Quinta
Los Colorados del Monte, julio de 2006.
A don Carlos Fernández
Mi querido compatriota don Carlos; buen amigo marca Flor:
Verá mi compadre que esta vez yo a usted no
le debo ni una carta, pero lo mismo le escribo, porque ando con el alma
hecha un revoltijo igual que menestra sancochada de iglesia pobre. Y mi
indigente cabeza esquivando el golpe del balde como tortuga de pozo.
Bueno, y usted dirá: ¿qué es lo que le anda
pasando? Mire vea don Carlos, que me vine a enterar anteayer que el
retrato que está en el anverso del billete de one dollar
estadounidense, no es el de don Jorge Washington, figura legendaria que
supo ser. No. Parece que es la figura de Adán Weishaupt. ¿Qué me dice?
Imagínese como me puse yo, peor que una araña arriba de una sartén
caliente.
Porque la unidad monetaria, de la que hoy es
una gran potencia mundial, llevaría implícito un fraude que usted
comprenderá no es menor, y de un simbolismo que nos transporta a las
nubes de Ubeda. Y a uno lo asalta el deseo, o la necesidad, de rechazar
todo esto por parecer una entelequia obrada para causar daño, de no ser
que este billete, como ningún otro de los Estados Unidos, lleva impresos
una cantidad asombrosa de símbolos del esoterismo y de la masonería, y
un sinfín de mensajes crípticos que año por año los van descubriendo los
que andan metidos en esto. Algunos ciertos, es verdad, y otros medio
caprichosos. Y le digo esto porque conozco a varios de ellos.
No voy a caer don Carlos, en la exageración
de decirte que el billete de one dollar de nuestra Madre Patria,
los EE. UU., es un mensaje masónico, como el terrible
billete de 5
Pesos Argentinos que lanzara el Proceso de Reorganización Nacional,
y que tuviera vigencia hasta la aparición del Austral en tiempos
del Hermano Alfonsín que inauguró la Democacacracia en la
Norteamérica del Sur, nuevo nombre del país que nuestros bisabuelos
llamaban desaprensivamente Argentina.
Metido como siempre me puse a huronear entre
mis cosas y encontré que Washington vivió entre 1732 y 1799 y Weishaupt
de 1748 a 1830. De manera que, haciendo la cuenta, resulta que estos dos
hombres compartieron el mismo tiempo que les tocó vivir durante 51
añitos. Por lo que se me ocurre llamarlos contemporáneos, de puro taita
que soy. Claro está que medio lejos el uno del otro: Washington en aquel
minúsculo territorio que habrían de ser con el tiempo una nación sin
nombre, desde que se llaman Estados Unidos a secas; y Weishupt en lo que
es hoy Alemania. Para que me entienda don Carlos: uno en América y el
otro en Europa.
Pero distantes y distintos son medio
parecidos como la gordura con la hinchazón. Digo fisonómicamente.
Impresión que me quedó después de ver a los que dicen son sus retratos
que, para colmo son pocos. Y yo no le sabría decir, dilecto amigo, cuál
es quién de lo parejos que son. Lo que también es propio de aquella
época por el uso de los pelucones y los retratistas alquilados que eran
una peste en cantidad y calidad.
Entonces parece que un vivo se dio cuenta de
este detalle y cambió un retrato por el otro. Cosa que a nosotros no nos
sucedería con Sarmiento, por ejemplo, cuyo bello y aristocrático rostro
es inconfundible aún para un pasmadote madurado a fomentos. O con el
Hermano Néstor y su mirada, cuando tiene el sol de frente, que
parece un japonés que se desveló pintando el techo.
Pero ya sé don Carlos, porque lo conozco más
que a mi hermano que es peronacho de los viejos, y esta no es mala
gente, que se andará preguntando quien diablos es este gringo Weishaupt.
Bueno, justamente es lo que le iba a decir: un vero diablo, como
dice mi comadre Justina que vive en la Bajada Ancha, donde antes era la
Aduana Vieja, en el distinguido barrio El
Chilcalito.
Adán Weishaupt fue un judío nacido en
Ingolstad, en Baviera a orillas del Danubio, el 6 de febrero de 1748;
diplomado como Doctor en Derecho (1768), ejerció como profesor suplente
en Jurisprudencia (1772) y catedrático de Derecho Canónico (1775) en la
Universidad de aquella ciudad. Tal vez resulte una casualidad que fuese
ocupando los puestos que iban dejando los jesuitas por su extrañamiento,
así como que fue un discípulo de ellos hasta su ingreso a la
Universidad. Y vea don Carlos que es una maravilla ver como casi todos
estos próceres han sido discípulos de los jesuitas: Voltaire, Diderot,
Montesquieu, Rousseau, Mirabeau y los Enciclopedistas en general.
En verdad: que uno no sabe con cuál quedarse de lo espléndidos que
fueron.
Por este tiempo don Weishaupt ingresó a la
masonería, instalada en Alemania desde 1737 de la mano del Príncipe de
Gales y como filial de la Gran Logia de Inglaterra. De los Hermanos
Tres Puntos el hebreo quedó rápidamente desilusionado por considerar
insuficiente su calidad operativa, ya por su falta de unidad, ya porque
no se cedía bien al yugo de la obediencia pasiva. Entonces, aprovechando
el gran afecto que le profesaban sus discípulos en la Universidad, echó
en 1776 las bases del iluminismo creando la Orden de las
Perfecciones u Orden de los Iluminados, con la “finalidad –se
ha dicho- de trabajar por el progreso y la fraternidad”. Resultando una
corporación secreta que unía el atractivo de lo misterioso y la fuerza
de la asociación, para imponer la voluntad única de los jefes invisibles
a millares de individuos en Alemania.
Pero vea don Carlos que las cosas terminaron
de este modo: así como la secta de los Iluminados tomó buena
parte de la Masonería (por ejemplo: siendo campeones de la
Igualdad, lo primero que hicieron fue establecer un riguroso orden
jerárquico de corte netamente verticalista); y a su vez la Masonería
tomó elementos de esta secta (por ejemplo: su acérrimo sentimiento
anticristiano y de lucha contra la Iglesia Católica), que están vigentes
al día de hoy, con más de 230 años de testimonios de todo tipo,
esparcidos en unas 12.000 obras, como para convencer al más indulgente
de los democacacráticos.
Pero, al parecer, los masones no quieren a
los que fueron Iluminados (que vendrían a ser en nuestro presente
los piantavotos). Dice Antonio R. Zúñiga, que fuera Director de
la Biblioteca de la Masonería Argentina, que a este muchacho Weishaupt
“le sobraba astucia, propia de su raza, hipocresía y maldad”, porque
“para él todos los medios eran lícitos con tal de llegar al fin
apetecido”. Una afirmación que viniendo de quien viene yo no me atrevo a
desmentir. Ni me tomaré el trabajo. No sé usted don Carlos que es más
prolijo.
Y mire mi amigo que más cosas podría decirle
yo de los Iluminados, como que con el tiempo les brotó el ala más
arriscada que se llamó Tungembund (o Tungem-verein, unión
de la virtud) y, más adelante nació la tenebrosa Deustchebund
(Liga alemana). So pretexto de luchar contra Napoleón, estas
organizaciones se llenaron de forajidos, ladrones, terroristas,
incendiarios y asesinos. Y así como atacaban a las tropas imperiales, de
paso saqueaban la aldea alemana más próxima y de noche, para calentarse,
quemaban una iglesia. La Tungembund fue disuelta por el gobierno
en 1813 y la Deutschebund en 1815.
En su libro Sistema mejorado de los
Iluminados (editada en Francfort 1779 y en Leipzig 1786), dice
Weishaupt esta belleza: “Llegará un tiempo en que los hombres no tendrán
otra ley que el libro de la Naturaleza. Esta revolución será obra de las
sociedades secretas. Todos los esfuerzos de los soberanos, para impedir
nuestros proyectos, serán inútiles. Esta chispa puede todavía quedar
cubierta largo tiempo bajo las cenizas, pero el día del incendio
llegará.”
Así como Inglaterra inventó la Masonería
para despedazar al Imperio Español con mano de obra española, reduciendo
a España a lo que es hoy en día y a nosotros en el inodoro, el
Iluminismo de Weishaupt se creó para los alemanes, pero lo hicieron
suyo los franceses que llegaron a ponerlo como credo y
considerarlo Política de Estado.
Vea don Carlos: lo que los tilingos de café
llaman revolución, y los palanganas heredoluéticos le agregaron
francesa para que parezca más importante, es obra exclusiva de
los iluministas. Así lo han demostrado, con documentos que no han
sido rebatidos hasta el día de la fecha, el Padre Agustín Barruel (Memoires
pour servir a L´Histoire du Jacobinisme), y Juan Robinson (Pruebas
de una conspiración contra los reyes y las religiones).
De uno de estos documentos depositados en el
Archivo Público de Munich (Escritos originales de la Secta de
los Iluminados, impresos por la Corte de Justicia de Baviera),
podemos leer la siguiente maravilla: “Buscar a los que se distinguen
por su poder –dicen los iluministas instruyendo a los franceses-,
su riqueza, su saber. No rehusar su ayuda, pero guardarse de hacerlos
partícipes de nuestros secretos. Buscar la dirección de la educación,
de las cátedras y del gobierno de la Iglesia. Entusiasmarlos por la
humanidad y hacerlos indiferentes por la familia y la nación. Esforzarse
por fiscalizar las revistas y los diarios y ganar a las editoriales para
nuestra ideas” (P. A. Barruel, op. cit., Tomo IV, pp. 23 y 134, del
año 1797 y J. Robinson, op. cit., pp. 39 y 191, del año 1798). Cualquier
parecido con nuestra realidad, don Carlos, no es una mera coincidencia.
Por eso le hago esta cita.
Bueno, me dirá don Carlos, siempre apurado,
¿dónde está la relación entre don Jorge Washington y don Adán Weishaupt?
Pero, ¿quiere que le diga la verdad? No sé. No. No es un chiste: no lo
sé. Pero tengo algo peor que eso que es mi presentimiento. ¡Porque mire
que anduve detrás de estos dos sin encontrar nada! Así que me inclino
por la conjetura.
No en vano se ha dicho que Weishaupt fue “el
más poderoso organizador de conspiraciones de los tiempos modernos.”
Pero esto, aparte de ser un halago para el semita, fue un dolor de
cabeza para él y una seria preocupación para los gobiernos de la época.
Y, como es de suponer, sobrevinieron las persecuciones.
Resulta que en 1775, según mis rastreos
bibliotecarios, ocurrió un accidente. Un pastor protestante de apellido
Lause quedó achicharrado en un santiamén por una terrible descarga
eléctrica. Digamos que lo partió un rayo. Intervino la maldita policía
que encontró en los bolsillos y en la recámara de este santo varón,
documentación muy comprometedora vinculada con los Iluminados.
Parece que el finado Lause mataba su tiempo haciendo, entre arengas y
bendiciones como las que se ven hoy por televisión, de correo de la
secta por la baja Silesia, debía visitar logias e informarse de las
persecuciones que sufrían los Hermanos en Baviera. Entonces
intervino la justicia, que inició una lenta investigación que hizo
eclosión el 11 de octubre de 1786 con el allanamiento del domicilio de
un tal Zwack, en Landshut, y del palacio de Sanderdorff, propiedad del
barón de Bassus, antiguo satanista, donde se encontraron todos los
papeles y todos los archivos de los iluministas.
Simultáneamente, en los Estados Unidos,
Washington era delegado entonces por Virginia en el Congreso General
que se reunió en la ciudad masónica de Filadelfia el 5 de septiembre de
1774. Antro masónico donde se hiciera la famosa declaración de los
derechos. El 19 de abril de 1775, con el sitio de Boston, comenzaron las
hostilidades contra los ingleses, y el 3 de julio don Jorge asume el
mando de las operaciones militares.
Siguió así la lucha en la colonia con muchos
altibajos, hasta la victoria de Príncenton (3 de enero de 1777), y la
recuperación, diez días después, de la región de Jersey. La noticia
llegó a la desconfiada Europa a mediados de febrero y, por estos
triunfos, creyóse salvada la causa de los rebeldes. Entonces del Viejo
Mundo acudieron innumerables voluntarios, de las sectas masónicas
principalmente. Y entre ellos se destacaría María José marqués
de La Fayette (1757 – 1834) que pertenecía, como se ve, a la misma
progenitura de Weishaupt.
Don María José era un muerto de hambre,
masón incendiario y turbulento, protector y amante de los pobres. Hasta
que, poco antes de partir hacia América, se casó con la marquesa de
Noailles, perteneciente, en ese momento, a la más rancia nobleza, que
dicen, además, era la mujer más rica de Francia. De allí le viene lo de
marqués, porque pasó de canillita a campeón. Un auténtico
Ceniciento, porque es la versión masculina de la Cenicienta. Y todo esto
a fuerza de pinta don Carlos, que la tenía este coso según sus retratos,
por eso no tuvo necesidad de perder el zapatito ni hacer viajes en
calabaza.
Muy joven La Fayette se inició en la
masonería, pero después dio el tranco y se hizo iluminista como
casi todos los franceses de su generación. Pero de una variedad que no
le he nombrado todavía a usted: Los Hermanos Negros, que se
basaban en todos los principios del iluminismo pero tenían
solamente cinco grados. Ellos se asentaron en Giessen, en Marboury y en
Francfor del Oder, donde se hacían llamar unas veces Cabezas de
Muertos y en otras Los Caballeros Negros. Una sarta de
“bandidos y embaucadores” según la policía alemana y la justicia que
llegó a llenar las cárceles con ellos.
Esta estructura de los Hermanos Negros
es la madre del rito que fundara La Fayette a su regreso triunfal de
América (después de Saratoga) y que algunos llaman impropiamente
francés. El rito de La Fayette comprende los tres primeros grados
(aprendiz, compañero y maestro) de la Masonería (lo que los ingleses,
sus inventores, llaman craft masonnery, o masonería azul,
que es la tropa de choque de estos diablos), y los dos últimos (los
sublimes o consistoriales) de los 33 grados simbólicos y que son: Rosa
Cruz y Caballero Kadosch (¿será por esto que dicen que San Martín era un
caballero?)
La renombrada e inofensiva Logia Lautaro de
Buenos Aires, estaba organizada según el rito de La Fayette, y San
Martín tenía, de conformidad con todos los historiadores, el grado 5°
dado por los ingleses, es decir Caballero Kadosch. Ergo la Lautaro (o
L.A.U.T.A.R.O.), es sobrina de Los Hermanos Negros y nieta de
Weishaupt y del iluminismo. Cuando se creó la Lautaro, Weisaupt (en
Gotha, Baviera) y La Fayette (en París, Francia, con su marquesa),
estaban vivos y les faltaba treinta años para morirse. Decir que la
Lautaro fue una logia patriótica es una puerilidad que no tiene límites:
era masónica, tenía su matriz en Inglaterra y estaba impregnada del
iluminismo.
Afirmar que Weishaupt estuvo en América con
Washington, es una temeridad. Aunque dicen que, como fugitivo pasó por
Londres (siempre todos pasan y pasaron por Londres, hasta el Mahatma
Gandhi y el Ayatollah Komeini, sin contar los marinos argentinos), y de
allí se fue con los franceses a ver a don Jorge. De ser cierto esto,
Inglaterra era tan libertaria que exportaba libertadores para que se
liberen de ella misma. Weishaupt no tenía necesidad de hacer esto,
porque les había mandado su mejor alumno: La Fayette. El que después les
haría de puente a Benjamín Franklin y a Tomás Jefferson en sus andanzas
satanistas por los tabucos de Europa, aunque los habían mandado en
calidad de embajadores para despistar a la gilada de anteayer, de ayer y
de hoy.
Un abrazo don Carlos y que Dios y su Santa
Madre lo mantengan bueno como hasta ahora.
JUAN
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