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"COMO LLEGÓ LA NOCHE"
REVOLUCIÓN Y CONDENA
DE UN IDEALISTA CUBANO


HUBER MATOS

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   El triunfo de la Revolución cubana culminó en 1959 con la entrada en La Habana de la guerrilla victoriosa. Tres comandantes encabezaban la marcha: Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Huber Matos. Nueve meses más tarde, Matos caía en desgracia. Profundas divergencias ideológicas con la orientación totalitaria que tomaba la política de Castro precipitaron su detención y, tras un juicio sumario, fue condenado a una pena de veinte años de cárcel, que cumplió íntegramente. En 1979, una vez recobrada la libertad y ya exiliado, Matos se convirtió en una voz disidente injustamente silenciada. Así, su valioso testimonio, Cómo llegó la noche, ganador del XIV Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias, reconstruye uno de los episodios más controvertidos y mitificados de la historia del siglo XX.

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HUBER MATOS

    Fidel tiene el monopolio completo del juicio. Me juzgará un tribunal  militar seleccionado por él mismo en el que todos sus miembros le son  incondicionales. También escogió al fiscal y a los funcionarios a cargo  de las tareas auxiliares. Tribunal, testigos, lugar y público. Pero él será El verdadero fiscal y también se reserva el papel de testigo acusador.  Él ordenará la sentencia al tribunal para que la comunique  públicamente. (...)

CAPÍTULO 33

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Día 14 de diciembre de 1959*

   Todas las noches, tarde, nos llevan de regreso al castillo de El Morro,  nos separan y me llevan directo al calabozo. Al día siguiente, al  mediodía, nos traen al edificio en que se nos juzga.

   Estamos ya en el cuarto día del juicio, en medio de su todavía poco  definido curso. Los cargos contra mí han sido débiles y mal  organizados, formulados por testigos intrascendentes que han venido  al juicio presionados por los Castro o haciendo méritos con éstos.  Prefiero ignorar los nombres de algunas de estas personas, mas no a  Jorge Enrique Mendoza Reboredo y a Orestes Valera, quienes en la  madrugada del 21 de octubre nos insultaron por la radio de  Camagüey con los adjetivos de 'traidores', 'hijos de perra' y otras  cosas por el estilo, provocándonos persistentemente para crear una  situación de violencia en la ciudad que proporcionara evidencia de  subversión. Los dos sujetos canallescos han venido a repetir sus  acusaciones.

   Avanza la tarde. La sesión lleva varias horas de trabajo. Hay indicios  de que Fidel se dispone a arribar a la sala del tribunal de un momento  a otro. Instalan un micrófono para la red nacional de emisoras cubanas  y se nota la presencia de algunos de sus escoltas. Las cosas han  llegado a un punto delicado para el Gobierno y es necesario que  venga Fidel a impresionar. Entra con sus guardaespaldas, no mira para  donde estoy y comienza una extensísima perorata de varias horas.

   Con poses olímpicas y sabiendo que nadie se atreverá a contradecirlo, cuenta la historia de mi actuación en el Ejército Rebelde, refrescando las disputas que tuvimos en la sierra Maestra y presentándome como un hombre oportunista, irresponsable e ingrato. Luego trae a colación una serie de argumentaciones sobre la revolución y afirma que 'la nuestra no es una revolución  comunista. En Rusia habrán hecho una revolución comunista.  Nosotros estamos haciendo nuestra revolución, y nuestra revolución  es una revolución humanista, profunda y radical'.

   Las mentiras que dice ante la audiencia que colma el salón del tribunal  me hacen salirle al paso. Su cinismo deforma los hechos. Cuenta a su manera algunos de los problemas que tuvimos en la sierra y relata el episodio de la ametralladora que Duque tenía que devolverle y que él creyó que yo había tomado para la Columna 9, pero lo describe falseando la verdad, silenciando datos y palabras; va añadiendo o inventando, a su conveniencia, para suplantar la verdad y exhibirme  como un hombre carente de principios e inclinado por mi propia naturaleza a la traición. Me enfrento a él y a sus mentiras. En un momento afirma con el mayor descaro:

   -Huber Matos tuvo que retractarse.

 A lo que respondo:

   -¿Y por qué no prueba eso que acaba de decir presentando mi carta de respuesta? Usted ha venido con unos cuantos papeles.

   -No, esa carta no la traje; creo que se ha extraviado, no sé.

   -Es de lamentar que no la haya traído para respaldar su afirmación; no la trajo porque evidenciaría mi condición de hombre honesto y de principios, todo lo contrario de lo que usted está diciendo.

   Fidel se molesta con mis interrupciones y reclama al presidente del tribunal que se le respete el uso de la palabra. Pero no puede impedir que yo, durante su interminable diatriba, me ponga de pie una y otra vez y lo refute, pues más que la magnitud del castigo que me impongan me interesa que quede clara la verdad.

   En su argumentación, que transmiten al pueblo cubano por radio, insiste en presentarme como un individuo que se sumó a las fuerzas  revolucionarias, donde todo le resultó muy fácil. Que soy más un  aventurero que un hombre de formación ideológica. Argumenta que es  una mentira infamante insinuar que la revolución va hacia el  comunismo. Le resta valor a mi posición mostrándome como un  calumniador, como un sujeto que está dándole un rótulo de marxista a  la revolución, 'cuando es cubanísima, como las palmas'.

   En el curso de su exposición, Fidel, involuntariamente, pone al trasluz  la farsa que es este juicio. Llama de entre el público al comandante  Félix Duque, quien ya ha prestado declaración, para que haga otra  diferente.

   Félix Duque fue segundo en la tropa mía y conoce bien lo sucedido en  Camagüey, por haber estado allí un día antes de mi arresto. Su primer  testimonio ante el tribunal corresponde a la verdad de los hechos: no  encontró conspiración ni sedición. Fidel lo ha presionado para que lo  cambie y lo presenta de nuevo en el juicio de forma totalmente  arbitraria. Duque comienza con tantas mentiras que, sin hacer caso de  los custodios, me paro y subo al estrado, voy hasta donde está  Duque, le quito el micrófono. Quedo a pocos pasos de Fidel, que con  un micrófono en la mano se queda sin habla. Afirmo al público que se  falsea la verdad con el mayor descaro. Analizo una a una las mentiras  de Duque, que me observa asustado. Es fácil poner en evidencia sus  contradicciones. Fidel, sorprendido, reacciona con temor.

   El tribunal, al alterar las reglas de procedimiento, permitiendo que  Fidel haga subir a Félix Duque con esta nueva declaración, pierde por  el momento el control del juicio. Apelo a los presentes para que  entiendan que ésta es una patraña colosal en la que se quiere destruir a  un hombre con el artificio de una acción legal viciada por la  inmoralidad y por el abuso de poder. ¿No es Fidel Castro quien ha  escogido el tribunal, me acusa como testigo y, además, se permite el  lujo de llamar a declarar a quien él quiere? ¿Cómo puede un testigo,  en el mismo juicio, hacer dos declaraciones tan marcadamente  opuestas? Algo inadmisible.

   Siguen los testimonios arbitrarios e ilegales. Hasta Armando Hart,  quien en los primeros meses de la revolución en el poder me pidió que  le ayudara a resolver su situación con los Castro, que le habían dado  la espalda, viene de atrás del auditorio, donde están los tramoyistas.  Habla ante el tribunal sin que nadie lo haya autorizado a prestar  declaración. Me acusa sin ser testigo del caso. También sin ser testigo  irrumpe en la sala el capitán Suárez Gayol, iba decir necedades ante el  tribunal. El juicio se vuelve un espectáculo de circo romano. Es el jefe  del Gobierno quien ha provocado este desorden.

   Fidel retoma la palabra y habla hasta muy tarde de la noche. Le  interrumpo más de cincuenta veces para poner las cosas en su lugar  cada vez que dice una mentira o presenta un asunto de manera  tergiversada o capciosa, con su acostumbrado cinismo. Está molesto;  no me importa. Me importa la verdad a cualquier precio.

   Con su séquito, Fidel abandona el salón. La oficialidad que conforma  el público cree que la sesión ha terminado y que continuará al día  siguiente. Los miembros del tribunal toman parte en el juego porque se  retiran de la sala, dando también la impresión de que la vista ha  concluido y que continuará al día siguiente. No dicen nada y el público  se va. El recinto queda prácticamente vacío. Permanecemos en él los  acusados, los hombres de la seguridad militar que nos vigilan y  nuestros familiares, que por lo general no se retiran hasta que nos  llevan de regreso al castillo de El Morro.

   Después de unas dos horas, como a la una y media de la mañana,  vuelve el tribunal. El juicio va a continuar. El ardid les sale bien a los  Castro. Indudablemente, la oportunidad de hablar antes de que se  dicte la sentencia la voy a tener ante un salón desierto. Expondré mi  defensa una vez que el fiscal termine con su exposición, que resumirá  con la petición de la pena de muerte.

   El fiscal habla durante dos horas, alargando de forma deliberada su  exposición. Una forma más de irnos agotando física y psíquicamente.  Estamos sentados desde las doce del mediodía de ayer y hemos  pasado más de catorce horas continuas y agobiadoras, que en el  banquillo de los acusados son unas cuantas.

   Hace uso de la palabra mi abogado. Con precisión de jurista  experimentado emplea menos de una hora en reducir a nada la  pomposa retórica del fiscal Serguera. Analiza los cargos y deja al  descubierto su inconsistencia y la carencia total de fundamentación.

   -El tribunal puede pensar lo que quiera. Lo cierto es que no se ha  podido demostrar ninguna de las dos acusaciones: ni traición ni  sedición. Mucha hojarasca retórica y ninguna prueba concreta,  ¡ninguna!

   Termina diciendo:

   -En el curso de este juicio se ha hecho evidente que mi defendido es  inocente. Solicito del tribunal el veredicto absolutorio que en justicia le  corresponde.

   Hablan a continuación los otros dos abogados que tienen a su cargo la  defensa de mis compañeros de causa. Uno de ellos es oficial de las  fuerzas armadas y actúa como abogado de oficio. Contrariamente a lo  que pensábamos, hace un papel brillante y corajudo, enfrentándose al  fiscal con argumentos irrebatibles y entera valentía.

   Nos impresiona su valor, y comentamos: 'Inevitablemente, lo  despiden, y suerte si no lo meten preso'.

   A las cinco de la mañana, el presidente del tribunal dice que se va a  dictar sentencia y pregunta si alguno de los acusados tiene algo que  decir.

   Tengo mucho que decir. Dirijo una mirada a mis familiares, cuyos  rostros expresan claramente su cansancio, aunque en ellos hay una  admirable entereza. Reconstruyo los hechos tratando de ser lo más fiel  posible a la realidad. Uno a uno desmenuzo los cargos que se me  imputan, con autenticidad y respeto a la verdad.

   Puntualizo las conclusiones:

   -No hay traición. He sido y soy fiel a mi  patria. He servido lealmente a la revolución, y  es mi lealtad a la revolución y el amor a mi  patria lo que me llevan a reclamar,  persuasivamente, primero, y por último, con  mi renuncia, que no se suplante el programa  democrático y humanista de la revolución.

   No hay sedición, pues no se ha hecho ningún planteamiento para  subvertir el orden, ni existe un propósito ni un hecho para crear  violencia. La provocación a la violencia vino de la parte oficial de  manera muy notoria. Además, este juicio es ilegal, porque Fidel  Castro, en su función de primer ministro y comandante en jefe, tiene  de su parte el tribunal y concurre como testigo acusador. ¿Qué tipo de  justicia es ésta? Hay algo más que señalar como violación flagrante  que invalida este proceso judicial desde su inicio. Cinco días después  de mi arresto, y encontrándome incomunicado en un miserable  calabozo, Fidel Castro, usando su autoridad de gobernante y su  enorme influencia, me hizo condenar a muerte en un acto público en el  que cientos de miles de cubanos, a instancias suyas, levantaron el  brazo aprobando mi fusilamiento sin tomar en cuenta mi derecho a ser  escuchado. Este juicio es una farsa inmoral desde el comienzo y  deploro que mis compañeros de armas que integran el tribunal se vean  comprometidos en el desempeño de una función que no conlleva ni  orgullo ni honra.

   Acabo señalando lo que ya había reiterado en mis declaraciones  previas: si es necesario entregar mi vida para que se concreten en  hechos todas esas cosas hermosas que la revolución ha prometido,  estoy dispuesto a darla en bien de mi patria y de mi pueblo. 'Estoy  convencido de que en el sacrificio de los hombres está el camino que  conduce a los pueblos a la victoria'.

   El teniente Dionisio Suárez habla en representación de mis  compañeros y lo hace muy bien, con nitidez y elocuencia.

   Termina la sesión a las siete de la mañana sin que se dicte la sentencia.  Nos sacan del edificio, y cuando vamos a tomar los vehículos que nos  llevarán al castillo de El Morro, una claqué de diez o más militares  grita: '¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!'... Un estribillo trágico que  repiten y repiten para romperle los nervios a los acusados. Otra  agresión de las tantas que han puesto en función los hermanos Castro.

   A estas alturas poco me importan el rencor o las pasiones personales.  Soy un hombre en el momento más crucial de su existencia. Paso  frente a ese grupo hostil y los miro con total indiferencia. Los que no  claudican han de estar siempre preparados para pagar el precio que  las circunstancias demanden.

   Nos llevan de regreso a El Morro. Llegamos como a las nueve de la  mañana. Hemos pasado veinte horas ante el tribunal y necesitamos  reponernos un poco para regresar esta tarde y escuchar la sentencia.

   Todo lo que tenía que decir está dicho. He analizado previamente la  perspectiva del fusilamiento y me siento preparado para esa  eventualidad, aun cuando soy consciente de que hemos ganado el  juicio. Aunque sé que esto no significa mucho.

Día 15 de diciembre de 1959

   A las cuatro de la tarde nos regresan al tribunal. En los momentos  previos a esta última sesión hablo con mi esposa, que se acerca tan  llena de dolor como de secreta esperanza. Ella presenció en las horas  de la mañana aquel insistente '¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!'..., que  un pequeño grupo profirió ante las puertas del edificio donde nos  encontrábamos. Eso la quebró un poco, pero ha tenido la capacidad  de reponerse.

   -Huber, te van a fusilar porque te has portado como el hombre íntegro  que eres.

   -Sí, quieren fusilarme, pero Fidel debe de tener sus dudas. Acuérdate  de que detrás de toda su pantalla es un cobarde, y las cosas no le han  salido como esperaba. Sé lo que está pensando. Sabe que hay mucha  gente en el ejército que me apoya, y si me fusila alguno puede tratar  de cobrárselo. Él le tiene horror a un atentado; es su obsesión.

   -Pero él no puede perdonar que lo hayas descalificado delante de  todo el ejército; Raúl estaba fuera de sí. Tú sabes que si te condenan a  muerte ésta será la última vez que nos veremos, de aquí te llevarán  directo al paredón.

   -Lo sé, tú y yo hemos estado juntos en todo esto, me has respaldado  siempre. Lo más importante son nuestros hijos, y tú los podrás sacar  adelante. Allá, yo te seguiré queriendo, y después de esta vida nos  volveremos a ver. Te esperaré.

mmmPendemos de un hilo sobre el abismo. Minutos después abren la  sesión en la que se dictará sentencia. Los Castro, poseídos por una  pasión enfermiza, quieren verme caer ante el pelotón de fusilamiento y  terminar para siempre conmigo.

   -Pónganse de pie los acusados, el tribunal va a dictar sentencia.

   Escucho estas palabras y me levanto del banquillo. Por mi mente pasa  la idea de que cuando enfrente el pelotón de fusilamiento les voy a dar  a mis enemigos un último ejemplo de lealtad a mis convicciones.

   -Huber Matos: veinte años de cárcel.

   En este momento, cuando sé cuál es mi condena, siento la inefable  sensación del individuo que cree en su muerte inmediata y se entera de  que seguirá viviendo. Esto, indudablemente, es bien recibido por la  naturaleza humana, que en todos los casos quiere sobrevivir.  Intercambio miradas de comprensión y solidaridad con mis  compañeros de causa. Atravieso por un sinfín de estados  emocionales, imaginándome a la vez la alegría que cubre interiormente  a los míos. Vuelvo mi rostro hacia mi esposa, mi padre y mi hijo. Nos  miramos, reconociendo en nuestras pupilas un brillo que señala una  inesperada puerta al futuro, aun en la condición de prisionero por  largos años en que me encontraré a partir de ahora. ....

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  • * "Como llegó la noche", Pags. 377 a 383.