voluntad ame como bueno lo que es evidentemente malo: todo esto es absurdo.

   II Prueba: La tolerancia religiosa es injuriosa a Dios. — Supone que a Dios le agrada igualmente la verdad que el error, lo bueno que lo malo: también esto es absurdo.

   III Prueba: Es injuriosa y perniciosa al hombre. — En primer lugar, la indiferencia religiosa es injuriosa al hombre porque de tres una: o cree que todas las religiones son verdaderas, y es un estúpido porque tiene como verdaderas a religiones contradictorias, tanto al Cristianismo que enseña que Jesucristo es Dios, como al Islamismo que lo tiene por puro hombre, tanto al Catolicismo que exige buenas obras para salvarse, como al Protestantismo que no las exige: o cree que una sola es verdadera, y es hipócrita si aprueba y practica las demás; o juzga que todas son falsas, y hace injuria a Dios, daña a la sociedad; y es hipócrita, si practica alguna de ellas. En segundo lugar, la tolerancia religiosa es perniciosa al hombre porque, si es al menos probable que hay una religión verdadera en la cual únicamente se consigue la salvación, se expone a condenarse no tratando de abrazar esa religión.

   IV Prueba: La tolerancia religiosa es perjudicial a la sociedad. — 1° No puede haber religión verdadera sin verdaderas ideas de Dios, y la tolerancia religiosa tiene falsas ideas de Dios, pues niega sus atributos. 2° Sin deberes, determinados para con Dios y para con los demás hombres no puede haber religión, y el tolerantismo religioso hace arbitrarios los deberes, desde que considera igualmente obligatorio el pro y el contra. Ahora bien, sin religión no hay sociedad, como lo confesaron hasta los filósofos gentiles[1], y lo ha confirmado el ejemplo constante de los pueblos.

   Con razón ha dicho el protestante Quinet: «El principio que sienta que todas las religiones son iguales, es la negación de toda filosofa, de toda ciencia, de toda historia[2]

DIFICULTADES RESUELTAS.

   1ª Dificultad. — Todas las religiones convienen en lo que es sustancial para agradar a Dios, aunque difieren en puntos accidentales; luego en todas ellas puede el hombre salvarse.

   Respuesta. — No es cierto que la oposición entre las diversas religiones sea puramente accidental. Entre el politeísmo y el monoteísmo, la cuestión es sobre si hay muchos dioses, o uno solamente; entre cristianos y mahometanos sobre si Jesucristo es Dios o únicamente hombre; entre católicos y protestantes sobre si las buenas obras son o no necesarias para salvarse, sobre la existencia del sacramento de la penitencia, del purgatorio, culto a los santos, y otros muchos puntos de grande importancia. Una oposición insustancial e insignificante no explicaría el hecho de muchas religiones.

   2ª Dificultad. — Es indecoroso dejar su religión y abrazar otra.

   Respuesta. — Es indecoroso, si se está en la verdadera y se pasa a otra, pero, es muy honroso el dejar la religión falsa y aceptarla verdadera; porque en eso se manifiesta un entendimiento despejado capaz de descubrir la verdad, y una voluntad firme que no se desalienta con las burlas de los hombres. M. de Joux, pastor protestante de Ginebra, y después presidente del consistorio reformado de Nantes, decía en 1813: «En cuanto a mí, vituperaré siempre que un católico se haga protestante; porque no es permitido al que tiene lo más buscar lo menos; pero, no podré vituperar jamás que un protestante se haga católico, porque es muy permitido al que tiene lo menos buscar lo más[3]

NÚMERO 2.
Tolerancia civil o libertad de cultos.

   Dijimos que la libertad de cultos consistía en la permisión que otorgan las leyes civiles de algún país para que allí se puedan practicar públicamente diversos cultos.

   Puede suceder que un país en el cual residen tan numerosos partidarios de religiones opuestas que estén casi equilibrados sus respectivos intereses, tema fundadamente verse anegado en la sangre de terribles guerras religiosas, si no permite el libre ejercicio de esos cultos diversos. En tan apremiantes circunstancias obrará cuerdamente tolerándolos, porque la prudencia aconseja que de dos males simultáneamente inevitables se prefiera el menor. Esta tolerancia no es, pues, una aprobación de esos cultos, sino la expresión de una penosa necesidad. Dios también tolera el pecado, pero no lo aprueba.

   Fuera de este caso, el gobierno da un país en el cual se halla establecida la verdadera religión jamás debe permitir el libre ejercicio de diversos cultos, porque

LA LIBERTAD DE CULTOS ES SUMAMENTE PERJUDICIAL A LA SOCIEDAD,
Y NINGÚN GOBIERNO TIENE DERECHO PARA ESTABLECERLA.

   I. — La primera parte de esta proposición afirma que la libertad de cultos es sumamente perjudicial a la sociedad. Enumeraremos ligeramente los males políticos, morales y religiosos que ocasiona.

   1° En primer lugar, es incuestionable que la libertad de cultos debilita el poder de las naciones. El elemento más poderoso que une a los hombres en sociedad es la religión. Si este elemento se divide, se dividen también los más caros intereses de los hombres. Ahí está la filosofía diciéndonos en comprobación de esta verdad que la fuerza está en la unión, principio de que han hecho grande uso los políticos, y ahí está la historia atestiguando lo funestas que siempre han sido las divisiones religiosas para el orden y prosperidad de las naciones. «Si, pues, una nación se halla dividida en muchas religiones, claro es que conserva en su seno muchos elementos de discordia. Supongamos que en Chile haya libertad de cultos, y que la Inglaterra tratase de conquistarnos por las armas. En este caso es natural, o por lo menos muy posible, que el partido religioso de nuestro suelo que correspondiese a la religión del gobierno inglés, favoreciese a los enemigos de nuestra patria ya sea que el sentimiento religioso se sobrepusiese a los sentimientos patrióticos, ya que el dominio extranjero se creyese más a propósito para la felicidad de Chile. Si esto pudiera suceder aun cuando los que compusieran aquel partido religioso fuesen chilenos, ¿qué sucedería en el caso de ser ingleses? La religión y la patria obrarían de acuerdo para hacernos esclavos. Con la libertad de cultos se pierde, pues, la unidad política que hace poderosas a las naciones[4].» Además, la moral es la base de la sociedad, y la moral se desconcierta y perece donde hay choques de principios religiosos, y donde cada cual cree lícito lo que se le antoja. Juan S. Rousseau dice: «La indiferencia filosófica se asemeja a la tranquilidad del estado bajo el despotismo; es la tranquilidad de la muerte: es más destructiva que la muerte misma[5]

   2º En segundo lugar causa males morales. Indispone los corazones para producir esa dulce armonía que reina entre los que profesan una misma religión, y es un perenne manantial de disputas acaloradas y de discordias. ¡Cuántas amarguras entre las familias al ver a unos de sus miembros practicar una religión, diversa de la de los otros! ¡qué reproches, qué lagrimas, qué sinsabores! Fuera de esto, de todas las religiones toleradas solo una ha de ser verdadera, y todas las demás han de ser falsas: las religiones falsas han de conducir a practicar acciones contrarias a la felicidad humana y a la ventura y progreso de las naciones, porque sólo la que Dios ha enseñado puede ser apta para producir orden y felicidad; luego la tolerancia de las falsas es un germen de inmoralidad.

   3° En tercer lugar, la libertad de ritos trae males religiosos. La indiferencia religiosa y el desprecio de los deberes religiosos es la consecuencia precisa de esa libertad en la mayoría de los ciudadanos. Así es natural que suceda tomando en cuenta la influencia del error en el entendimiento humano, las preocupaciones, la propensión a seguir la novedad en cualquiera materia, el atractivo de mayor libertad, las pasiones, y sobre todo, la imposibilidad en que se halla la mayor parte de conocer a fondo las razones que hay para desechar tales religiones y cerciorarse de la verdad de la que profesa. Si a estas disposiciones generales se agrega la fuerza fascinadora de la ciencia de algunos disidentes, el ejemplo de algunos amigos o de otras personas ilustradas, o el aliciente de algún interés material, muy fácil es que trastornen la fe poco cimentada de muchos. ¿Y quiénes son los que tienen una fe ilustrada con el estudio de la religión? En el entendimiento y en el corazón humano hay, pues, causas gravísimas que inducen al hombre a que abrace falsas religiones, o al menos a que mire con desprecio al cumplimiento de sus deberes religiosos. Si esos deberes exigen grandes sacrificios ¿cómo habrá voluntad para cumplirlos, cuando el entendimiento duda de que sea verdadera la religión que los impone? Hablando de la sociedad actual el conde de Falloux, ha dicho con razón que su tolerancia debía llamarse mejor indiferencia[6]. La historia atestigua que los que han predicado la tolerancia han sido los menos solícitos de honrar a Dios y de ser verdaderamente cristianos.

   II. — La segunda parte de nuestra proposición afirma que ningún gobierno tiene derecho para establecer la libertad de cultos. Damos dos pruebas:

   I Prueba: Objeto de la autoridad social. — El fin del poder público en la sociedad es procurar el bien temporal de los ciudadanos. Luego no puede tener derechos a otra cosa que a todo lo que sirva de medio para conseguir ese fin: así lo exige la naturaleza de todo ser. Es así que la libertad de cultos no es medio aparente para procurar la felicidad de los ciudadanos, sino al contrario, para ocasionar la desgracia de ellos; luego el gobierno no tiene derecho para establecerla.

   II Prueba: Derechos opuestos. — Conceder al gobierno este derecho es concederle el de ocasionar disturbios en las familias, disminuir la moralidad, debilitar el sentimiento religioso de los ciudadanos y el poder de la nación. ¿Tendrá derecho algún gobierno para hacer todos esos males? Nunca jamás. Si tal derecho tuviese, habría entonces derechos encontrados, porque los ciudadanos tienen indisputables derechos a su paz y felicidad, a que no se ponga en peligro la tranquilidad de las familias, el orden público y prepotencia de la nación. Luego en el gobierno existe la obligación de respetar ese derecho.

DIFICULTADES RESUELTAS.

   1ª Dificultad.—Todo hombre tiene derecho a que se respeten sus convicciones religiosas, su conciencia; luego el gobierno está obligado a respetar y hacer respetar ese derecho permitiendo el libre ejercicio de diversos cultos.

   Respuesta. — 1° El respeto a la conciencia ajena obligará a no forzar a otro a que deponga sus convicciones o a que obre contra ellas; pero, no obliga a permitirle el que obre en conformidad de su conciencia, si ésta es errónea y conduce a practicar actos perjudiciales; luego, de ese respeto no se sigue que a cada cual se permita el libre ejercicio de la religión que profese. 2° Es absurdo el principio de que el hombre tiene derecho a que la sociedad le permita practicar la religión que le parezca. Si esto fuese verdad, el hombre tendría el derecho de oponerse a la felicidad de los demás hombres, y de trastornar por su base la sociedad. Admitido en toda su extensión el principio de que el hombre tiene un derecho natural a profesar públicamente cualquiera religión sin que el gobierno se lo impida, se sigue que puede establecerse en cualquier país civilizado una religión que declare lícito el robo, el asesinato, la fornicación y el adulterio, o que obligue a ofrecer sacrificios humanos, o una religión en la cual se reconozca a un Dios a quien desagradara el obsequio y sumisión de sus criaturas, como el dios que se imaginó Robespierre, y finalmente, una religión que tratase de quitar la propiedad o la autoridad pública. Claro es que con semejantes religiones no podría haber sociedad; y si alguien tuviese pleno derecho para practicarlas, tendría derecho para conculcar la moral, trastornar el orden, y oponerse a la felicidad común. Todo esto es absurdo, porque el hombre tiene derecho a su felicidad y la sociedad lo tiene para subsistir, y no pueden existir derechos encontrados. Es falso entonces que el hombre tenga derecho a profesar públicamente cualquiera religión.

   2ª Dificultad. — El gobierno de un país no es juez competente para decidir de la verdad o falsedad de las religiones; luego no puede mandar que la religión del país sea una exclusivamente, ni prohibir el público ejercicio de las demás.

   Respuesta. — Cuando a los enemigos de la religión les conviene cercenar a la Iglesia alguna de sus atribuciones y traspasarla al poder laical, elevan hasta las nubes el saber de los gobernantes civiles; pero, tampoco dejan de envilecerlos demasiado siempre que les haga cuenta el hacerlo. ¿Con qué? ¿Los gobernantes civiles son tan menguados de luces y de inteligencia que no saben discernir cuál es la religión verdadera? Por lo común, los gobiernos se componen de hombres ilustrados e inteligentes, capaces de formar juicio certero sobre las arduas materias que son objeto de las leyes civiles. Pues menos penetración y menos ciencia que para legislar se necesitan para cerciorarse de la verdad de la religión. Si los ciudadanos particulares distinguen claramente cuál es la verdadera, ¿qué razón hay para que no la conozcan los gobernantes? Podrá ser que no tengan conocimientos profundos sobre los detalles de la religión, sobre todos sus dogmas, su legislación, etc.; pero, esto no impide el que puedan conocer la verdad o falsedad de ella. Ahora bien, puesto que conocen que la religión del país es la verdadera, no deben permitir el público ejercicio de ninguna otra, tanto porque nadie tiene derecho para oponerse a la voluntad de Dios, que prohíbe la aceptación de otra religión que la que él tiene establecida, como porque con la libertad de cultos obraría en contra del objeto con que se han establecido los gobiernos civiles, que es atender a la mayor felicidad de los asociados. Luego, si el exclusivismo religioso garantiza la dicha de los ciudadanos mejor de lo que lo hace la tolerancia de diversos cultos, los gobiernos están estrictamente obligados a sancionar ese exclusivismo. De no hacerlo así, no comprenderían su elevada misión de representantes de Dios, violarían sus juramentos, atacarían las creencias religiosas del país en vez de ampararlas, y conculcarían los más sagrados derechos de la nación[7].

   3ª Dificultad. —No se negará al menos que el hombre tiene el derecho de publicar sus pensamientos, de viva voz o por escrito, aun cuando sean contrarios a la religión verdadera que hay en el país, y que ningún gobierno puede impedir el uso de este derecho natural, porque, si nadie puede impedir el pensamiento, es consiguiente que nadie pueda coartar su emisión.

   Respuesta. — En este raciocinio hay una gran confusión de ideas: aclarémoslas. Es un absurdo insostenible pretender tener derechos contra la verdad. La verdad es la ley necesaria de todo ser, de todo lo positivo; y como la inteligencia humana está destinada a poseer la verdad, no puede suceder que el hombre tenga derecho para abrazar ni defender el error. El hombre no tiene derecho a lo que sirve de obstáculo a su perfección y a su destino eterno, y no hay duda en que el error le desvía de ambos destinos. Esto es lo que enseña la filosofía. 2ª Mientras el pensamiento no sale del interior y se revela en actos sensibles, no pertenece a la sociedad, sino al individuo. Pero, una vez exteriorizado, afecta ya a la sociedad, porque desde entonces existe como medio de comunicación con los demás hombres. Esta manifestación se hace susceptible de bondad o de malicia, según el pensamiento sea bueno o malo. Luego la sociedad tiene derecho para impedir esa manifestación cuando es mala, porque tiene derecho a todos los medios necesarios para conseguir su fin inmediato, la felicidad temporal de los asociados. El gobierno de un país, que representa los derechos de todos los ciudadanos, no sólo puede, sino que debe impedir la manifestación de pensamientos contrarios a la verdadera religión, y castigar a los contraventores. El mismo Juan S. Rousseau decía que debían ser castigados como perturbadores del orden y enemigos de la sociedad los que impugnasen los dogmas cristianos[8]. Porque algunos juzgan que las mujeres deben prostituirse a cualesquier hombres ¿deberá permitirse que se publique y defienda esa doctrina? Si alguien piensa que cada cual tiene derecho para matar a quien quiera ¿se tolerará tal enseñanza?

   4ª Dificultad: réplica. — Nadie tiene derecho para castigar al inocente, y no hay duda en que es inocente el que, estando íntimamente convencido de la verdad, trata de manifestarla a los demás.

   Respuesta. — Es falso que todo error sea inculpable. Buscar la verdad es la primaria y más esencial obligación del hombre. Si antes de estar en plena y pacífica posesión de ella, ejecuta actos reprobados por las leyes y por el juicio de los demás hombres, se hace reo de la pena establecida. Si así no fuese, ¿qué derecho habría para imponer pena al criminal que alegase estar bien convencido de que era lícita la acción por la cual se le condena? ¿Que asesino habría que no recurriese a la convicción que tenía de practicar un acto de santidad al sumir el puñal en el pecho de la víctima? Además, ¿es o no culpable el socialista que mata a un supremo gobernante, convencido de que hace un acto laudable y santo? Luego es falso el principio de la inculpabilidad del error; luego hay errores criminales.

   5ª Dificultad. — Si se concede que por evitar grandes males sociales pueden los gobiernos autorizar la libertad de cultos, también podrán permitirla cuando es grandemente útil a la sociedad; es así que puede producir todas estas grandes conveniencias morales y materiales. 1ª cesación de muchas relaciones concubinarias, porque los disidentes podrían casarse; 2ª mayor aumento de población en país que necesiten inmigración; 3ª progreso de las ciencias, artes e industria en los países atrasados; luego para obtener tales bienes podrían los gobiernos permitir el público ejercicio de distintos cultos.

   Respuesta. — Ante todo conviene notar que son de tres clases los bienes que los ciudadanos tienen derecho a exigir de la sociedad: bienes materiales, que proporcionen comodidad y agrado; intelectuales, que cultiven la inteligencia; y morales que dirijan la voluntad al bien. Los materiales son de menos importancia que los intelectuales, y estos que los morales. La sociedad, pues, debe preferir los últimos en caso de no poderse obtener todos a la vez. Por consiguiente, aun concediendo que la libertad de cultos produjese algunos bienes, estos no pueden parangonarse con los muchos y gravísimos males que causaría. Pero, fijémonos en los bienes que se le atribuyen. Las relaciones concubinarias de que se habla, no cesarían, ni se disminuirían notablemente, porque ni existen únicamente entre los solteros, ni las hay tan solo en los países exclusivistas, sino en todos los que reconocen la libertad de cultos, ni es el exclusivismo religioso la causa de esas relaciones inmorales. Si esa fuese la causa, ¿por qué los disidentes no procuran que la Iglesia les dispense el impedimento para que se casen con las mujer del país? El aumento de población y el progreso en las ciencias, artes e industria pueden obtenerse con la afluencia de extranjeros sin sacrificar la unidad religiosa de la nación. A lo menos por lo que hace a los países americanos, generalmente sobran alicientes para asegurarles una conveniente inmigración como lo ha probado y está probando la experiencia. Pero, supongamos que por un privilegio inconcebible estuviese reservado a los extranjeros protestantes solamente, el traernos ciencias e industria, todavía faltaría que resolver una cuestión ardua de si esos bienes serían de tal naturaleza que preponderasen sobre los males morales procedentes de la libertad de cultos. Para nosotros, que cimentamos la prosperidad de las naciones más en la suma de bienes morales que en la de bienes materiales e intelectuales, no es un problema difícil de resolver por la negativa; y muy poco conocimiento del hombre y de la sociedad manifestaría el político que así no lo resolviese. Esta preponderancia de los bienes morales sobre los materiales e intelectuales, lejos de oponerse a que estos se desarrollen convenientemente en la sociedad, estimularía, por el contrario, su adquisición, y afianzaría su estabilidad.

 

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NOTAS

[1] Platón y Cicerón.

[2] Prólogo de la obra de Marnix, cita de Monseñor de Segur, Conversaciones familiares sobre el Protestantismo III, p. ix.

[3] Cita de M. Segur, Conversaciones familiares sobre el Protestantismo. Allí mismo refiere que un personaje protestante dijo al literato Werner, recién convertido al catolicismo, que nunca había estimado al que hubiese mudado de religión. «Yo tampoco,» respondió Werner, «y por esto precisamente he despreciado siempre a Lutero.

[4] Pensamientos sobre el Catolicismo y la Sociedad, cap. xxiv.

[5] OEuv., de R., 1788, cita de Martin du Theil, J.-J. Rousseau apol., etc.

[6] Vida de S. Pío V.

[7] En un opúsculo que publiqué en el año 1863, decía yo a este respecto: Cuando hablarnos del gobierno de una nación, por supuesto que hablarnos también de sus cuerpos legislativos. Los senadores y diputados van a los congresos a representar la opinión de la nación que los eligió, y no a suplantarle su propia opinión... Cuando contrarían la voluntad nacional, traspasan las facultades que la nación les confirió, y traicionan infamemente los justos derechos de los ciudadanos. ¿Acaso el país les da el poder de obrar en contra de sus más sagrados intereses? Si han de ser representantes infieles e inicuos, la hidalguía y la justicia exigen que no acepten la comisión que se les da.» (Pensamientos sobre el Catolicismo y la Sociedad, XXIV.)

[8] Emile, t. I.