¿Qué pueden enseñar los padres sus hijos, los maestros a sus alumnos? ¿Alguien puede hablar de honradez o de
seguridad cuando se ha vuelto habitual que los jueces sean acusados de fraguar pruebas o los policías de
delinquir sin que suceda nada? ¿Cómo respetar a quienes representan a las instituciones cuando se los advierte
cercanos al escándalo? ¿Se puede hacer referencia a lo que los antiguos consideraban honra cuando
las "estrellas" de este espectáculo escriben, orgullosas y desafiantes, los detalles de la corrupción de sus vidas,
muchas veces breves, pero siempre bien trajinadas? ¿Cómo se puede
enseñar a hablar, es decir, a pensar, a nuestros chicos cuando escuchan permanentemente un incoherente léxico
balbuceado cuyo escaso y grotesco vocabulario ha dejado de escandalizar porque constituye el espejo fiel de
almas groseras? ¿Quedarán aún ingenuos que se preocupen por la vida interior ante tan prestigiado derroche
de superficialidad?. ¿Qué argumentos ayudarán a un padre o a una madre a explicarle a su hijo que su vida
depende del esfuerzo y el trabajo, o a su hija adolescente que es conveniente que alguna noche duerma en
su
casa? Ninguno, mientras los chicos vean que las conductas opuestas no sólo son socialmente admitidas, sino
que hasta parecen constituir un requisito imprescindible para alcanzar el éxito, reflejado en la admiración
de los demás.
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