PRÓLOGO A LA
PRIMERA EDICIÓN
No es posible disimular que el
tema del presente libro es sumamente difícil y
sumamente apasionante.
Dificil,
porque el pueblo judío llena toda la historia de Dios y de los hombres. ¿Qué
período de la historia se puede escribir sin mencionar a este pueblo? Sin
mencionar a este pueblo glorificándolo o condenándolo, pero es forzoso hacer mención de él.
Dos son los misterios de la historia, ha dicho un escritor judío (Ed. Fleg, JESUS
RACCONTÉ PAR LE JUIF ERRANT, p. 177): ¡Jesús es un
misterio como Israel es un misterio! Y cuando ponéis juntos estos dos
misterios, ¿queréis que os diga lo que pasa? iHay un tercer misterio más
misterioso, él solo, que los otros dos!
Apasionante,
porque ¿quién puede ocuparse del judío sin un sentimiento de admiración o de
desprecio, o de ambos a la vez? Pueblo que un día nos trajo a Cristo, pueblo
que le rechazó, pueblo que se infiltra en medio de otros pueblos, no para
convivir con ellos, sino para devorar insensiblemente su substancia; pueblo
siempre dominado, pero pueblo lle no siempre de un deseo insolente de dominación.
Más
apasionante aún ahora, porque la dominación de este pueblo, aquí y en
todas partes, va cada día siendo más
efectiva. Porque los judíos dominan a nuestros gobiernos como los acreedores
a sus deudores. Y esta dominación se hace sentir en la política internacional
de los pueblos, en la política interna de los partidos, en la orientación
económica de los países;
esta dominación se hace sentir en los ministerios de Instrucción Pública, en los planes de enseñanza, en la
formación de los maestros, en la mentalidad
de los universitarios; el dominio judío se ejerce sobre la banca y sobre los consorcios financieros, y todo el complicado mecanismo del oro, de las
divisas, de los pagos, se desenvuelve irremediablemenre bajo este poderoso dominio;
los judíos dominan las agencias de información mundial, los
rotativos, las revistas, los folletos, de suerte que la masa de gente va forjando su
mentalidad de acuerdo a moldes judaicos; los judíos dominan en el amplio sector
de las diversiones, y así ellos imponen las modas, controlan los lupanares,
monopolizan el cine y las estaciones de radio, de modo que las costumbres de los
cristianos se van modelando de acuerdo a sus imposiciones.
¿Dónde
no domina el judío? Aquí, en nuestro país, ¿qué punto vital hay de nuestra
zona donde el judío no se esté beneficiando con lo mejor de nuestra riqueza al
mismo tiempo que está envenenando nuestro pueblo con lo más nefasto de las
ideas y diversiones? Buenos Aires, esta gran Babilonia, nos ofrece un ejemplo típico.
Cada día es mayor su progreso, cada día es mayor también en ella el poder
judaico. Los judíos controlan aquí nuestro dinero, nuestro trigo, nuestro maíz, nuestro lino,
nuestras
carnes, nuestro pan, nuestra le che, nuestras incipientes industrias, todo
cuanto puede re portar utilidad, y al mismo tiempo son ellos quienes siembran y fomentan las ideas disolventes contra nuestra Religión, contra nuestra
Patria y contra nuestros Hogares; son ellos quienes fomentan el odio entre
patrones y obreros cristianos, entre burgueses y proletarios; son ellos los más
apasionados agentes del socialismo y comunismo; son ellos los más poderosos
capitalistas de cuanto dáncing y cabaret infecta la ciudad. Diríase que
todo el dinero que nos arrebatan los judíos de la fertilidad de nuestro suelo y
del trabajo de nuestros brazos será luego invertido en envenenar nuestras inteligencias
Y
lo que aquí observamos se observa en todo lugar y tiempo. Siempre el judío,
llevado por el frenesí de la dominación mundial, arrebata las riquezas de
los pueblos y siembra la desolación. Dos mil años lleva en esta tarea la
tenacidad de su raza, y ahora está a punto de lograr una efectiva dominación
universal.
¡Y pensar que este pueblo proscrito, que sin asimilarse vive mezclado en medio de todos los
pueblos, a través de las vicisitudes más diversas, siempre y en todas partes
intacto, incorruptible, inconfundible, conspirando contra todos, es el
linaje más grande de la tierra!
El
linaje más grande, porque este linaje tiene una historia indestructible de
6.000 años. El linaje más grande porque de él tomó carnes el Cristo,
Hijo de Dios vivo.
Y
bien, este pueblo que aquí y en todas partes, ahora y en los veinte
siglos de civilización cristiana, llena todo a pesar de ser una infinitésima
minoría, ¿qué origen tiene?, ¿cómo y por qué se perpetúa?, ¿qué
suerte le cabe en la historia?, ¿qué actitud hay que tomar frente a él?
He aquí lo que espero explicar en los capítulos siguientes.
Explicar,
digo, porque estas páginas pretenden ser una explicación del judío, y en
este caso, la única posible, una explicación teológica. La Teología es la
ciencia de los misterios de Dios. Los misterios de Dios son los juicios
inescrutables del Altísimo que nos son conocidos cuando Él se digna manifestárnoslos. Sin su manifestación jamás podríamos ni vislumbrarlos.
Ahora
bien, el judío, como enseña la Teología católica, es objeto de una especialísima vocación de Dios. Sólo a la luz teológica puede explicarse el
judío. Ni la sicología, ni las ciencias biológicas,
ni aun las puras ciencias históricas pueden explicar este problema del judío,
problema universal eterno, que llena la historia por sus tres dimensiones; problema que por su misma condición requiere una explicación universal y
eterna, que valga hoy, ayer y siempre. Explicación que, como Dios, debe ser
eterna; es decir, teológica.
¿Será menester advertir que estas lecciones, que
tocan al vivo un problema candente, no están de suyo destinadas a justificar la
acción semita ni la antisemita? Ambos términos tienden a empequeñecer un
problema más hondo y universal. En el problema judaico no es Sem contra Jafet
quien
lucha, sino Lucifer contra Jehová, el viejo Adán contra el nuevo Adán, la Serpiente contra la Virgen, Caín contra Abel, Ismael contra
Isaac, Esaú contra Jacob, el Dragón contra Cristo. La Teología Católica, al
mismo tiempo que derramará la luz sobre "el misterio ambulante" que
es todo judío, indicará las condiciones de convivencia entre judíos y cristianos, de pueblos hermanos que han de vivir separados hasta que la
misericordia de Dios: disponga su reconciliación.
BUENOS AIRES, 1936
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