El mundo actual no está en
paz.
No está en paz por no estar en
orden y no está en orden porque ha renunciado a Dios.
Toda civilización supone un principio
civilizador que es naturalmente el hombre. Pero no sólo se es hombre por tener
la naturaleza humana; tiranos, asesinos y degenerados también han sido hombres
y han sido los corruptores de toda civilización.
Hay civilización en el verdadero
sentido de la palabra cuando los hombres que rigen las sociedades y sus miembros se comportan
como tales. Cuando los hombres no lo han hecho o han dejado de
hacerlo comenzó para ellos la caída de sus imperios y de sus reinos, la
inversión de los valores, la destrucción de toda jerarquía. Esos imperios en decadencia se
mantuvieron en pie mientras los sostuvo la fuerza de las armas, único baluarte
que les quedaba, a la espera de oportunistas y ambiciosos que las usaron en provecho propio.
Para que el hombre sea tal debe
respetar su puesto en el universo, su puesto de creatura superior que debe regir
las sociedades, pero creatura al fin.
Las prerrogativas del hombre le vienen
de su condición de ser la creatura de Dios más perfecta sobre la tierra, de
modo que el olvido, el apartamiento y la renuncia a Dios determinan en él la
inversión más absoluta de los valores y de toda jerarquía. Esta es la
revolución nefasta a la que asistimos hoy en el mundo entero, causa de un
desorden insoluble:
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-en la política, la democracia que
asienta su derecho en el número y no en el bien común;
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-en la sociedad, un bien común ajeno a los valores
superiores y reducido al confort material;
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-en las familias el amor sin hijos, reducido a una
vergonzosa sexualidad egoísta;
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-en las legislaciones, el triunfo de la ley votada, por
encima del derecho y la justicia;
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-en el mismo arte contemporáneo, la ausencia de
belleza, faltando la proporción, el equilibrio y la armonía;
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-a nivel mundial, el triunfo del más fuerte por las
armas y el dinero que gobierna a las armas;
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-la pérdida del respeto elemental por la vida humana:
abortos, clonaciones, eutanasia... y su reemplazo descarado por una ecología
erigida en valor supremo, que cuida las plantas y hace perfumes y cosméticos
con los abortos;
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-el mismo silencio culpable de muchas jerarquías
eclesiásticas que callan los derechos de Dios por no perder un puesto delante del
mundo enemigo de Dios.
Nunca habrá paz hasta que no regrese el orden. Ese orden
supone que los hombres adoren al único Dios verdadero, es la vuelta a Dios que
predicaron todos los Santos de la historia y que construyó la civilización
cristiana.
Esta es la clave de todos los problemas contemporáneos,
su única solución y la razón de ser de toda grandeza verdadera y duradera.
Este es el corazón de toda lucha por Dios y por la Patria.
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