Viernes
28 de septiembre de 1955:
Día
en que, por un decreto del Padre de la Libertad, General Eduardo Lonardi, se
crea la Junta Consultiva.
El 25 de febrero de 1956 el General Lonardi muy delicado de salud (moriría el
22 de marzo), le escribía a Mario Amadeo (reconocido nacionanista), una carta
con la siguiente profecía: “La política
que ustedes propugnan (la instalada a partir del 13 de noviembre de 1955), fortalecerá al peronismo, en forma tal que no será extraño que dentro
de seis meses estuviera Perón nuevamente en la Casa de Gobierno, o una guerra
civil asolara el país.”
En verdad don Eduardo le erró, particularmente en las fechas, pero en general
su augurio se cumplió: el 9 de junio de 1956, meses después de esta carta,
estallaría la sublevación del General Valle con las consecuencias conocidas. Y
trece años más adelante, de la mano de uno de los principales traidores a
Lonardi, que fue Alejandro A. Lanusse, se tendrían los primeros indicios de lo
que sería una guerra civil encubierta. Que aún hoy, el Pueblo absorto, ajeno a
este aquelarre, haciendo de espectador porque nunca participó con los
facinerosos ni en las meajas ni en sus madrigueras, sigue pagando con sangre,
sudor y lágrimas los platos rotos de los enfrentamientos de la canalla de uno y
otro signo. Más aún: hoy uno de la canalla está a la cabeza de la Patria
hecha Salamanca, para que nadie tenga dudas.
Buena parte de los desquicios que sobrevendrían después de aquel domingo 13 de
noviembre, incluido ese día, y los reñideros entre los cuadrumanos, habidos
inmediatos a esta fecha, se deben y son obra casi exclusivamente de la Junta
Consultiva: un arma temible antes que Junta. Un antro decretado por Lonardi para
decapitar a Lonardi y a unos cuantos otros, como dicen le pasó al doctor José
Ignacio Guillotin con su máquina de tronchar cogotes, que fue aceptada 1789 por
la Asamblea Nacional de la Cueva de Satanás, llamada por el vulgo revolución
francesa.
Entre
aquellos desaguisados rememoramos con unción el comunicado del Comité
Metropolitano de la Unión Cívica Radical, partido ampliamente representado en
la Junta Consultiva, reclamando “la disolución del Partido Peronista”,
exigiendo “que se ordene la incineración pública de los libros de los
afiliados peronistas” y “la quema irrestricta en plazas públicas de todo el
país de libros y literatura peronista” (Véase Clarín del martes 11 de octubre de 1955). Allí anidaban los Zavala
Ortiz, Balbín, Perette, Frondizi, Gómez, Alende, Illía, Carranza, Storani y
un mocito que, procedente de la FUBA, ya hacía de correveidile llamado Raúl
Alfonsín que, como se ve, pintaba lindo ejercitándose entre jacobinos. Por ese
tiempo otro mozalbete, llamado Mariano Grondona, también hacía sus primeras
armas en la subversión desde la FUBA, para llegar al presente como filósofo de
lo obvio. Este, la inefable U.C.R., era entonces “el partido centenario de la
democacacracia”, y ahora también le dicen lo mismo.
Como
lo ocurrido el 13 de noviembre de 1955 no había quedado claro ante la opinión
pública, se empezaron a tejer rumores catastróficos en la opinión pública.
Entonces el gobierno de la Involución Libertadora sacó el martes 4 de
diciembre de 1955 el famoso Informe sobre el alejamiento del General Lonardi que, en verdad, no es más
que una retahíla de 62 acusaciones. Aramburu trataba de justificar,
oficialmente, la expulsión de Lonardi del gobierno y, la desfachatez que tuvo
al asumir la Primera Magistratura sin que su antecesor, Lonardi, haya
renunciado.
Pero,
¿por qué, dirá el lector con justicia, se explicaba así, extemporáneamente,
un hecho acontecido 21 días atrás? Porque se aprovechó que Lonardi estaba de
viaje desde el 26 de noviembre (después del casamiento de su hija Susana),
rumbo a Nueva York, EE. UU., vía marítima, en busca de un remedio para su mal.
En consecuencia no se podía defender de sus atacantes, así como casi agónico
(según su hijo Ernesto), no pudo defender su causa ni su cargo presidencial en
las noches del 12 y 13 de noviembre.
Ya
se enteraría Lonardi, mucho después, de las andanzas de sus amiguitos en la
Argentina Liberada por él. Esos habían sido sus compañeros de ruta en aquel
domingo 16 de septiembre de 1955. De manera que ni quejarse podía. Tampoco
acusarlos. Una dosis triple de cloromicetina dada por “error” por el
cirujano norteamericano en ausencia del médico de cabecera, “le produjo
–dice su hija Marta- un desmoronamiento súbito y catastrófico” del que no
se recuperaría jamás. ¿Intentaron asesinarlo? Es lo que no sé. Pero el
“error” fue demasiado grosero. Aquí se lo dejo al lector para que lo
juzgue.
Pero
lo que no se le dijo a la opinión pública fue que mientras el Informe
ganaba la calle en la madrugada de la mano de la prensa venal (en poder de los
marxistas por decisión de Lonardi), ese mismo día 4 de diciembre, también de
madrugada, se estaba allanando el domicilio particular de Lonardi en la calle
Juncal. Dicen que buscaban al doctor Clemente Villada Achával, cuñado y
colaborador de Lonardi, pero no pudieron explicar la cantidad de objetos de
valor que fueron sustraídos del domicilio y no se contaron los destrozos
intencionalmente provocados en la vivienda y su mobiliario. Sin querer desde
luego.
Ya
entonces tenían esta maña de mano larga: buscaban al tero pero, de paso, sin
querer, se llevaban los huevos, el nido y, por las dudas, el alambre del potrero
con el molino, y luego de quemar el pajonal se marchaban. A esto le llamaban
“allanamiento”.
A
Villada Achával, que estaba domiciliado en aquella casa, como pan que no se
come y harina que no se amasa desde hacía más de 21 días, lo apresaron cargándolo
de grillos y le iniciaron proceso siendo abogado por “contrabando de armas”
y siendo un civil por “revelación de secretos militares”, depositándolo en
la bodega de un barco con centinela a la vista. Pero se le negó la defensa.
Todo inventado, huelga decir, porque justamente de esos dos puntos no se lo podía
acusar al detenido, aunque sí de subversivo. Pero los subversivos no podían
acusar a un subversivo de estar haciendo subversión en un proceso subversivo. Y
a poco quedó en libertad… para ir a declarar en los tribunales como
contrabandista y peligroso felón, ante una Justicia cuyos jueces habían sido
designados a dedo por su cuñado, el Padre de la Libertad. Porque 45 días atrás
se había decapitado a toda la Justicia, de la Corte Suprema para abajo, hasta
los Jueces de Paz, por “manifiestamente obsecuentes con el Tirano Prófugo”.
Así les fue.
La
paradoja de este drama es que parece haber sido Villada Achával, según su
propio testimonio y el de otros, el inventor de lo que después se llamaría Junta
Consultiva, motivo de nuestra Enfermérides; pero esto fue allá lejos, en
aquellas primeras Magnas Tenidas en la Escuela de Aviación en Córdoba, cuando
la logia hacía sus primeros escarceos.
Las
andanzas de la Junta Consultiva es todo un tema que falta esclarecer y luego
escribirlo, si se puede, en un grueso volumen bien documentado. No se ha hecho
hasta ahora porque no les conviene: ni a estos corifeos de hoy, ni aquellos
turiferarios de ayer, ni a los otros rufianes que presidirán el futuro. No diré
aquí de las peleas por la dependencia de la Junta; de sus sesiones que en lugar
de ser públicas resultaron secretas (“conventículos” los llama Ernesto y
Marta Lonardi); de la conformación en sus miembros similar a la de la Unión
Democrática, y de la presencia del novedoso Partido Demócrata Cristiano,
desembarcado en Rosario en 1951, y que cuatro años más tarde lo vemos formando
parte del poder en cargos públicos y en la Traslogia (a esto lo dice Marta
Lonardi y no yo, que sería tildado rápidamente de nazi-fascista por el
periodista criollo Lejtman).
No.
Estas aclaraciones alargarían demasiado la Enfermérides. Tampoco diré nada
del papel que le cupo a esta Junta en la caía escandalosa de Lonardi, Numen
Tutelar de la Libertad (previo amenazarlo, si no cejaba en su postura, con
bombardear Olivos y la Plaza de Mayo con la Aviación Norteamericana de la República
Argentina –aviones llegaron a sobrevolar la Casa Rosada y Olivos-; de cañonear
todas las poblaciones ribereñas con la Armada Británica de la República
Argentina –los buques de la escuadra estaban listos para bombardear Buenos
Aires-; y de asignarle al Mayor Manuel H. Pomar la misión de asesinar a Lonardi
si regresaba a la Casa Rosada); de los 18.000 detenidos en verdaderos campos de
concentración sin causa ni proceso; de más de 120.000 exiliados; de superar
las 50.000 expropiaciones y confiscaciones a los que habían pertenecido al “Régimen
Depuesto”; de las purgas estalinistas en la Fuerzas Armadas a partir del 13 de
noviembre; o de los fusilamientos del 11 y 12 de junio de 1956 (fusilamiento a
militares del Ejército Argentino solamente y en su defecto a obreros; no a los
de la Fuerza Aérea Norteamericana, ni a los de la Marina de Guerra que lleva el
luto por Nelson “que había combatido heroicamente” según Marta Lonardi, en
una lucha fratricida). Repito: no. Por más que la Fuerza Aérea y la Marina no
nos hayan dicho jamás cuántos eran los integrantes de las misiones inglesas y
norteamericanas que estaban en su seno, como “instructoras”, en aquel 1955
(a esto se lo pregunta Potash, no yo, que siendo un yanqui no pudo saberlo).
Solamente
me referiré a cuatro de sus integrantes. Con ellos será harto suficiente. Y el
primero debería ser el Presidente de la Junta Consultiva, el Almirante Rojas.
Según el Almirante Massera en sus Desmemorias,
el grado de Almirante se lo dieron a Rojas en Londres, “así –cuenta- como a
todos los Almirantes”, siendo él, el primero que no aceptó recibir tales
honores de su Graciosa Majestad Británica. Yo no me voy a poner a desmentir a
semejante personaje, Ayudante de Toranzo Calderón en el bombardeo de Plaza de
Mayo el 16 de junio de 1955.
La
Vicepresidente de la Junta Consultiva fue una mujer que luchó eternamente por
los obreros y los más necesitados (por eso era Socialista); digamos que un Hada
Buena, paqueta además, que se fue a la Gehená hace poco, y luchadora por la
democacacracia y la libertad: doña Alicia Moreau de Justo. En las alocuciones
que se dieron en su sepelio, nadie se acordó de este puesto excelso que ocupó
doña Alicia. La radio y la televisión tampoco hicieron este recuerdo. Fue una
injusticia. Pero, ¿por qué habrá sido? Como lo es el hecho de no recordar que
ella era inglesa, nacida en Londres, más precisamente, ciudadanía a la que jamás
renunció. Ella fue la que presidió a la Junta en los momentos más difíciles,
porque Rojas estaba siempre con su favorita: la “operación zancadilla”,
como por ejemplo las noches del 11 al 12 y del 12 al 13 de noviembre de 1955.
Lamentablemente, como las reuniones de la Junta eran secretas, tampoco han
quedado versiones taquigráficas de lo que allí se trató. Así se perdieron
los bellos discursos que debió dar esta dama patricia ante tan selecto
auditorio, donde entre radicales y socialistas, todos con pasados tormentosos,
se llevaban los laureles.
De
manera que la cabeza de la Junta Consultiva era británica: uno de corazón,
otra de corazón y de nacimiento. Es decir, como debía ser en un país
civilizado. Pero me quedan dos todavía.
El
que sigue es Américo Ghioldi, también socialista o sucioylisto, y uno de los
primeros amigos de Lonardi en su Cruzada por la Libertad contra el fascismo
cuando estaba en Rosario, junto con Zavala Ortiz, Busso y otros. Este es el
mismo que en la Asamblea Nacional Constituyente de 1957 dijo: “Cristo
ha sido grande y ante su figura mártir podemos inclinarnos; pero la Humanidad
es más grande que Cristo, su Madre y toda la Santería que lo rodea.” (Diario de Sesiones de la Convención Nacional Constituyente, pág.
214, año 1957); un poco antes, el 12 de junio de 1956 al conocerse los
fusilamientos de Valle, Cogorno e Ibazeta había dicho: “Se acabó la leche de la clemencia”. Frase que lo hizo famoso
entre los carroñeros de su laya. Creo que con esto es suficiente para
semblantearlo.
El
cuarto y último que nos queda, por ahora, es Oscar Alende, El
Bisonte, que fuera entonces diputado por la U.C.R. y más luego, jugándola
de marxistoide (Partido Intransigente),
gobernador de la Provincia de Buenos Aires. El
28 de agosto de 1955, Alende presentó una denuncia ante la Cámara de Diputados
para que se investigara sobre la presencia de una flota anglo-norteamericana
anclada en aguas jurisdiccionales del Río de la Plata (en la ubicación
actual del Pontón Recalada de la
Prefectura Naval, ex Balizas de Su
Majestad Británica en la época de la colonia y después cuando fuimos
“su” colonia).
No
sabemos cómo obtuvo Alende esta información, aunque dicen que se la pasó
Prefectura pero, lógicamente, en aquella denuncia debieron existir datos
certeros y fidedignos. Tampoco conocemos si, a pesar de esto, la denuncia
prosperó, debido a la agitación reinante en aquellos momentos (faltaban 18 días
para que se desatase la Involución Libertadora). Así como ignoramos qué hacía
semejante fuerza expedicionaria (con algunos portaviones, señal de que sus
intenciones eran de bombardear), abastecida desde Montevideo que está en frente
(desde el Pontón Recalada se divisan las luces de Montevideo), con el apoyo
irrestricto del Gobierno Uruguayo, que ya había dado asilo a todos los prófugos
y asesinos proveniente de Argentina en calidad de “perseguidos políticos”
desde el luctuoso 16 de junio.
Por
aquel entonces ya funcionaba allí Radio
Colonia (nombre que le iba al dedillo) con Ariel Delgado, un pillo, como
locutor y el actual dueño de Crónica
Televisión (Gerardo García), como su propietario, hoy anciano decrépito.
Su cortina musical era la marcha militar norteamericana Barras
y Estrellas, tal cual lo es ahora la de Cónica
TV. Todo Buenos Aires escuchaba Radio Colonia y nadie hablaba de otra cosa
que no fuese esta emisora.
De
esta manera y una vez más resultaba aquello de que Cartago fue a Roma lo que
Montevideo fue y es a la Argentina.
De
acuerdo entonces con esta denuncia entre la ribera porteña y el Pontón
Recalada, fondeadero de la flota extranjera, a partir del 16 de septiembre de
1955, actuó el Almirante Rojas, Presidente luego de la Junta Consultiva Británica,
y en lugar de apuntar sus cañones a la escuadra invasora, se dedicaba a cañonear
impunemente las indefensas poblaciones costeras, que él sabía perfectamente no
podían defenderse.
Pero
la sorpresa mayor fue que don Oscar Alende aparece a un mes de este episodio,
donde él fuera denunciante, como miembro de la Junta Consultiva. Nadie jamás
se acordó de esto ni de aquello. Tampoco él que era tan prolijo.
Pero,
entonces, ¿qué pasó?, dirá el lector. Lo primero que se nos viene a la
cabeza es que la denuncia del doctor Alende fue un sainete. Jamás existió tal
flota y el Almirante Rojas actuó heroicamente al amenazar con el bombardeo a
Buenos Aires (la única ciudad que le era adicta, donde jamás Perón ganó una
elección; mas él la quería bombardear lo mismo y a los porteños, viejos
proxenetas, les gustaba que los usaran de rehenes), lugar donde no había
objetivos militares, con excepción de la Casa Rosada trocada en botín de
guerra.
De
mi parte queda una duda y es qué hubiese pasado si el Almirante Rojas
fracasara en aquella intentona tan valiente. ¿Hubiesen actuado los
ingleses y norteamericanos trayéndonos como en 1806 y 1807 el Habeas Corpus, la Libertad de
Comercio y dos o tres Logias para
que aquí tengan cría? ¿Fue un acto meramente intimidatorio? ¿Se pusieron allí
para decidir a los más tibios y remisos de la Armada Británica de la República
Argentina? ¿Fueron ellos los que le dieron coraje al Almirante Rojas para
llevar adelante sus desatinos? Y la Fuerza Aérea, ¿dónde estaba la Fuerza Aérea?
En
realidad de esto no entendemos nada e intuimos mucho. De no haber sido por el
escritor norteamericano Potash, ni siquiera hubiésemos conocido de la denuncia
de Alende. Y este incidente no pasaría a más que un chichón en el largo
asfalto que es la Historia de la Patria. Un cocoliche sin fundamento. Pero con
el tiempo vinimos a enterarnos que flotas parecidas a ésta fueron denunciadas
en Chile, Panamá, Honduras, Colombia, Venezuela y recientemente en Haití, en
ocasiones previas a los golpes de estado. Que
no quiere decir que fueron las únicas como que tampoco serán las últimas.
Estos casos siempre fueron tratados por los investigadores en forma aislada,
cuando parece ser un común denominador.
Isaac
F. Rojas, Alicia Moreau de Justo, Américo Ghioldi, Oscar Alende. Para muestra sólo
hace falta un botón. Acá le hemos dado cuatro.
Porque
verá el lector que hay pocas cosas más fundamentalmente corruptoras que una
villanía exhibida como ejemplo de habilidad política desde las alturas del
poder. La Junta Consultiva fue un antro de corruptos para corromper lo mejor. Y
la corrupción de lo mejor es lo peor, sintetizando
el concepto de los moralistas que de esto sabían más que yo.
Por
estos motivos la Junta Consultiva merece una Enfermérides.
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