DOCTOR
SERÁFICO
SAN
BUENAVENTURA
CUESTIONES
DISPUTADAS
SOBRE LA PERFECCIÓN EVANGÉLICA
CUESTIÓN IV. DE LA OBEDIENCIA
ARTICULO III
De la obediencia debida al Sumo Pontífice
Notas al lector:
Todos los
verdaderos Pontífices son virtualmente
y moralmente
uno y el mismo. Búsqueselo entre los
Arquitectos
Supremos del Vaticano II. Justifíquese la
obediencia o la
desobediencia al erradamente reconocido.
Por último,
se pregunta si pertenece a la religión cristiana el que todos obedezcan
a uno. Y que esto es así, lo vemos, ya por el Antiguo Testamento, ya
por el Nuevo, ya por el derecho canónico, ya por razones evidentes. Digo, pues, en
primer lugar, que se demuestra por el Antiguo Testamento de esta
manera:
1. En el capítulo 17 del Deuteronomio: Si, estando pendiente
ante ti una causa, hallares ser difícil y dudoso el discernimiento, y
vieres que son varios los pareceres de los jueces, marcha y acude al
lugar que habrá escogido el Señor Dios tuyo. Y quien se ensoberbeciere
y no quisiere obedecer la determinación del sacerdote, ese tal será
muerto; y en la Glosa, al comentario: «Aquí se concede el derecho de
apelación». De este texto y de la Glosa se colige que en la ley
antigua era uno solo el Sumo Pontífice, a quien todos habían de
recurrir en los juicios y a quien todos debían mostrarse obedientes.
Ahora bien, si esto tenía lugar en la ley figurativa, es claro que con
mucha mayor razón debe tenerlo en la ley de la gracia. Lo cual se
prueba por tres razones. Primera, porque mayor es la unidad ahora que
entonces; luego con mucha razón el Pontífice debe ser uno solo.
—Segunda, porque el pontificado es más digno y más sublime; luego
con mucha más razón deben todos sujetarse a un solo Pontífice que en
tiempo de la ley mosaica. —Y tercera, porque ahora debe ser mayor la
obediencia, y la jerarquía más ordenada. De todo lo cual se deduce
que, si en tiempo de la ley mosaica era obligación obedecer a un solo
Sumo Pontífice, con mucha más razón debe serlo en tiempo de la ley de
Cristo.
2. Además, el salmo: Los establecerá príncipes sobre
toda la tierra. Consta que esto se dijo de los apóstoles; luego
toda la tierra está sujeta a su principado; pero este principado es
principado estable, según aquello del salmo: Su imperio ha llegado a
ser sumamente poderoso; pero no es principado estable si no está
unido, ya que todo reino dividido contra sí mismo será devastado; y
no está unido si no tiene un solo príncipe primario; luego, según el
testimonio profético, toda la tierra debe someterse a uno solo, que
tenga principado universal.
3. Además, para confirmar esto viene al caso lo que dice San
Bernardo en el libro III de su obra Al Papa Eugenio: «Tenía
que salir del mundo el que tal vez deseaba explorar lo que se substrae a
tu cuidado. Tus padres fueron destinados a dominar, no algunas regiones,
sino toda la redondez de la tierra; su sonido, en efecto, se
ha propagado por toda la tierra», etc. Y a continuación: «Su
imperio ha llegado a ser sumamente poderoso; los constituiste en príncipes
sobre toda la tierra. Tú le has sucedido en las posesiones, y así
tú eres heredero, y tu herencia es la redondez de la tierra». Por
tanto, quédase manifiesto que, según el testimonio profético,
universalmente todos deben rendir obediencia a uno solo. En segundo lugar,
esto mismo se demuestra por el Nuevo Testamento. 4.
En el capítulo 16 de San Mateo: Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, etc., hasta las palabras será
atado en los cielos; pero consta que aquel debe ser obedecido por
todos que puede atar y desatar a todos; luego de tal manera instituyó
Dios la Iglesia, que uno solo fuese obedecido por todos. Pero la Iglesia
ha de regirse y gobernarse tal como fue instituida por el Señor; luego
etc. 5.
Además, en el capítulo último de San Juan: Apacienta mis
ovejas, se dijo a San Pedro; pero ovejas de Cristo son todos
los que van por el camino de la salvación; luego San Pedro fue
antepuesto a todos ellos; luego uno sólo es el pastor de todas las
ovejas de Cristo en la fundación de la Iglesia; luego también en el
decurso y término de la misma se ha de obedecer a uno.
6. Además, San Bernardo, al tratar de
las palabras citadas, dice en el libro II de su obra Al Papa Eugenio:
«Tú eres aquel a quien se entregaron las llaves y se encomendaron
las ovejas. No cabe duda en que hay otros porteros del cielo y otros
pastores de la grey; pero tú heredaste ambos nombres de modo tanto más
glorioso cuanto más excelentemente los recibiste respecto de los demás
obispos. Tienen éstos rebaños asignados a su cuidado; cada uno el
suyo. Pero tú solo tienes encomendada la universalidad de los mismos:
una sola grey a ti solo. Y no sólo de las ovejas, sino también de los
pastores eres el único pastor. Que ¿cómo lo demuestro? Por las
palabras del Señor: Si me amas, Pedro, apacienta mis ovejas. Y
¿cuáles son éstas? ¿Las muchedumbres de esta o de aquella ciudad, de
esta o de aquella región, de este o de aquel reino? Mis ovejas, dijo.
¿Quién no ve claro que no designó algunas, sino absolutamente todas?
No cabe excepción donde no se pone distinción». Y después añade: «Queda
inconcuso el privilegio exclusivamente tuyo en orden a las llaves y en
orden a las ovejas que se te confiaron; queda en firme, repito, la
singular autoridad pontificia de San Pedro, significado en alegoría,
según la cual San Pedro se asumió, no el gobierno de una nave,
como los demás apóstoles, que regían cada uno la suya propia, sino el
gobierno de todo el mundo; de la misma manera, mientras los demás
obispos guían cada uno su propia nave, tú tienes confiada a tu cuidado
la conducción de una sola nave inmensa, integrada de las demás, es
decir, el gobierno de la Iglesia universal, extendida por todo el mundo».
De lo cual resulta claro que, según la divina institución, todos deben
obedecer a uno solo, es decir, al Sumo Pontífice. 7.
Además, San Agustín a Optato: «En la Iglesia romana siempre se
mantuvo en vigor el principado de la Cátedra Apostólica»; pero esto
no se dice sólo respecto de la misma ciudad, pues en este sentido podría
también decirse respecto de otros obispos y de otros lugares; luego se
dice respecto de todo el mundo; luego, según esto, todo el mundo debe
obedecer al Romano Pontífice como a príncipe de todos.
8. Además, San Jerónimo Al Papa San Dámaso:
«Queremos ser corregidos por ti, pues tú tienes no sólo la fe,
sino también la Sede de San Pedro; y si esta nuestra declaración queda
aprobada por la sentencia de tu autoridad apostólica, cualquiera que me
reprenda como a culpable, dará muestras o de impericia o de
malquerencia; se mostrará, digo, no como católico, sino como hereje»;
luego todos han de acatar la sentencia y la corrección de un solo
Soberano Pontífice; y esto en razón de la autoridad y Sede de San
Pedro, que le concedió el Señor.
9. Además, el papa Gelasio en la distinción 21: «Aunque
las iglesias católicas fundadas en todo el mundo constituyen un solo tálamo
de Cristo, la santa Iglesia romana obtuvo principado sobre todas ellas,
no por decretos sinodales, sino por las palabras de nuestro Señor y
Salvador, contenidas en el Evangelio: Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra», etc. 10.
Además, el papa Nicolás en la distinción 22: «La Iglesia
romana instituyó todas las dignidades pertenecientes a
cualquier orden, pero la dignidad de la Iglesia romana se fundó
y se levantó sobre la piedra de la fe naciente por solo aquel que
confirió al bienaventurado portador de las llaves de la vida eterna
jurisdicción en la tierra y en el cielo. De aquí es que la Iglesia
romana se fundó, no por decreto terreno, sino por el Verbo, que creó
todos los elementos y formó el cielo y la tierra; y ciertamente se
apoya en la autoridad del Verbo y ejercer el privilegio otorgado por el
Verbo; y cualquiera que se empeña en arrebatárselo, ése incurre en
herejía, sin duda alguna». Y más abajo: «Por donde el mismo San
Ambrosio, según confesión propia, seguía como a maestra a la
santa Iglesia romana». 11.
Además, el papa Anacleto en el mismo lugar: «La sacrosanta
Iglesia romana consiguió el primado, no por concesión de los apóstoles,
sino por concesión de Cristo, conforme se dijo al apóstol San Pedro: Tú
eres Pedro». Y pocas palabras después: «Los bienaventurados apóstoles
tuvieron potestad di. versa; y, aunque todos fueron apóstoles, el Señor,
sin embargo, concedió a Pedro primacía sobre los demás, privilegio
que se reconoció por el colegio apostólico; y los apóstoles
transmitieron a sus sucesores y a los demás obispos esa misma forma a
fin de que la perpetuaran; y esto tiene lugar no sólo en el Antiguo,
sino también en el Nuevo Testamento». —De lo cual se colige
manifiestamente que, según el testimonio de ambos Testamentos, todos
han de obedecer a uno. En
tercer lugar, esto mismo se demuestra por el derecho canónico:
12. Aquel a quien compete juzgar a los demás y no ser juzgado por
ninguno, debe ser obedecido por todos; pero ése es uno solo, es decir,
el Sumo Pontífice; luego el Sumo Pontífice debe ser obedecido por
todos. La mayor es evidente por sí misma, y la menor se prueba por múltiples
leyes. El papa Nicolás, en la causa 9, cuestión 3, dice: «Es
cosa ciertamente manifiesta que la sentencia de la Sede Apostólica,
cuya autoridad es mayor que ninguna otra, no debe retractarse por nadie,
y que a nadie es permitido juzgar su sentencia». Además, el papa
Inocencio en el mismo lugar: «Nadie juzgará a la Sede Apostólica,
que es entre todas la primera cuando se trata de administrar justicia;
pues la Sede, cuyo oficio es juzgar, no podrá ser juzgada ni por el
emperador, ni por todo el clero, ni por el pueblo». —Además, el
papa Antero en el mismo lugar: «Los actos de los súbditos se
juzgan por nosotros, y los nuestros por el Señor». —Además, el
papa Gelasio, escribiendo a todos los obispos, en el mismo lugar: «Todas
las iglesias del mundo saben que la Iglesia romana tiene derecho de
juzgar todas las causas, y que nadie puede juzgar su sentencia. Y, en
verdad, de cualquiera parte del mundo se ha de apelar a ella, pero de
ella no cabe apelar a parte alguna». Además, el mismo, dirigiéndose a
los obispos constituidos en Dardania, en el lugar citado: «Todas las
iglesias del mundo saben que la Sede del bienaventurado Pedro tiene
derecho a rescindir todo ligamen impuesto por la sentencia de cualquier
obispo, como quiera que puede juzgar a todas las iglesias». —Colígese,
pues, claramente de lo dicho que el Sumo Pontífice tiene derecho a
juzgar a los demás y de no ser juzgado por nadie, y que, por lo mismo,
debe ser obedecido por todos. 13.
Además, aquel a quien incumbe establecer decretos obligatorios para
todos, ha de ser obedecido por todos; pero tal es el Sumo Pontífice;
luego el Sumo Pontífice ha de ser obedecido por todos. La mayor es
evidente por sí misma, y la menor se prueba de muchas maneras.
Primeramente, el papa Agatón, en la distinción 19, dice así:
«Todos los decretos de la Sede Apostólica deben aceptarse como si
estuviesen confirmados por la voz divinamente autorizada del
bienaventurado apóstol Pedro». —Además, el papa Esteban V en
la misma distinción: «Puesto que la santa Iglesia romana, a la
cual quiso Cristo la gobernásemos nosotros, ha sido constituida en
espejo y ejemplo de todos, es obligación observar perpetua e
inquebrantablemente todos sus decretos y ordenaciones». —Además,
el papa San Gregorio en el mismo lugar: «Ninguno debe
tener potestad ni voluntad de quebrantar los preceptos de la Sede Apostólica».
Y a continuación: «Quede, pues, abatido por el dolor de su ruina todo
el que quisiere oponerse a los decretos de la Sede Apostólica; porque
nadie ignora que ese tal ha sido ya condenado por el santo Sínodo y por
la santa Iglesia como desobediente y presuntuoso». —Además, el
papa Nicolás en la distinción 20: «Si no tenéis los
decretos de los Romanos Pontífices, debéis ser acusados de negligencia
y descuido; y si los tenéis y no los observáis, debéis ser duramente
reprendidos de temeridad». —Además, el papa Hilario,
en la causa 25, cuestión 1: «A nadie está permitido, sin
peligro de su estado, violar las constituciones divinas o decretos de la
Sede Apostólica». —Además, el papa Adriano en la
misma causa: «Establecemos por general decreto que sea no sólo
anatemizado y execrado, sino también presentado siempre por
prevaricador de la fe católica, como reo delante de Dios, el que
pensare o permitiere violar en algo la censura de los decretos emanados,
no ya de los reyes o de los obispos, sino de los poderosos Romanos Pontífices».
—De todo lo cual se demuestra con evidencia que compete al Sumo Pontífice
establecer decretos obligatorios para todos, y que, por lo mismo, se le
debe obedecer por todos. 14.
Además, aquel a quien es necesario rendir obediencia para conservar la
unidad de la Iglesia, debe ser obedecido por todos; pero ése es uno
solo, es decir, el Sumo Pontífice; luego etc. La mayor es evidente en
sus propios términos, y la menor se prueba así. San Cipriano,
en la causa 24, cuestión 1, dice: «Para manifestar unidad, dispuso con
su autoridad dar principio a la Iglesia una fundándola en único
fundamento». Además, el mismo en la misma cuestión, refiriéndose al
cismático y al hereje: «Es extraño, profano y enemigo; no puede tener
a Dios por padre el que no conserva la unidad de la Iglesia universal».
—Además, San Jerónimo en la misma cuestión: «Hablo con
el sucesor del pescador y discípulo de Cristo. Sin buscar otro premio
que Cristo, quédome unido en sociedad con vuestra Beatitud, es decir,
con la Cátedra de San Pedro; y no se me oculta que sobre esta piedra
está fundada la Iglesia. Cualquiera que comiere el Cordero fuera de
esta casa, es profano; y si alguno, reinando el diluvio, no se hallare
en el arca de Noé, se verá perdido». Y después: «El que
contigo no recoge, derrama, es decir, el que no es de Cristo es del
anticristo». —Además, San Beda Sobre San Mateo, en
la misma cuestión: «Los que de cualquiera manera se separan de
la unidad de la fe y de la sociedad del apóstol San Pedro, ni pueden
ser desatados de las cadenas de los pecados ni entrar por la puerta del
reino celestial». —Además, San Cipriano dice en la
distinción 93: «El que abandona la Cátedra de San Pedro,
fundamento de la Iglesia, tenga por cierto que está fuera de la misma.»
—De lo cual se sigue que no puede permanecer dentro de la unidad
eclesiástica el que se niega a obedecer al que sienta en la Cátedra de
San Pedro. Y, por último, se
demuestra por razones evidentes: 15.
La Iglesia de Dios es un solo cuerpo, en el cual existe diversidad de
miembros; pero el cuerpo material está constituido de manera que todos
los miembros se sujeten y se subordinen a un solo miembro principal, que
es la cabeza; luego el cuerpo espiritual deberá constituirse de
manera que los miembros espirituales hayan de sujetarse a uno solo como
a cabeza principal. Pero esto se consigue por la obediencia; luego
etc. 16.
Además, la Iglesia está ordenada según los ministerios, como lo
está también según los carismas y gracias; pero la influencia de
carismas y gracias viene de una sola cabeza, que es Cristo; luego
ministerios y jurisdicciones deben derivarse de una sola cabeza, que es
el Sumo Pontífice. Pero esto no puede darse sin obedecer todos a
uno; luego etc. 17.
Además, la Iglesia es una sola jerarquía; luego, dado que la unidad
del principado proviene de la unidad del príncipe, la Iglesia debe
tener un jerarca sumo y principal; pero el jerarca sumo y principal ha
de ser obedecido por todos; luego etc. 18.
Además, la Iglesia se conforma con la celeste jerarquía; pero
en ésta todos los espíritus sirven y obedecen a un solo Espíritu
sumo; luego también en la Iglesia todos los hombres deben obedecer a un
solo hombre. Pero este hombre es el Sumo Pontífice; luego etc.
19. Además, mayor es la unión según el ser
de la gracia que según el ser de la naturaleza; pero todos los hombres
tienen un solo padre según el cuerpo; luego deben tener un solo padre
según el espíritu; pero el padre corporal ha de ser obedecido por
todos los hijos; luego etc. 20.
Además, el mundo menor está organizado de manera que todas las fuerzas
inferiores deban subordinarse a una sola facultad, que es la razón
o el libre albedrío; luego el orden eclesiástico deberá constituirse
de manera que todos hayan de obedecer a un hombre; pero este hombre es
el Sumo Pontífice; luego etc. 21.
Además, vemos en el mundo mayor que todas las cosas, así las que
mueven como las que son movidas, se regulan por el primer motor y por el
primer móvil; luego de semejante manera todos los principados y
potestades de la jerarquía eclesiástica deben regularse por único
motor principal; pero esto se consigue obedeciendo al Sumo Pontífice;
luego etc. 22.
Además, la Iglesia es una sola esposa, luego debe tener un solo esposo;
pero todas las iglesias particulares se reducen a una sola Iglesia;
luego todos los esposos establecidos en lugar de Cristo, es decir, los
obispos, deben reducirse a un solo esposo, que es el Vicario principal
de Cristo. Pero la Iglesia no tendría un solo esposo si todos no
debieran obedecer a uno; luego etc.
23. Además, todo litigio temporal debe
decidirse por un juez temporal; pero si los jueces fuesen dos o más con
igual derecho a la obediencia, no podrían decidirse los juicios; luego
es necesario que para decididos haya en la Iglesia uno solo que tenga
derecho a ser obedecido por todos. 24.
Además, «en cualquier género de seres existe un primero, por el que
se miden y al que se reducen todos los que se contienen en dicho género»;
luego en el género de potestades humanas se debe poner una sola
potestad suma y primaria, mensuradora y reguladora de todas las demás
potestades; pero estas potestades se mensuran y se regulan sujetándose
y mostrándose obedientes a la potestad suma; luego etc. CONCLUSION
Aunque
diversos hombres estén obligados con múltiples ataduras a obedecer a
diversos prelados, en correspondencia con la diversidad de grados,
oficios y potestades, sin embargo, toda esta variedad ha de reducirse a
un prelado primero y supremo, en quien principalmente se halle de
asiento el principado universal sobre todos, es decir, no sólo a
Cristo, sino también al Vicario de Cristo por derecho divino, reducción
que es congruentísima, por exigirla el orden de la justicia universal,
la unidad de la Iglesia y la firmeza estable de este orden y de esta
unidad Respondo:
Para la inteligencia de lo dicho hase de notar que, si bien diversos
hombres están obligados con múltiples lazos a rendir obediencia sumisa
a diversos prelados en consonancia con la diversidad de grados, oficios
y potestades —según lo cual dice el Apóstol en el capítulo 13 de la
Epístola a los Romanos: Todos
habéis de estar sometidos a las autoridades superiores—, sin
embargo, toda esta variedad tiene que reducirse a un prelado primero y
supremo, en quien principalmente se concentre el principado universal
sobre todos. Ha de reducirse, digo, no sólo a Dios y a Cristo,
mediador entre Dios y los hombres, sino también a su Vicario; y
esto no por estatuto humano, sino por estatuto divino, mediante el cual
Cristo constituyó a San Pedro en príncipe de los apóstoles, establecidos
a su vez como príncipes sobre toda la tierra. Y esto lo hizo
Cristo convenientísimamente, por exigido el orden de la justicia
universal, la unidad de la Iglesia y la estabilidad tanto de este orden
como de esta unidad. Requiérelo,
en efecto, primeramente el orden de la justicia universal, considerada
como natural, civil, celeste o espiritual. —En cuanto a la justicia
natural, por la que se ordenan los elementos del mundo y toda la máquina
del universo, hase de decir que exige haya un solo primer cuerpo
locativo entre los cuerpos locativos, un solo primer móvil entre los móviles,
un solo irradiador principal entre los irradiadores, un solo primer
motor entre los motores y, hablando generalmente, «en cualquier género
de seres un solo ser primero que mensure todos cuantos en dicho género
se contienen». —Y respecto del mundo menor añadimos que exige no sólo
un miembro principal que influya en los demás o según verdad, como el
corazón, o según apariencia, como la cabeza, sino también una sola
virtud que gobierne todas las fuerzas del alma y el hombre entero, es
decir, el libre albedrío. En
cuanto a la justicia civil, exige, por una parte, que sea uno el juez
principal que de modo definitivo decida las causas, y, por otra, que sea
también uno el caudillo y rector autorizado para establecer leyes, a
fin de que, con la multiplicación de cabezas, no se originen discordias
o cismas, y, con las contradicciones de jueces iguales en competencia,
no hallen término los litigios por falta de un juez supremo. Y,
por último, en cuanto a la justicia celeste, exige el orden que todos
los espíritus, obedeciendo a un solo Espíritu supremo, a quien ven
cara a cara, queden ordenadísimamente jerarquizados. Por
tanto, como quiera que esta jerarquía inferior, en cuanto perfecciona
la naturaleza, adorna las costumbres y dimana de la Jerusalén suprema,
dice conformidad con los tres órdenes, natural, moral y celeste,
resulta que debe reducirse, por razón de la obediencia, a uno primero y
sumo. Y la razón es porque, así como no existe orden de prioridad y
posterioridad sino por reducción a un primero, así tampoco se da orden
completo de superioridad e inferioridad sino por reducción a un sumo.
De aquí es que no hay orden perfectísimo donde no hay reducción
perfecta al sumo, o sea al absolutamente sumo, que es Dios; y esto tiene
lugar en la Jerusalén celeste, en la cual la justicia es plena. —Pero
donde son hombres los que se reducen al Sumo, es decir, al Vicario de
Cristo, allí existe orden perfecto en correspondencia con la Iglesia de
la tierra, formada a imitación de la Jerusalén del cielo. —Por
cuya causa San Bernardo, en el libro III de Al Papa
Eugenio, dice: «Ni tengas por despreciable la forma que se ve en
la tierra, organización que tiene su modelo en el ciclo. Lo cual conocía
bien el que dijo: Vi la ciudad santa que descendía del cielo,
ataviada por Dios. Y, a decir verdad, confieso que esto se dijo por
razón de semejanza, porque, así como allí arriba los espíritus
bienaventurados, desde los querubines y serafines hasta los arcángeles
y ángeles, están jerarquizados bajo una sola cabeza, que es Dios, así
también aquí abajo primados, patriarcas, arzobispos, obispos, presbíteros,
abades y otros por el estilo se hallan subordinados a uno solo, que es
el Sumo Pontífice. De seguro no debe despreciarse lo que tiene a Dios
por autor y trae su origen del cielo». —Según esto, se concluye
que debe ser uno solo aquel a quien se reduce la sujeción de todos; y
esto por exigido así, como se ha demostrado, el orden de la justicia
universal. En
segundo lugar, lo requiere la unidad de la Iglesia. La razón es porque,
siendo la Iglesia una sola jerarquía, un solo cuerpo y una sola esposa,
debe tener, por lo mismo, un solo jerarca principal, una sola cabeza y
un solo esposo. Y porque esta unidad compete a la Iglesia en cuanto a la
influencia interna de los carismas y en cuanto al ejercicio externo de
los ministerios, resulta, en consecuencia, no sólo que Jesucristo, a
quien pertenece regir, vivificar y fecundar interiormente la Iglesia, es
jerarca principal, cabeza y esposo de la misma, sino también que debe
ser exteriormente uno solo el ministro supremo, lugarteniente del
jerarca, cabeza y esposo primario, a fin de que la Iglesia, así en lo
interior como en lo exterior, no pueda menos de conservarse en unidad.
—Y esto es lo que dice San Cipriano, y se contiene en la causa
24, cuestión 1: «Habla el Señor a Pedro diciendo: Yo te digo que tú
eres Pedro, y sobre esta piedra, etc. Sobre único fundamento se
levanta el edificio de la Iglesia, cuyo punto de partida es la unidad, y
esto a fin de que la Iglesia se manifieste una; uno es el episcopado, y
cada uno de sus miembros subsiste in solidum, y una es la
Iglesia, la cual, según va multiplicándose, dilata más los brotes de
su fecundidad. —Así como, siendo muchos los rayos, es una misma la
luz, y, siendo muchos los ramos del árbol, es uno mismo el tronco
tenazmente arraigado en tierra; y así como de una misma fuente emanan
muchísimos riachuelos, y, con difundirse, por generoso desbordamiento,
múltiples corrientes de agua guardan en su origen íntegra la unidad,
así también la Iglesia, alumbrada de luz divina, al esparcir sus rayos
por toda la tierra, difunde, sin embargo, por todas partes una misma
cosa, sin que sufra división la unidad de su cuerpo». Según esto,
quiere San Cipriano que la Iglesia, por ser una sola paloma, un solo
episcopado y un solo cuerpo, hubo de fundamentarse, como en un solo
obispo, cabeza y esposo, sobre un solo pastor supremo, que es San Pedro. Lo
requiere, por último, la estabilidad así del orden como de la unidad
de la Iglesia. Cuya razón es porque, al decir del Filósofo, «la
virtud o potencia, cuanto está más unida, es tanto más infinita». Y
que esto sea verdad, se deduce considerándolo en cuanto a la
permanencia o duración, en cuanto a la influencia y en cuanto a la
preeminencia. —Primeramente en cuanto a la permanencia. Consta, en
efecto, que, así como la división engendra ruina, así la unión,
según va siendo mayor, comunica mayor firmeza y consistencia; y de aquí
es que toda la firmeza de la Iglesia dimana principalmente de la
estabilidad de una sola Piedra, que es Cristo, y de un solo Pedro,
Vicario de la Piedra. En significación de lo cual se dijo a Pedro: Y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; o también: Yo he rogado
por ti para que no desfallezca tu fe; y claro está que no fue sin
eficacia esta oración. Por cuya causa dice San Jerónimo lo que
se contiene en la causa 24, cuestión 1: «La santa Iglesia romana, que
permaneció siempre sin mancilla, no sin divina providencia y protección
del bienaventurado apóstol Pedro, permanecerá en lo sucesivo inmune de
los insultos de los herejes, perdurando en todo tiempo firme e
inconmovible». Tenemos, pues, que la unidad del Sumo Pontífice hace
estable la Iglesia en cuanto a su permanencia o duración. —Dígase
otro tanto en cuanto a la influencia. Consta, en efecto, que la virtud,
cuanto es más unida, es tanto más potente; y cuanto es más potente
respecto de la eficacia, tanto más eficaz es su influjo respecto del
efecto; y de aquí se sigue que la potestad plena hubo de conferirse a
un solo Sumo Pontífice. Por cuya causa dice el papa León:
«De tal manera quiso el Señor perteneciera el sacramento de este
privilegio al oficio del colegio apostólico, que se comunicase
principalmente a San Pedro, príncipe soberano de todos los apóstoles,
a fin de que se derivasen sus dones de él, como de la cabeza a todo el
cuerpo, y se considerase privado de los divinos misterios el que tuviese
el atrevimiento de apartarse del fundamento estable, que es San Pedro».Y,
por último, en cuanto a la preeminencia. Consta, en efecto, que la
virtud, cuanto está más unida, se halla menos sujeta a otro, siendo,
por lo mismo, más libre. Consta asimismo que la virtud, cuanto está más
unida, más participa de lo primario y de lo sumo, a semejanza del arca,
cuya cima quedó rematada como en un codo de espacio; por donde la
unidad del Sumo Pontífice es la única que confiere dignidad
preeminente a la Iglesia entera. Y por eso, así como para ornamento de
todo el cuerpo se concentran en la cabeza todos los sentidos, así también
deben concentrarse en el Sumo Pontífice todas las dignidades. Y
esto es lo que dice San Bernardo Al papa Eugenio: «¡Ea!
Veamos aún con más diligencia quién eres tú; veamos, digo, a quién
representas en la Iglesia de Dios. ¿Quién eres tú? Eres el gran
Sacerdote, el Pontífice Sumo; eres el príncipe de los obispos, el
heredero de los apóstoles; eres Abel en primacía, Noé en gobierno,
Abrahán en patriarcado, Melquisedec según orden, Aarón en dignidad,
Moisés en autoridad, Samuel en judicatura, Pedro en la potestad y
Cristo en la unción». Colígese de aquí claramente que la unidad del Sumo Pontífice dimana de la ley divina: primeramente, por exigirlo el orden de la justicia universal, ya natural, ya civil, ya celestial; en segundo lugar, por exigirlo la unidad de la Iglesia, considerada como una sola jerarquía, un solo cuerpo y un solo esposo; y en tercer lugar, por exigirlo la estabilidad y alteza tanto del orden como de la unidad respecto de la duración permanente, virtud influyente y dignidad preeminente. Por donde, aunque aquello, es decir, la obediencia de todos a uno, haya dimanado de la ley de la gracia, que es la ley de Jesucristo, se conforma, sin embargo, con la ley de la naturaleza y con la ley escrita, con el derecho pontifical y con el derecho canónico; se conforma con las cosas visibles y con las cosas invisibles, y se conforma con la piedad de todos los fieles y con la recta inteligencia de todos los espíritus, como también lo demuestran las razones arriba alegadas, las cuales, por tanto, deben ser concedidas.
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