EL DISENTIMIENTO DE LA FE Por Mons. Donald J. Sanborn *
Pregunta: ¿Cómo reconcilia Ud. la conciencia individual católica con la necesidad de sostener que Juan Pablo II no es el papa? ¿No eleva Ud. al plano dogmático una mera opinión teológica? En primer lugar, déjeme manifestar que no tengo autoridad, y por consiguiente nada que yo diga puede tomar el lugar de la autoridad de la Iglesia Católica. Es imposible para mí o cualquier otro que carece de autoridad elevar a plano dogmático lo que fuere, y es asimismo imposible para alguien que carece de autoridad vincular las conciencias de otros. La única función que puedo realizar es señalar lo que es la enseñanza de la Iglesia Católica, la Fe verdadera, y aun esto no lo hago con infalibilidad. Para la conciencia de un católico sólo tiene fuerza la autoridad docente de la Iglesia Católica; Cualquier sustituto de esa autoridad constituye el mismo espíritu de herejía. Cuando digo, por consiguiente, que es imposible que Wojtyla sea papa, y que es menester que los católicos lo denieguen como papa, meramente señalo que hay una conexión lógica necesaria entre decir, por un lado que él ha alterado la Fe, y por otro lado, que él no es papa. La discusión puede ser puesta en forma silogística en la siguiente manera: Premisa mayor: Es imposible que un hombre sea papa y al mismo tiempo autoritativamente promulgue doctrinas de fe y moral que contradigan la enseñanza de la Iglesia, o haga leyes generales dañinas para las almas. Premisa menor: Pero Karol Wojtyla autoritativamente[1] ha promulgado doctrinas de fe y moral que contradicen la enseñanza de la Iglesia, y ha hecho leyes generales dañinas para las almas. Conclusión: Es imposible que Karol Wojtyla sea papa. La premisa mayor es de fe, pues encierra la misma infalibilidad de la Iglesia Católica, esto es, el no poder errar en su competencia docente mediante el magisterio ordinario o extraordinario. Tampoco puede errar en hacer leyes generales para la Iglesia: éstas no pueden hacer daño a las almas. La premisa menor es de fe respecto del Vaticano II y lo es asimismo por la razón iluminada por la fe y aplicada a los cambios del Vaticano II. Es de fe respecto del Vaticano II mismo, desde que el Vaticano II contradijo casi palabra para palabra la enseñanza de Pío IX tocante a la libertad religiosa. Pero la enseñanza del papa Pío IX tiene al menos todas las notas del magisterio ordinario universal, al cual se debe asentimiento de fe. Pero si se debe asentimiento de fe a la enseñanza del papa Pío IX, luego se debe disentimiento de fe al Vaticano II. Por Ejemplo, está definido que María fue asunta en cuerpo y alma al cielo. El católico debe asentimiento de fe a esta doctrina. Él automáticamente debe disentimiento de fe para su contradictoria: María no fue asunta en cuerpo y alma al cielo. Este disentimiento no es un acto de razón sino de fe, tanto que uno tendría que entregar su vida para manifestar este disentimiento. Por lo tanto, dado que debemos asentimiento de fe a la enseñanza del papa Pío IX tocante a la libertad religiosa, debemos disentimiento de fe para su contradictorio, a saber, la enseñanza del Vaticano II sobre el mismo tema. No es un acto de razón, sino de fe. Por otra parte, el juicio de que la Misa Nueva, los sacramentos nuevos y el Código Nuevo de Derecho Canónico son malos y acatólicos, es un juicio de razón, pero de razón iluminada por la fe, pues estas cosas son repugnantes no para la razón, sino para la Fe. Aunque su oposición a la enseñanza de la Iglesia no aparezca en cada detalle, sin embargo es tan obvia, que quienes conservan la fe inmediatamente oponen resistencia a estos cambios. La Iglesia, empero, no los ha condenado oficial y expresamente, como lo hizo con la libertad religiosa, y por eso el juicio supone la intervención de la razón. La resistencia que los fieles les oponen es una resistencia de fe. Así pues, la afirmación de que los cambios del Vaticano II son falsos y dañinos para las almas proviene de la razón iluminada por la fe, lo cual quiere decir que esta afirmación es teológicamente cierta. Lo que importa aún más es que esta afirmación es la misma base de la resistencia a los cambios del Vaticano II. Porque, si los cambios del Vaticano II no fueran una alteración de la Fe, o no fueran dañinos para las almas, entonces sería un grave pecado mortal de desobediencia, si no de cisma, el resistirlos. En otras palabras, ¿por qué llevamos adelante esta resistencia, si los cambios son católicos? El único justificativo del apostolado no autorizado de sacerdotes tradicionales es que la “autoridad” ha promulgado doctrinas y leyes dañinas para las almas. Pero si esa “autoridad” ha promulgado doctrinas y leyes dañinas para las almas, luego es imposible que sea la autoridad católica. Pues si Ud. admite que la autoridad católica, la autoridad de la Iglesia que es la autoridad de Cristo, es la autora del Vaticano II, la Misa Nueva, los sacramentos nuevos, y el Código Nuevo de Derecho Canónico, luego Ud. debe aceptar estas reformas como católicas, libres de error, y conducentes a la salvación eterna. Otra posible exposición de lo mismo sería señalar el enlace necesario entre la autoridad papal y la catolicidad y bondad intrínsecas de las doctrinas y las leyes que promulga. La afirmación de lo uno exige la afirmación de lo otro, es decir, si una doctrina es autoritativamente enseñada por el papa, debe ser católica; Si una ley general es promulgada por el papa, debe ser buena. Esto es de fe, lo cual quiere decir que si un católico negara este vínculo esencial, él dejaría por consiguiente de ser católico, desde que este enlace es el mismo carisma de la infalibilidad y la indefectibilidad de la Iglesia. Por consiguiente señalo a los fieles y a sus conciencias católicas que, si emprenden la resistencia al Vaticano II, la Misa Nueva, y el Código Nuevo de Derecho Canónico porque estos no son católicos y sí son dañinos para las almas, luego no pueden, por el enlace lógico que justamente he explicado, mantener que la autoridad que promulgó estas cosas es la autoridad de la Iglesia. Si ellos mantienen que es la autoridad de la Iglesia, implícitamente caen en herejía, desde que mantienen que la Iglesia ha promulgado error y mal, lo que va en contra de las promesas de Cristo y la enseñanza de la Iglesia. Si, por otra parte, piensan que el Vaticano II, los Misa Nueva y Sacramentos y el Código Nuevo son católicos, luego no tienen suficiente razón para resistirlos, de hecho su resistencia sería un pecado mortal. La única salida de este dilema es mantener que es imposible que Wojtyla sea papa. ¿Qué pasa si se duda?¿Qué decir del caso de quien duda de la naturaleza dañina de los cambios de Vaticano II, y / o duda de la papalidad de Wojtyla? En primer lugar, la duda es algo que existe sólo en la mente, y no en realidad. Una de dos: los cambios son dañinos o no lo son; Wojtyla es papa o no lo es. Primero hay que distinguir entre la duda sobre los males del Vaticano II y sus reformas, y la duda sobre la ortodoxia personal de Wojtyla, pues son dos cosas diferentes. En el caso de la duda tocante a los males del Vaticano II y sus reformas, hay que sacar la misma conclusión de la no-papalidad de Wojtyla, dado que basta la duda para destruir el enlace necesario entre el papado, que es la autoridad suprema de la Iglesia y de Cristo (una única autoridad), y la verdad de las doctrinas enseñadas y la bondad intrínseca promulgadas. Pues la duda admite la posibilidad de la acatolicidad de los cambios, y la posibilidad es lo contradictorio de la imposibilidad. No se puede decir, por ejemplo, con la certeza de fe, que es imposible que un papa autorizadamente enseñe doctrinas falsas o promulgue leyes generales dañinas para las almas, y al mismo tiempo sostener que es posible que un papa autorizadamente haya enseñado doctrinas falsas, y / o promulgado leyes generales dañinas para las almas. Estas dos declaraciones son contradictorias según manuales elementales de lógica. Pero la duda admite una tal posibilidad, pues la duda es la fluctuación de la mente entre dos juicios de los cuales cada uno tiene alguna probabilidad, o sea alguna prueba de su verdad. Pero la virtud de la fe no puede soportar siquiera esta posibilidad de que su opuesto sea verdadero, dado que los juicios de la fe son juicios necesarios. Así las cosas, no podemos por un lado decir que creemos por la fe que Cristo es Dios, pero por otra parte vemos alguna probabilidad en la declaración de que Cristo no es Dios. Tal declaración sería herética por cuanto destruye el enlace necesario entre Cristo y Dios, el cual enlace está garantizado por la autoridad de Dios mismo. Asimismo no podemos decir que creemos por la fe que es imposible que un papa enseñe doctrinas falsas y promulgue leyes malas, y al mismo tiempo decir que hay una cierta probabilidad de que un papa haya enseñado doctrinas falsas y promulgado leyes malas. Tal declaración sería herética desde que destruiría el enlace necesario entre la autoridad del papa y la verdad de sus enseñanzas y la bondad de sus leyes, cuál enlace es garantizado por la autoridad de Dios de Sí Mismo. Usando el mismo silogismo de antes, podemos expresar este razonamiento en la siguiente manera: Premisa mayor: Es imposible que un hombre sea papa y al mismo tiempo autorizadamente promulgue doctrinas de fe y moral que contradigan la enseñanza de la Iglesia, o haga leyes generales dañinas para las almas. Premisa menor: Pero es posible que Karol Wojtyla autorizadamente[2] haya promulgado doctrinas de fe y moral que contradicen la enseñanza de la Iglesia y haya hecho leyes generales dañinas para las almas. Conclusión: Es imposible que Karol Wojtyla sea papa. Nótese que la conclusión no es que sea posible que Wojtyla sea papa, sino que es imposible que lo sea, dado que la conclusión siempre debe seguir la “peor” parte del antecedente, y la imposibilidad es peor que la posibilidad. El sentido común le dice lo mismo: La posibilidad de la alteración sustancial de la Fe por parte de Wojtyla arruina la imposibilidad de que autoridad papal haga una tal cosa. Por lo tanto hay que concluir o bien que la autoridad papal fue capaz de deserción (lo cual va contra de la Fe) o bien que es imposible esa Wojtyla sea papa. Lo que no puede concluirse es que sea posible que Wojtyla sea papa. Esta conclusión está como mínimo adjunta a la Fe, es decir, es lógicamente deducida de algo que es de fe. Se podría entonces argumentar que la certeza de la conclusión que Wojtyla no es papa estriba en la certeza de la afirmación de que el Vaticano II es erróneo, que la Misa Nueva y los sacramentos nuevos son dañinos para las almas, y que el Código Nuevo de Derecho Canónico ha promulgado leyes malas. Mi respuesta es “concedo”. Pero añado que esta afirmación en parte se basa en el disentimiento que debe la Fe a las afirmaciones que la contradicen, y en parte en la razón iluminada por la Fe y es por ende absolutamente cierta, y —más importante aún— es la base moral para llevar adelante el apostolado tradicional. Ningún sacerdote podría justificar su práctica de decir la Misa tradicional, distribuir sacramentos, establecer iglesias y escuelas, predicar y confesar sin la jurisdicción del obispo, a menos que constara que el Vaticano II y sus subsiguientes reformas constituyen una alteración sustancial de la Fe Católica. Es, además, la única base moral que justificaría el recurso de un laico a un sacerdote tradicional por sacramentos. El apostolado tradicional se vuelve cismático sin esta base moral. La duda sobre la ortodoxia personal de Wojtyla¿Pero qué decir del que duda de la ortodoxia personal de Wojtyla? Por principios generales de ley, se tendría que presumir su inocencia a menos de haber prueba de su culpabilidad, y por lo tanto la duda tendría que ser transformada en una certeza moral de su inocencia. En este caso, habría obligación de reconocerlo como papa y de mencionarlo en el canon. Pues si se pudiera dejar de reconocer al papa como papa por una duda personal respecto de su ortodoxia, la Iglesia se reduciría al caos. Supongamos que alguien tuviera una duda sobre la ortodoxia del papa Pío XII. ¿Podría él legítimamente dejar de darle obediencia, y públicamente retirarse de la comunión con él? Claro que no. Tendría que esperar a la Iglesia para declarar su culpa y la vacancia de la sede. Por esta razón el cardenal Billot dice que los intentos de establecer la no-papalidad de Alejandro VI debido a una supuesta herejía pública fueron cismáticos, dado que la Iglesia entera lo reconocía y lo obedecía como papa.[3] Si, por otra parte, hay una duda jurídica, o sea una duda que concierne a la validez de su elección, no se le puede otorgar el beneficio de la duda, pues la Iglesia no puede vivir con un papa dudoso. El papa es el principio de unidad del Cuerpo Místico, y es la norma próxima de creencia y obediencia en la Iglesia Católica. Por lo tanto el asentimiento a sus enseñanzas, así como también la sumisión a él y la comunión con él son necesarias para la pertenencia a la Iglesia Católica, la cual, a su vez, es necesaria para la salvación. No se puede entonces decir: “él es probablemente el papa, y por ende asentiré a sus enseñanzas, me le someteré, y profesaré comunión con él”. Si él es sólo probablemente papa, luego la Iglesia de la cual él es la cabeza es sólo probablemente la Iglesia Católica. Pero no es admisible en buena conciencia unirse o adherirse a lo que sea sólo probablemente la Iglesia Católica, porque no es admisible aplicar el probabilismo a las cosas pertinentes a la salvación eterna.[4] Pero la adhesión a la Iglesia verdadera pertenece a la salvación eterna, y por consiguiente hay que seguir la “pars tutior” (parte más segura) respecto de un papa dudoso, tal como habría que seguir la pars tutior de una iglesia dudosa. Ubi Petrus, ibi Ecclesia, y por consiguiente, Ubi Petrus dubius, ibi Ecclesia dubia. Pues Pedro es el principio de unidad de la Iglesia Católica, lo que quiere decir que la unión con él es unión con la Iglesia Católica. Si alguien está en unión con un papa dudoso, luego está dudosamente en unión con la Iglesia verdadera, y por consiguiente se juega su salvación eterna. Además, al aceptar a un papa dudoso la Iglesia podría desertar, es decir, la Iglesia admitiría la posibilidad de que tuvo un papa falso, de que profesaba doctrinas falsas y promulgaba leyes malas, con lo cual dejaría de ser la columna de verdad como San Pablo la describe. La certeza de la identidad del papa es necesaria para la indefectibilidad de la Iglesia, pues de otra manera reduce la enseñanza de la Iglesia a meras probabilidades. Porque si él es sólo un papa probable, luego sus enseñanzas son sólo probablemente verdaderas. ¡Si el papa Pío XII hubiera sido no más que probablemente papa, resultaría que la doctrina de la Asunción no sería más que probablemente verdadera, lo cual significaría que podría ser falsa! Esto es absolutamente incompatible con la infalibilidad y la indefectibilidad, que son garantías divinas de verdad y de la perseverancia de la Iglesia hasta la consumación de los siglos con la misma naturaleza con la cual Dios la dotó. ¿Qué ocurría a la apostolicidad de la Sede de Roma si la Iglesia admitiera algunos “papas probables”? Por esta razón el cardenal Billot habla del principio de convalidación de una elección papal, lo cual quiere decir que, cualesquiera que fueran los defectos o la nubosidad concernientes a un elegido como papa, él sería papa si la Iglesia entera lo reconociera papa. Esto es cierto porque la Iglesia, por virtud de la indefectibilidad, no puede errar en lo concerniente a la identidad del papa.[5] Cappello[6], De Groot[7], y Cayetano defienden a una el principio de que un papa dudoso no puede ser reconocido como papa verdadero. “Papa dubius, nullus papa”. Esta duda, sin embargo, debe existir desde el momento preciso de la elección, dado que una vez que la elección es concedida por la Iglesia entera, no se la puede poner en duda después. Una vez que el papa posee el poder, no puede ser depuesto del cargo por una duda posterior levantada respecto de su elección. Sin embargo no rige el mismo principio para una duda pública y universal de la Iglesia respecto de su ortodoxia, dado que un papa verdadero y válido podría caer del papado ya poseído si él cayera en herejía. Sería una renuncia tácita al Cuerpo Místico, y por consiguiente una renuncia tácita a cualquier jurisdicción tenida en él, máxime tratándose de la jurisdicción universal de la Iglesia como vicario de Jesucristo. Por lo tanto una duda pública y universal de parte de la Iglesia entera tocante a la ortodoxia de un papa obligaría a la Iglesia a denegarlo como papa dudoso, tal como la duda pública y universal de parte de la Iglesia entera tocante a la elección de un papa obligaría a la Iglesia a denegarlo como papa dudoso. Porque si el principio rige para la elección, a fortiori rige para la duda sobre su ortodoxia. La falta de ortodoxia es por lejos un obstáculo mayor para el papado que una elección dudosa, porque por falta de ortodoxia un candidato es intrínsecamente incapaz de asumir o de mantener el papado, mientras que una elección dudosa es sólo un óbice extrínseco. Por lo tanto, si de una elección surgiera un candidato cuya ortodoxia estuviera en duda seria e insoluble, tendría que ser denegado por la Iglesia, pues es inconcebible que la infalible e indeficiente Iglesia alguna vez aceptara como papa a alguien que pudiera ser un hereje.[8] Pero es importante entender que este principio de la imposibilidad de su papado resulta, por lógica, aún de la sola duda sobre la ortodoxia del Vaticano II o de la bondad de las leyes generales de la religión reformada. Prescinde de la ortodoxia personal de Wojtyla, porque aunque sean muchas las herejías que pronuncie o las serpientes que adore, alguien siempre podría decir que él está en buena conciencia, y por ende no es hereje formal, y por ende todavía es católico, y por ende todavía es papa. El hecho de que él públicamente haya sostenido el Vaticano II y haya defendido la legalidad de la Misa Nueva, y haya promulgado el Código Nuevo de Derecho Canónico, es bastante prueba de que es imposible que sea papa, dado que la autoridad papal, por asistencia divina, no puede hacer cosas así, esto es, promulgar el error como magisterio ordinario de la Iglesia, o promulgar leyes dañinas a las almas. Hay que elegirSí: el que piensa que el Vaticano II es ortodoxo y que la nueva misa, sacramentos y código no son dañinos, debe aceptarlos. Así las cosas, la elección a plantear ante laicos que vienen a la misa tradicional, es ésta: Ya sea aceptar a Juan Pablo II y sus reformas, o denegar a Juan Pablo II y sus reformas, pero la tercera posibilidad es imposible, es decir, aceptar a Juan Pablo II como papa pero denegar sus reformas como malas, pues esto destruiría la indefectibilidad de la Iglesia Católica. Las laicos tienen una tendencia a preocuparse sólo por sacramentos válidos y tradicionales, y no se dan cuenta de que hay que recibir los sacramentos de la Iglesia. Los ortodoxos griegos, por ejemplo, tienen sacramentos válidos y tradicionales, pero no son la Iglesia Católica, y está mal recibir sacramentos de ellos, pues con eso se da un signo de adhesión a ellos como si fueran la Iglesia verdadera. Así también los sacramentos tradicionales deben ser distribuidos por la Iglesia Católica y recibidos de la Iglesia Católica. Pero distribuir sacramentos tradicionales en contra de la voluntad del que es la Cabeza de la Iglesia Católica, el vicario de Jesucristo, es “levantar altar contra altar” y separarse de la comunión de culto de la Iglesia Católica; es recibir sacramentos de quienes están en una secta acatólica. Por esta razón la Misa del Indulto está mal, no porque no sea la Misa tradicional, sino porque no la ofrece la Iglesia Católica. El Santo Sacrificio de la Misa es un acto eclesial de la Iglesia Católica entera, ofrecido principalmente por Jesucristo, el Sumo Sacerdote eterno, la Cabeza Invisible de la Iglesia Católica Romana. La mera asistencia activa a una Misa que no está en unión con Él —cuya es una misma con la del Romano Pontífice— es asistir a un culto cismático, acatólico, objetivamente sacrílego y blasfemo. Porque las laicos tienen una tendencia a descuidar este aspecto importantísimo del culto católico, incumbe al clero enfatizar aun más la necesidad de denegar a Wojtyla, señalando que sería cismáticas dos opciones: (1) llevar adelante el apostolado tradicional si él es el papa, o (2) reconocerlo como papa si no lo es. También deberían señalar que aun la sola duda sobre los cambios los lleva necesariamente a la no-papalidad de Wojtyla, pues la papalidad de Wojtyla exigiría pura y simplemente que el Vaticano II sea necesariamente ortodoxo, que la misa y los sacramentos nuevos sean necesariamente católicos, y que el Código Nuevo de Derecho Canónico esté necesariamente libre de error y conduzca a la salvación eterna. En otras palabras, debe eliminarse la duda o Wojtyla, pero no puede coexistir la papalidad de Wojtyla con la duda sobre la ortodoxia, la catolicidad, y la bondad de su magisterio y leyes. Respecto de las conciencias de los fieles, es claramente imperativo informarlas en la manera que he descrito. No hacerlo sería dejarlos en espíritu de cisma. Entretanto, respecto de los casos individuales, o sea en los cuales esta realidad de la no-papalidad de Wojtyla es demasiado difícil de comprender, valdrían todas las reglas usuales de ignorancia invencible, de error común, y de dejar a alguien en buena conciencia. Pero no se puede hacer de estos casos la norma de la propia enseñanza. Un confesor puede juzgar prudente dejar a una persona escrupulosa en el error material respecto de una cierta obligación moral, pero no puede en virud de esta excepción particular alterar la enseñanza moral general, ni abstenerse de predicarla, ni decir que es mera cuestión de opinión. Yo creo que puede haber casos en los cuales ciertas personas más simples puedan encontrar el hecho de la no-papalidad de Wojtyla demasiado duro de entender, y se las pueda dejar en buena conciencia al respecto. Pero no se puede, sin dañar a la Iglesia y su doctrina, callarse acerca del asunto Wojtyla por miedo de ofender personas.[9] No se puede decir, por ejemplo, “Dado que para algunos la no-papalidad de Wojtyla es demasiado difícil de entender o soportar, simplemente callaremos al respecto y cuando se nos pregunte diremos que es cuestión de opinión”. Porque una opinión teológica es sólo legítima si no está en conflicto con la enseñanza de la Iglesia. Hemos visto, empero, que la opinión teológica de que Wojtyla es papa no puede coexistir con la negación de fe divina y católica en ese caso debida a la enseñanza del Vaticano II. Porque no es una “opinión teológica legítima” que un papa pueda autorizadamente enseñar doctrinas falsas o promulgar leyes malas; al contrario, va en contra de la Fe. Tampoco es “opinión teológica legítima” que los cambios del Vaticano II no sean una corrupción sustancial de la Fe, pues si eso fuera verdad, querría decir que (1) se podría ser un católico perfectamente bueno y al mismo tiempo asentir a las reformas del Vaticano II y la iglesia nueva, y (2) que lo opuesto —que las reformas son heterodoxas y malas también sería meramente una “opinión teológica”. Pero si se puede ser un católico perfectamente bueno y aceptar las reformas de Vaticano II y la iglesia nueva, ¿entonces por qué no las aceptamos? Y si nuestra pelea en contra del Vaticano II y sus reformas se basa meramente en una opinión teológica, entonces no somos mejores que Lutero y Calvino, pues adherimos a nuestras “opiniones teológicas” en contra de la enseñanza y la práctica de la Iglesia universal. Por lo tanto, si no es una opinión teológica legítima que el papa pueda enseñar doctrinas falsas y promulgar leyes malas, y si no es opinión teológica legítima que las reformas del Vaticano II sean ortodoxas y buenas, entonces ¿cómo podría ser opinión teológica legítima que Wojtyla pueda ser papa? Al contrario, eso es imposible, dado que su no-papalidad está necesariamente vinculada al mal de las reformas del Vaticano II. ¿Una opinión probable?Hay muchos que dicen que la no-papalidad de Wojtyla es una opinión probable, o sea una opinión que tiene ciertos motivos de asentimiento, pero que los motivos no vencen los motivos de asentir a la opinión opuesta. En otras palabras, la mente, al adherir a la no-papalidad de Wojtyla, de todos modos ve algunas fuertes razones para decir que él es el papa. O a la inversa, la mente puede adherir a la papalidad de Wojtyla, y entre tanto reservarse fuertes razones para decir que él no es el papa. Si el asunto de la papalidad de Wojtyla se considera desde el punto de vista de su ortodoxia personal, es imposible salirse del ámbito de la probabilidad, al menos en el orden especulativo, dado que su privación de la papalidad dependería de la formalidad de su herejía, es decir, de la pertinacia con que él adhiera a las herejías que ha expresado que ha confirmado con su praxis absolutamente apóstata (por ejemplo culto de serpientes). Sin la intervención de la autoridad en este caso, parece inalcanzable el punto en que se pueda excluir cualquier posibilidad de que él no fuera pertinaz en sus errores. En todo caso, aun si se descartara como imposible que él sea sólo hereje material, no se podría, sin una declaración de la Iglesia, encontrar autoridad alguna en virtud de la cual hacer que todos observen un juicio respecto de él antes que otro juicio. Ésta creo que es la posición del grupo del P. Kelly: aún cuando todos ellos tienen certeza personal de la no-papalidad de Wojtyla, consideran que no pueden imponer su juicio a otros como si tuvieron autoridad clerical. Pero esta posición entraña varios problemas serios. En primer lugar, aquí no está en cuestión un particular, como por ejemplo Hans Küng, sino el papa o presunto papa. Pero el papa es el principio de la unidad de fe, gobierno, culto y comunión de la Iglesia Católica Romana. Por ende, como dije arriba, la Iglesia no puede quedarse en la duda sobre él, sino que debe resolver la duda en uno de dos sentidos: sometiéndosele o rechazándolo. Como ya lo he señalado, si la Iglesia entera estuviera en duda sobre él, debería optarse por la “pars tutior” y rechazárselo, aun en el orden especulativo: “El papa dubius, nullus papa”; si en cambio la Iglesia entera lo aceptara y alguien tuviera dudas meramente privadas respecto de él, entonces ese alguien tendría que seguir el juicio de la Iglesia entera y aceptarlo. Pero la Iglesia, y por consiguiente los miembros individuales de la Iglesia, no pueden someterse a un papa objetivamente dudoso. Por consiguiente sería gravemente nocivo para la Iglesia el decir: “dado que hay dos opiniones teológicas legítimas —dos opiniones que tienen una cierta probabilidad— respecto de esta pregunta, no importa en el orden práctico lo que Ud. piense al respecto, ni cómo se porte Ud. para con Wojtyla”. Porque una tal actitud estraga la unidad de la Iglesia Católica, su misma identidad, las verdades de Fe necesarias para la salvación, su unidad de fe, gobierno, y el culto. Las consecuencias prácticas de plantear este tema con “libertad de conciencia” se vieron en ciertas ordenaciones sacerdotales donde el prelado que las confirió ofreció la misa de ordenación en unión con Juan Pablo II, en tanto que los nuevos sacerdotes se saltearon el nombre de Wojtyla en el Canon. Ésta es una pesadilla eclesiológica, porque en una misma Misa, acto central de culto del Cuerpo Místico de Cristo, el obispo ordenante declaró que Wojtyla era el principio de unidad del Cuerpo Místico, mientras los nuevos sacerdotes, salteando el nombre, declararon que Wojtyla no era el principio de unidad del Cuerpo Místico. Esto quiere decir que los nuevos sacerdotes, al paso que tomaban a Wojtyla por un impostor puesto de papa, igual tomaban por opinión teológica legítima que Wojtyla fuera el principio de unidad de la Iglesia Católica, y que esa unión con Wojtyla fuera por ende necesaria para la salvación eterna. También aparentemente consideran opinión teológica legítima ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa en unión con Wojtyla. Pero si es opinión teológica legítima reconocer a Wojtyla como papa, entonces automáticamente se convierte en opinión teológica legítima reconocer como católico todo lo que Wojtyla oficialmente aprueba como católico. Por lo tanto sería una opinión teológica legítima reconocer como católico el Vaticano II, la Misa Nueva, los sacramentos nuevos, el Código Nuevo de Derecho Canónico. Pero si es opinión teológica legítima que todo eso son producciones católicas, entonces oponerse a ellas se convierte en mera opinión teológica legítima. Y éste es el segundo problema serio de esta posición: que ella arruina la base para oponerse a las reformas del Vaticano II, dado que oponerse a la jerarquía entera de la Iglesia por una “opinión teológica” es herético y cismático, y si alguna vez yo pensara que mi rechazo de las reformas no se basara en la Fe sino en alguna “opinión teológica” que vea algún peso en la contradictoria, no vacilaría en someterme a Wojtyla como papa y ejercer funciones en una diócesis. Todo es un mismo paquete. Pero todo el esquema de sostener que Wojtyla no es papa por falta de ortodoxia personal no da al católico certeza inexpugnable sobre el status de Wojtyla. En cambio es acertado decir que su no-papalidad se evidencia a la luz del rechazo de fe del Vaticano II. La virtud de fe, lógicamente, no puede denegar al Vaticano II y aceptar a Wojtyla como papa. Porque la proposición de las verdades de Fe por el es la norma próxima de lo que toca a los católicos creer para su salvación eterna. El católico no puede decir al papa: “Lo acepto a Ud. como papa, pero deniego su autoridad docente”, dado que la misma noción de autoridad docente está contenida en la noción de papa. Por esta conexión con la fe, la conclusión de que Wojtyla es papa oblitera, por la certeza de la fe, cualquier eventual probabilidad de que el Vaticano II y sus reformas sean malas, y a la inversa, la conclusión que el Vaticano II y sus reformas son malos, oblitera, por la certeza de la fe, cualquier probabilidad de que Wojtyla pueda ser papa. Por consiguiente, cualquier ambivalencia en uno u otro sentid, respecto de este tema es objetivamente contraria a la Fe. Hay que aceptar a Wojtyla con el Vaticano II, o rechazar Wojtyla con el Vaticano II. Todo es un mismo paquete. Se podría adicionalmente objetar que, aunque la conclusión sea necesaria, no puede elevarse al plano dogmático como para vincular las conciencias de los fieles. Respondo: (1) que yo no vinculo la conciencia de nadie, dado que no tengo autoridad para eso, sino que me limito a señalar que objetivamente esta conclusión es objetivamente vinculante, dado que va lógicamente adjunta a la Fe, y (2) hay los sacerdotes tradicionales insisten en muchas doctrinas y prácticas no respaldadas por la autoridad de la Iglesia, por ejemplo, la maldad de la Misa Nueva. ¿Es opinión teológica legítima que la Misa Nueva sea católica? Si lo es, ¿entonces por qué no aceptarla? Y con todo, la autoridad de la Iglesia nunca ha condenado la Misa Nueva. El “sensus fidelium” la ha condenado y denegado, no como mera opinión teológica, sino como rito blasfemo, sacrílego, y heterodoxo al que los católicos no pueden asistir. Pero si el sacerdote tradicional insiste en esta realidad —aunque no esté la autoridad de la Iglesia para enseñársela— él también debe insistir en la no-papalidad de Wojtyla, pues las dos cosas están necesariamente conectadas. Dos posibilidadesLa discusión entera puede resumirse de esta manera: Hay dos formas posibles de reconciliar la anticatolicidad doctrinaria del Vaticano II y la papalidad de Wojtyla.
La posibilidad A no existe, dado que implica un asentimiento a doctrinas condenadas por la autoridad docente de la Iglesia Católica Romana, es decir, implica la negación de la fe y la deserción de la Iglesia. Luego, sól queda la posibilidad B. En otras palabras, la papalidad de Wojtyla depende de la conformidad del Vaticano II con la enseñanza de Pío IX, y no viceversa, esto es, la enseñanza de Pío IX no depende de la papalidad de Wojtyla. Vale decir que porque la enseñanza de Pío IX precedió al Vaticano II, hace falta que el Vaticano II se conforme a la enseñanza de Pío IX. Si falta a ese requisito, no puede llamarse enseñanza de la Iglesia, dado que es una misma autoridad —la de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad— la que enseña en el magisterio universal ordinario de la Iglesia. Dado que el Vaticano II contradice palabra por palabra la enseñanza de Pío IX, debe ser denegado, y si Wojtyla, un electo para papa, sustentara el Vaticano II como enseñanza de la Iglesia enseñando (como lo hace), luego no se le puede atribuir autoridad papal, porque de otra manera se tendría que concluir que el Espíritu Santo se contradice. Admitir al Vaticano II como magisterio universal ordinario, es destruir la unidad de fe de la Iglesia Católica, así como también la autoridad infalible del Espíritu Santo. Admitir que Wojtyla, que promulga al Vaticano II como magisterio universal ordinario, posee a la autoridad papal, es destruir esta misma unidad de fe de la Iglesia Católica, así como también la autoridad del Espíritu Santo, que le promete la asistencia al papa que él no enseñe error a la Iglesia. Así las cosas, en la opción que se nos presenta, debemos sustentar la integridad de la enseñanza de Pío IX y rechazar la papalidad de Wojtyla. Objeción: Hay una posibilidad C: que no fue infalible la enseñanza de Pío IX, o no lo fue la del Vaticano II, o ninguna de las dos, y que por lo tanto no hay negación de la fe ni deserción de la Iglesia en afirmar que Wojtyla es papa. La respuesta: Quanta Cura del papa Pío IX y Dignitatis Humanae de Pablo VI tienen todos los indicios extrínsecos de magisterio ordinario universal, lo que quiere decir que deben recibir asentimiento de Fe divina y católica según la enseñanza del Concilio Vaticano I y del Código de Derecho Canónico. Pero lo que recibe asentimiento de fe divina y católica debe ser infalible, dado que el motivo del asentimiento de fe divina y católica es la autoridad reveladora de Dios. Pero Dios no puede equivocarse. Y la posibilidad C tampoco da ninguna justificación moral para resistir el Vaticano II y sus cambios. Porque si tenemos la seguridad de fe de que nada es acatólico en el Vaticano II y sus cambios (seguridad que nos vendría de la papalidad de Montini, Luciani y Wojtyla), no habría absolutamente ninguna justificación, y hasta ni siquiera una razón para llevar adelante esta resistencia en gran escala al Vaticano II y sus reformas. En tal caso el único curso de acción lógico es la opción Ecclesia Dei: manejarse más o menos (más menos que más) tradicionalmente en el contexto del Novus Ordo, proporcionándole el consentimiento completo al Vaticano II y sus reformas. Sería mejor designada la “opción nostálgica”. Hay que arrancarles su pretensión de autoridad católicaA base del anterior razonamiento, es imperativo que los católicos denieguen a Montini, Luciani, y Wojtyla como papas, porque una vez aceptados, lo que se hace imperativo es tomar el Vaticano II y sus reformas como católicas. Pero si lo son, hay dos conclusiones posibles: (1) que la Iglesia ha desertado; (2) que los católicos tradicionales han resistido la infalible autoridad docente y disciplinaria de la Iglesia Católica. La primera opción va en contra de la Fe, y por consiguiente no es una opción. Así quedaríamos inevitablemente con la segunda conclusión, es decir, que las reformas son verdaderamente católicas, y que nosotros “tradicionalistas” hemos formado una “petite église”, una contra-iglesuela cismática. De lo dicho salta a la vista que la identidad del Pontífice Romano está íntimamente vinculada con la identidad de la Iglesia Católica Apostólica Romana, con su unidad de fe, gobierno, y comunión, con su misma unicidad como única Iglesia verdadera. Decir que la identidad de Wojtyla como Pontífice Romano sea mera cuestión de opinión equivale a decir que la identidad de la iglesia del Novus Ordo como religión falsa es cuestión de opinión. Porque la papalidad de Wojtyla necesariamente implicaría la verdad del Novus Ordo, y el engaño del Novus Ordo necesariamente implica la no-papalidad de Wojtyta. Estas dos nociones están íntimamente conexas entre sí. Cuando alguien deniega las enseñanzas del Vaticano II, implícitamente deniega la autoridad de quien las ha promulgado. Cuando alguien deniega la Misa Nueva como mala, implícitamente deniega la autoridad de quien la ha promulgado. Hay que señalar a la gente esta conexión implícita y necesaria para prevenirlas contra el error de que la Iglesia Católica sería capaz de enseñar error y hacer leyes malas. Así pues, es imprescindible que los sacerdotes tradicionales —aún sin arrogarse ninguna autoridad— vigorosamente señalen a los creyentes la necesidad de denegar a Montini, Luciani y Wojtyla como Papas, y les inculquen la conexión íntima de esta conclusión con la Fe, y el hecho de que sería incoherente, irrazonable, y aun cismático que un laico acudiese a un sacerdote tradicional por sacramentos al tiempo que considera que estos hombres sean Papas. Es esencial para la misma indefectibilidad de la Iglesia que estos hombres sean rechazados por quienes han resistido los cambios, pues es por la fidelidad de estas personas que la Iglesia no deserta. Es por la acción del Espíritu Santo en Su Iglesia que los fieles deniegan el Vaticano II, sus reformas, y los reformadores. El solo concebir que el Espíritu Santo desee un reconocimiento de Su autoridad en la promulgación de estas leyes y doctrinas perversas mientras inspira a los fieles denegarlas, es blasfemo. Con el mismísimo celo, perseverancia y determinación con que los sacerdotes tradicionales se oponen al Vaticano II y sus cambios, deben denodadamente arrancar a los autores de estos cambios, a estos falsos profetas, la autoridad católica que se arrogan. Si quienes han permanecido fieles conceden a los modernistas que sean la autoridad católica, entonces la guerra entera está ya perdida. Porque la guerra ya no es por los sacramentos y la Misa tradicionales, dado que los modernistas ya han aceptado estas cosas: desde Ecclesia Dei ahora se puede tener a Wojtyla y la Misa tradicional. La guerra es ahora por la cuestión de la Iglesia: si la Nueva Iglesia es la Iglesia Católica o no. Si Wojtyla es el papa, entonces la Iglesia Nueva es la Iglesia Católica, pero si la Iglesia Nueva no es la Iglesia Católica, entonces Wojtyla no puede ser el papa. Comprometer este asunto diciendo que es una cuestión de opinión si Wojtyla es el papa o no, es reducir a una cuestión de opinión la lucha desesperada de los católicos para retener la Fe en estos tiempos de apostasía universal. |
. |
NOTAS |
|