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CARTAS DE JUAN PAMPERO
¿CUÁNTOS SON LOS  DESAPARECIDOS?
       

Quinta Los Colorados del Monte, agosto de 2006.

Al señor don CARLOS FERNANDEZ 

Mi leal y buen amigo; pingazo de lo mejor: 

                                          Cuando reciba esta carta usted dirá seguramente: ¿y ahora qué es lo que le andará pasando a este coso? Es que ando medio triste como el sauce y enojado como ñandú clueco. Así las dos cosas, aunque le parezca mentira, juntas. Triste, muy triste, porque se nos ha muerto don Ramón Santich que era para mí medio hermano como usted. Guitarrero, cantor, coplero decidor y poeta: vivió, hasta que la muerte lo pialó en una madrugada, cantándole a nuestra tierra que, como él decía, era su novia enamorada. Y para que usted tenga una idea es el que le sigue a don Linares Cardozo, que Dios haya, en la poesía y el canto nuestro. Dios quiso que yo fuera amigo de los dos y pasara con ellos mañanitas enteras deleitándome con sus expresares galanos. Por este regalo que me hizo, a El le estaré siempre agradecido.

                                          A pulso y de a pie llevamos su féretro por más de veinte cuadras. Como por protocolo no le quisieron poner la bandera argentina, le dispusimos encima un poncho rojo punzó, como el que usaban los Capitanes Generales Pancho Ramírez y don Ricardo López Jordán. La bandera de la Santa Federación. Y lo enterramos en la barranca, mirando al río, al lado de don Linares para que juntos armen coplas de mi flor que endulcen el Cielo Santo.

                                        No hace mucho nos enteramos que don Ramón se estaba muriendo de hambre. Vimos al Intendente “peronista” para que le diese un puesto municipal. Accedió gustoso el hombre y, siendo Santich persona tan delicada y sensible, lo puso como basurero. Y anduvo mucho tiempo don Ramón con su edad, corriendo detrás del camión en las madrugadas de invierno. Es que así son de perceptivos estos “peronistas” progre con lo que el pueblo quiere. Sobre esta tierra no hay ni habrá maldición más grande que estos tipejos.

                                       Pero él no tuvo empacho en nombrar a su novia, viuda feroz y treinta años menor, en un cargo que era como de vice intendenta. Flor de zafarrancho le armó la media naranja, porque fue como darle una escopeta a un mono. Y una fría mañana de junio lo encontró al señor Intendente muerto en la vereda de la casa de su amorcito. Duro como una tabla y seco como una teja. Los de la pompa fúnebre no lo podían enderezar ni a garrotazos para embalarlo. Porque la viudita, paica grela, es de la que andan con nafta súper Fangio XXI sin plomo, y este infeliz, con buena suerte tenía querosén sin filtrar. Ni ella se enteró que quien le pasaba el fretacho estaba finado en su puerta. Hoy nadie se acuerda de él y todos han llorado a Santich que hablaba diciendo coplas. Recuerdo que, para colmo, en esos días el Cura Párroco se escapó con la guitarrista del coro. Preñada la mocosa, por supuesto, y no de gases precisamente. Entonces usted dirá: sin Intendente y sin el Párroco éramos como una nave al garete. No don Carlos. Pocas veces vimos a este pueblo tan feliz. Para colmo las acefalías duraron como dos meses. Así es como Dios, que todo lo sabe y que todo lo ve, nos manda de vez en cuando un descansito. Y don Ramón pasó a la Casa de la Cultura, que es donde siempre debió estar, enseñando su arte a un hermoso ramillete de muchachitos que son su herencia.

                                        Y ando enojado porque me ha mandado usted un artículo donde el doctor Gil Laverga (sin yo saber cuál apellido prevalece sobre el otro, o si es un 50 y 50), se despacha diciendo que los desaparecidos durante la terrible dictadura militar fueron 10 mil. Y con este reportaje se planta el antañón, como echando el vale cuatro. Bueno mire amigazo: ¿qué quiere que le diga?

                                        Hace ya unos años hice un estudio concienzudo del Libro Nunca Más que editó la CONADEP, bajo la tutela del amigo y comensal de Videla, Jorge Sábato, teniendo a su diestra poderosa a Magdalena Ruiz Guiñazú que tantos laureles como rupias cosechó en tiempos de los uniformados. Precisamente su árbol de levas había sido esmerilado muchos años por un aviador militar; pero yo no digo que actuara por despecho. Caso parecido si los hay, al de China Zorrilla con el caño de escape bruñido por un marino, y de Soledad Silveyra con la tapa de cilindro cepillada por un Coronel interventor de ATC. Noviazgos largos todos estos y de meta y ponga desde luego. De modo don Carlos que estas tres damas hicieron el prodigio que nadie: hermanar a las Fuerzas Armadas en un pequeño Estado Mayor Conjunto. Pero al mismo tiempo, andaban de garufa con los de los Derechos Humanos. ¿Qué tiene para decirme? Hay gente predestinada y, lo que no lo hacen con la cabeza, lo hacen a fuerza del pubis. Y en una sociedad culoteta, esto es prestigioso.

                                       Como le contaba reciencito, en aquel librito, duro por fuera y mistongo por dentro, se denuncian 3.482 casos de desaparición de personas. Cuando publicité este hallazgo portentoso, creyéndome émulo de Borges y Bioy Casares, lo menos que hicieron fue de tratarme de bestia. Abochornado regresé al librejo y volví a contar los diferentes casos. Y, nuevamente me volvió a dar la suma 3.482 que no se estiran ni poniéndolos en agua tibia con lejía. Bueno: al resto ya se lo estará imaginando usted. Transcurriendo el tiempo me enteré que esta cifra fue variando, pero siempre en alza. Hasta que no ha mucho me dieron la última, sagrada y consagrada: 11.250 por todo concepto, factura y chau. Como para que me deje de hablar pavadas de una buena vez.

                                          De 3.482 a 11.250 hay, si se cuentan bien, 7.768 personas. No es moco de pavo. Y esto de 1983 al 2003, que son 20 años. Por lo que es de suponer que los desaparecidos fueron apareciendo en número de 388 por año. Después andan diciendo que no hay milagros. Aquí le mando uno don Carlos para esos que no creen ni en la madre que los parió.

                                          Y ahora este Gil Laverga se descuelga con que fueron 10.000. La verdad: uno no sabe qué hacer. Y menos qué decir. Porque por primera vez hay una depreciación en la cotización del desaparecido. Dicha públicamente, claro está. Aunque de sotamanga todos lo sabían y lo de los 30 mil desaparecidos es un hueso con caracú imposible de tragar, aunque la gilada se lo manducó sin pestañar. Bueno, en realidad no es para menos, porque también la repite el Maligno en su discurso atrabiliario, y la gente, pobrecita, en alguien tiene que creer.

                                         De manera amigo mío que yo propondría, para terminar este debate, que la cantidad de desaparecidos durante la tiranía se cotice de acuerdo al INDEC, la canasta familiar o el valor del dólar. Y se acabó. Sea mensual, trimestral o semestralmente. O bien por el número del Gordo de Navidad de cada año. Claro que variará de año a año, exactamente como es ahora, pero la cifra sería oficial y a los discutidores como yo se les acabaría el libreto. Sería cuestión de mandar una ley al Congreso. Total estos son capaces de aprobar hasta su propia sentencia de muerte.

                                         Pedirles que publiquen la lista de desaparecidos se ve que es un imposible. No lo harán. Jamás. Mil excusas hay en torno de esto, pero el poncho no aparece. Y siendo individuos bien concretos como la Argibay, por los que se ha pagado indemnización suculenta, es decir, están oficialmente confirmados, no veo cuál es el inconveniente de publicar sus nombres a troche y moche.

                                         Y ya que estoy de paso por este asunto don Carlos, quería preguntarle cuántas personas desaparecen por año en Argentina y de las cuales no se sabe nunca más nada. De los niños sabemos que la media da 148 (en veinte años serían 2.960, solamente en el rubro niños). Y le traigo a colación esto porque el otro día un bolchevique decía: “qué importa el número, con que haya desaparecido uno es suficiente.” Bueno yo le traigo uno: la maestra Argañaraz en Tucumán que está bien calentito. ¡No, no y no!, dirá usted. Desaparecidos por el terrorismo de estado: ¿y quién le dijo a usted que la maestra no desapareció por el terrorismo de estado, sabiendo que el gobernador del Jardín de la República es un trapalón sin abuela, habitante congénito de las comisarías? Y no le digo los que mueren por el terrorismo de estado: en Cromagnon murieron 194 jóvenes, 800 están muy delicados de salud y unos 200 tocados; entre 1983 y 2003 han muerto de hambre medio millón de personas en Argentina y no creo que haya sido por su propia voluntad. Le repito: de hambre solamente. Después me cuenta lo del genocidio.

                                          Con motivo de la marcha que hará Blumberg a Plaza de Mayo, andan muchos diciendo que comparando las estadísticas del crimen de Alemania, Incalaperra, Francia, Italia, España y los EE. UU., las de Argentina son bajas y este es el país más seguro del mundo. Puede ser. Pero ya que están, por qué no comparan los sueldos. Por mejor decir: cuántos meses debe trabajar una maestra o un policía para ganar lo que percibe un Senador o un Juez por mes. O por qué no comparan el sueldo del peón industrial de Alemania con el de Argentina. Si a esto o hicieran yo me callaría la boca por un buen tiempo.

                                           Lo dejo don Carlos mandándole un abrazo. Acuéstese temprano que si no después anda con la tos; no tome bebidas alcohólicas, haga como Ginés González que solamente las bebe, y no fume que es perjudicial para la salud: es mejor hacerse inhalaciones con los caños de escape de los colectivos que, por estar autorizados, no le harán daño.

JUAN

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