Ya
que el hombre está naturalmente obligado a tener una religión en la
cual dé a Dios culto externo y público, ¿tendrá derecho para aceptar
indiferentemente cualquiera de las religiones que hay en el mundo, o le
será indispensable aceptar una sola religión? Esto equivale a
preguntar si la religión verdadera puede ser múltiple, o si a Dios
puede adorársele con religiones opuestas entre sí. En dos párrafos
dilucidaremos estos puntos: en el primero estableceremos la unidad de la
verdadera religión, y en el segundo impugnaremos el indiferentismo,
como opuesto a la unidad.
§ I. — ¿PUEDE HABER MUCHAS RELIGIONES VERDADERAS?
Se comprende con facilidad que las religiones existentes en el mundo
difieren sustancialmente unas de otras, es decir, que las unas profesan
doctrinas radical y esencialmente opuestas a las que profesan las otras,
pues si así no fuese, no formarían distintas religiones sino una sola,
y en tal caso no se concibe como hubieran los hombres de hallarse
separados en punto tan importante como es la religión. En vista de esto
defendemos que
LA VERDADERA RELIGIÓN QUE TODO HOMBRE ESTA OBLIGADO
A ABRAZAR, NO PUEDE SER SINO UNA SOLA
Nos limitamos a demostrar esta verdad en abstracto, sin determinar cual
sea ésa religión únicamente verdadera.
Damos cuatro pruebas de esta verdad, resumidas en el siguiente
raciocinio. La religión verdadera no puede ser más de una sola, si así
lo exigen la naturaleza de la verdad, la de Dios, la del hombre y la de
la religión: mas, así lo requieren, etc.; luego, etc.
I Prueba: La
naturaleza de la verdad. —Es tan esencial a la verdad el ser única
y exclusiva, que no puede concebirse unida con el error. Es de todo
punto imposible que una misma cosa sea verdadera y falsa a un mismo
tiempo, y considerada de un mismo modo. Lo que es verdad, nunca jamás
puede ser error, ni éste pasar a ser verdad. En religión como en
filosofía, en matemáticas, lo cierto es cierto, y lo falso es falso.
De suerte que, si es verdad que el todo es mayor que su parte, que dos y
dos son cuatro y no cinco, que hay un Dios creador del universo a quien
el hombre está obligado a venerar, que este Dios es infinitamente bueno
y justo, que hay gloria para los buenos e infierno para los malos etc.,
claro es que las doctrinas contrarias a éstas en todas partes y en
todos tiempos deben necesariamente ser errores. La verdad emana de Dios,
y es tan esencialmente inmutable como Dios. Luego, si hay religiones que
profesan doctrinas opuestas entre sí, es de absoluta necesidad que la
verdad no se halle en todas ellas, sino en una sola; luego, todas las
demás fuera de aquella que posee la verdad son necesariamente
religiones falsas; luego la naturaleza de la verdad exige que la religión
verdadera sea única.
II Prueba: La
naturaleza de Dios. — Si las diversas religiones que enseñan
dogmas opuestos fuesen verdaderas, Dios aprobaría el error y la verdad,
y apreciaría en igual grado el honor y la injuria, el bien y el mal.
Ahora bien, un Dios que concediera iguales derechos al error que a la
verdad, y que manifestase indiferencia para ser adorado con la virtud o
vilipendiado con el vicio, no sería Dios, porque Dios no puede dejar de
aprobar lo verdadero y lo bueno, y de condenar lo falso y lo malo. Luego
la naturaleza de Dios exige que entre diversas religiones con enseñanzas
esencialmente contrarias no pueda haber sino una sola verdadera.
III Prueba: La
naturaleza del hombre. — El hombre no puede adorar
verdaderamente a Dios, sino es por medio de lo que su entendimiento le
representa como verdadero, ni amarlo sino con lo que su voluntad quiere
como bueno. Si pretendiese adorarlo con lo que conocía ser falso, o
amarlo con, actos malos, inferiría a Dios una gravísima injuria: es así
que, si adorase a Dios con religiones opuestas entre sí, le adoraría
con lo que conocía ser error y maldad; luego la naturaleza de las
facultades del hombre implica la necesidad de una sola religión
verdadera entre religiones opuestas.
IV Prueba: La
naturaleza de la religión. — La religión es el vínculo que
une al hombre con Dios, y el camino que a él lo conduce: es así que no
puede haber sino un solo medio para unirse a Dios entre varios medios
contradictorios, y un solo camino que a Dios lo conduzca entre esos
caminos encontrados; luego es de absoluta necesidad que algunos de esos
caminos lo aparten de Dios; y por consiguiente, la naturaleza de la
religión exige que la verdadera sea una solamente.
DIFICULTADES RESUELTAS
1ª dificultad. — Es un absurdo manifiesto
suponer que una sola sea la religión verdadera, porque entonces tendrá
que condenarse la inmensa mayoría del género humano, pues cualquiera
que sea la verdadera, siempre ha de comprender menor número de hombres
que el que se halla en todas las demás reunidas.
Respuesta. — En primer lugar, el absurdo
manifiesto está en sostener que puede haber muchas religiones
verdaderas con dogmas opuestos y una moral contradictoria, pues esto sería
decir que una cosa es verdadera y falsa a un mismo tiempo. En segundo
lugar, aceptada esta verdad por el hombre ilustrado, como no podrá
menos de aceptarla sin renunciar a la razón, nada se habla por ahora de
la salvación de los que practiquen tales o cuales religiones.
Consideramos la religión en abstracto, objetivamente o en sí misma, no
en los individuos que la profesan. Decimos solamente que las religiones
opuestas a la verdadera son necesariamente falsas; pero, no decimos que
se condenen por necesidad todos los que profesen esa religiones falsas,
aun cuando crean de buena fe hallarse en la verdadera. Al contrario,
sostenemos que, si esos hombres se condenan, no será por causa de haber
estado involuntariamente fuera de la religión verdadera sino por otras
causas. Pero, ya se deja ver que en este caso no es la religión la que
los libra de condenarse, sino su buena disposición personal.
2ª Dificultad. — Se ha dicho que la
religión es un camino que conduce a Dios: así que a un punto puede
llegarse por distintos caminos; luego las distintas religiones pueden
conducirnos a Dios.
Respuesta. — Se puede llegar a un punto
por distintos caminos, cuando esos caminos no son encontrados; pero, no,
si lo son. Las diversas religiones, enseñando doctrinas opuestas, no
pueden conducirnos todas a Dios, sino sólo la que es verdadera, del
mismo modo que entre diversos caminos con direcciones opuestas no puede
haber sino uno que conduzca a un termino dado.
Consecuencia. — De ser única la religión
se sigue que ha de ser universal,
o para todos los hombres: 1° porque Dios es el principio y fin de todos
los hombres; 2º porque todos los hombres tienen una misma naturaleza
moral y física; 3º porque el fin de la religión es hacer que todos
los hombres cumplan sus obligaciones con Dios, con los demás y consigo
mismo; y este fin es universal.
§ II. DEL INDIFERENTISMO
Consiste el indiferentismo en que el hombre permanezca indiferente en
materia de religión. Es de dos clases. La primera
es de aquellos que no juzgan necesaria para el hombre la religión, y
que por eso creen que es indiferente el tenerla o no tenerla. Este error
se refutó cuando probamos la necesidad de la religión. La segunda
clase de indiferentistas es la de los tolerantistas,
que convienen en que el hombre está obligado a tener religión, pero
creen indiferente el adoptar una u otra, porque a todas las consideran
buenas. Conviene radicalmente con este tolerantismo el de aquellos
protestantes que juzgan que se puede obtener la salvación en cualquiera
de las sectas cristianas con tal que convengan en los artículos
fundamentales del cristianismo, aun cuando disientan en algunos
dogmas y en algunos principios de moral, a cuyo sistema se llama latitudinarismo.
Este tolerantismo, llamado tolerancia
religiosa, dogmática o teológica se diferencia de la tolerancia
civil o política llamada
también libertad de cultos,
que consiste en la disposición de las leyes civiles de algún país por
las cuales se permite el público ejercicio de diversos cultos, o se
acuerda igual protección a la profesión externa del error que a la de
la verdad. Trataremos primero de la tolerancia religiosa,
y después, de la civil o libertad de cultos.
NÚMERO 1.
Tolerancia religiosa o dogmática.
Acabamos de decir que el tolerantismo religioso consiste en reputar
igualmente buenas todas las religiones. Afirmamos que
La tolerancia
religiosa es absurda.
Damos cuatro pruebas de nuestra proposición, contenidas en este
raciocinio: «Lo que es falso, injurioso a Dios, injurioso y pernicioso
al hombre, y perjudicial a la sociedad, es absurdo: es así que la
tolerancia religiosa es falsa, etc.; luego es absurda.
I Prueba:
La tolerancia religiosa es falsa
en sí. — 1° Esta doctrina supone que el hombre tiene derecho
para determinar a su antojo el modo de honrar a Dios; y no tiene tal
derecho, porque, si el culto con que ha de honrarlo es natural, será
prescrito por la naturaleza a todo hombre, y en tal caso, será
necesario y obligatorio; y si ese culto es exigido por Dios en virtud de
una ley especial que no se funda en la naturaleza humana, entonces solo
a Dios compete determinar el modo como quiere ser honrado y no puede
conceder que se le honre con errores, vicios e impiedades. 2° La
tolerancia religiosa supone que el hombre tiene derecho para trastornar
la naturaleza de las cosas y hacer que lo malo sea bueno, o que pueda
hacer que el entendimiento acepte como verdadero lo que conoce ser
falso, y la voluntad ame como bueno lo que es evidentemente malo: todo
esto es absurdo.
II Prueba:
La tolerancia religiosa es
injuriosa a Dios. — Supone que a Dios le agrada igualmente la
verdad que el error, lo bueno que lo malo: también esto es absurdo.
III Prueba:
Es injuriosa y perniciosa al
hombre. — En primer lugar, la indiferencia religiosa es injuriosa
al hombre porque de tres una: o cree que todas las religiones son
verdaderas, y es un estúpido porque tiene como verdaderas a religiones
contradictorias, tanto al Cristianismo que enseña que Jesucristo es
Dios, como al Islamismo que lo tiene por puro hombre, tanto al
Catolicismo que exige buenas obras para salvarse, como al Protestantismo
que no las exige: o cree que una sola es verdadera, y es hipócrita si
aprueba y practica las demás; o juzga que todas son falsas, y hace
injuria a Dios, daña a la sociedad; y es hipócrita, si practica alguna
de ellas. En segundo lugar, la tolerancia religiosa es perniciosa al hombre porque, si es al menos probable que hay una
religión verdadera en la cual únicamente se consigue la salvación, se
expone a condenarse no tratando de abrazar esa religión.
IV Prueba: La
tolerancia religiosa es perjudicial a la sociedad.
— 1° No puede haber religión verdadera sin verdaderas ideas de Dios,
y la tolerancia religiosa tiene falsas ideas de Dios, pues niega sus
atributos. 2° Sin deberes, determinados para con Dios y para con los
demás hombres no puede haber religión, y el tolerantismo religioso
hace arbitrarios los deberes, desde que considera igualmente obligatorio
el pro y el contra. Ahora bien, sin religión no hay sociedad, como lo
confesaron hasta los filósofos gentiles,
y lo ha confirmado el ejemplo constante de los pueblos.
Con razón ha dicho el protestante Quinet: «El principio que sienta que
todas las religiones son iguales, es la negación de toda filosofa, de
toda ciencia, de toda historia.»
DIFICULTADES RESUELTAS.
1ª Dificultad. — Todas las religiones
convienen en lo que es sustancial para agradar a Dios, aunque difieren
en puntos accidentales; luego en todas ellas puede el hombre salvarse.
Respuesta. — No es cierto que la oposición
entre las diversas religiones sea puramente accidental. Entre el politeísmo
y el monoteísmo, la cuestión es sobre si hay muchos dioses, o uno
solamente; entre cristianos y mahometanos sobre si Jesucristo es Dios o
únicamente hombre; entre católicos y protestantes sobre si las buenas
obras son o no necesarias para salvarse, sobre la existencia del
sacramento de la penitencia, del purgatorio, culto a los santos, y otros
muchos puntos de grande importancia. Una oposición insustancial e
insignificante no explicaría el hecho de muchas religiones.
2ª Dificultad. — Es indecoroso dejar su
religión y abrazar otra.
Respuesta. — Es indecoroso, si se está en
la verdadera y se pasa a otra, pero, es muy honroso el dejar la religión
falsa y aceptarla verdadera; porque en eso se manifiesta un
entendimiento despejado capaz de descubrir la verdad, y una voluntad
firme que no se desalienta con las burlas de los hombres. M. de Joux,
pastor protestante de Ginebra, y después presidente del consistorio
reformado de Nantes, decía en 1813: «En cuanto a mí, vituperaré
siempre que un católico se haga protestante; porque no es permitido al
que tiene lo más buscar lo menos; pero, no podré vituperar jamás que
un protestante se haga católico, porque es muy permitido al que tiene
lo menos buscar lo más.»
NÚMERO 2.
Tolerancia civil o libertad de cultos.
Dijimos que la libertad de cultos consistía en la permisión que
otorgan las leyes civiles de algún país para que allí se puedan
practicar públicamente diversos cultos.
Puede suceder que un país en el cual residen tan numerosos partidarios
de religiones opuestas que estén casi equilibrados sus respectivos
intereses, tema fundadamente verse anegado en la sangre de terribles
guerras religiosas, si no permite el libre ejercicio de esos cultos
diversos. En tan apremiantes circunstancias obrará cuerdamente tolerándolos,
porque la prudencia aconseja que de dos males simultáneamente
inevitables se prefiera el menor. Esta tolerancia no es, pues, una
aprobación de esos cultos, sino la expresión de una penosa necesidad.
Dios también tolera el pecado, pero no lo aprueba.
Fuera de este caso, el gobierno da un país en el cual se halla
establecida la verdadera religión jamás debe permitir el libre
ejercicio de diversos cultos, porque
LA LIBERTAD DE CULTOS ES SUMAMENTE
PERJUDICIAL A LA SOCIEDAD,
Y NINGÚN GOBIERNO TIENE DERECHO PARA ESTABLECERLA.
I. — La primera parte de esta proposición afirma que la
libertad de cultos es sumamente perjudicial a la sociedad.
Enumeraremos ligeramente los males políticos, morales y religiosos que
ocasiona.
1° En primer lugar, es incuestionable que la libertad de cultos
debilita el poder de las naciones. El elemento más poderoso que une a
los hombres en sociedad es la religión. Si este elemento se divide, se
dividen también los más caros intereses de los hombres. Ahí está la
filosofía diciéndonos en comprobación de esta verdad que la fuerza está en la unión, principio de que han hecho grande uso
los políticos, y ahí está la historia atestiguando lo funestas que
siempre han sido las divisiones religiosas para el orden y prosperidad
de las naciones. «Si, pues, una nación se halla dividida en muchas
religiones, claro es que conserva en su seno muchos elementos de
discordia. Supongamos que en Chile haya libertad de cultos, y que la
Inglaterra tratase de conquistarnos por las armas. En este caso es
natural, o por lo menos muy posible, que el partido religioso de nuestro
suelo que correspondiese a la religión del gobierno inglés,
favoreciese a los enemigos de nuestra patria ya sea que el sentimiento
religioso se sobrepusiese a los sentimientos patrióticos, ya que el
dominio extranjero se creyese más a propósito para la felicidad de
Chile. Si esto pudiera suceder aun cuando los que compusieran aquel
partido religioso fuesen chilenos, ¿qué sucedería en el caso de ser
ingleses? La religión y la patria obrarían de acuerdo para hacernos
esclavos. Con la libertad de cultos se pierde, pues, la unidad política
que hace poderosas a las naciones.»
Además, la moral es la base de la sociedad, y la moral se desconcierta
y perece donde hay choques de principios religiosos, y donde cada cual
cree lícito lo que se le antoja. Juan S. Rousseau dice: «La
indiferencia filosófica se asemeja a la tranquilidad del estado bajo el
despotismo; es la tranquilidad de la muerte: es más destructiva que la
muerte misma.»
2º En segundo lugar causa males
morales. Indispone los corazones para producir esa dulce armonía
que reina entre los que profesan una misma religión, y es un perenne
manantial de disputas acaloradas y de discordias. ¡Cuántas amarguras
entre las familias al ver a unos de sus miembros practicar una religión,
diversa de la de los otros! ¡qué reproches, qué lagrimas, qué
sinsabores! Fuera de esto, de todas las religiones toleradas solo una ha
de ser verdadera, y todas las demás han de ser falsas: las religiones
falsas han de conducir a practicar acciones contrarias a la felicidad
humana y a la ventura y progreso de las naciones, porque sólo la que
Dios ha enseñado puede ser apta para producir orden y felicidad; luego
la tolerancia de las falsas es un germen de inmoralidad.
3° En tercer lugar, la libertad de ritos trae males
religiosos. La indiferencia religiosa y el desprecio de los deberes
religiosos es la consecuencia precisa de esa libertad en la mayoría de
los ciudadanos. Así es natural que suceda tomando en cuenta la
influencia del error en el entendimiento humano, las preocupaciones, la
propensión a seguir la novedad en cualquiera materia, el atractivo de
mayor libertad, las pasiones, y sobre todo, la imposibilidad en que se
halla la mayor parte de conocer a fondo las razones que hay para
desechar tales religiones y cerciorarse de la verdad de la que profesa.
Si a estas disposiciones generales se agrega la fuerza fascinadora de la
ciencia de algunos disidentes, el ejemplo de algunos amigos o de otras
personas ilustradas, o el aliciente de algún interés material, muy fácil
es que trastornen la fe poco cimentada de muchos. ¿Y quiénes son los
que tienen una fe ilustrada con el estudio de la religión? En el
entendimiento y en el corazón humano hay, pues, causas gravísimas que
inducen al hombre a que abrace falsas religiones, o al menos a que mire
con desprecio al cumplimiento de sus deberes religiosos. Si esos deberes
exigen grandes sacrificios ¿cómo habrá voluntad para cumplirlos,
cuando el entendimiento duda de que sea verdadera la religión que los
impone? Hablando de la sociedad actual el conde de Falloux, ha dicho con
razón que su tolerancia debía
llamarse mejor indiferencia.
La historia atestigua que los que han predicado la tolerancia han sido
los menos solícitos de honrar a Dios y de ser verdaderamente
cristianos.
II. — La segunda parte de nuestra proposición afirma que ningún
gobierno tiene derecho para establecer la libertad de cultos. Damos
dos pruebas:
I Prueba:
Objeto de la autoridad social.
— El fin del poder público en la sociedad es procurar el bien
temporal de los ciudadanos. Luego no puede tener derechos a otra cosa
que a todo lo que sirva de medio para conseguir ese fin: así lo exige
la naturaleza de todo ser. Es así que la libertad de cultos no es medio
aparente para procurar la felicidad de los ciudadanos, sino al
contrario, para ocasionar la desgracia de ellos; luego el gobierno no
tiene derecho para establecerla.
II Prueba:
Derechos opuestos. —
Conceder al gobierno este derecho es concederle el de ocasionar
disturbios en las familias, disminuir la moralidad, debilitar el
sentimiento religioso de los ciudadanos y el poder de la nación. ¿Tendrá
derecho algún gobierno para hacer todos esos males? Nunca jamás. Si
tal derecho tuviese, habría entonces derechos encontrados, porque los
ciudadanos tienen indisputables derechos a su paz y felicidad, a que no
se ponga en peligro la tranquilidad de las familias, el orden público y
prepotencia de la nación. Luego en el gobierno existe la obligación de
respetar ese derecho.
DIFICULTADES RESUELTAS.
1ª Dificultad.—Todo
hombre tiene derecho a que se respeten sus convicciones religiosas, su
conciencia; luego el gobierno está obligado a respetar y hacer respetar
ese derecho permitiendo el libre ejercicio de diversos cultos.
Respuesta. — 1° El respeto a la
conciencia ajena obligará a no forzar a otro a que deponga sus
convicciones o a que obre contra ellas; pero, no obliga a permitirle el
que obre en conformidad de su conciencia, si ésta es errónea y conduce
a practicar actos perjudiciales; luego, de ese respeto no se sigue que a
cada cual se permita el libre ejercicio de la religión que profese. 2°
Es absurdo el principio de que el hombre tiene derecho a que la sociedad
le permita practicar la religión que le parezca. Si esto fuese verdad,
el hombre tendría el derecho de oponerse a la felicidad de los demás
hombres, y de trastornar por su base la sociedad. Admitido en toda su
extensión el principio de que el hombre tiene un derecho natural a
profesar públicamente cualquiera religión sin que el gobierno se lo
impida, se sigue que puede establecerse en cualquier país civilizado
una religión que declare lícito el robo, el asesinato, la fornicación
y el adulterio, o que obligue a ofrecer sacrificios humanos, o una
religión en la cual se reconozca a un Dios a quien desagradara el
obsequio y sumisión de sus criaturas, como el dios que se imaginó
Robespierre, y finalmente, una religión que tratase de quitar la
propiedad o la autoridad pública. Claro es que con semejantes
religiones no podría haber sociedad; y si alguien tuviese pleno derecho
para practicarlas, tendría derecho para conculcar la moral, trastornar
el orden, y oponerse a la felicidad común. Todo esto es absurdo, porque
el hombre tiene derecho a su felicidad y la sociedad lo tiene para
subsistir, y no pueden existir derechos encontrados. Es falso entonces
que el hombre tenga derecho a profesar públicamente cualquiera religión.
2ª Dificultad. — El
gobierno de un país no es juez competente para decidir de la verdad o
falsedad de las religiones; luego no puede mandar que la religión del
país sea una exclusivamente, ni prohibir el público ejercicio de las
demás.
Respuesta. — Cuando a los enemigos de la
religión les conviene cercenar a la Iglesia alguna de sus atribuciones
y traspasarla al poder laical, elevan hasta las nubes el saber de los
gobernantes civiles; pero, tampoco dejan de envilecerlos demasiado
siempre que les haga cuenta el hacerlo. ¿Con qué? ¿Los gobernantes
civiles son tan menguados de luces y de inteligencia que no saben
discernir cuál es la religión verdadera? Por lo común, los gobiernos
se componen de hombres ilustrados e inteligentes, capaces de formar
juicio certero sobre las arduas materias que son objeto de las leyes
civiles. Pues menos penetración y menos ciencia que para legislar se
necesitan para cerciorarse de la verdad de la religión. Si los
ciudadanos particulares distinguen claramente cuál es la verdadera, ¿qué
razón hay para que no la conozcan los gobernantes? Podrá ser que no
tengan conocimientos profundos sobre los detalles de la religión, sobre
todos sus dogmas, su legislación, etc.; pero, esto no impide el que
puedan conocer la verdad o falsedad de ella. Ahora bien, puesto que
conocen que la religión del país es la verdadera, no deben permitir el
público ejercicio de ninguna otra, tanto porque nadie tiene derecho
para oponerse a la voluntad de Dios, que prohíbe la aceptación de otra
religión que la que él tiene establecida, como porque con la libertad
de cultos obraría en contra del objeto con que se han establecido los
gobiernos civiles, que es atender a la mayor felicidad de los asociados.
Luego, si el exclusivismo religioso garantiza la dicha de los ciudadanos
mejor de lo que lo hace la tolerancia de diversos cultos, los gobiernos
están estrictamente obligados a sancionar ese exclusivismo. De no
hacerlo así, no comprenderían su elevada misión de representantes de
Dios, violarían sus juramentos, atacarían las creencias religiosas del
país en vez de ampararlas, y conculcarían los más sagrados derechos
de la nación.
3ª Dificultad. —No se negará al menos
que el hombre tiene el derecho de publicar sus pensamientos, de viva voz
o por escrito, aun cuando sean contrarios a la religión verdadera que
hay en el país, y que ningún gobierno puede impedir el uso de este
derecho natural, porque, si nadie puede impedir el pensamiento, es
consiguiente que nadie pueda coartar su emisión.
Respuesta. — En este raciocinio hay una
gran confusión de ideas: aclarémoslas. 1ª
Es un absurdo insostenible pretender tener derechos contra la
verdad. La verdad es la ley necesaria de todo ser, de todo lo positivo;
y como la inteligencia humana está destinada a poseer la verdad, no
puede suceder que el hombre tenga derecho para abrazar ni defender el
error. El hombre no tiene derecho a lo que sirve de obstáculo a su
perfección y a su destino eterno, y no hay duda en que el error le desvía
de ambos destinos. Esto es lo que enseña la filosofía. 2ª Mientras el
pensamiento no sale del interior y se revela en actos sensibles, no
pertenece a la sociedad, sino al individuo. Pero, una vez exteriorizado,
afecta ya a la sociedad, porque desde entonces existe como medio de
comunicación con los demás hombres. Esta manifestación se hace
susceptible de bondad o de malicia, según el pensamiento sea bueno o
malo. Luego la sociedad tiene derecho para impedir esa manifestación
cuando es mala, porque tiene derecho a todos los medios necesarios para
conseguir su fin inmediato, la felicidad temporal de los asociados. El
gobierno de un país, que representa los derechos de todos los
ciudadanos, no sólo puede, sino que debe impedir la manifestación de
pensamientos contrarios a la verdadera religión, y castigar a los
contraventores. El mismo Juan S. Rousseau decía que debían ser
castigados como perturbadores del orden y enemigos de la sociedad los que impugnasen
los dogmas cristianos.
Porque algunos juzgan que las mujeres deben prostituirse a cualesquier
hombres ¿deberá permitirse que se publique y defienda esa doctrina? Si
alguien piensa que cada cual tiene derecho para matar a quien quiera ¿se
tolerará tal enseñanza?
4ª Dificultad: réplica.
— Nadie tiene derecho para castigar al inocente, y no hay duda en que
es inocente el que, estando íntimamente convencido de la verdad, trata
de manifestarla a los demás.
Respuesta. — Es falso que todo error sea
inculpable. Buscar la verdad es la primaria y más esencial obligación
del hombre. Si antes de estar en plena y pacífica posesión de ella,
ejecuta actos reprobados por las leyes y por el juicio de los demás
hombres, se hace reo de la pena establecida. Si así no fuese, ¿qué
derecho habría para imponer pena al criminal que alegase estar bien
convencido de que era lícita la acción por la cual se le condena? ¿Que
asesino habría que no recurriese a la convicción que tenía de
practicar un acto de santidad al sumir el puñal en el pecho de la víctima?
Además, ¿es o no culpable el socialista que mata a un supremo
gobernante, convencido de que hace un acto laudable y santo? Luego es
falso el principio de la inculpabilidad del error; luego hay errores
criminales.
5ª Dificultad. — Si se
concede que por evitar grandes males sociales pueden los gobiernos
autorizar la libertad de cultos, también podrán permitirla cuando es
grandemente útil a la sociedad; es así que puede producir todas estas
grandes conveniencias morales y materiales. 1ª cesación de muchas
relaciones concubinarias, porque los disidentes podrían casarse; 2ª
mayor aumento de población en país que necesiten inmigración; 3ª
progreso de las ciencias, artes e industria en los países atrasados;
luego para obtener tales bienes podrían los gobiernos permitir el público
ejercicio de distintos cultos.
Respuesta. — Ante todo conviene notar que
son de tres clases los bienes que los ciudadanos tienen derecho a exigir
de la sociedad: bienes materiales,
que proporcionen comodidad y agrado; intelectuales,
que cultiven la inteligencia; y morales
que dirijan la voluntad al bien. Los materiales son de menos importancia
que los intelectuales, y estos
que los morales. La sociedad,
pues, debe preferir los últimos en caso de no poderse obtener todos a
la vez. Por consiguiente, aun concediendo que la libertad de cultos
produjese algunos bienes, estos no pueden parangonarse con los muchos y
gravísimos males que causaría. Pero, fijémonos en los bienes que se
le atribuyen. Las relaciones concubinarias de que se habla, no cesarían,
ni se disminuirían notablemente, porque ni existen únicamente entre
los solteros, ni las hay tan solo en los países exclusivistas, sino en
todos los que reconocen la libertad de cultos, ni es el exclusivismo
religioso la causa de esas relaciones inmorales. Si esa fuese la causa,
¿por qué los disidentes no procuran que la Iglesia les dispense el
impedimento para que se casen con las mujer del país? El aumento de
población y el progreso en las ciencias, artes e industria pueden
obtenerse con la afluencia de extranjeros sin sacrificar la unidad
religiosa de la nación. A lo menos por lo que hace a los países
americanos, generalmente sobran alicientes para asegurarles una
conveniente inmigración como lo ha probado y está probando la
experiencia. Pero, supongamos que por un privilegio inconcebible
estuviese reservado a los extranjeros protestantes solamente, el
traernos ciencias e industria, todavía faltaría que resolver una
cuestión ardua de si esos bienes serían de tal naturaleza que
preponderasen sobre los males morales procedentes de la libertad de
cultos. Para nosotros, que cimentamos la prosperidad de las naciones más
en la suma de bienes morales que en la de bienes materiales e
intelectuales, no es un problema difícil de resolver por la negativa; y
muy poco conocimiento del hombre y de la sociedad manifestaría el político
que así no lo resolviese. Esta preponderancia de los bienes morales
sobre los materiales e intelectuales, lejos de oponerse a que estos se
desarrollen convenientemente en la sociedad, estimularía, por el
contrario, su adquisición, y afianzaría su estabilidad. |