Quinta Los Colorados
del Monte, julio de 2006.
A don
Carlos Fernández
Mi buen
amigo como un Sol, de puras cepas santiagueñas:
Me imagino que con su alma inquieta se andará preguntando
el por qué de esta carta. Y yo le digo que no se alarme. Porque usted me
ha hecho llegar unas llenas de buen ánimo y consejos que vea: casi me
arrancan un lagrimón. Sabe usted que ninguno en un apuro me ha visto
andar titubeando; y siempre tengo mi alazán patas blancas, el último que
me queda (flete nuevo con lucero, lista blanca y gargantilla), listo
para tirarle los cueros al lomo y revolearle la pata. Pero hay cosas que
me llegan y de tener más espinas que una tala, me pongo blando como
manteca, y ahí se me sale el maricón sin poderlo sujetar.
Entre sus línea usted me hace algunos comentarios sobre
la economía de Norteamérica del Sur, que es lo que el abuelo y mi tata,
nos decían era nuestra Patria y, en un ataque de total
irresponsabilidad, aseguraban que había que amarla y defenderla porque
era la madre de todos. Son cosas pasadas de tiempos idos. Hoy la Patria
es más moderna y progre, llena de progres que paren
progres.
Vea don Carlos que yo a usted no le hago cargo por esto
de la economía, porque la cosa no es para menos. Sobre todo la
doméstica. Que estamos a tan pobres en un país a tan rico. Y si esto
viene de arriba es porque hay falta de justicia. Mire: el tano
Culaciatti, que para mí es medio fascista, qué quiere que le diga,
comenta siempre detrás de una ginebra tenebrosa que le sirve el Rengo
Michelú, que un país sin justicia no debería existir y si existe debería
ser borrado de la faz de la tierra. Ya mismo. Es un extremista. Pero su
dicho me ha quedado, como usted podrá colegir, dando vueltas por el
caletre. Porque detrás de esto hay algo de verdad.
Mire vea don Carlos que asina yo no me hago problemas:
como no podía rellenar el cinturón de adentro para afuera, lo achiqué de
afuera para adentro haciéndole más agujeros al cinturón. Hasta que me
cansé y en el fondo de la quinta, que era tierra de balde, hice una
huerta, que me dejó el espinazo a la miseria. Pero no sabe usted lo
linda que se puso, porque la sembré y transplanté con luna en cuarto
creciente, como me aconsejó don Porcel de Peralta que es aparcero del
lugar.
Entonces llamé al Párroco para que me mande un cura que
le eche un poco de agua bendita a la huerta. Y así fue como me lo mandó
al Padre Mario que esparció sus bendiciones a las sacudidas del hisopo.
Pero después de esto vino a ocurrir que las verduras no crecieron más.
Se fueron marchitando y en una semana estaban todas secas. Yo jamás le
eché la culpa al cura, pero mi comadre doña Cata que es además vecina,
me dice que eso ocurrió porque el sacerdote no es cristiano y había que
evangelizarlo de nuevo. ¡Vea don Carlos qué semejante disparate! No:
esta gente está enferma. Sin embargo don Fermín, que en otros tiempos
supo ser peón de esquila, alambrador y puestero muy entonado, me dice
que este cura es de los que llaman Carismáticos y por eso anda barbudo,
con aritos a la oreja, chomba, chancletas, novia y motocicleta; y lo que
tocan esta suertes de herejes se seca, como están secando la Santa
Religión. No sé. El asunto mi amigo que la huerta fue un fracaso y todo
se pasó para el lado de la pérdida.
Pero le diré don Carlos que no soy hombre de arriar con
las riendas. Usted ya lo sabe y me conoce. Y a veces ni con talero y
chichón me han enderezado. Entonces, acosado por la gazuza, me di a otra
empresa apenas estaba guardando el luto por la muerte de la anterior.
Resulta que por esos días conocí un viajante en el aristocrático bar
Las Cinco Esquinas (que digo son tres, porque hubo una demolición),
que hace poco lo compró el vasco Uriberri, tomador de mate amargo y
criollo como el que más. Este viajante me aconsejó que me metiera en el
negocio del papel higiénico que decía estaba dejando un buen margen de
ganancia. Linda la oferta, tentadora, aunque su finalidad no sea muy
estética, por lo que en lugar de papel higiénico lo empecé a llamar
limpia parabrisas.
Entusiasmado compré 6.000 rollos a un comerciante de
Rosario que me los dejó de oferta por pago al contado, y porque además
le dejé la promesa de comprarle otros 6.000. Digamos, como para comenzar
y mantener limpios los parabrisas de una tropa de elefantes que comieron
a destajo verdolaga de septiembre.
Estando yo metido en esto vino mi hija mayor que es medio
artista, usted la conoce, a darme la idea de ilustrar los rollos para
que sean, además, agentes que movilicen la cultura nacional. Por otra
parte este sería el pretexto para cobrarlos unos centavillos de más.
Interesante el asunto. Pero, ¿qué poner? Entonces me fui a lo de la
imprenta Redondo de la calle Berutti que, como el nombre lo indica, su
dueño es un gordo casi esférico. Y este coso me dio muchas ideas. Pero
ninguna me conformó. Así que me dije: esto tiene que salir de mi propia
mollera sin más consultas ni trasiegos.
Resolví entonces hacer imprimir cada 50 centímetros los
rostros enigmáticos, pero con semblantes de próceres, de Videla,
Alfonsín, Menem, de la Rúa y Kirchner, en color sepia, dejando el rojo
para Alfonsín y Kirchner, usando de fondo el tono amarillento del papel.
En verdad le digo don Carlos: fue un éxito. Entonces me dispuse a la
venta masiva poniéndoles por nombre “30 años de Gloria Argentina”. Y me
llovieron las ofertas. Todos querían tener su rollo.
Pero no va le digo, que una siesta se me cayó un
inspector de la Municipalidad a pedirme el certificado de salubridad del
papel higiénico. No lo tenía ni sabía que había que tenerlo. Entonces me
prohibió la venta, so pena de ir a trabajar 90 días limpiando culos
gratis al Hogar de Ancianos. Y preguntándole qué debía hacer, me dijo
que llenar unos formularios, pagar un pequeño impuesto, estampillados y,
lo fundamental: hacer una prueba bajo escribano público.
Como buen ciudadano que soy hice todo lo que me dijeron
pero, ¿cómo hacer el experimento? Mas el inspector me tranquilizó
diciéndome que era lo de menos, porque él con el Turco Jatur, que es
enfermero por jubilarse, iban a elegir un lote de enfermos del Hospital
Zonal 9 de julio. Así se hizo y todo anduvo de maravillas.
Pero mire don Carlos que bien está el dicho: el hombre
propone y Dios dispone. Esa misma noche hubo novedades. Un viejo de los
del lote se pescó una septicemia y al amanecer era finado, y una vieja
se brotó entera como si la hubiesen pasado por el asador vuelta y
vuelta. A la tarde falleció en un solo grito. Intervino por esto el Juez
de Instrucción y el fiscal me acusó de homicidio culposo, diciendo que
el papel higiénico había muerto a ese par de añejos. Para colmo los del
resto del lote tuvieron sarpullido, diarreas, mal de ojo, dos se
abicharon y como tres perdieron parte del intestino. ¡Qué calamidad!
Sólo faltaba que viniese Crónica Televisión para quemarme del todo.
Sin embargo no me di por vencido. Con los 3.000 rollos
que me quedaban en blanco, los hice imprimir nuevamente, pero en lugar
de poner las caras de estas magníficos próceres, puse sus discursos
maravillosos. De esta manera el cliente, sentado en el inodoro, podía ir
leyendo placenteramente las sabias palabras de estos presidentes o
guardar los rollos para hacer regalos, o legárselos a sus nietitos. No
sé. La idea me pareció brillante. Y con el Gordo Redondo nos pusimos
manos a la obra.
Apareció nuevamente el inspector mandado por la
Intendente diciéndome que ahora más que nunca, por los finados, se me
exigía una prueba de control salubridad y de calidad. Así fue como Jatur
eligió otro lote de enfermos para hacer la prueba ante escribano
público. Todo anduvo de maravillas don Carlos. Pero antes del anochecer
una vieja del lote murió de gangrena pultácea, otra, que parecía la más
sanita, se pescó una hepatitis y una tercera, la que semejaba ser más
jovencita, murió hace unos días de cáncer de páncreas. Nuevamente estos
desalmados culparon al papel higiénico. ¡Una barbaridad! ¡Qué tendrá que
ver una cosa con la otra!
Bueno don Carlos ya sabe: cuando le pase algo malo, peor
de lo que me cuenta, piense un momento en mí, que no sé de dónde voy a
sacar la plata para pagar los juicios que se me vienen. En este país no
se puede trabajar.
Testarudo por ganarme unos pesos, me puse a escribir las
biografías de Menem y de Kirchner, pero no pude pasar de una carilla
para cada uno. Entonces, ¿qué hice? Uní en un solo libro de 250 páginas
las dos biografías y le agregué, como yapa, la biografía del Cardenal
Bergagoglio que me ocupó media carilla. Y usted se preguntará: ¿250
hojas para usar sólo dos carillas y media? Sí. Las 249 hojas restantes
irán en blanco y el libro se llamará “Vidas al pedo”. Ya tengo pedidos
de las mejores librerías del país. Y el judío Filmus me aseguró que será
declarado “de interés nacional”. ¡Qué le parece don!
Lo dejo don Carlos. Cada vez que le escribo quedo
exhausto. Molido. Si lo ve al peronacho irredento de mi hermano déle un
abrazo y que me deje de mandar cosas de Scalabrini Ortiz, de Arturo
Jauretche y de don Leopoldo Marechal. A mí me gustan el hebreo Sábato y
Borges: el otro día me ofrecieron ocho libros de ellos por dos pesos. Mi
mujer los usa para apretar el matambre. ¡Esa es cultura nacional don
Carlos!
Que Dios y su Santa Madre lo cuiden y protejan amigo mío.
JUAN y ¡Viva la Santa Federación!
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