Conspiran
contra el Estado
Los judíos, si quieren la
desaparición del cristianismo, también deben trabajar para el extermino de los
Estados cristianos, y así los vemos en todo período ocupados en la tarea de
conspirar contra el Estado que los alberga. Jamás se los ha visto asimilarse
con el país que los acoge; al contrario, forman en él un foco permanente de
espionaje, dispuestos a entregarlo, al primer enemigo que se presente.
La acusación del ministro Amán al rey Asuero contra los judíos cautivos en Babilonia tiene ml
todo tiempo y lugar una sorprendente actualidad:
Hay un pueblo -dice-
esparcido por toda la tierra, que se gobierna por leyes propias y que, oponiéndose a la
costumbre de todas las gentes, menosprecia las órdenes de
los reyes y altera con su discusión la concordia de todas las gentes.
Nación contraria a todo
el linaje de los hombres, que sigue leyes perversas y perturba la paz y
concordia de las provincias. (Est. 13, 4).
En España, los judíos,
de acuerdo con sus hermanos de África, traman el año 694 una conjuración
para abrir la península a los árabes; el 711 se alían con los árabes, que invaden y conquistan a España. El 852 entregan Barcelona.
En Francia, por el año 507, acusan a San
Cesáreo, obispo de Arlés, de querer entregar a los francos la ciudad ocupada por los visigodos, mientras un judío, en nombre de sus correligionarios,
se ofrece a los sitiadores para introducirlos en la plaza. Hasta el siglo XII
duró en Tolosa la práctica de la colafisación: el viernes santo el
representante de la comunidad judía debía recibir en presencia del conde una
bofetada en castigo de la traición hecha por los judíos en favor de los
musulmanes. Igual práctica existía en Béziers.
El año 845 la ciudad de Burdeos fue entregada a los normandos por los
judíos, y a fin del siglo XIII se habrían
entendido con los mongol es en contra de los cristianos de Hungría.
Se
apoderan de los bienes de los cristianos
La tercera acusación grave contra los judíos
es la de que en todo tiempo y lugar se apropian los bienes de los no-judios,
en especial de los cristianos. La usura es el gran instrumento para
ejercer esta apropiación. El préstamo a interés es un ro bo, como enseñaron
siempre las Sagradas Escrituras y la Iglesia. Por esto los judíos tenían
severamente prohibido pres tarse a interés entre ellos. (Deut. 23, 20).
Dios les había per mitido prestar a los extranjeros, porque, dice Santo Tomás,
era muy grande en ellos la avaricia, y entonces había que consentirles que
prestar a los extranjeros para que no re cibiesen usura de los judíos, sus
hermanos, que adoraban a Dios. (II. II. 78 a 1).
En realidad, la avaricia es el pecado
capital de los judíos, así como en los gentiles el pecado por excelencia es
la lujuria. El Profeta Isaías ha anatematizado con palabras de fuego la
inclinación judaica a la avaricia, y un judío moderno, Ber nard Lazare, en
su conocido libro L'Antisémitisme, reconoce que el amor al oro se ha exagerado al punto de llegar a ser
para esta raza el único motor de sus acciones.
Afirmaba más arriba que así como la
avaricia es el pe cado de los judíos, la lujuria es el pecado de los no-judíos.
Un judío, por miserable que sea su situación económica, siem pre va
acumulando abonos que forman un capital; en cam bio el gentil, por holgada que
sea su condición, siempre se halla en bancarrota porque gasta en vicios más de
lo que gana. Es lógico que los no-judíos acudan a los judíos en bus ca de
dinero, y así se cumplan las proféticas palabras de Dios en el Deuteronomio
(27, 12) hechas al pueblo judío: Prestarás a muchas gentes, pero tú de
nadie recibirás prestado.
En todos los tiempos los judíos han
sido y son, para cas tigo de los cristianos pródigos, los grandes usureros.
Para circunsribimos a una época de la historia,
veamos lo que dice J ansen, el gran historiador de Alemania y la Re forma, cuando
estudia la economía alemana en la época ante rior a la Reforma: Los judíos
no sólo acaparaban el comercio del cambio: la verdadera fuente de su fortuna era
la usura o el préstamo a interés o sobre prendas, que les reportaban grandes
ventajas. llegaron a ser poco a poco los verdaderos banqueros de la época y los
prestamistas de todas las clases socials. Prestando al Emperador como al simple
artesano y al agricultor, explotaron a grandes y pequeños sin el menor escrúpulo.
Puede hacerse una idea aproximativa de las pro porciones que alcanzó su tráfico
examinando la tasa de los intereses autorizados por la ley en los siglos XIV y
XV.
En el año 1338 el Emperador Luis de Baviera concede a los bur gueses de
Francfort, a fin de que protejan a los judíos de la ciudad y velen por
su seguridad con mejor corazón, un pri vilegio especial, gracias al cual
podrán obtener empréstitos de los judíos al 32 1/2 % al año, mientras que con
los extran jeros están autorizados a prestar hasta el 43 por ciento. El
Consejo de Maguncia contrajo un empréstito de 1.000 flori nes y les permitió
reclamar el 52 por ciento. En Ratisbona, Augsburgo, Viena y otras partes, el
interés legal subía frecuentemente hasta el 86 por ciento.
Pero los intereses más vejatorios eran los que exigían
los judíos por préstamos mínimos contraídos a corto plazo, préstamos a los que
estaba obligado a recurrir el pequeño comer ciante y el
campesino. Los judíos saquean y despellejan al pobre hombre, dice el
coplero Erasmo de Erbach (1487). La cosa
llega a ser verdaderamente
intolerable; ¡que Dios tenga piedad de nosotros! Los judíos usureros se
instalan ahora en lugar fijo en las ciudades más
pequeñas; cuando adelantan 5 florines, toman prendas que representan 6 veces el valor del dinero prestado; después reclaman los
intereses de los in tereses y éstos aún de los intereses nuevos, de suerte que
el
pobre hombre se ve despojado de todo lo que poseía.
Es fácil comprender, dice
Tritemo en esa época, que en los pequeños como en los grandes, en los hombres instruidos
como en los ignorantes, en los príncipes
como en los campesinos, se ha arraigado una profunda aversión
contra los judíos usureros, y yo apruebo todas las medidas legales que proporcionen
al pueblo los medios de defenderse de su explotación usuraria, ¿Qué? ¿Acaso una
raza exrtranjera debe reinar sobre nosotros? ¿Es más poderosa y animosa que la nuestra?
¿Su virtud más digna de
admiración? No. Su fuer za no descansa más que en el miserable dinero
que quita de todos lados y que se procura por todos los
medios, dinero cuya búsqueda y posesión parece constituir la suprema feli
cidad de este pueblo. (Ver Jansen, L'Allemagne et La Réforme, I).
Recordemos otro hecho que demuestra la
proverbial usu ra de los judíos, y que de paso demuestra la sempiterna prodigalidad y derroche de los cristianos. Cuando Felipe Augusto, en el siglo
XII, los expulsó de Francia, poseían la tercera parte de las tierras, y habían
acaparado de tal suerte el nu merario del reino, que cuando ellos se fueron
apenas se encontró dinero.
Exterminan a los cristianos
Vengamos ya a la cuarta acusación de que los
judíos,
cuando pueden, arrebatan la vida de los cristianos. San Justino lo dice ya
en su tiempo, y hemos visto cómo el Talmud
los autoriza a practicar esta acción agradable a Dios y la historia lo
comprueba en todo período de la humanidad cristiana. Prescindamos de si los judíos martirizan a cristianos
inocentes con el
objeto de arrebatarles la sangre, que emplearían
en ciertos ritos, que ha dado lugar a la debatida cuestión
del crimen ritual. Pero sea con el propósito de crimen ritual
o sea simplemente por el odio satánico que tienen a Cristo, lo cierto es que no
hay época en la historia incluso la moderna, en que no hayan quitado la vida a cristianos, sobre
todo
a niños inocentes. Hay más de cien casos perfectamente registrados,
algunos tan famosos como San Guillermo de Inglaterra, niño de 12 años,
afrentosamente martirizado por los judíos en 1144.
San Ricardo de París, asesinado el día de Pascua
de 1179, el Santo Dominguito de
Val, crucificado en Zaragoza el
año 1250. El beato Enrique de Munich, que fue desangrado y
herido con más de 60 golpes, el año 1345. El beato
Simón, martirizado en Trento el año
1475. Más recientemente el Padre Tomás de Calangiano, martirizado en Damasco, con
su criado, el año 1840; Caso farnoso éste,
en que ]os asesinos confesaron su crimen y fueron condenados a muerte por
Chérif-Pachá,
gobernador general
de Siria. Pero intervino la iudería universal en favor de los, culpables, influyendo
sobre Mehemet-Alí para que revocase la sentencita del gobernador de Siria.
Cremieux, iudío, vicepresidente del Consistorio francés. no tardó en tomar la
defensa de los culpables, y en una carta aparecida en el Journal
des Débats del 7 de abril de 1840 no dudó en Atribuir este
odioso asunto a la influencia de los cristianos de Oriente
Los judíos de todos los países se agitaron en favor de los santos y de los
mártires;
es decir, de los asesinos de Damasco... Inmensas sumas fueron ofrecidas a los empleados de los consulados y a los testigos...
para obtener la conmutación de
la pena y la no inserción en los Procesos verbales de las tradiciones de
los libros judíos y de las explicaciones dadas por el rabino Mouza-Abu-el-afich.
Y el hecho es que Mehemet-Alí, en vista de la
inmensa población judía que por medio de Montefiore y de Crémieux reclaba en favor de los asesinos, decretó su libertad.
Táctica perfectante encuadrada dentro de las normas habituales de
estos hijos de 1a mentira y de la hipocresía, que cuando
son convictos de culpa se declaran víctimas la arbitrariedad de los
cristianos.
Los cuatro capítulos de acusaciones se
pueden documentar perfectamente en todo período de la historia y en todo
lugar de la tierra donde la casta judía coexista con los cristianos. La
historia comprueba entonces con hechos unifomes, registrados en tiempos y
lugares diversos, que los judíos son un peligro permanente y un peligro religioso
y social para los pueblos cristianos.
No se diga: eso acaecía así antes, en la Edad Media, que vivía de prejuicios. El
capítulo anterior demostró que esta lucha es una ley de la historia. Podrán variar las
condiciones y los métodos de lucha, pero en el fondo, hoy como en la Edad Media y en la Edad
apostólica y en tiempo de Cristo Nuestro Señor, la lucha se plantea
irreductible y decisiva entre cristianos y judíos.
El deseo de los judíos de destruir los Estados cristianos y el
cristianismo y de apoderarse de los bienes de los cris
tianos y de arrebatar sus vidas es hoy tan firme como en las edades anteriores...
La única diferencia es que entonces los judíos no podían realizar estos
propósitos sino directamente, contra pueblos que estaban prevenidos contra
ellos y que generalmente hacían pagar muy caro estos deseos criminales.
Hoy, en cambio, cuando los pueblos se han descristiani zado y se han
inficionado con las lacras del liberalismo, los judíos arrebatan los bienes de
los cristianos, exterminan sus vidas y conspiran contra los Estados... valiéndose
de los mismos cristianos, a quienes antes han insensibilizado con un
descristianamiento progresivo que lleva 300 años; y los judíos han logrado así
que los cristianos se dividan en bandos opues tos que luchan hasta un total
exterminio. Pero de esto nos ocuparemos en el próximo capítulo.
Juicios
de los Papas sobre los judíos
La
Iglesia no dejó de reconocer, por boca de sus más ilustres Pontífices, toda la
ruindad y peligrosidad de este pueblo. Existen por lo menos 15 documentos públicos
de Papas como Inocencio IV, Gregorio X, Juan XXII, Julio III, Pau lo IV, Pío
IV, en los que se denuncia la célebre perfidia judaica. Y tengamos en cuenta
que estos ilustres varones no procedían por impulsos inferiores, ya que dieron
generosa hospitalidad a los judíos y los defendieron de injustas vejaciones, Como lo reconocen en documentos públicos los
rabi nos reunidos en París
en 1807, en el sanhedrín convocado por Napoleón, y cuyo texto fue reproducido
en el capítulo anterior.
Veamos
con qué palabras califica el gran Papa San Pío V a esta casta de los judíos:
El
pueblo hebreo -dice-, elegido en otro tiempo por el Señor para ser
participante de los celestes misterios por ha ber recibido los oráculos
divinos, cuanto más en alto fue levantado en dignidad y gracia sobre todos
los otros, tanto más, por culpa de su incredulidad, fue después abatido y
humillado; cuando llegó la plenitud de los tiempos fue reprobado como pérfido
e ingrato, después de haber quitado la vida in dignamente a su Redentor.
Porque perdido el sacerdocio, habiéndosele quitado la autoridad de la Ley,
desterrado de su propia tierra, que el Benignísimo Señor le había prepa rado,
donde corría la leche y la miel, anda errante hace ya siglos por el orbe de la
tierra, aborrecido y hecho objeto de insultos y desprecios por parte de todos,
obligado, como vi lísimos esclavos, a emprender cualquier sucio e infame tra
bajo con el que pueda satisfacer el hambre. La piedad cristiana. teniendo
compasión de esta irremediable caída, les ha permitido hallar hospitalidad en
medio de los pueblos cris tianos... Sin embargo, la impiedad de los judíos,
iniciada en todas las artes más perversas, llega a tanto que es ne cesario,
si se quiere atender a la salud común de los cristia nos, poner remedio rápido
a la fuerza del mal. Porque, para no nombrar los muchos modos de usuras con los
que los judíos arrebatan los recursos de los cristianos pobres, cree mos que
es demasiado evidente que ellos son los cómplices y ocultadores de rateros y
ladrones que a fin de que no se conozcan las cosas profanas y religiosas que éstos
roban, o las ocultan, o las llevan a otro lugar o las transforman com
pletamente; muchos también, con el pretexto de asuntos del propio trabajo,
andan rondando por las casas de mujeres honestas y hacen caer a muchas en
vergonzosos latrocinios; y lo que es peor de todo, entregados a sortilegios, a
encantaciones mágicas, a supersticiones y maleficios, hacen caer en las redes
del diablo a muchísimos incautos y enfermos que creen que profetizan
acontecimientos futuros, que revelan robos. tesoros y cosas ocultas y que dan a
conocer muchas cosas de las que ningún mortal tiene poder de investigar. Por
fin, tenemos perfecto conocimiento de cuán indignamente tolere esta raza perversa el nombre de Cristo, cuán
peli grosa sea para todos los que
lleven este nombre, y con qué engaños busca poner acechanzas contra sus vidas.
En vista de éstas y otras gravísimas cosas, Y movidos por la gravedad de los crímenes
que diariamente aumentan para malestar de nuestras ciudades, y considerando,
además, que la dicha gen te, fuera de algunas provisiones que traen de
Oriente, de na da sirven a nuestra República. ..
Pero la Teología
Católica no dejaba de reconocer que, aunque esta peligrosidad era bien real,
sin embargo este pue blo merecía una consideración muy especial. En efecto,
el judío podrá ser muy perverso, pero es un pueblo sagrado, para con el cual
debe tener la Iglesia suma consideración, ya que en cierto modo es el Padre de
la Iglesia, porque a él le fueron hechos los oráculos de Dios. Ahora bien, por
per verso y peligroso que sea un padre, los hijos le deben alber gue y
respeto. No se lo puede exterminar, ni se lo puede maltratar, aunque haya que
buscar el hacer inocua su per versidad.
De acuerdo a este
principio, el gran Pontífice Inocen cio III ha resumido la doctrina y
jurisprudencia con respec to a los judíos:
Son ellos -dice el
sabio Pontífice- los testigos vivos de la verdadera fe. El cristiano no debe
exterminarlos ni opri mirlos, para que no pierda el conocimiento de la Ley. Así
como ellos en sus sinagogas no deben ir más allá de lo que su ley les permite,
así tampoco debemos molestarlos en el ejercicio de los privilegios que les son
acordados. Aunque ellos prefieran persistir en el endurecimiento de sus corazo
nes antes que tratar de comprender los oráculos de los Pro fetas y los
secretos de la Ley y llegar al conocimiento de Cristo, sin embargo no tienen por
eso menos derecho a nuestra protección. Así lo reclaman nuestro socorro, Nos
aco gemos su demanda y los tomamos bajo la éjda de nuestra protección,
llevados por la mansedumbre de la piedad cris tiana; y siguiendo las
huellas de nuestros predecesores de feliz memoria, de Calixto, de Eugenio, de
Alejandro, de Cle mente y de Celestino, prohibimos, a cualquiera que fuere, de
forzar al bautismo a ningún judío. " Ningún cristiano debe permitirse
hacerle daño, apoderarse de sus bienes o cambiar sus costumbres sin juicio legal.
Que nadie les mo leste en sus días de fiesta, sea golpeándolos, sea apedreán
dolos, que nadie les imponga en esos días obras que puedan hacer en otros
tiempos. Además, para oponernos con toda nuestra fuerza a la perversidad y a la
codicia de los hom bres, prohibimos, a cualquiera que fuere, el violar sus ce
menterios y desenterrar sus cadáveres para sacarles el dine ro. Los que
contravinieren estas disposiciones serán excomul
gados.
He aquí, en estas sabias palabras, reconocidos
los dere chos de consideración y respeto a que tienen derecho los ju díos
por parte de los cristianos. Tomen nota los antisemitas de estas prescripciones,
para no rebasar de lo justo en la ac ción represiva de la peligrosidad
judaica. Sobre todo, no olvi den que el antisemitismo es una cosa condenada,
porque es la persecución del judío sin atender al carácter sagrado de esta
Raza Bendita y a los derechos consiguientes.
El ghetto
Pero si los judíos deben ser respetados en el
ejercicio de sus legítimos derechos, no hay que desconocer su peligrosidad ni
hay que dejar de reprimirla. Y así la Santa Sede puso en vigor, con energía,
la disciplina del ghetto, es decir, el aislamiento de los judíos y la restricción
de los derechos civiles.
El dominico Ferraris ha resumido la legislación
sobre el ghetto, cuando escribe: "Todos los judíos deben habitar en un
mismo lugar; y si éste no fuera capaz, en dos o tres o los que sean necesarios,
contiguos, los que deben tener sólo una puerta de entrada y de
salida".
Los judíos no podían domiciliarse fuera de los
ghettos, y aun no podían ausentarse de ellos desde el toque del Ave María al
atardecer hasta la madrugada. Tres ventajas importantísimas se derivaban de este
régimen: (Constant, Les juifs devant l'Eglise):
-
1ª El Estado tenía constantemente número e identidad de los judíos, lo que facilitaba su
vigilancia.
-
2ª El sentimiento de esta vigilancia mantenía al judío en el recto
proceder, ya que el judío se rige por el temor, de acuerdo a lo que enseña San
Pablo, quien dice, hablando de ellos, que han recibido el espíritu de ser
vidumbre en el temor.
-
3ª Atendiendo a que la noche es
cóm plice del
malhechor, Qui male agit odit lucem (el que obra mal, odia la
luz.), se prevenían las perversidades de los judíos durante la noche.
Además de la
reclusión en los ghettos, los judíos debían someterse a la obligación de
llevar una escarapela o cinta amarilla que los distinguiese de los no-judíos,
para que en esta forma, perfectamente individualizados, no pudiesen ha
cer daño más que a los cristianos tontos que se pusiesen en relaciones con
ellos.
Dirá alguno: ¿Y estas odiosas distinciones no van con tra la justa libertad y contra los
legítimos derechos a que es acreedor todo hombre y toda colectividad humana?
No. De ninguna
manera, cuando este hombre y esta colectividad humana rehúsa asimilarse en el
país que le brin da hospedaje; de ninguna manera, cuando esta colectividad
quiere regirse con leyes propias y conspirar contra la nación que le da
albergue. Y éste es el caso del judío, como lo de muestra la Teología católica, como lo exigen las prescripciones del
Talmud y como lo comprueba la
historia de los mis mos judíos en todo tiempo y lugar.
El mismo Santo
Tomás de Aquino, consultado por la duquesa de Brabante sobre si era conveniente
que en su provincia los judíos fueran obligados a llevar una señal
distintiva para diferenciarse de los cristianos, contesta: Fácil es a esto la
respuesta,y ella de acuerdo a lo establecido en el Con cilio general (Cuarto
de Letrán, año 1215, c. 68), que los judíos de ambos
sexos en todo territorio de cristianos r en todo tiempo deben distinguirse en su
vestido de los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en
su ley, es a saber, que en los cuatro ángulos de sus mantos hayan orlas por
las que se distingan de los demás.
Restricciones
civiles
Además
de la obligación de recluirse en los ghettos, había otras restricciones que
limitaban los derechos civiles de los judíos dentro de las sociedades
cristianas.
Así,
por ejemplo, no podían tener nodrizas, ni sirvientes cristianos, de ambos
sexos; no podían dedicarse al comercio de mercaderías nuevas; de modo
particular les estaba vedada la confección de seda de toda especie y género, y
la
compra o venta, aun indirecta, de seda nueva, tejida o no, debiendo li mitarse
a la compra-venta de ropa usada o a un comercio definido y limitado de alimentos
necesarios para la vida. (Be nedicto XIII, Alias emanarunt).
Se les
prohibía el ocupar cátedras en las universidades; y no podían ser promovidos
al doctorado, ni ejercer la medicina entre los cristianos, ni ser farmacéuticos,
ni hoteleros, ni ejercer la magistratura ni la carrera de las armas. Se les per mitían, en
cambio, las profesiones de banqueros, proveedores de los reinos, joyeros,
impresores, corredores, profesiones ellas, que no implicaban un peligro
directo para los cristianos, y en las que mostraban los judíos singulares
aptitudes, ya por
las inmensas riquezas de que disponían, ya por su cosmo politismo, que les
permitía el rápido desplazamiento de la riqueza.
La sabiduría de la
Iglesia en estas prescripciones limi tando las actividades comerciales de los
judíos está admira blemente reconocida en la reclamación de los mercaderes y
comerciantes de París contra la admisión de los judios for mulada en 1760,
cuando por la influencia de las logias ma sónicas se quiso destnrir estas
admirables leyes represivas de a ciudad cristiana. Dice así: La admisión de
esta especie de hombres en una sociedad política no puede ser sino muy pe
ligrosa; se los puede comparar a las avispas, que no se intro ducen en las
colmenas sino para matar a las abejas, abrirles el vientre y extraer la miel que
tienen en sus entrañas. Así son los judíos, en quienes es imposible suponer
que existan las cualidades del ciudadano de una sociedad política.
Ninguno de los de esta especie de
hombres ha sido edu cado en los principios de una autoridad legitima. Creen
ellos que toda autoridad es una usurpación sobre ellos y hacen votos por
llegar a un Imperio universal; miran todos los bienes romo si les perteneciesen,
y a los súbditos de todos los Esta dos como si les hubiesen arrebatado sus
posesiones.
Habla luego el documento de la rápida
acumulación de riquezas que hacen los judíos, y pregunta: ¿Será acaso por una capacidad sobrenatural que llegan ellos tan rápidamente a un tal
grado de fortuna?
Los judíos -contesta- no pueden
gloriarse de haber procurado al mundo ninguna ventaja en los diferentes países
en que han sido tolerados. Las invenciones nuevas, los des cubrimientos útiles,
un trabajo penoso y asiduo; las manu facturas, armamentos, la agricultura, nada
de esto entra en su sistema. Pero aprovechan los descubrimientos para con ello
alterar las producciones, alterar los metales, practicar toda especie de usura,
ocultar los efectos robados, comprar de cual quier mano, aun de asesinos o de
un criado, introducir mer caderías prohibidas o defectuosas, ofrecer a los
disipadores o a los infortunados deudores recursos que apresuran su ban
carrota, los descuentos, los pequeños cambios, Los agiotajes, los préstamos
sobre prendas, los trueques, la compraventa; he aqqí toda su industria.
Permitir a un solo judío una
casa de comercio en una ciudad sería permitir el comercio en toda la nación;
seria oponer a cada comerciante las fuerzas de una nación entera, que no
dejaría de emplearlas para oprimir el comercio de cada casa, una después de
otra, y por consiguiente el de toda la ciudad.
Y
concluye:
Los judíos
no son cosmopolitas, no son ciudadanos en ningún rincón del universo; ellos
se prefieren a todo el gé nero humano, son sus enemigos secretos, ya que un
día se proponen sojuzgarlo romo a esclavo.
Hasta aquí
los comerciantes de París en esta requisito ria, que conserva toda su
actualidad.
Disciplina
de la Iglesia
La disciplina
de la Iglesia con respecto a los judíos se puede resumir en dos palabras:
libertad para que dentro de sus leyes legítimas puedan los judíos
desenvolverse y vivir; protección a los cristianos para que no sufran los
efectos de las acechanzas judaicas y no caigan bajo su dominación.
Que los judíos
no permitan que los cristianos pobres les llamen señores (dueños),
prescribe Paulo IV. (Cum nimis absurdum, julio 1555).
Que ni
siquiera los judíos se atrevan a juzgar o comer o mantener familiaridad con los
cristianos, ordena el mismo Pontífice.
No concibe la
Iglesia que los judíos, hijos de la esclava Agar, puedan estar en pie de
igualdad con los herederos de Isaac en las Promesas Divinas, y mucho menos
dominar so bre ellos.
De aquí que si la
Iglesia, en todos los tiempos, y tam bién modernamente por boca de S. S. Pío
XI, hace oír su voz de protesta por las persecuciones contra los hijos de este
pueblo pérfido, por el ansia injusta de exterminarlo, es tam bién ella la que
previene con medidas eficaces el instinto peligroso de dominación que hay en
el judío y la que ad vierte a los cristianos de no acercarse a los judíos y
de no trabar con ellos relaciones de ningún género.
Sabiduría de
la Iglesia
Sabiduría admirable de la
Iglesia, que ha sabido penetrar hondamente en el corazón de los judíos y
en el de los cristianos, para descubrir en el de aquellos el deseo
disimulado pero profundo de dominación universal, y en el de éstos la
simplicidad pecadora de arrimarsc a los judíos para obtener algunas
ventajas para sus arcas de oro.
Porque la esclavización de los cristianos, de los pueblos
cristianos debajo del poder judaico, ha comenzado por la culpa de los
cristianos. Los judíos, con sus ansias orgullosas de dominación no hacen
sino cumplir con su deber. Para eso están en medio de los pueblos
cristianos: para dominarlos, si pueden. Ese es su papel teológico; es
decir, la misión que Dios ha deparado a su perfidia.
¿No quieren los cristianos ser víctimas de esa perfidia?
Dejen de frecuentar a los judíos; no se entreguen a los vicios, y así no
tendrán necesidad de recurrir al prestamista judío, ni a los cines judíos,
ni a los rnodistos judíos, ni a los teatros judíos, ni a las revistas
judías, y no tendrán mañana que aguantar al patrón judío en la fábrica,
al patrón judío en la oficina, en los bancos, en las empresas
comerciales, al patrón judío en la riqueza del país, en el trigo, en el
maíz, en el lino, en la leche, en el vino, en el azúcar, en el petróleo,
en los títulos y acciones de toda empresa de importancia, en la regulación
de la moneda, en el oro, y quizá también en el dominio político. No
tendrán mañana que pensar a lo judío en teología, en filosofía, en
historia, en política, en economía, porque la prensa judía y las
universidades, escuelas y bibliografía judaizadas han formado la
mentalidad de nuestro pueblo; no tendrán mañana que aguantar la acción
mortífera de los judíos en la sociedad liberal que nos legó la revolución
francesa, la acción judía en la socialización de los pueblos del
socialismo, ni la esclavización judaica en el comunismo.
En el capítulo próximo estudiaremos cómo la
judaización de los pueblos cristianos marcha a la par de su
descristianización, y cómo, si la Misericordia de Dios no dispone otra
cosa, no estamos lejos del día en que los cristianos seremos parias que
con nuestros sudores estaremos amontonando las riquezas de esta raza
maldita.
Lo que decíamos en el capítulo anterior es muy importante,
y no está de más repetirlo aquí. Si los pueblos gentiles, es decir,
también nosotros, queremos una civilización basada en la grandeza de lo
económico como fue, por ejemplo, la antigua civilización de los Faraones
en tiempos de José, o de Babilonia en tiempos de Asuero, o modernamente
la civilización capitalista o comunista, es decir, un régimen de
grandeza carnal, del auge de todos los valores económicos, un régimen en
que toda la nación, maravillosamente equipada con las últimas
invenciones de la técnica, se desenvuelva con la precisión de un reloj
para producir cuanto el hombre necesita para una vida confortable aquí
abajo, yo digo que sí, que lo podemos lograr como se han logrado
estas civilizaciones... siendo los judíos amos y nosotros esclavos.
Después que Cristo vino al mundo no es posible una
civilización de grandeza carnal, del predominio de Marnmón, el dios de
las riquezas y el dios de la iniquidad, sin que sean los judíos sus
creadores y sean los gentiles sus ejecutores. Porque a ellos se les ha
dado la hegemonía en lo carnal. como hemos explicado en el capítulo
anterior; y el cispítulo próximo, que versará sobre los judíos y los
pueblos descristianizados, nos hará ver que el proceso de destrucción
del orden cristiano, o sea de una civilización de tipo espiritual, corre
paralelo con la formación de una civilización de tipo carnal,
materialista, de predominio económico, y uno y otro proceso corren
asimismo paralelos con la emancipación de los judíos, que van tomando
revancha sobre las pretendidas agresiones medievales, y ésta a su vez
corre paralela con la esclavización de los pueblos cristianos.
¡Ah! Es que no se pisotea impunemente la
palabra de Dios. La Teología rige la historia con una precisión inmen
samente más admirable de lo que creen los ojos vulgares, que no ven más
que fuerzas antagónicas que sin sentido lu chan entre sí. No, la
historia tiene un sentido, y éste es un sentido teológico, porque Dios
sabe aprovechar todos los acier tos y desaciertos de los hombres para que
cumplan sus insondables designios.
A las naciones cristianas que se han desenvuelto bajo el
control amoroso de la Iglesia en la Edad Media, Dios les ha puesto dos
enemigos: uno interno, que es el instinto de rebelión contra lo
espiritual para realizar una grandeza sin Dios; otro externo, que son los
judíos, que debían vivir jun to a los pueblos cristianos para servirles
de aguijón y de acicate.
La Cristiandad, bajo el gobierno de Pontífices y Reyes
Santos como Inocencio III y Luis IX de Francia, supo refre nar a estos
enemigos. Refrenaba los instintos carnales de gran deza porque estaba
unida a la palabra de Jesucristo, que ha bía dicho: Buscad primero el
Reino de Dios r Su justicia, y todo los demás Se os dará por añadidura.
Rechazaba las acechanzas judías porque, con gran sentido teológico,
veía en ellos la dominación de lo camal, con la consiguiente
peligrosidad para lo espiritual, y sabía reprimirla con el aislamiento enérgico
de esta raza pérfida, aunque sagrada.
La Cristiandad realizó una civilización y cultura espi
ritual en la libertad, donde era forzoso que los judíos vivie sen bajo la
dominación cristiana.
Pero se inicia la Edad Moderna, con la rebelión de los
instintos carnales del Renacimiento y de la Reforma Protes tante, y por
una necesidad teológica, más fuerte que los cál culos de los hombres,
ha de comenzar también la emancipa ción de los judíos, a quienes entregó
Dios el monopolio de lo camal; emancipación que ha de irse acrecentando a
medida que se acrecienta la civilización de grandeza carnal; emancipación
que ha de trocarse forzosamente en la dominación efectiva del judío que
se logra en el Capitalismo y que con más eficacia aún se realiza en el
Comunismo, como demos traré, Dios mediante, en el capítulo próximo.
Por esto yo no culpo a los judíos de los males que nos
acontecen. Ellos cumplen con su deber al realizar el programa pérfido que
en los Divinos designios les toca llevar a cabo. Hay que culpar a los
cristianos, a los pueblos cristia nos, que no han respondido a la vocación
admirable a que Dios los llamó, y por la ambición de ser grandes en lo
carnal, han trabado alianza con los judíos; grandeza que tiene que
terminar en los ríos de sangre cristiana como terminó en Rusia, en España
y en el mundo, porque no en vano la Verdad Eterna ha dicho: Buscad
primero el Reino de Dios, que lo demás se os dará por añadidura. (Mt. 6,
24-33).
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