El misterio de la tensión de judíos y gentiles en
relación con la historia
Esta ley de tensión dialéctica entre judíos
y gentiles, que San Pablo denuncia en 1 Tes. 2, 15, y que rige la evangelización de los pueblos, tiene que fundarse en alguna disposición
misteriosa de la Providencia en la presente economía. San Pablo así lo enseña
en los capítulos nueve, diez y once de la Carta a los Romanos. Vamos a
puntualizar sus enseñanzas, para mayor claridad.
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1) Existe una superioridad y preeminencia
del judío sobre el gentil. Como es sabido, la elección divina en
favor de este minúsculo pueblo llena páginas maravillosas del Antiguo
Testamento. El Apóstol no deja de recordárselo a los orgullosos romanos.
Tribulación y angustia sobre todo el que
hace el mal; primero sobre el judío, luego sobre el gentil; pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien, primero para el
judío, luego para el
gentil. (Rom. 2, 9).
Si es cierto que tanto judíos como
gentiles son pecadores inexcusables (Rom, 2, 1), sin embargo los judíos
tienen una superioridad que San Pablo reconoce abiertamente: ¿En qué, pues,
aventaja el judío o en qué aprovecha la circuncisión? Y contesta: Mucho, en
todos los aspectos. Porque primeramente le ha sido confiada la palabra de
Dios. (Rom. 3, 1).
Pero, podrá argüir alguno, los judíos han
sido infieles y se han hecho indignos de las divinas promesas. Contesta el Apóstol:
¡Pues qué! Si algunos han sido incrédulos, ¿acaso va a anular su incredulidad
la fidelidad de Dios? Y en Rom. 11, 28, añade: Por lo que toca al Evangelio,
son enemigos para vuestro bien, mas según la elección son amados a causa de
los padres. Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables.
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2) Pero la superioridad que Dios ha adjudicado al judío le viene de la fe y no de la carne.
La tentación permanente del pueblo judío
ha consistido en creer que su grandeza le venía puramente por su linaje carnal
y no por la fe. Es claro que su linaje carnal era grande, por cuanto debía
ser el vehículo que nos trajera al Salvador. Pero era grande por el Salvador y
porque Dios en sus designios había elegido su linaje y no otro para traemos al
Salvador. San Pablo señala fuertemente esta verdad en Gál. 3, 6, haciendo ver
que la grandeza de Abrahán no consistió en su carne, que por ella fue padre de
Ismael de la esclava Agar, sin que ello le trajera ninguna gloria; su grandeza
consistió en la fe, en que creyó, creyó que Sara, su mujer, anciana ya, le
daría a Isaac, hijo de la Promesa, y tanto creyó Abrahán, que no dudó en
obedecer al mandato divino y sacrificar a su unigénito. La fe salva. La ley y
la carne pierden porque son una maldición. Y Cristo nos redimió de la maldición
de la Ley haciéndose por nosotros maldición, pues escrito está: "Maldito
todo el que está colgado del madero", para que la bendición de Abrahán se
extienda sobre las gentes en Jesucristo y por la fe recibamos la promesa del
Espíritu.
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3) La tensión judío-gentiles, con la superioridad del judío sobre
el gentil, termina dentro del cristianismo.
Esta
categoría histórica que significa la tensión dialéctica de judíos-gentiles,
que ha de regir toda la historia en la teología de San Pablo, termina en el
Cristianismo. No con término temporal, sino suprahistórico.
Cuando
judíos y gentiles entran en la Iglesia, hacen profesión de Cristo, en el cual
termina toda división. Así lo enseña el Apóstol en Gál. 3, 26: Todos,
pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque cuantos en
Cristo habéis sido bautizados os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón
o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
El
Cristianismo no se realiza de una vez, sino que se cumple progresivamente en el
proceso histórico. Las tensiones, y en especial la de judío y gentil. han
de existir para que se cumpla el proceso de evangelización de los pueblos. Por
ello el judío se hace presente en todos los pueblos a la par de los misioneros. Si en cierto modo su presencia confirma el
mensaje evangélico como cumplimiento de las profecías, de otro modo él es el contradictor auténtico de Cristo y
del Cristianismo, que impide que se hable a los gentiles y se procure
su salvación. (1 Tes. 2, 16).
Pero una vez convertidos: tanto el judío como el gentil, nada
tienen que temer a los Judíos. No porque éstos no acechen sino porque sus acechanzas son vanas para el que está
unido a Cristo.
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4) Hay, pues, un gran misterio con respecto a los judíos, y es que parte de
ese pueblo ha sido reprobado para que pudieran ser salvos los pueblos gentiles.
El apóstol nos enseña que parte de Israel ha sido reprobada. En
Rom. 9, 30, enseña
abiertamente: Pues ¿qué diremos? Que los gentiles, que no perseguían la
justicia, alcanzaron la justicia; es decir, la justicia por la fe, mientras que Israel, siguiendo la ley de la justicia, no
alcanzó
la Ley. ¿Y por qué? Porque no fue por el camino de la fe, sino por
el de las obras. Tropezaron. con la piedra del escándalo, según está escrito:
He aquí que pongo en Sión una Tropezaron. con la piedra del escándalo, según está escrito:
He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo, una piedra de escándalo,
y el que creyere en Él no será confundido. Se cumplió la palabra de Isaías (28, 16): Por
eso dice el Señor Javé: Yo he puesto en Sión por fundamento una piedra,
piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada. Contra
esta piedra tropezó y cayó parte del pueblo judío. Dióle Dios un espíritu
de aturdimiento, ojos para no ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy.
(Rom.
11,8). Y añade el Apóstol: Y David dice: Vuélvase su mesa un lazo, y una trampa y un
tropiezo, en su justa paga; oscurézcanse sus ojos
para que no vean y doblegue siempre su cerviz. (Rom. 11, 9).
Pero la reprobación no ha sido total, sino sólo
en parte, y Dios se ha reservado un resto de Israel. Así lo enseña claramente el Apóstol:
Según esto, pregunto yo: Pero es que Dios ha
rechazado a su pueblo? No es cierto.... ¿o es que no sabéis lo que, en
Elías, dice la Escritura, cómo ante Dios acusa a Israel? «Señor, han dado
muerte a tus profetas, han arrasado tus altares, he quedado yo solo y aún
atentan contra mi vida». Pero ¿qué le contesta el oráculo divino? Me he
reservado siete mil varones que no han doblado la rodilla ante Balaam.
Pues así también en el presente tiempo ha quedado un resto, en virtud de
una elección graciosa. (Rom. 11, 1-5).
Fue reprobada parte de Israel para que la
misericordia alcanzase a los pueblos gentiles. Aquí está precisamente el
misterio en que Dios, compadecido de los pueblos y resuelto a salvarlos, permite
la perdición de parte de Israel y en su sustitución dispone la inserción de
los pueblos gentiles en la gran Oliva de la Iglesia. Pero pregunto -dice
el Apóstol (Rom. 11, 11)-: ¿Han tropezado de suerte que del
todo cayesen? No, ciertamente. Pues gracias a su trasgresión obtuvieron la salud de
los gentiles para excitarlos a emulación.
Los gentiles han de tener buen cuidado de no enorgullecerse, pensando que la caída de parte de los judíos se ha efectuado en
mérito a ellos; antes bien, han de temer ante el insondable misterio de la
misericordia
y de la justicia divina. Y a propósito, dice el Apóstol: Y si algunas de
las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo acebuche, fuiste insertado en ella y
hecho partícipe de la raíz, es decir, de la pinguosidad del olivo, no te engrías contra las ramas.
Y si te engríes, ten en cuenta que no sustentas tú a
la raíz, sino la raíz a ti. Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que
yo fuera insertado. Bien por su incredulidad fueron despojadas, y tú por la fe estás en pie. No te
engrías, antes
teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco
a ti te perdonará.
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5) La
reprobación de parte de Israel es permitida hasta que la plenitud de las
naciones entre en la Iglesia.
San Pablo enseña abiertamente que: el entendimiento vino a una parte de Israel hasta
que entrase la plenitud de las naciones, y entonces todo Israel será salvo. (Rom.
11,25).
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6) Mientras parte
de Israel sea reprobada y los gentiles convertidos, se ha de suscitar una envidia
de los judíos contra los gentiles convertidos.
San Pablo
enuncia esto en diversos pasajes. Así en Rom. 10, 19, hace suyas las
palabras de Moisés: Yo os provocaré a celos de uno que no es mi pueblo,
os provocaré a cólera por un pueblo insensato. Y en la misma carta. 11,
14, por ver si despierto la emulación de los de mi linaje y salvo a algunos
de ellos. Santo Tomás, en su comentario de este pasaje, advierte que los
judíos sentían envidia e ira contra los gentiles convertidos, esto es, ira que
provenía de la envidia. Se dice, añade, que Dios los induce a envidia y los
mueve a ira, no en cuanto causa en ellos la malicia, sino en cuanto les sustrae sus gracias, o más bien convirtiendo a los gentiles, de donde los judíos.
toman ocasión de ira y de envidia.
Esta ira y envidia de que habla aquí el
Ap6stol es la que provoca las persecuciones contra la Iglesia y los cristianos de
que habla el Apóstol en 1 Tes. 2, 15, y Gál. 4, 28, cuyos textos
hemos reproducido. Adviértase bien que esta enemistad no constituye
propiamente tensión, por cuanto esta noción supone reciprocidad de acciones;
y aunque la Iglesia es odiada por la Sinagoga, no odia a ésta, sino que se
limita a precaverse contra sus acechanzas y ataques.
Estas acechanzas y ataques de la Sinagoga
contra la Iglesia y los cristianos se cumplen sobre todo en el plano público de las
naciones, y son factores eficaces del movimiento de la historia, como lo
llevamos dicho.
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7) En el correr de la historia, a pesar
de la reprobación
de parte de Israel, algunos judíos serán salvados.
San Pablo enseña; Rom. 11, 14,
que por honor de su ministerio y despertando la emulación de sus hermanos los
judíos, salvará a algunos. No parece anunciar esto como una exclusividad de su apostolado personal, sino como una
constante de toda la
historia cristiana.
8) Pero también Israel se convertirá.
Así lo anuncia clara y gloriosamente el Apóstol:
los judíos se convertirán. Y si su caída es la riqueza del mundo y su
menoscabo la riqueza de los gentiles, ¡cuánto más lo será su plenitud! (Rom.
11,
12), Y más adelante: Porque si su reprobación es reconciliación del mundo,
¡qué será la reintegración sino una resurrección de entre los muertos?
(Rom.
11, 15).
San Pablo tiene buen cuidado de advertir que la
caída de Israel se ha hecho provisoria y únicamente en favor de los gentiles.
Porque
no quiero -dice-, hermanos, que ignoréis ese misterio, para que no
presumáis de vosotros mismos; que el endurecimiento vino a una parte de Israel
hasta que entrase la plenitud de las naciones. Y como si no fuera suficiente, añade el Apóstol:
Y entonces todo Israel será salvo según está
escrito: Vendrá a Sion el Libertador para alejar de Jacob las impiedades. y
ésta será mi alianza con ellos cuando borre sus pecados. (Rom. 11, 25-27).
No podría San Pablo señalar con más fuerza la conversión de los
judíos, y ello como un derecho; es decir, como queriendo
significar que si su caída se había efectuado para hacer un favor a los
gentiles, no bien cumplido dicho favor debían los judíos ser reintegrados. San
Pablo no oculta el orgullo de su raza, que fue elegida por Dios. Que yo soy
israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín. (Rom. 11, 1),
La conversión de los judíos había sido asimismo claramente anunciada en los Profetas del
Antiguo Testamento. los salmos 147 y
126 la celebran con aire triunfal. Isaías (59,20), Jeremías (31,10-12; 16-17;
33), Ezequiel (37. 1), Oseas (3, 4, 5), Malaquías (3, 23), no dejan de cantarle con júbilo.
Y el Nuevo Testamento lo anuncia, aunque con aire dramático. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas
y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la
gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! Vuestra casa
quedará desierta, porque en verdad os digo que no me veréis hasta que oigáis:
Bendito el que viene en nombre del Señor. (Mt. 23, 37-39. Lc. 13, 34). El
acento de esta predicción no se pone en la conversión, sino en el castigo de
que será objeto el pueblo judío por su incredulidad. La conversión está
anunciada de modo indirecto, en cuanto se dice en ella que los judíos
saludarían a Jesús con el Bendito el que viene en nombre del Señor.
También Lucas, 21, 24, anuncia la conversión
de Israel: Caerán al filo de la espada y serán elevados cautivos entre todas
las naciones, y Jerusalén será hollada por todos los gentiles hasta que se
cumplan los tiempos de las naciones.
San Pablo, en la 2ª Carta a los
Corintios, 3, 15, también revela la vuelta de los judíos al Señor: Hasta el
día de hoy, siempre que leen a Moisés, el velo persiste tendido sobre sus
corazones; mas cuando se vuelvan al Señor, el velo será corrido.
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9) Los judíos se convertirán al
filo de la historia.
La conversión de los judíos está
claramente anunciada en las Escrituras. Pero lo que es problemático es el
tiempo en que se ha de cumplir. Hasta aquí la opinión corriente de los exegetas,
y en especial de Santo Tomás, era que la conversión iba a poner término al
desarrollo de la historia, y en consecuencia sería al final de la historia.
Pero recientemente autores como Charles Joumet (en "Destinées
d'lsrael", Egloff, París, 1945, pág. 339 y siguientes) han defendido que
el retomo de Israel se producirá en la trama misma de la historia. Que
lejos de poner punto final al desarrollo histórico, sería un hecho de tal
magnitud que daría como fruto una gran epifanía de catolicidad, la que se
desarrollaría por varios siglos. Que el final de la historia vendrá recién
después de la conversión de los judíos y de la gran epifanía de catolicidad que ella suscitaría, cuando se levantarían las
grandes persecuciones
bajo la acción del misterio de iniquidad que anuncia San Pablo en 2 Tes. 2,
7.
Journet quiere fundar su opinión en las
palabras del Apóstol: Porque si su reprobación es reconciliación del mundo,
¿qué será su reintegración sino una resurrección de entre los muertos?
El apóstol, arguye Journet, no dice la resurrección de los muertos, sino una
resurrección. Quiere decir, en consecuencia, que el retorno de Israel
provocará en la Iglesia una tal recrudecencia del amor que podrá compararse a
un retorno de los muertos a la vida. El mundo, prosigue, después de la conversión de
los judíos participará, de una manera más plena y manifiesta,
de la resurrección primera de los mil años, de que habla el Apocalipsis, 20,
4-6, es decir, de la vida de la gracia, tal romo ha sido derramada con profusión
por Cristo durante toda la era de la aparición milenaria o mesiánica, la cual
comienza con los días de la encarnación y dura hasta el tiempo de su segunda
parusía al fin de los siglos. (ibid, 341 y E. B. Allo, L'Apocaiypse de
Saint Jean, p CXXXI).
Pero a esto es fácil contestar. Cierto que del texto en cuestión se sigue
que la conversión de los judíos debe traer al mundo y a los gentiles un bien
mucho mayor que el que trajo su caída. Pero -cuál a sido el fruto de la caída
de los judíos? Nada menos que la Redención, llamada por Pablo riqueza del
mundo..., riqueza de los gentiles, reconciliación del mundo. ¿Y qué otro
acontecimiento esencial puede ser comparable a éste, aún más, superarlo en
riqueza, sino la parusía misma? Al menos, cierto es que un mayor grado de efusión
de la gracia no puede compararse como cosa igual o mayor que la efusión
substancial de la gracia que se opera
en la Redención.
Pero había una razón más fundamental, que explica por qué
los antiguos exégetas han ligado, a despecho de una resurrección de entre los
muertos, la conversión de Israel a la resurrección final. Y esta razón era su
concepción de la historia, que les hacía percibir que la oposición de judíos
y gentiles era una categoría histórica que iluminaba todo el misterio de Cristo
y de su redención del Universo, de modo que cuando terminara dicha oposición
terminaba también la historia. En consecuencia, como la conversión de Israel
ponía fin a la tensión de judíos y gentiles, ponía fin también a la historia.
(Ver Gaston Fessard, "Théologie et Histoire", en Dieu Vivant,
Nº 8). La conversión de
los judíos es un hecho metahistórico, propiamente escatológico, porque ha de
poner fin a un factor que hace marchar la historia, cual es la tensión de
judíos y
gentiles. Es claro, por otra parte, que no puede hablarse de un hecho
totalmente fuera de la historia, como si se realizase por encima del tiempo y
de la historia. Mientras hay tiempo, hagamos bien a todos (Gál. 6, 10), y
sólo el tiempo histórico es tiempo de hacer bien y salvarse. Luego, la con
versión de los judíos debe realizarse dentro de la historia y al final de
ella. Digamos, al filo de la historia.
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10) La historia marcha hacia la escatología, en que
ha brá un sólo pueblo de judíos y gentiles.
La historia se mueve agitada desde adentro
por la división de judíos y gentiles, de amo y libre, de hombre y mujer.
Luchas religiosas, políticas, económicas, y sociales mueven unos pueblos contra
otros en un afán loco de predominio. El papel que le cabe a la tensión judío-gentil
en esta marcha de la historia es primordial. Y ello no como simple hecho, sino
como ley que ha sido puesta por Dios en la razón de ser de la historia misma que
es la predicación del Evangelio. San Pablo nos ha revelado este misterio. Pero
San Pablo nos re vela también que la historia marcha a la perfecta unidad de
Cristo, donde no hay judío ni gentil.
En su magnífica Carta a los Efesios (2,
11) recuerda primeramente a los gentiles la triste condición en que estuvieron en un tiempo.
Estuvisteis -les dice- entonces sin Cristo, alejados de la
sociedad de Israel, extraños a la Alianza de la Promesa, sin esperanza y
sin Dios en el mundo. El estado de la gentilidad no puede ser más
desgraciado.
Pero los que en un tiempo estabais lejos habéis
sido acercados por la sangre de Cristo. Los pueblos gentiles han entrado en
la Iglesia y han escuchado la palabra de salvación. Y la Iglesia es la verdadera
sociedad de Israel. Y Cristo es nuestra paz, y reconciliando a ambos en un solo
cuerpo con Dios, por la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad.
En Cristo, pues, se ha hecho la paz entre los dos
pueblos. Porque viniendo Él nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los
de cerca, pues por Él tenemos los unos y los otros el poder de acercamos al Padre
en un mismo Espíritu.
En Cristo Jesús, entonces, ni judíos
ni gentiles, sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y
familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los
profetas. Y de esta edificación Cristo es la piedra angular. (Ef. 2, 19). Y
durante todo el proceso histórico se cumple la edificación de la Iglesia,
tomando las piedras de todos los pueblos, de judíos y gentiles, de acuerdo al
inson dable plan divino. Y allí, en la Iglesia que es Cristo prolongado, termina toda división, de tal suerte que cuando esté la Iglesia totalmente
edificada acabará también la historia.
Los judíos en el misterio de la escatología
Para tener una idea cabal del pueblo judío y de
su enorme significación en el plan de redención y santificación del mundo,
hay que tener presente también su papel en la metahistoria o escatología, es
decir, en aquellos acontecimientos postreros que, ya fuera de la historia, están
como gravitando sobre toda ella y atrayéndola hacia sí. Estos acontecimientos
comienzan:
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a) Con la plenitud de las naciones que han
de ser evangelizadas aun como naciones en sus estructuras culturales que les
hacen tales naciones determinadas. Proceso que se ha de ir verificando a través
de toda la historia, en gran parte, y como efecto principal de la dialéctica
entre judíos y gentiles, entre Sinagoga e Iglesia. El momento preciso de la
historia que vivimos está caracterizado por la culminación de la lucha de la
Sinagoga contra la Iglesia para impedir que el Mensaje cristiano llegue a la
plenitud de los pueblos. La Iglesia está a punto de hacer penetrar este Mensaje
en los pueblos. Pero la Sinagoga, con el liberalismo y el comunismo, rechaza
fuertemente este Mensaje. Sin embargo, la Iglesia, sobre todo en su foco fontal, la Cátedra romana, se está
revistiendo de una vitalidad excepcional que, bajo la fortaleza del Espíritu Santo, la hace capaz de deshacer el cúmulo de errores que en
los últimos cuatro siglos ha acumulado la Sinagoga en el mundo. Este
parece ser el significado de los mensajes marianos al mundo actual anunciando la
paz, bajo la cual estaría significada la plenitud de los pueblos en el seno de
la Iglesia.-
b) Al cumplirse la plenitud de las naciones
en el seno de la cristiandad también irían multiplicándose las conversiones
de los judíos, cada vez más valiosas en número y calidad, por el efecto
de la emulación de que habla el Apóstol. Pero tanto la plenitud de los
gentiles en el seno de la Iglesia como las conversiones de los judíos provocaría
una mayor rabia y resentimiento contra la Iglesia en el núcleo central del judaísmo,
que a medida que se haría más pequeño se tornaría también más fanático,
hasta lograr éxito en su tarea de corromper y someter al mundo de la
gentilidad. Así se prepararía y cumpliría la apostasía universal de que nos habla San Pablo, 2
Tes, 2, 3, cuando dice: Que nadie en modo alguno
os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y, ha de manifestarse el
hombre de iniquidad, el hijo de la perdición; y San Lucas (18, 8) donde el Señor pregunta:
Pero cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrara fe en
la tierra?; y San Mateo (24, 12), donde el Señor dice: Y por exceso de maldad se enfriará la caridad de
muchos. También 1 Tim. 4, 1.
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c) La apostasía universal formará un solo hecho histórico con el advenimiento del Anticristo, como se desprende
del pasaje de la 2 Tes. 2, 3 de San Pablo. El Anticristo será reconocido
como el Mesías de los judíos y amo de los gentiles. De esta suerte, la
apostasía universal de los pueblos gentiles y la dominación judaica sobre
todos los. pueblos constituirán también un solo hecho histórico. El
advenimiento del Anticristo será en la operación de Satanás, esto es, por la
sugestión. Será soltado Satanás de su cárcel, saldrá y
seducirá a
las naciones. (Apoc. 20, 7.) -
d) A la plenitud de las naciones que podrá
ser, en absoluto, contemporánea con la apostasía universal y con el
advenimiento del Anticristo sucederá la conversión de los judíos que se efectuará principalmente por la predicación de
Elías y Enoc según
aquello de Malaquías, 4, 5, Ved que yo mandaré a Ellas, el profeta, antes que venga el día de
Yavé, grande y terrible, Él convertirá el corazón
de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, no venga yo a dar la tierra toda el
anatema. -
e) Con la apostasía universal y la
revelación del Anticristo se producirá la gran tribulación que anuncia Jesús en
el Evangelio. (Mt. 24, 21; Mc. 13, 21; Lc. 21, 25). -
f) Luego, en seguida, después de la
tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol y la luna no dará su luz, y las
estrellas caerán del cielo y las columnas del cielo se conmoverán.
Entonces aparecerá el estandarte del hilo del hombre
en el cielo y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán
al hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande.
(Mt. 24, 20; Mc. 13, 26; Lc. 21, 27). -
g) Y enviará sus ángeles con poderosas
trompetas y re unirán de los cuatro vientos a los elegidos, desde un extremo
del cielo hasta otro. (Mt. 24, 31; Mc. 13, 27). -
h) Cuando el hijo del hombre venga en su
gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria y
se reunirán en su presencia todas las gentes y separará a unos y otros, como el pastor separa a las
ovejas de los cabritos y pondrá a
las ovejas, a su derecha y los cabritos a su izquierda. (Mt. 25, 31). -
i) Pero cuando venga el día del Señor
pasarán con estrépito los cielos, y los elementos abrasados, se
disolverán, y asimismo la tierra como las obras que en ella
hay. (2 Pedro, 3, 10). -
j) Pero nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra
tierra nueva. (2 Pedro, 3, 13). Pues Dios va a crear otro
cielo nuevo y tierra nueva (Is. 65, 17) según la visión del Apocalipsis
(21, 1): Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra hablan desaparecido
y el mar no existía ya. -
k) Y se hará un gran banquete para que comáis y
bebáis en mi reino y os sentéis sobre
tronos como jueces de las doce tribus de Israel. (Lc. 22,
30).
Así como el pueblo de Israel desempeña
una misión primordial en el tiempo histórico, así también la ha de desempeñar en los
acontecimientos escatológicos. No es posible olvidar que toda
la obra de Cristo se reduce a la fundación y predicación de su reino mesiánico;
reino universal en el tiempo y en el espacio; reino histórico y escatológico;
reino espiritual e interno, pero también temporal y externo. Y en este
reino mesiánico el pueblo de Israel, aun en su realidad carnal e histórica,
cumple misión de primera importancia. Sólo a Abrahán, en efecto, de cuyos
lomos fue sacado este pueblo, se le anuncian por vez primera las grandes
promesas que fundan este reino mesiánico. En ti y en tu descendencia serán
benditos todos los pueblos de la tierra. Y sólo en Abrahán
comienza este reino a tener realización efectiva.
Los patriarcas de la Antigua Alianza, de cuya
serie es Abrahán el primero, serán así la raíz de este reino mesiánico
que ha de perpetuarse en toda la historia y luego también en la eternidad. Y
con los patriarcas también los profetas y los Apóstoles constituirán las
primicias y la raíz del pingüe Olivo que es la Iglesia. (Rom. 11,
16-17).
Del pueblo de Israel es la adopción y la
gloria, y las alianzas, y la legislación, y el culto y las promesas; suyos son
los patriarcas y de quienes según la carne proviene el Cristo, que está por
encima de todas las cosas. (Rom. 9, 4-5). Israel tiene, en consecuencia,
una triple grandeza. La primera, la del nombre, pues: No te llamarás en adelante
Jacob, sino Israel, pues has luchado con Dios y
con los hombres y has vencido. (Gen. 32, 29). La segunda, por los
grandes beneficios que ha recibido de Dios. La tercera, pues de Israel trae
su origen carnal Jesucristo.
Por ello, y en Cristo, la salud viene de los judíos. (Juan, 4,
22).
Pero Israel es grande aun en las ramas que
han sido desgajadas de este Olivo para ser injertado el acebuche de la gentilidad,
porque también ellas han de cumplir una misión en el plan
divino, cual es la de acelerar la evangelización del mundo, y con ello, el
progreso de la historia.
Pero al fin, cuando hayan entrado las
naciones en el reino mesiánico, este pueblo, con su nueva inserción
en el Olivo del que fuera en parte desgajado, señala el momento
preciso del comienzo de los grandes acontecimientos escatológicos que preparan
la parusía del hijo del hombre.
Y ya en la consumación misma de la escatología,
cuando se celebre el banquete final y eterno de la divina contemplación, convidados del Oriente
y del Occidente vendrán y se
sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. (Mt. 8,
11)
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