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GRAN COLECCIÓN DE
CUADERNOS BOCHORNOSOS

RECOPILACIÓN Y EDICIÓN
del

Coronel VALENTÍN ANDRADE, Ph. D.

Rivadavia y el
 Imperialismo financiero

(O una manera directa de devolver atenciones)

   "A escribir de otra suerte, dijo Don Quijote, no fuera escribir verdades, sino mentiras; y los historiadores que de mentiras se valen, habían de ser quemados como los que hacen moneda falsa." 

Quijote, Cap. III, 2ª parte

EDICIONES DEL
ILUSTRE RESTAURADOR

UNA REFLEXIÓN A MANERA DE PROEMIO

   Al finalizar el Concilio Ecuménico Vaticano II, el Imperio llegó a la conclusión de que “la Iglesia Católica ya no era más una Institución confiable.”Para que hubiese en Hispanoamérica instituciones confiables, Richard Nixon, a cargo del Imperio o cara visible del mismo, decretó la  invasión de todo tipo de sectas a las naciones de vieja raigambre católica. Aparece así la llamada “libertad de cultos” que, en países como el nuestro, de añosa trayectoria o que nació Católica Apostólica y Romana, suena como aquello de “prenderle una vela a Dios y cuarenta al diablo.” 

   Para el logro de estos fines, desquiciadores de uno de los pilares la unidad monolítica de la Patria, el Imperio se valió de su brazo armado. No actuó el Imperio en forma directa, jamás lo ha hecho, si no a través de sus empleados vernáculos que, como se sabe, son más leales que el mismo Emperador a la hora de tomar decisiones, por peliagudas que ellas sean. Esta mano de obra barata y discrecional fueron los gobiernos militares que asolaron a Hispanoamérica, con el manido discurso de protegerse contra el Cuco Cubano y sus agentes infiltrados.

 

   Mientras tanto el Imperio se haría cargo de las cosas allende las fronteras de cada virreinato, pero en serio,  no como los “latinamerican”que todo lo hacen en solfa. Y teniendo al súper enemigo a 250 kilómetros de sus costas, fueron a combatirlo en Vietnam, a 17.500 kilómetros de distancia. A su vez el barbado Alpedero, empleado muy eficiente hasta hoy, lo mandó a su lugarteniente, el asmático Alpedito, el revolucionario de Camiri, para mostrarles  a los cuadrumanos que una invasión del  Cuco con cuatro cubanos era posible. Porque ha a de saberse que cada cubano vale como por mil. De esta estratagema, por ejemplo, es hijo el Virrey Onganía, sucedido posteriormente por los virreyes Levingston, El Inefable y Lanusse, La Araña Bípeda.

 

   Así fue como al retirarse el Proceso de Reorganización Nacional, con el catolicísimo Virrey Videla a la cabeza, quedaron en el Ministerio de Relaciones Exteriores, el reconocimiento, por parte del Estado Argentino, de algo más de 1.200 religiones. Para fundar una secta entonces no hacía más falta que presentar un papel sellado de dos pesos argentinos.

 

   Mas hete aquí que en la postrimería de la “era procezoica” vino a producirse la Heroica Gesta de Malvinas. Y este acontecimiento estaba, por lo que después se supo y vio, fuera del libreto predigerido que el Imperio manda hacer a sus conchabados. Fue un golpe bajo que trajo muchos dolores de cabeza al Imperio y sus secuaces que habitan nuestra fauna, porque quedó claramente definido que, a la hora de repartir la galleta, ellos no son americanos y están más cerca de los ingleses de lo que habíamos supuesto; que la ONU es una fantochada sin abuela  y que la OEA es una entelequia sin  patas ni cabeza. Todos ellos, sin excepción, son instrumentos de dominación. Esto es irrevocable.

 

   Entonces el Imperio comprendió que los militares “latinamerican” ya no eran más personas confiables. Es decir: lo que le pasó a la Iglesia Católica pero en otro ámbito y contexto. Nace así la democacacracia “latinamerican”que no es otra cosa que la que vemos y sufrimos sin asco. Y de un plumazo bien dado, aquel sistema montado en tiranuelos prefabricados, se pasó sin solución de continuidad, a la “vida democacacrática”, y donde dice Onganía debe leerse Alfonsín como donde dice Videla debe leerse Menem, y así siguiendo. Como cada chancho tiene su chiquero. Reemplasóse tiranuelo por ladronzuelo, y nos todos con el pañuelo, espantando al Cuco o estrujando el moco, que estando en el suelo, no digan que es poco.

 

   Lo gravísimo de esto no fue la determinación del Imperio, que sus razones y ventajas tuvo, tiene y tendrá. Lo grave está en la cantidad de pitecantropus pampeanus antidiluvianos  que se han creído esta infelicidad. Así como en tiempos del Virrey Onganía gritaban “la vida por Onganía” y fue lo que recibieron en dosis exuberantes. Con el contento de algunos y la desdichas de los demás.

 

   Al imperio, siempre serio, eternamente grave, rubio, lindo, sentencioso y pulcro, hasta cuando bombardeó higiénicamente Dresde y Hamburgo, como Hiroshima y Nagasaky, o las bombas que les tiraron a los afganos de 15 toneladas, aunque sin descartar el fósforo blanco indiscriminado en Irak, en realidad no le hubiese interesado avanzar más allá de azotar a las patrias “latinamerican” con sistemas de gobierno que llevan en su seno la vera perversión y los plebeyos tomados de la mano. Sin embargo les interesó y avanzaron, no más.

 

   Vengativos como son, iniciaron la fase de la persecución. Y allá por 1976, si mal no colijo, un hombre nefasto llamado Jimmy Carter, a cargo del Imperio entonces, abrumado por las denuncias de las fechorías sangrientas que sus soldaditos estaban haciendo en Vietnam, sumadas a las que venían arrastrando desde la Segunda Guerra, Corea e Indochina, tuvo a bien inventar una verdadera genialidad: Los Derechos Humanos. Pero, ¿para quién? Desde luego para los “latinamerican”. Digamos “una casi exclusividad para estos mentecatos”. ¡Jamás para ellos! No. Y ya en 1983 de cada 10 informaciones que recibía el público del Imperio y sus dependencias de servicio, las Patrias Hispanoamericanas, 9 estaban relacionadas con la violación de los Derechos Humanos en “latinamerican” y muy particularmente en Argentina y Chile.

 

De esta forma la población Imperial se olvidó de lo que son ellos mismos cada vez que pueden y en las pantallas de televisión, en lugar de aparecer la aldea vietnamita masacrada, aparecía Pinochet bombardeando la Moneda y al catolicísimo Videla comiendo hostias a más no poder. Fue así como los Derechos Humanos se transformaron en un producto de exportación. Arribados a nuestras costas, como la resaca que deja el río en sus avenidas, los empleados aborígenes, siempre diligentes con la patronal, los politizaron, que es como hacerse gárgaras con ácido nítrico y enjuagarse la boca con vitriolo. Al resultado lo conocemos todos.

 

   Entonces se sentó en el banquillo de los acusados a las Fuerzas Armadas argentinas. Hecho sin igual, porque no se conoce el antecedente en el mundo, de que una nación haya sentado a los hombres de sus fuerzas armadas para su juzgamiento. Dijeron que no airadamente; que se juzgaba a las Juntas Militares. Pero en el subconsciente colectivo ha quedado que se juzgaron a las Fuerzas Armadas: esto es irrefragable. En Nüremberg, por ejemplo, se separó marcadamente al Ejército Alemán de los jerarcas del nazismo, lo que, si vamos al caso fue una injusticia, porque todo el ejército germano llevó desde antes y  durante la guerra los emblemas del partido en sus uniformes. Pero no. No cometieron esa barbaridad, ni los aliados ni los alemanes dejaron a sus cuadros a manos de los Strasseras, Alfonsines, Kirchneres o Baltazares Garzones.

 

   Pero más allá de la llorosa muerte o desaparición de un delincuente subversivo, está pendiente la cuestión Malvinas: meollo del asunto. Lo que ha de pagarse hasta que las velas no ardan. El imperio es vengativo y no da puntada sin nudo y no hace nudos sin dar puntada. De los principales héroes de aquella reconquista de Buenos Aires en 1806 y 1807, ninguno quedó vivo: de Cisneros y Gutiérrez de la Concha a Alzaga, todos fueron muertos por sus propios compatriotas. Los ingleses no mataron uno sólo. Y ni los heroicos oficiales, soldados, cabos y sargentos, que viniendo de Montevideo rescataron a Buenos Aires de la garra inglesa, se salvaron: fueron sableados a mansalva en San Lorenzo en presencia de un agente del Foreing Office a quien San Martín llamaba “mi amigo” (Cartas del Paraguay, Traducción de Carlos A. Aldao, pág. 134). Y aquella deuda con Dorrego, el más heroico entre los grandes, también la saldaron a manos del Cóndor Ciego, un estúpido que termina suicidándose sin que sepamos por qué.

 

   Con este humilde trabajo creo que les devolvemos las atenciones: de sacrificios, injusticias, vergüenzas, reproches y humillaciones. Y llegará el día en que esta recua infame tema más a la ira de sus conciudadanos que a los desplantes del Imperio. Entonces habrá  tronado el escarmiento.

 

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