EL JUDÍO EN EL MISTERIO DE LA HISTORIA* |
P. Julio Meinvieille |
Capítulo I
EL JUDÍO SEGÚN LA TEOLOGÍA CATÓLICA
El judío no es como los demás
pueblos, que hoy nacen y mañana fenecen; que crean una civilización admirable
restringida a un punto del tiempo y del espacio. Recordemos los grandes imperios
de los egipcios, de los asirios, de los persas, de los griegos y romanos. Su
gloria fue gloria de un día. .
El pueblo judío, porción minúscula
enclavada en la encrucijada del Oriente y del Occidente, está hecho de pequeñez
para llevar el misterio de Dios a través de los siglos. Y para llevar este
misterio grabado en su carne.
No debe crear una civilización
porque esto es humano, y a él está reservado lo divino. Es el pueblo teológico,
que Dios crea para sí. Moisés nos refiere en el Génesis cómo el Señor Dios,
2.000 años A. C., llama al Patriarca Abrahán, que vivía en Ur de
Caldea, en la Mesopotámia, y le dice:
El pueblo judío, hijo de Abrahán,
tiene entonces su origen en Dios, porque Él lo selecciona del resto de la
humanidad y porque a Él le promete su bendición en forma tal que en él serán
benditos todos los linajes de la tierra. Israel, entonces, es grande, y grande
con grandeza teológica.
¿Pero esta grandeza de Israel
estriba puramente en su descendencia carnal de Abrahán, en que este pueblo está
formado en los lomos del Patriarca, o en cambio estriba en la fe que tiene Abrahán
en la Promesa de Dios? Esto es sumamente importante; porque si las bendiciones de Dios son para la descendencia carnal de Abrahán, para la pura descendencia carnal, entonces por el hecho de ser hijo de Abrahán, el pueblo judío será elegido y bendito entre todos los linajes de la tierra. Si en cambio las bendiciones están reservadas a la fe en la Divina Promesa, la pura descendencia carnal no vale; es necesaria la descendencia de Abrahán por la fe en la Promesa, o sea una descendencia espiritual fundada en la fe. ISMAEL E ISAAC
¿En qué estriba, entonces, la grandeza de Israel, según los divinos designios? Para mostrarlo Dios le da a Abrahán dos hijos. Uno, de su esclava Agar, que nace en forma corriente y natural, y recibe el nombre de Ismael. El otro que contra toda esperanza le pare su mujer Sara en la vejez, de acuerdo a la Promesa de Dios, y que es llamado Isaac. Con Isaac y con su descendencia después de él confirma Dios el pacto celebrado con Abrahán. A Ismael le otorga el Señor también una bendición puramente material, prometiéndole hacerle caudillo de un gran pueblo. De este Ismael descienden los actuales árabes, que tan reciamente se han opuesto a la entrada de los judíos en Palestina. Como Ismael, el hijo de la esclava, se burlase y persiguiese a Isaac, Abrahán, a instancia de Sara, su mujer, y de acuerdo a la orden de Dios, tuvo que echarlo de su casa. (Ver Génesis, cap. 21,-9-21). ¿Qué significado tienen estos dos hijos de Abrahán, Ismael e Isaac? San Pablo, el gran Apóstol de los Misterios de Dios, nos explica que en Ismael e Isaac están prefigurados dos pueblos. (San Pablo ad. Gal. 4, 22-31). Ismael, que nace primero de Abrahán, como fruto natural de su esclava Agar, figura la Sinagoga de los judíos, que se gloría de venir de la carne de Abrahán. Isaac, en cambio, que nace milagrosamente de acuerdo a la promesa divina, de Sara la estéril, representa y figura a la Iglesia, que ha surgido, como Isaac, por la fe en la Promesa de Cristo. No es, por tanto, la descendencia carnal de Abrahán lo que salva, sino su unión espiritual por la fe en Cristo. El pueblo judío, formado en Abrahán, no es precisamente por su unión carnal con Abrahán, sino asemejándosele en la fe, creyendo en Cristo, como puede lograr su salud. Todos los que se unen con Cristo forman la descendencia bienaventurada de Abrahán y de los Patriarcas, y son el objeto de las Divinas Promesas. La Iglesia es Sara hecha fecunda por la virtud de Dios. El espíritu vivifica, y la carne, en cambio, nada vale, decía más tarde Jesucristo. (S. Juan 6, 64). ¿Podría suceder que este pueblo, o parte de este pueblo, unido por lazos carnales con Abrahán, creyese que esta pura unión genealógica es la que justifica y salva? Sí podría suceder, y sucedió... Y para prefigurarlo, comenta el Apóstol San Pablo, dispuso Dios que Abrahán tuviese dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre. Mas el de la esclava nació según la carne; al contrario, el de la libre nació en virtud de la Promesa. Todo lo cual fue dicho por alegoría para significar que el hecho de una pura unión carnal con Abrahán está representado en Ismael, el hijo de la esclava, y la imitación de Abrahán por la fe en Jesucristo figurada en Isaac, el hijo de la Promesa. De aquí que haya que distinguir entre los verdaderos israelitas porque imitaron su fe en Dios creyendo en Jesucristo, y éstos están figurados en Isaac, y los israelitas que descienden de Abrahán por la carne sin imitar su fe, y éstos están figurados en Ismael. Ismael perseguía a Isaac. Y San Pablo, comentando, añade: Mas así como entonces el que había nacido según la carne perseguía al nacido según el espíritu, así sucede también ahora. (Gál.4.29). Y aquí está expresada la necesidad teológica de que Ismael persiga a Isaac, la Sinagoga persiga a la Iglesia, los judíos que están unidos con Abrahán por sólo una unión carnal persigan a los cristianos, verdaderos israelitas, unidos por la fe en Cristo.
ESAÚ Y JACOB
El mismo misterio nos lo revelan los dos hijos que el Señor concedió al Patriarca Isaac: Esaú y Jacob. Nos refiere el Génesis en el capítulo 95: 21. Hizo Isaac plegarias al Señor por su mujer, porque era estéril, y el Señor le oyó, dando a Rebeca virtud de concebir. 22. Pero chocaban entre sí, en el seno materno, los gemelos que concibió; lo que le hizo decir: Si esto me había de acontecer, ¿qué provecho he sacado yo de concebir? y fue a consultar al Señor. 23. El cual respondió diciendo: Dos naciones están en tu vientre y dos pueblos saldrán divididos en tu seno, y el uno sojuzgará al otro pueblo y el mayor ha de servir al menor. 24. Llegado ya el tiempo del parto, he aquí que se hallaron dos gemelos en su vientre(1). 25. E1 que salió primero era rubio y todo velludo, a manera de pellico, y fue llamado Esaú. Saliendo inmediatamente el otro, tenía asido con la mano el talón del pie del hermano, y por eso se le llamó Jacob. San Pablo en su carta a los romanos, donde revela el misterio del pueblo judío, hace ver cómo Esaú, el mayor según la carne, es el pueblo judío, unido con Abrahán por puros lazos de sangre, y Jacob, el hermano menor, es la Iglesia (formada de judíos y gentiles), que porque está unida por la fe en Cristo, es preferida a Esaú. Y así se cumplen las palabras escritas: He amado más a Jacob y he aborrecido a Esaú. Y así la Iglesia vence a la Sinagoga, aunque la Sinagoga, como Esaú, mantiene vivo su odio y dice en su corazón: Yo mataré a mi hermano Jacob. (Gén. 27, 41) He recordado estas figuras de los antiguos Patriarcas no como evocación literaria, sino porque en el origen
mismo del pueblo judío, en Abrahán y en Isaac, está figurada la grandeza y miseria de este
pueblo y su oposición con la
Iglesia. Pero cuanto mayor sea la grandeza de Israel, que ha sido predestinado en el Cristo, tanto mayor ha de ser su fidelidad a Cristo. ¡Miserable este pueblo si llega a rechazar a Aquél que es su salud! Entonces seguirá siendo el primero, pero el primero en la iniquidad. Y todo cuanto más inicuo y perverso produzca el mundo saldrá también de éste pueblo. Judío fue Judas el traidor,. Judíos, Anás y Caifás. Judío el pueblo que se gozaba con la sangre del Salvador y que exclamaba: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Judíos, los que apedrearon a San Esteban. Judíos, los que dieron muerte al Apóstol Santiago de Jerusalén. Judíos, todos los que acechaban contra la predicación de los Apóstoles. El crimen más grande de todos los tiempos, la muerte del Hombre Dios, ha sido perpetrado por éste pueblo, que mereció por eso el nombre de "pérfido". ¿En qué está la raíz del pecado y de todos los errores judaicos? En que parte de este pueblo creyó que las Promesas hechas a los judíos a causa de Cristo que debía nacer de ellos fueron hechas a su carne, a su genealogía. En otras palabras: En lugar de advertir que si el pueblo judío era pueblo de predilección lo era por el Cristo, ellos, en su obcecación, creyeron que el Cristo recibió gloria de su descendencia genealógica. Así
no era de Cristo de quien venía la gloria, sino de la carne de Abrahán. Por
esto los fariseos, encarnación genuina de este espíritu de iniquidad, decían
con orgullo para no aceptar a Jesucristo: Nosotros tenemos por Padre a Abrahán.
Su pecado consistió entonces, en carnalizar las divinas Promesas. De esta suerte, dieron valor de substancia a lo que no era más que figura. Esperaron la salud de lo que no era sino un signo. Y
del Mesías, que era el esperado para traer al mundo la gracia y la verdad,
hicieron ellos un dominador político, terrestre, que debía asegurar y
perpetuar la grandeza de Israel sobre todas las naciones sujetadas como esclavas
al imperio judaico. CARNALIZACIÓN DEL PUEBLO JUDÍOEs a1eccionador indicar las etapas del proceso de carna1izaeión obrado en e1 pueblo judío. Siempre
fue e1 israelita de condiciones
natura1es perversas, dominado por una gran soberbia y una gran avaricia. Moisés
advierte expresamente a los israelitas (Deut. 9,6): Sabe, pues, que no por tus justicias te ha dado el Señor Dios tuyo esta excelente tierra en posesión, pues eres un pueblo de cerviz muy dura.
Y
advierte más adelante (Deut. 9, 13-14): 13. Y me
dijo de nuevo el Señor: Veo que este pueblo es de dura cerviz. 14. Déjame que lo desmenuce y que borre su nombre de debajo del cielo y te ponga sobre una gente que sea mayor y más fuerte que ésta. Pero
de modo particular este pueblo prevaricó y se carnalizó en la época de los
Reyes, entregándose a mil deshonestidades e idolatrías, de suerte que
en castigo fue primero desmembrado y llevado luego en cautivo a Babilonia por el
rey Nabucodonosor, seiscientos años A.C.
Setenta
años duró este cautiverio, al cabo de los cuales, vueltos los
judíos a Palestina, se reconstituyeron en nación sobre las bases nuevas
y más firmes que les dio Esdras, a quien los judíos consideran un legislador
casi tan grande como Moisés. De esta reorganización que dio Esdras al pueblo
judío, arranca en realidad el judaísmo tal como era en tiempo de Jesucristo y
como se perpetúa hasta nosotros. Para
caracterizar a los judíos, hemos de decir que el judío es un pueblo atado a un
Libro, el Libro por excelencia, la
Ley, la Thora. Los judíos son, entonces, un pueblo forjado por la mentalidad de los Rabinos, en especial de los Rabinos fariseos. El Fariseo nos muestra al vivo el carnalismo judaico. Carnal, digo, no precisamente porque los judíos tengan una propensión especial a los pecados de la impureza, sino en la acepción que Jesucristo daba a esta palabra cuando anatematizaba la tendencia de atribuir una interpretación literal, inferior y terrestre a lo que en la mente de Dios tiene un sentido espiritual superior y celeste. Los Fariseos, en lugar de seguir las huellas de los Profetas que, como Isaías y Ezequiel, habían predicado la adoración de Dios en espíritu, la compunción del corazón, la reforma de las costumbres, la caridad para con todos los hombres, se afanaron por inculcar en el pueblo la observancia literal de ritos mezquinos y un sentimiento de orgullo por el hecho de la descendencia carnal del Patriarca Abrahán. Nosotros somos hijos de nuestro Padre Abrahán, exclamaban con orgullo, como si la carne justificase. (San Juan, 8, 31 y sig.). Los Fariseos, casuístas miserables, habían redactado numerosas prescripciones sobre la purificación, la ablución, la loción e inmersión de las manos, de los cuerpos, de las copas, de los manteles, a fin de asegurar la pureza del pueblo. Obligaban al baño a todo fiel que había tocado a un no-judío en el paseo, en el mercado, y consideraban grave pecado la violación de estas reglas rituales. El que comiere pan sin lavarse las manos -dice el Talmud-, obra tan mal como el que se echa con la meretriz. Nada demuestra mejor el carnalismo judaico que aquellos terribles ¡ay! que en los últimos días de su vida mortal pronuncia Cristo, denunciando la hipocresía de religión, la hipocresía de pureza y la hipocresía de piedad del pueblo farisaico. (Mt. 23). Denuncia la hipocresía de religión cuando dice: 13. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que cerráis el reino de los cielos a los hombres, porque no vosotros entráis ni dejáis entrar a otros. 14. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que rodeáis la mar y la tirra para hacer un prosélito, y después de haberle hecho le hacéis dos veces más digno del infierno que vosotros. 16. ...¡ay de vosrotros, guías ciegos!... 23. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que pagáis diezmos de la yerba buena y del eneldo y del comino y habéis dejado las cosas que son más importantes de la Ley, la justicia y la misericordia y la fe. 24. Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello. Denuncia la hipocresía de pureza cuando les increpa, diciendo: 25.¡Ay de vosotros, escribas y fariseo. hipócritas! que limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, y por dentro estáis. llenos de inmundicia y de rapiña. 27. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que sois semejantes a los sepulcros blanqueado, que parecen de fuera hermosos a los hombres y dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad. Denuncia por fin la simulación de culto y piedad para con los antepasados cuando les dice: 29. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que edificáis los sepulcros de los Profetas y adornáis los monumentos de los justos. 30. Y decís: Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus compañeros en la sangre de los profetas. 32. Llenad vosotros la medida de vuestros padres. 33. Serpientes; raza de víboras, ¿cómo huiréis del juicio de la gehenna? 34. Por esto he aquí que yo envío a vosotros profetas, y sabios y doctores, y de ellos mataréis y crucificaréis, y de ellos azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. 35. Para que venga sobre vosotros toda la sangre inocente desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de Barachías, al cual matasteis entre el templo y el altar. Nadie en el curso de la historia ha pronunciado anatemas más terribles que el Hijo de Dios contra este pérfido carnalismo judaico que iba a colmar toda medida con la muerte del Justo por excelencia. |