El comandante cubano Huber Matos (Yara, 1918),
autor de "Cómo llegó la noche" (Premio Comillas de Biografía),
devastador testimonio sobre la Revolución cubana, se sabe vivo de milagro. El 21 de octubre de 1979, después
de cumplir hasta el último día de sus 20 años de sentencia en las cárceles
cubanas, con el cuerpo convertido en un hilacho después de torturas y
prolongadas huelgas de hambre que rebasaron los cinco meses, con los pulmones
intoxicados porque en su agujero de castigo desembocaban los gases del extractor
de la cocina carcelaria, el coronel Blanco Fernández le anunció su liberación:
"No tenemos interés en quedarnos con tus huesos, ya te queda poco camino
por andar".
Un cuarto de siglo ha pasado desde entonces, y a sus 84 años, férreamente
erguido en su largo y huesudo cuerpo, Matos -líder moral de la disidencia
cubana y quien junto con Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro, fuera
uno de los cinco héroes de la revolución-, mantiene lúcido su discurso y
puntuales sus recuerdos para evitar que el tiempo se atreva a "desteñirlo".
Digno hasta la soberbia, se niega a morir sin antes tener la oportunidad de
caminar en una Cuba independiente y democrática.
Con la pistola disimulada bajo el cinto, en su oficina del CID (Cuba
Independiente y Democrática) en el sur de Miami, un espacio resguardado por
puertas blindadas desde donde se produjeron durante dos décadas programas de
radio clandestinos que se escuchaban en Cuba, afirma: "Si de algo me
arrepiento es de haber ayudado a Castro a llegar al poder, un individuo con un
talento enorme para la maldad y el golpe bajo. Fidel no era marxista ni
leninista, pero sí un ególatra, un ambicioso que convirtió a la revolución
en una prostituta y que, mediante su régimen de terror, opresión y simulación,
ha convertido a Cuba en una cárcel gigante". Sólo al principio, su mirada
azul, hundida en cuencas de piel cobriza y enmarcada por el ceño fruncido,
parecía huidiza, impenetrable. Rara vez se presta a largas entrevistas ("a
estas alturas no puedo cometer inocentadas"); sin embargo, ya encarrerado,
no se detuvo. Después de 12 horas de conversación aún mantenía cuerda para
rato. A las 3 de la madrugada, María Luisa, su mujer desde hace 60 años,
reclamó su presencia desde la casa contigua donde viven ellos, y sólo entonces
Huber preguntó sonriente: "¿Seguimos mañana?"
La lucha se traga su vida
El 10 de marzo de 1952, cuando el ex Presidente Batista asaltó el poder
mediante un golpe de Estado 82 días antes de los comicios, Huber Matos tenía
33 años. Era maestro en Manzanillo, vislumbraba su vida abocado a la docencia,
y jamás imaginó que abandonaría su profesión. Sin embargo, como si estuviera
escribiendo su epitafio, dijo: "La lucha comienza y presiento que se tragará
mi vida".
Y así fue. En diciembre de 1956, cuando Fidel y sus hombres regresaron a
Cuba provenientes de México en la expedición del Granma y fueron cercados por
el gobierno de Batista, Matos decidió sumarse activamente al movimiento
clandestino ("murieron decenas de alumnos míos, no podía mantenerme al
margen"). Juntó dinero, ropa y medicinas para los guerrilleros y puso a
disposición del grupo, camiones y jeeps de la empresa familiar. Tres meses
después, transportó a las estribaciones de la Sierra Maestra a un grupo de
guerrilleros que se incorporaría a las tropas del Che, Fidel y Raúl, pero por
un error estratégico al llevar a cabo la misión en una insólita noche
lluviosa, los camiones se atascaron en una cuneta en el camino. Huber y los
guerrilleros lograron huir, pero los camiones cuya razón social estaba pintada
en las puertas -"Matos e hijos. Agricultores. Yara, Oriente"- los
pusieron en riesgo a él y a su familia.
Huber prófugo, contactó a Fidel para externarle su deseo de incorporarse a
la guerrilla. Castro condicionó su ingreso: "Sólo si vienes con fusil,
serás bienvenido". Matos elucubró un plan secreto: le pediría apoyo al
Presidente José Figueres, un demócrata que había ya manifestado su rechazo a
la tiranía batistiana. Pidió asilo en la Embajada de Costa Rica, y 10 meses
después, Figueres propició el traslado de 5 toneladas de armas para los
guerrilleros cubanos. El 30 de marzo de 1958, Matos y su equipo de ocho hombres
vivieron la dicha de llevar a Cuba el primer avión con armas que permitió
finalmente empuñar "la guerra total" contra Batista.
En la sierra se conocieron Fidel Castro y Huber Matos. Ahí conoció Fidel su
espinosa dignidad. El máximo jefe le encomendó la tarea de volver al exilio
por más armas; Matos se opuso. "Yo soy quien manda", le dijo Fidel.
"Eso no lo discuto, pero a mí me pidieron un fusil y llegué con más de
uno. Tengo derecho a disponer de mi vida", remilgó. Según cuenta, Castro
acostumbraba a tratar con humillaciones y groserías a su milicia para imponer
su autoridad, pero ante él, Fidel se sabía endeble. Matos le respondía que
prefería ser un rebelde preso en la sierra que someterse al maltrato injusto
para acceder al poder ("en la Sierra Maestra, me pregunté muchas veces si
no estábamos ayudando a encumbrar a un déspota, pero creía que quizá eso sería
pasajero, que era un mal menor en el proceso democrático cubano").
Si sobrevivió desafiándolo, en un permanente choque de personalidades, fue
sólo porque resultó útil a la revolución. Se dice que Matos construía
trincheras, refugios y fosas antitanques como nadie; que derrotó al gigante, es
decir a Sánchez Mosquera, a pesar de que Fidel lo mandó a la guerra sin
recursos; y que luego, con su legendaria Columna 9, logró el cerco de Santiago
de Cuba, la batalla que dio el triunfo a la revolución a finales de 1958. Por
eso, a los cuatro meses de estar en la sierra se convirtió en uno de los pocos
oficiales en el ejército rebelde que alcanzó, como Camilo o el Che, el rango
de Comandante ("si algo me sucediera -le dijo Fidel temeroso de morir en un
atentado- serás, junto a Raúl, mi sucesor"). Pero también por eso, sus días
estarían contados.
Al triunfo de la revolución, Fidel prometió que ningún militar participaría
en el gobierno y colocó como Presidente a Manuel Urrutia. Aunque Matos fue
nombrado jefe militar de la provincia de Camagüey, no tenía interés en
continuar en la política. Lo suyo era el magisterio, crear una escuela de
ciencias políticas. Antes de marcharse, sólo quería firmar los lineamientos
democráticos del acuerdo revolucionario. Fidel, sin embargo, comenzaba a
coquetear con el marxismo y le daba largas. Se mostraba ambiguo y
contradictorio. Tildaba de "cotorras" a los que como Raúl, el Che y
Osmani Cienfuegos -hermano de Camilo- "cojeaban del lado izquierdo"
("me decía: 'ya no te preocupes por los comunistas, los tengo bajo
control.
No estamos a la izquierda ni a la derecha, estamos un paso adelante y contra
todos los totalitarismos, porque éstos cercenan la libertad que es tan cara a
los pueblos'"), y al mismo tiempo veneraba a Rusia y al comunismo
alimentando la psicosis de radicalismo, persecución, fusilamientos y despojos
("Urrutia mismo me confesó que se sentía un prisionero, que Fidel no le
permitía ejercer el cargo ni renunciar").
El 11 de junio de 1959, Raúl sugirió que para que la revolución triunfara
era inevitable una noche de cuchillos largos, arrancar muchas cabezas. Ante el
silencio de Fidel, Matos alzó la voz ("la masacre era inmoral, ajena al
programa de la revolución"). Harto de esperar la ratificación de un
compromiso democrático, sustentado en un Estado de derecho, Matos le envío a
Castro su renuncia el 19 de octubre de 1959, manifestándole su deseo de
retornar al magisterio ("si hubiera guardado silencio pensando en mi futuro
político, le hubiera puesto precio a mi honestidad").
Ese fue su fin. Fidel comenzó la purga. Por la radio comenzó a anunciarse
incesantemente la "traición" del "contrarrevolucionario"
Huber Matos, y dos días después, ya con la andanada de vituperios en su
contra, fue apresado. Para entonces, las multitudes fanáticas, maquiavélicamente
manipuladas, gritaban enardecidas en la Plaza de la Revolución: "Paredón,
paredón". Si se salvó de morir así, fue porque ni en esas condiciones se
dobló. Para juzgarlo, Fidel reunió a más de mil oficiales del ejército
rebelde para que escarmentaran presenciando la destrucción de quien se atrevía
a cuestionar al máximo jefe. Sin embargo, Matos, sordo a las preguntas o al
protocolo de aquel circo romano, gritó durante tres horas su verdad. Quienes
tenían que condenarlo acabaron aplaudiéndole, y Fidel se vio obligado a
prolongar el juicio.
Por la críticas de la prensa internacional y la presión de los propios
cubanos ("las telefonistas de Camagüey comenzaron una campaña que se
extendió por toda la isla: cada vez que entraba una llamada de larga distancia,
antes de establecer la comunicación decían: 'Huber Matos no es
traidor'"), la sentencia se atenuó: en lugar de paredón, fue finalmente
condenado a 20 años de tortura y prisión en los hediondos calabozos cubanos.
Ni Camilo ni Matos ni el Che, sólo Fidel
Huber, en tu autobiografía uno como lector llega a dudar de tu
inquebrantable dignidad...
Mi tesitura moral es recia, no soy llorón ni blandengue. Mis padres me enseñaron
a ser fuerte por dentro, y siempre me he exigido demasiado, quizá más de lo
debido. El oficio de los verdugos castristas es volver locos a los presos y casi
lo logran. En mi caso, después de que chamuscaron mis nervios y casi me
sepultaron, me propuse jamás regalarles ningún asomo de debilidad: ni en las
farsas intimidatorias cuando pretendían fusilarme, ni en las tranquizas en las
que me quebraron los huesos, ni cuando para revivirme de las huelgas de hambre
me torturaban metiéndome un nauseabundo líquido hirviendo, mucho menos cuando
me aislaban como muerto en tétricos calabozos donde compartía la oscuridad con
nubes de insectos, ratas y cucarachas. La muerte me tenía sin cuidado, no así
la pérdida de mi dignidad. A diario me repetía: "Huber, no puedes
rendirte; Huber, tienes que ser más fuerte que la adversidad".
¿Y nunca te doblaste?
Las semanas que siguieron a mi arresto fueron las peores. El 21 de octubre de
1959, dos días después de mi carta de renuncia y ya con la andanada de
mentiras y calumnias en la radio, llegaron a apresarme a Camagüey. Tenía los
nervios a 4 mil voltios. Me llevaron al Estado Mayor, dizque para que
descansara. Fidel discutió con los oficiales a mi cargo, quería que se me
voltearan, que fueran ellos quienes me fusilaran. No estaba acostumbrado a que
lo contrariaran y acabó injuriándolos. "Muéstrenos las pruebas de la
traición", le exigían. "No tengo nada que mostrarles".
"Encare entonces a Huber", le respondían. "A ése no quiero
volver a verlo, es muy impulsivo". Todo eran mentiras, me tenía miedo.
Acabó arrestando a casi 20 de mis hombres, y hasta hoy me pesa que dos de ellos
se suicidaron. Como no logró que me ajusticiaran, ordenó que me metieran
"a dormir". Me cuidaba un apadrinado de Camilo, un colado que en la
sierra siempre tenía pretextos para no ir a los combates y que ahora estaba
haciendo méritos para ocupar posiciones. Me insistía que descansara. Raúl
seguro le dijo: "Arréglatelas para que Huber aparezca suicidado". Yo
estaba fatigado, pero arisco. Me hice el dormido, y en un segundo vi cómo este
individuo sacaba la pistola. "Oiga, todavía no me he dormido, amigo, así
es que aún no desenfunde la pistola", le dije. Esa noche llegó María
Luisa, todavía me dejaron verla, y le conté que habían tratado de matarme.
En los diarios La Marina y Prensa Libre, que entonces aún circulaban, declaró
ella que yo no me iba a "suicidar". Siguieron los emisarios de Fidel
para intentar ablandarme. Me pedían que rectificara, que aceptara públicamente
mis errores. Entre ellos los capitanes Orlando Pantoja y Emilio Aragonés.
Insistían en que si aceptaba mi traición, podía regresar a mi casa sin
juicio. Fui muy claro: "Díganle a Fidel que después de las barbaridades
que ha dicho de mí, tendrá que fusilarme mil veces para comprar mi
silencio". Estaba seguro que de todos modos me iban a fusilar y que la
verdad tendría que salir finalmente a la luz.
Como no cedí, Fidel me mandó durante tres meses a un calabozo horadado en
el ancho muro del Castillo del Morro, en La Habana, para esperar el juicio. Un
guardia me custodiaba día y noche. Sólo cuando me sacaba a hacer mis
necesidades podía conversar por un instante y a escondidas con unos marineros
presos. Ellos me pasaron un radio pequeño para que escuchara las noticias, y
eso fue lo que me envenenó. Cada vez que lo encendía, fingiendo estar dormido,
escuchaba arengas, insultos y peticiones de paredón contra Huber Matos. Los
voceros del régimen me acusaban de ambicioso y oportunista, decían que me había
vendido a Trujillo, me pintaban como el más ruin de los seres humanos. De héroe
pasé a ser el sujeto más despreciable de la nación cubana.
¿Y conocías al dictador dominicano?
¡Qué va, era un criminal! La intención de los Castro era enardecer a las
multitudes para llevarme al paredón. Los totalitarismos se alimentan de odio
contra quien se atreve a cuestionarlos. Y ahí estaba solo, sin capacidad de
defensa, pensando en los 6 millones de cubanos que hipnotizados le creían a
Fidel todo a pie juntillas. Si él decía que yo era un bribón, eso era yo. La
ropa me bailaba, no sé si perdí 14 libras o más. No tenía control de mi
valentía, me sentía tremendamente golpeado y pensé que haberme destruido
moralmente ante el pueblo de Cuba, era peor que la muerte misma.
Los momentos de tribulación intensa fueron en ese agujero húmedo. Me dolía
el alma la traición y la calumnia, verme estrujado por mi pueblo manipulado.
Por ese radio supe también que Camilo había desaparecido.
La muerte de Camilo Cienfuegos siempre ha sido enigmática, y en tu libro hay
indicios que relacionan su asesinato con tu encarcelamiento.
Camilo era siempre sonrisas, un cubano llano, valiente que conquistaba con su
presencia espontánea. Era el más popular de los comandantes y Fidel temió que
fuera un adversario peligroso. Todos reconocíamos la envidia que le tenía Raúl
Castro y los celos que despertaba en Fidel. Fue a él a quien Fidel mandó a
detenerme en completa desventaja después de la andanada de vituperios en la
radio, cuando mis tropas ya estaban enardecidas. Los Castro pensaron que así
acabarían con los dos de un jalón: Camilo, víctima de mis hombres; y yo,
listo para el paredón como el cobarde que asesinó al comandante más popular
de la revolución. Di órdenes que nadie disparara, me entregué pacíficamente.
Ese día Camilo y yo conversamos, éramos amigos. Me dijo que Fidel estaba
equivocado y que él se sentía muy confuso. Muchas veces habíamos hablado del
rumbo que tomaba la revolución y ninguno de los dos aceptábamos el comunismo.
Luego, frente a mí, discutió con Fidel por el hilo telefónico. Fidel acabó
colgándole y yo pensé: "Hasta aquí llegó también Camilo". En los
días subsecuentes, me hizo pasar dos recados al calabozo del Castillo del Morro
con un hombre que quizá aún vive. Escribía desesperado: "Estoy en un
atolladero, por tu renuncia vivo una situación insoportable. No puede haber
juicio. Tienes que fugarte, yo me encargo de que lo logres". El 26 de
octubre, Fidel lo convocó a arengar sobre mi traición ante una multitud
enardecida. En ese, su último discurso, dijo que la revolución no iba a
permitir traiciones, pero jamás mencionó mi nombre. Dos días después
"desapareció".
Camilo muerto, tú en la prisión, sólo quedaba el Che. Veo sobre tu
escritorio un periódico con su efigie, en la que tú o alguien escribió:
"Che, fracasado"
Yo lo conocí, y sé que Guevara no fue nunca un guerrillero victorioso, eso
es parte de los retoques de Castro. Era un aventurero raro, valiente, muy
concentrado en sí mismo, que encontró en el problema cubano un campo ideal
para realizar hazañas y adquirir fama. Fidel lo conoció en México después
del asalto al Moncada. Ambos se midieron y se calcularon. El Che vio en Fidel a
un individuo audaz y un escenario apropiado, y Fidel vio en el Che al
aventurero, al comemierda que podía utilizar. Cuando le sacó el jugo, lo mandó
al Congo y luego a Bolivia, en donde filtró información que posibilitó su
asesinato.
¿A qué atribuyes que se le ha mitificado a nivel internacional como símbolo
rebelde de valentía, de justicia social?
A la manipulación de Castro. El Che fue y es aún su títere. Lo utilizó en
Cuba, lo exaltó, lo subió, y luego lo mandó a morir a Bolivia. Después cogió
su diario y lo reescribió, agregándole todo lo que necesitaba para
beneficiarse. Castro es un gran manipulador y con el mito del Che también se
ensalza.
Pero si el Che sí coadyuvó a que Cuba fuera comunista, ¿cómo o por qué
se suscitó su ruptura con Castro?
El Che le estorbaba a Fidel, se cansó de repetir que era marxista, pero
antiestalinista, y eso obstaculizaba las relaciones con los soviéticos. La
juventud del mundo preservará el mito creyendo en su inusual valentía, pero
fue un hombre engañado, una víctima más de la ambición y la ética demoniaca
de Castro.
Testigo de la historia
¿Cómo te explicas que estás vivo?
Por un milagro, por la suerte de las circunstancias o quizá porque eso que
llamamos Dios ha sido muy generoso conmigo. Hay algo más de lo que nunca he
hablado y quizá tuvo también mucho peso. Fidel es un hombre supersticioso y
siempre ha temido que va a ser asesinado. Muchas veces, en la sierra, me dijo:
"Yo voy a morir de un atentado. No sé qué año ni qué día". La
noche del 17 de enero de 1959, a tres semanas de estar en el poder, se apareció
con una comitiva de 30 gentes en casa de mis padres en Yara. Buscaba halagarlos,
ganarse su confianza. Yo estaba en la provincia de Camagüey, donde era el jefe
militar. No obstante que eran momentos de gloria, mi madre desconfiaba de él.
Cuando Fidel le tendió la mano, ella le advirtió: "No me vaya a matar a
mi hijo". Fidel se quedó helado: "¿Por qué me dice eso?".
"No sé por qué, pero se lo tengo que decir, no me vaya a matar a mi hijo
porque tendrá que atenerse a las consecuencias". Mi madre me contó que
Fidel se desbarató en elogios para mí: "A veces discutimos, pero Huber ha
resultado un guerrillero de primera línea, una figura primordial para la
revolución. Tiene talento político, recurro a él para que me asesore".
Ella insistió: "Por lo mismo le digo, no se le ocurra matármelo".
Fidel se fue disgustado de la casa. Mi madre lo miró a los ojos y lo desnudó.
Intuyó que me usaría para luego arrancarme la cabeza, como hizo con tantos
otros. Unos meses después, ya preso, mi madre le entregó una carta a través
de Celia: "Tenía yo razón. Por algo le hice la advertencia, se lo vuelvo
a decir, no se le ocurra dar la orden de fusilarme a mi hijo". Fidel
siempre le tuvo miedo a mi muerte, pensó que desencadenaría la suya. Cuando me
amenazaron con un segundo juicio, yo los reté a que me lo hicieran. No se
atrevieron. Luego en la cárcel, todas las oportunidades que tuve de morirme no
acabaron de darse. Me salvé hasta de las huelgas de hambre sin jamás someterme
o pedir clemencia. Quizá Dios ha querido que sea así: que haya un testigo que
cuente los horrores de esta historia.
¿Quisieras derrocar a Fidel?
Sí, pero el norte de mi vida no es sacarle las entrañas, sino que mi país
vuelva a un marco de justicia, libertad y respeto a los derechos humanos. A él
le deseo todo el mal que le pueda caer de arriba; con absoluta tranquilidad,
podría yo dirigir un pelotón de fusilamiento para que pague por haber obligado
a los cubanos a vivir con miedo y simulación durante más de cuatro décadas.
Sueño con verlo colgado en las farolas del malecón. Tengo esperanza de que se
hará justicia.
¿Cómo crees que terminará este régimen?
Es arriesgado hacer pronósticos de almanaque porque los cubanos nos hemos
equivocado muchas veces, pero estamos ya llegando al final: el sistema está
agotado, la economía paralizada y Castro miedoso y deteriorado. Cuando llegó
al poder, Cuba era el primer exportador de azúcar del mundo. Hoy los cañaverales
y las vías férreas están destruidos, más de la mitad de los ingenios
desbaratados. Hasta los militares nos mandan decir que ruegan por una solución,
que ansían el cambio, pero que no se atreven a empuñar las armas. Saben que lo
de la sucesión de Raúl es una carta falsa que Castro usa para que no conspiren
contra él. Si Fidel muere o lo matan, Raúl tendrá que salir huyendo porque ni
siquiera inspira respeto a sus subordinados. En Cuba lo apodan despectivamente
"la rosita". Mi mayor deseo es que el cambio se suscite por una
explosión popular que en lugar de ser reprimida por los militares, sea apoyada
por ellos. Eso nos restituiría el menguado patrimonio cultural cubano. Muchos
en la isla están convencidos de que viven en un callejón sin salida, pero
tienen miedo porque la mayoría de los líderes de la disidencia está en prisión.
Las tiranías, sin embargo, no todo lo resuelven encarcelando y Castro sabe que
ya no consigue el control total.
Esa explosión popular sería el panorama más favorable, ¿y el más
desolador?
Que Fidel logre provocar a los norteamericanos hasta que se produzca una
confrontación. Cuando Castro se sienta a 10 pasos del derrumbe por una
conspiración militar o una conmoción popular provocará que sean los norteamericanos quienes intervengan, como sucedió en Panamá. Fidel seguramente
piensa que así podrá esconder su fracaso como gobernante, engañar a la
historia como el superhéroe que se enfrentó a Goliat y fue aplastado. Para mí
ese final sería humillante porque Fidel no sólo dejaría al país hundido en
una calamidad mayor, sino porque somos los cubanos quienes debemos construir
nuestra república.
Ni Stalin ni Mao Tse Tung fueron derrotados, murieron de manera natural...
Los sistemas totalitarios cerrados tienen un pellejo duro. Yo espero que
Fidel no muera en la cama. Junto con Raúl y otros grandes criminales cubanos,
debe ser juzgado en vida o ausencia. Las futuras generaciones deben saber que
aquel hombre fue un bribón y que es preciso edificar una república soberana.
Cuando eras un jovencito brincando de piedra en piedra, en las ondulaciones
del cerro pelado, soñabas con llegar a ser un héroe. ¿Valió la pena haber
quemado tantos cartuchos para llegar a serlo?
Fue parte del destino. Me siento muy satisfecho de mi vida, pero si pudiera
arrancaría algunas páginas. No hubiera querido ayudar a Fidel, ser preso político,
ni vivir en situación de privación de libertad con tanto sufrimiento. Sin
embargo, aún mi vida no ha terminado. Si hoy mismo se produjese un alzamiento,
civil o militar, no me quedaré de espectador. De inmediato me incorporaré con
mi gente porque me niego a que Cuba siga siendo un feudo de violencia y miedo.
Llevamos más de medio siglo de dictaduras (44 años de Castro y 7 de Batista),
los problemas acumulados son increíbles, no ha habido una sola huelga, y cuando
esto concluya todos van a salir a plantear sus demandas. Vendrá una crisis en
la que todos exigirán lo suyo a un país en quiebra. En este contexto me
visualizo como un factor conciliador que llame a la unidad, porque estoy seguro
de que seremos el partido más grande de Cuba. Encajo bien en el rol de
predicador: tenemos que perdonar y sumar esfuerzos. Preferiría que fueran los más
jóvenes quienes enderecen el rumbo, pero si el país se hundiera en el abismo,
no me temblará ni la palabra ni el brazo para promover el orden y evitar una
intervención militar extranjera. Martí decía que la guerra es justa cuando es
necesaria. Yo soy la última reserva.
Comandante
Gracias a sus méritos militares, Matos obtuvo el grado de comandante. Después
de su rompimiento con la Revolución, Castro reescribió la historia y Matos
desapareció de las fotografías sobre la gesta.
- En diciembre de 1956, Huber Matos decide participar activamente en el movimiento
revolucionario liderado por Fidel Castro para derrocar a Fulgencio Batista.
- El 15 de marzo de 1957, su vida da un vuelco al quedar expuesto como
guerrillero.
- El 30 de marzo de 1958 aterriza en la sierra con una cargamento de
5 toneladas de armas y municiones
provenientes de Costa Rica para las tropas revolucionarias. Fidel Castro lo
nombra comandante poco después.
- El 1 de enero triunfa la revolución.
- Junto a Camilo Cienfuegos y Fidel Castro entra triunfante a La Habana el 6
de enero de 1959. Antes, su columna había tomado Santiago de Cuba.
- Es nombrado jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en Camagüey.
- El 19 de octubre de 1959 rompe con Fidel Castro y renuncia a sus cargos en
el gobierno revolucionario para dedicarse al magisterio.
- Dos días después es arrestado acusado de traición.
- El 21 de octubre de 1979 sale de la cárcel tras pasar 20 años encerrado.
- En Caracas, funda la organización Cuba Independiente y Democrática el 21
de octubre de 1980. Durante 17 años, coordina emisiones a la isla desde un país
centroaméricano. Se le considera líder moral del exilio cubano.
kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk