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ENFERMERIDES ARGENTINAS
(Fechas Augustas de Argentinas Glorias)
por Juan Pampero

LOS LIBERALES SE ASUSTAN DEL LIBERALISMO
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   Jueves 30 de noviembre de 2006: En varias editoriales los economistas liberales del Régimen Perverso se asustan de la hecatombe que está por producir el liberalismo indefectiblemente.

   No hará de esto que voy a contarles mucho tiempo y sucedió como en siguiendo les diré. Por unas cuestiones de trabajo que debía arreglar, me allegué una mañana a la Casa Parroquial. Pero como el Cura Párroco estaba ocupado con los acomodos de unos bautismos, me mandó decir que lo esperara en una sala que está a la entrada y que hace las veces de comedor, que no digo es de diario porque es el único que hay.

   Cuando traspuse la puerta me encontré con un sacerdote sentado en un sillón. También estaba esperando al Párroco y me dije, de puro mal pensado, aquí nos vamos a amontonar como en consultorio de dentista manco.

   Pero como ustedes verán, no ocurrió así. Confraternizamos enseguida con este Padre y me enteré de su boca que era un jesuita residente en Buenos Aires. Había sido invitado por el Párroco, de quien era amigo, a pasar unos días en esta ciudad. Ustedes habrán visto que todos los jesuitas son atildados y medio señoritos, y con ellos se puede hablar de cualquier tema, inclusive de herejías sin que se les mueva un pelo, así que a los quince minutos ya estábamos trenzados en no recuerdo qué asunto interesante.

   Pocos minutos después cayó el Cura Párroco siempre agitado por andar a las disparadas y al vernos dijo:

-          ¡Ay, ay, ay! ¡Los dos que se han juntado! –y mirándome agregó enseguida:- ¿No quiere almorzar con nosotros?

   Sintiendo el tufillo que venía de la cocina de un cordero a la cazadora, no tuve más remedio que decirle que sí. Y dicho esto se volvió a ir con la promesa de regresar pronto.

   Volvimos a quedarnos solos y una vieja que andaba dando vueltas por allí nos trajo todos los chirimbolos para iniciar una mateada.

   No recuerdo cuál era el tema central de que se trataba, pero en determinado momento le pregunté al jesuita como para tantearlo e iniciar un nuevo tema:

-          Padre, ¿podría decirme usted qué es el liberalismo?

-          Mire –me contestó-, yo no podría decirle en tan estrecho tiempo qué es el liberalismo, pero sí le puedo decir cómo es el liberalismo. Y a esto yo se lo podría hacer con un cuento que le será más llevadero que cien definiciones y doscientas fechas como hacen los escolásticos.

-          Cuénteme entonces de cómo es el liberalismo –le replique como un resorte-.

-          Resulta que había un matrimonio –comenzó diciendo-, integrado por Pedro y  Marta. Llevaban como quince años de casados sin que se conociese entre ellos un sí o un no. Un buen día Pedro le dice a su mujer que se iba a sentar en un banco de la plaza para tomar un poco de fresco de la mañanita. Habría pasado una hora de la partida de su esposo, cuando Marta recordó que le faltaba un ingrediente para la comida que haría de almuerzo. Entonces se dispuso ir al almacén que, justamente, estaba del otro lado de la plaza. Mientras caminaba, ya en la calle, iba pensando: “De paso le daré una sorpresa a Pedro que ni se imagina que voy a su encuentro.”

   Pero al llegar a la mitad de una de las diagonales de la plaza, se encontró a Pedro abrazado y dándose besos con una morocha fenomenal. Marta quedó helada y los gritos le preguntó:

-                     ¡Pedro! ¡Qué me estas haciendo!

-                      Perdón señora, ¿qué se le ofrece? –respondió Pedro con el rostro asustado y cubierto de una palidez marmórea.

-                      ¿Cómo que se me ofrece? ¡Pedro: me estas traicionando y encima me preguntas! –tartamudeaba Marta con los brazos en forma de jarra mientras soltaba unos sollozos cubierto su rostro por la cabellera.

-                      Señora, cálmese –le dijo el hombre con tono señorial y conciliador-. Aquí hay un error: yo no soy Pedro. Yo no soy su esposo, ¿me entiende?

-                      ¡Pero cómo no vas a ser Pedro si tienes puesta la misma camisa usada que te regaló mi hermano y que yo planché esta mañana; el mismo pantalón que hice zurcir el martes con doña Timotea y los mismos zapatos que todavía falta pagar la media suela! Hasta reconozco los lunares que tienes en la cara. ¡Ah, maldito estafador y  granuja!

-                      Si señora, seré todo lo que usted quiera –repuso Pedro-, pero créame que es toda una casualidad. Una coincidencia fatal, pero yo no soy Pedro. Seré muy parecido, hasta en la ropa y los lunares, pero no soy su marido. Todos tenemos nuestro Sosías en la vida, ¿no lo sabía usted? Y es posible que yo sea el vivo retrato de su esposo Pedro. Pero…

-                      ¡Pero si hasta te llamas Pedro! –lo interrumpió la mujer a los chillidos.

-                      … así es señora, me llaman Pero no soy el Pedro que usted dice.

-                      ¡Canalla, ni te aparezcas por casa porque te despellejaré! –le repuso la Marta fuera de sí, agregando:- ¡Debes ir pensando mientras te refriegas con esta negra a dónde vas a comer a mediodía! Y a la noche, ¿qué me dices? ¿Dónde pasarás la noche con semejante rocío? ¡Se te comerán los pulmones y los huesos se te harán crubica!

-                      No se haga problemas doña –terció la morocha que hasta ese momento no había abierto la boca-, si usted no lo quiere, ¡me lo llevo yo para mi casa! 

   Hasta aquí el cuento del jesuita que ni se sonrió cuando me lo contaba. Deduzco de la viñeta que el liberalismo es Pedro y nosotros somos las Martas. Sí: miles, millones de Martas victimadas por la hipótesis liberal, porque nunca llegó a teoría y ahí nomás se hizo doctrina. Ellos, los liberales, son así: capitalizan los pocos éxitos que logran y socializan los muchos fracasos que cosechan. Cuando algo les sale mal o es un desastre, que es lo común y corriente, apelan a que no los dejaron aplicar la teoría completamente por cierto intervencionismo estatal, o de tal ley, o de cual dirigente. Y estas intrusiones producen distorsiones que ellos no pueden arreglar. Es decir, terminan siendo como Pedro: muy parecidos al liberalismo, pero no son el liberalismo químicamente puro como lo enseñara don Adam Smith y sus secuaces David Ricardo y John Stuart Mill desde la Incalaperra.

   De esta manera, después de la hecatombe económica más terrible que el lector pueda imaginar, regresan a la poltrona, limpios, sanos y rozagantes, porque ellos jamás fueron culpables de nada y algunos hasta se han colocado en el papel de víctimas. Desde allí dictan sentencia a lo Prebisch: un liberal dogmático, primero en devaluar y el causante de nuestro ingreso al FMI con la firma de la Involución Libertadora de 1955.

   Desde 1930, con Federico Pinedo, El Canalla, hasta Lavagna, El Turiferario, que son unos 75 años, han pasado 79 ministros de economía, lo que arroja que vegetó más de uno por año. Lo que ya, de por sí, es una barbaridad. Todos ellos fueron liberales, unos más doctrinarios que otros, recalcitrantes llamados por el vulgo ortodoxos, pero formados en la escuela y el pensamiento liberal de escuelas extranjeras que dictan cursos para aborígenes de sus virreinatos. Cada uno a su tiempo vino con su receta: un liberal-capitalismo sin crédito, con sueldos congelados y precios por el ascensor mientras la gente los sigue por la escalera. A este antecedente histórico no lo van a poder borrar las bandas que hemos tenido, ni con piedra pómez y lavandina, menos con viruta mechada con muriático. Está escrito y si fuere por esto están muertos con la leyenda lapidaria: Fracasados.

   Volviendo a Adam Smith digo que no me resulta extraño que esta doctrina apareciere primero en Incalaperra y, antes de exportarla, madurase primero allí hasta oficializarse. En rigor de verdad el liberalismo fue la política económica que convenía en ese momento a los ingleses (primera mitas del Siglo XIX) por la particular situación que estaban atravesando. Incalaperra era una especie de islote industrial, muy avanzado técnicamente, y rodeado de un mar precapitalista.

   Se entiende cabalmente la situación de privilegio inusitado de que gozó el Reino Unido de la Gran Bretaña a partir de su Revolución Industrial y hasta fines del Siglo XIX que sería, redondeando, el siglo victoriano.

   Pero le pregunto a mi lector: ¿que más le conviene a un gigantón que debe luchar contra un enano pulguiento, que la ausencia de reglas que lo limiten, de árbitros que lo inhiban y de un cuadrilátero que lo circunscriba? El gigantón necesita vencer al enano sin que nadie lo detenga, y destriparlo si fuere posible para que luego de la contienda él reine aunque no gobierne. Entonces crearon el juego libre: dos palabrejas que aún siguen tan lozanas como una mocita veinteañera. Pero juego libre ¿de qué? De la oferta y la demanda. Dos entelequias que nadie ha visto ni conoce, a menos en las pizarras y con tiza, fantasmagóricas, y que de puro positivista que me han hecho, digo que no existen.

   Y el juego libre no es otra cosa que la libertad del zorro en el gallinero, lleno de gallinas y con la puerta cerrada. O del gigantón amasijando al enano hasta dejarlo minusválido. Pero, ¿si al zorro se lo ata con un torzal? ¡Ah, no, así no vale! Y, ¿si al gigantón se le echa otro gigantón forrajeado con polenta, lentejas, porotos y carne? ¡Tampoco! No, no y no. Porque así, el gigantón primero, podría recibir una tunda como la de la Vuelta de Obligado, donde el que ellos creían un enano les hizo pata ancha y fueron bien cogidos, por el fuego, digo.

   Adam Smith (1723-1790) es el hijo putativo de la escuela fisiocrática (condenada por la Iglesia Católica), o naturalista fundada por Francisco Quesnay (1694-1774) y Filangieri[1]. Lo que hizo don Adam fue sujetar la economía a leyes naturales cuyo sentido último es el equilibrio. ¿Pero qué es esto que cada vez se engalleta más y más? Lo explico.

   Cuando algún factor del todo, que a priori se supone armónico, se descarrila, desborda sus funciones o exagera su incidencia, el organismo económico, en su totalidad, reacciona para corregir tal anormalidad, construye una réplica para corregir tal irregularidad y se restaura el equilibrio perdido. De allí es que el liberalismo no permite la injerencia del estado en la economía para restablecer la armonía, ni de leyes ni de nadie ajeno a la naturaleza de la cosa y las sabias leyes naturales (el liberalismo también está condenado por la Iglesia Católica por intrínsecamente perverso).

   De estos orígenes es que los liberales decimonónicos adoptasen como suyo el lema de los fisiócratas: “Laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar). Una imbecilidad que en el virreinato del Río de la Plata tomó la calidad de credo político, siendo su numen tutelar el ingeniero Alvaro Alsogaray que, casi momificado, siguió repitiéndolo hasta que lo encontró la Parca y se lo llevó al Jardín de las Hespérides, do mora Minerva, con la promesa de que no lo van a devolver y lo mantendrán allí pastoreando. Pero creo que este embolleré se verá mejor con un ejemplo:

   Supongamos que por una razón determinada se produce una cosecha enjuta de repollitos de bruselas. Ello provocará una escasez de repollitos en el mercado. La demanda insatisfecha,  estimulará un alza en el precio de los repollitos en la plaza. He ahí el desequilibrio. Pero como los altos precios que se llegaron a pagar por los repollitos han estimulado a los productores, en la próxima temporada éstos sembrarán más repollitos. Entonces la oferta aumentará y los precios bajarán necesariamente. Solo, naturalmente, el equilibrio entre la oferta y la demanda, se ha restablecido. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Sí, porque es un cuento, peor que los que contaba mi abuela a la siesta.

   Y es un cuento porque si la economía estuviese sujeta a leyes naturales como las que acabamos de ver, la mayoría de las naciones prosperarían de igual modo, cualquiera sea su producción: de coles, repollitos o lagartijas. De esta manera debería haber un equilibrio entre productores de manufacturas y productores de materias primas. La Historia ha demostrado de mil formas las falacias de la doctrina liberal: símbolo eterno del fracaso.

   A mí me la hicieron estudiar de prepo: Adam Smith y Samuelson, siendo profesor Alieto Guadagni, hoy en trance de ir a la gayola por choreo indiscriminado. Y a pesar de que tuve 10 de promedio en el año, me vengaré, y en el Purgatorio pediré que me hagan un 30% de descuento por leer tantos sofismas juntos. ¡No, no es humano hacerle esto a un tipo!

   Para despedirme les dejo una viñeta. A la Incalaperra liberal, encapsulada en una cáscara de nuez, fue a recalar por 1850 Carlos Marx , más conocido en el ghetto como el rabino Kissel Mordechai. En este paraíso del juego libre habría de escribir Das Capital. Pero como in itinere Jehová se lo llevó por ser del Pueblo del Señor, la obra (casi ininteligible) fue publicada por su amigo Federico Engels que también era un Elegido del Pueblo de Israel. De allí se dispersaría por el mundo entero (traducida al castellano en 1938).

   Pero, ¿qué tenemos por aquí, Santo Cielo? ¡Resulta que para escribir contra el liberalismo económico Marx se fue a vivir al paraíso del liberalismo económico! ¿No será que estas dos doctrinas en el fondo son lo mismo? ¿O que una es la causa y la otra la consecuencia? No sé. De manera que creyendo la gilada que hay dos opciones en realidad hay una sola y para colmo las dos salieron de Incalaperra. Como siempre, incluidos el Mahatma Gandhi y el Ayatollah Komeini, los libertadores son exportados desde Incalaperra que es la verdadera usina mundial de la liberación de los pueblos (que quedarán sujetos a la hegemonía de la Incalaperra, porque la caridad comienza por casa).

   Esta Enfermérides fue con cuentito y todo. No se pueden quejar.

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  • [1] Mientras el Patriarca de los Periodistas argentinos y Numen Tutelar de Mayo, don Mariano Moreno, se entretenía traduciendo el Contrato social de Rousseau y la Constitución de los EE. UU. de Maryland (traducción utilizada por Alberdi para Las Bases en 1852, desde Valparaíso, Chile,), en los ratos libres que le dejaban sus actividades como abogado de la firma inglesa Dillon y Twaythes, el catolicísimo de don Manuel Belgrano se dedicaba a traducir todo el repertorio de Quesnay. Este pervertido estaba prohibido por la Iglesia Católica y prohibido en España y todas sus posesiones ultramarinas. Belgrano era un empleado del Rey en el Consulado. De manera que con Quensay traicionó a la Iglesia y a su patrón de un solo saque. No es la única de las 82 que le encontré a don Manuel. Aquí nombré una porque se presta la ocasión. Haber si me la pueden desmentir