Mi querido
don Carlos; distinguido compatriota:
Gracias a los afanes (esto último con seguridad) de mi
librero, ha llegado a mis manitas el libro Los mitos de la historia
argentina de Felipe Pigna, Ed. Planeta, dos tomos, con unas 400
páginas cada uno, editado en marzo de 2005.
Perspicaz como es usted don Carlos, se imaginará cómo me
puse de tener ante mis ojos semejante cosa que dicen es joya, que lleva
la friolera de ser la obra más vendida de la Argentina en los últimos
nueve meses, siendo su autor columnista de Radio Mitre, de
Rock and Pop y de la Revista Veintitrés, así como asesor de
las cadenas de televisión HBO y People & Arts de los EE. UU. (país al
que viaja permanentemente), de la RAI italiana y de Antena española.
Que no me diga usted es poca cosa, por más que estas juntas le parezcan
una ensalada de apio, perejil y zanahorias con cebollas de verdeo.
Hace unos días atrás don Felipe Pigna confesaba que, por
sólo el rubro librero (porque tiene incursiones en otros campos llegando
hasta el de cineasta: Ver Historia, con trece capítulos), ha
logrado vender alrededor de 500 mil ejemplares. No sé si será cierto o
parte del auto bombo que está tan de moda. Pero piense usted que si
Planeta le diese por cada libro vendido 3 pesos, don Felipe ya habría
embolsicado un palito y medio de los billetes nuestros, que afuera no
valen nada y aquí, domésticamente, cuesta un montón ganarlos y gastarlos
un periquete, a pesar de lo que dice el benemérito INDEC.
Ahora don Carlos, dígame usted si no es para sacarse el
sombrero con este profesor bonaerense de historia de 47 añitos de edad,
que ha descubierto el agujero del mate, que le cuento es uno sólo,
porque si tiene dos, ya no es mate. Y no le cargo más tinta a la pluma
porque usted me tomará por envidioso, que ni asomo de esto hay, porque
es pecado capital. ¡No don Carlos, déme un perro con menos pulgas!
Tenerle envidia a Pigna es como desear las alpargatas de Tiquiro, que es
el mendigo que tenemos en la plaza del pueblo. Aunque éste, por una
moneda que uno le da, la retruca con una coplita nueva llena de picardía
y buen humor. Y como yo le hago contrapunto en la copla, se ha hecho mi
amigo y cada vez que me ve, me sigue hasta encontrarme, se cuadra y
saluda militarmente, para darme luego un abrazo con su olor a zorrino
muerto a escobazos. Además a Tiquiro yo lo quiero porque el fondo de su
alma es de un hombre bueno. Jamás le hizo mal a nadie.
Bueno don Carlos, andábamos por los Mitos de don
Felipe y a ellos vuelvo despacito como trote de aguará guazú. Y sin
andarle vuelteando, como hacen los literatos con sus críticos y los
críticos con los literatos, le diré que en los dos tomos, que son como
800 páginas, no pude encontrar un solo mito de los que anuncia el autor,
al extremo de llamar así a su trabajo. Y usted sabe don Carlos lo
prolijo que soy en esto, que de puro andar con mi vida de balde, me
dedico a sacarle los piojos a otros con la pinza para cejas. De manera
que este solo hecho, de anunciar una cosa y hacer otra, ya es pasible de
condena.
Sí. Asina es: no vide un sólo mito don Carlos, por lo
que, y usted me disculpará, se me vino la estantería abajo y dióme la
sensación que Pigna+Planeta habían introducido un cuerpo extraño de
punta roma en mi intestino recto sin lubricante. ¿Será para que me duela
más? “Fui cogido por la sorpresa”, como diría el gallego Fernández de la
Editorial Fénix cuando se le da por escribirme desde las Españas y se
hace el enjundioso.
¿Un fraude?, me preguntará lleno de congoja. Mire:
justamente es lo que no sé. Pero como a usted lo conozco más que a mi
hermano, que es peronacho de los viejos, le cuento que en el libro no
hay nada nuevo: todo es una retahíla de lugares y citas comunes, más
conocidas ellas que el tango Tomo y obligo que cantaba el zorzal.
Ergo: no hay en este libro investigación, tampoco novedad, ni enfoque
nuevo de tal o cual cuestión, menos documento exhumado que cambie un
hecho histórico. Nada. Pigna no es otra cosa que un compilador, pero
rayano en el plagio, porque a esas citas textuales él les otorga su
origen, es verdad, pero ya habían sido dichas muchos años atrás por
otros, tal cual él las escribe sin hacerles faltar una coma y quedan
como que él las encontró. Y para colmo hay algunas que son citas de las
citas. En esto, como mi librero, es un hombre afanoso.
Pero dentro de todo el libro es novedoso o audaz. Lo que
no sé decirle desde que punto de vista. Porque entre medio del revoltijo
tal o cual, mezcla el tema de la dictadura militar, de los derechos
humanos, desaparecidos, la guerrilla y del pueblo en la democacacracia.
Tampoco faltan las Madres de Plaza de Mayo, la deuda externa y la
partidocracia. Es una temeridad, porque saca al hecho histórico de su
contexto y esto, históricamente, es un delito y más viniendo de un
profesor de historia. Por lo que se me vino a representar Pigna como
Caparrós, que es el Príncipe de la Estulticia Agravada, porque piensa
que todos somos estólidos o que él anda sobrenadando entre borricos.
En la Antigua Roma, por ejemplo, un esclavo era una cosa
(una res), y su dueño podía disponer de él a su antojo, incluida
su muerte (cosa que no hacían porque un esclavo era dinero y parte del
capital). Y bien: yo no puedo traer esa cuestión al Siglo XXI sin caer
en grave contradicción y falencia. Así como no puedo comparar a Pancho
Ramírez y la montonera entrerriana en la Plaza de Mayo de 1820 con el 17
de octubre de 1945. Es completamente antojadizo. Y la ecuación me
llevará a los tomates.
¿Entonces para qué lo hace? ¡Ah, mi amigo! Ahí está la
cosa. Esto de Pigna es dialéctica pura, como la de Caparrós, que aparte
es sofista y hace silogismos a la hechura de un espadachín. Porque Pigna,
no se olvide usted don Carlos, le habla y escribe a la grey ignara, semi
analfabeta en estas cuestiones, pero sedienta de conocimientos. Y en su
libritos copia de Levene, Grosso, González Arrili y Ravignani,
sancochados por Mitre y Pacífico Otero, mete su mensaje que es lo que él
quiere y lo que el Régimen le exige. Y para que quede con sabor
revisionista, aderezó el menjunje con citas de nuestros autores
revisionistas. También en esto ha sido afanoso.
La Madre Patria, España, no se salva de los dicterios de
este profesor. Y la ataca desde los puntos del indigenismo (la mita y el
yanaconazgo), pero se le cayeron en un barquinazo los Jesuitas y sus
reducciones. Critica las leyes españolas por arcaicas (no leyó las
Partidas de Alfonso el Sabio que aún tienen vigencia), olvidándose que
muchas de ellas tuvieron actualidad en nuestra sociedad hasta fines del
Siglo XIX. ¿Será que supervivieron por lo buenas? ¡No! Porque a los
genios como Pigna no se les ocurría nada para cambiarlas… ¡ni para
mejorarlas!
Ahora don Carlos: eso de menospreciar a España, hablando
el castellano… De menospreciar la legislación española cuando fueron los
españoles los que desembarcaron aquí con el Derecho Romano bajo el
brazo… De acusar a la Iglesia de realista con documentos de la
masonería…De hablar del bloqueo del Callao por San Martín con 24 naves
sin decir que eran inglesas… No don Carlos. Aquí falta tela porque sobró
tijera.
Creo que no vale la pena seguir. Salvo catalogar a Pigna
de historiador progre.
Don Carlos: son estos los nuevos falsificadores de la
historia para que, al clarear los 200 años del Cabildo de Mayo, los
Moreno, los Castelli, los Azcuénaga (abagados de los ingleses), el
sacrílego y hereje de Monteagudo, el carbonario Alberdi, el canalla
Mitre, y el Sapo del Diluvio, Sarmiento, reciban el soplo vivificante de
estos sandios y el Régimen Perverso y Putrefacto puedan tirar unos 100
años más sin problemas.
¿Y la masonería?, me preguntará usted. Bueno, para Pigna
la masonería no existe, o la nombra tangencialmente como para que nadie
la tome por secta tenebrosa, maldita y sinagoga de Satanás, según la
Encíclica Papal. Pero hay varias citas que Pigna ha sacado, como ya le
dije enantes, de… ¡libros de la masonería! ¡Oh, Santo Cielo! Y digo esto
don Carlos porque a esas citas muy bien imbricadas en el texto,
solamente las puede conocer un podrido como yo y un malparido como
Felipe Pigna.
Mire don Carlos que le diré la verdad: yo tenía la
intención de hacer con Pigna lo que hice con el Diario del Che
Guevara en Bolivia. Destruirlo paso a paso para que no queden ni los
cascotes. Pero no vale la pena. Dentro de un lustro, a más tardar, nadie
se acordará de Felipe Pigna. Como pasará con el mostrenco de García
Hamilton, su amiguito.
Lo que nos debe quedar a nosotros como enseñanza es que
la venta de los libros de este majadero son una seria advertencia para
el Régimen Perverso: el pueblo no confía en sus historiadores, tampoco
de la historia que le han contado. No saben por qué, pero no creen en lo
que les dicen. Es intuitivo este asunto. Saben que la verdad transita
otro andarivel. La andan buscando a la vuelta de la esquina, en la mesa
del café, en la letra de un tango cimarrón, amarguiando bajo el parral,
en el asadito del domingo. No sé
Y esto don Carlos es bueno, es salud y es… una maravilla
por lo que tenemos que dar gracias a Dios y a sus mercedes. Porque no me
acuerdo quien lo dijo: “solamente el Pueblo salvará al Pueblo” y éste
todavía “no ha hecho tronar el escarmiento”.
Don Carlos le mando un abrazo y que Dios y la Virgen lo
protejan.
Juan
Lector (con gusto a fósforo en la boca)
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