La revolución industrial
inglesa
A fines del siglo XVIII ocurre un cambio tan importante en el modo de hilar y
tejer en Inglaterra que llevará a una revolución económica, social y política
en el mundo entero. La produce la aplicación de la máquina -a fuerza humana
primero y a vapor en seguida - en la elaboración de mercaderías. Es la
"revolución industrial" inglesa, de más trascendencia histórica que
su contemporánea, la revolución francesa
En
Inglaterra nace realmente la época contemporánea, con la concentración de
capitales, levantamiento de fábricas, producción a bajo costo, sustitución
del artesano por el obrero, surgimiento de ciudades industriales, despoblación
de la campaña, intensificación de las luchas de clases y reemplazo del
colonialismo directo por una forma indirecta de dominación. Ha llegado el
tiempo de la hegemonía inglesa en el mundo, apoyada, más que en la fuerza de
sus armas y el poder de su dinero, en la doctrina del liberalismo que pone a los
débiles a merced de los fuertes.
Necesidad de mercados de
consumo
Inglaterra,
que había sido ganadera primero y comerciante luego, se convierte en el emporio
industrial de hilados y tejidos, primero, de las demás mercaderías elaboradas
a máquina, después. Fabrica mucho y a poco costo, y lo necesita colocar en el
exterior pues colma en poco tiempo su mercado interno. Lo consigue gracias al
liberalismo doctrinario que abre las puertas del continente a sus producciones
baratas.
Europa
–la Europa continental- no tarda en reaccionar contra la avalancha de hilados
y tejidos ingleses que obliga al cierre de sus talleres a mano. Napoleón será
el campeón del continente contra el avasallamiento británico: la explicación
del imperio francés, el establecimiento de los Bonaparte en los tronos europeos
y su política de unión continental, no es tanto un afán de conquistas ni la
necesidad de una defensa militar, sino el propósito de confederar a Europa en
una necesaria defensa contra el formidable enemigo isleño. En 1804 empieza
Napoleón el "bloqueo continental" que cierra los puertos europeos a
la entrada de mercaderías británicas. El bloqueo con sus lógicas
consecuencias -cierre de fábricas, despidos de obreros, hambre- obliga
vitalmente a Inglaterra a encontrar mercados de consumo fuera del continente.
Como ha perdido la América sajona, pues los Estados Unidos, independientes
desde 1783, se encierran en una barrera protectora de su industria todavía
artesanal, se le hace cuestión de vida o muerte la conquista de la América
Española. La victoria naval de Trafalgar en 1805 la hace dueña de los mares, y
hará posible esta expansión.
Inglaterra y la América Española
Desde
1804, Home Popham aconsejaba al gabinete británico "ganar con expediciones
militares algunos puntos prominentes de Sud América para... abrir nuevas
fuentes a nuestras manufacturas y navegación"[1].
En 1806 inicia su propósito, apoderándose de Buenos Aires, pero la
invasión acaba en un rotundo fracaso. En 1807 se renueva la tentativa con la
expedición de Whitelocke.
Castlereagh
Desde
el principio de ese año (1807) Roberto Enrique Stewart, vizconde de
Castlereagh, ocupa el ministerio de guerra británico. Se ha opuesto, aunque inútilmente,
a la expedición de Whitelocke. El 1º de mayo informa a sus colegas en un Memorial
que "no tiene esperanzas de conquistar este inmenso territorio (Sud América)
oponiéndose por las armas a su población"; si el fin era "abrir a
nuestros productos sus mercados" era más conveniente "aproximarse
como mercaderes y no como enemigos", fomentar en sus habitantes las
divergencias con Napoleón "para obtener ventajas comerciales" y si
las cosas llegaban a madurar en una independencia de América española,
Inglaterra "debería favorecerla solamente como auxiliar y protectora de
los nativos para evitar recelos"[2].
H. S. Ferns llama a este Memorial de Castlereagh -que previó el
fracaso militar de Whitelocke, la futura independencia hispanoamericana y la
ingerencia imperialista consecuente "la base de una centuria y media de política
británica en Sud América"[3].
1809: apertura del puerto de Buenos Aires
Era
colega de Castlereagh en la cartera de Relaciones Exteriores Jorge Canning, por
entonces unido en amistad y propósitos políticos al vizconde
[4].
Ambos apoyan la fuga de la familia real portuguesa de Lisboa y su
transporte a Río de Janeiro en 1807, y saben hacerse pagar el servicio con la
apertura de los puertos brasileños (14 de octubre de 1807), a la libre
introducción de mercaderías manufacturadas. Se consolida la penetración
mercantil en Hispanoamérica.
En
1808 ocurre un cambio fundamental en la política española. La resistencia a
José Bonaparte, el levantamiento del 2 de mayo y la subsiguiente guerra de la
independencia española, convierten a España, de aliada en enemiga de Napoleón;
poco costará a Canning transformarla también de enemiga en aliada de
Inglaterra. La Junta Central de Sevilla que dirige la insurrección española
necesita el apoyo naval y militar inglés y envía a Londres a Juan Ruiz de
Apodaca. Canning acepta al aliado, pero encuentra la manera de hacerse pagar la
escuadra inglesa que protege a Cádiz y los ejércitos de Wellesley que operan
desde Lisboa: el 14 de Enero de 1809, por el tratado Apodaca-Canning se
concierta la alianza militar anglo española donde, en retribución de la ayuda
bélica en la península, la Junta de Sevilla "dará
facilidad al comercio inglés en América".
A cambio de la independencia política de la metrópoli la Junta
entregaba la independencia económica de América.
Para cumplir el tratado de Apodaca-Canning la Junta envía a
Buenos Aires a un nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros. Pese a las
protestas del síndico del Consulado y del representante de los importadores se
abre - con alguna cautela - el puerto de Buenos Aires a la entrada de productos
ingleses .
Revolución de Mayo de 1810
La
caída de la Junta de Sevilla arrastra la de su representante en Buenos Aires,
el virrey Cisneros. Si bien la ya fuerte población inglesa del puerto (había
en 1810, 124 comerciantes y factores ingleses con un capital estimado entre
750.000 y 1.000.000 de libras)
, no intervino en los sucesos de mayo, recibió alborozada el nuevo orden
político, que sabrá derivar en mejores ventajas económicas. El abogado de los
intereses británicos -que había defendido el libre comercio en 1809- Mariano
Moreno, es secretario de la Junta de Gobierno y una de sus primeras medidas ha
sido ampliar las facilidades a la introducción de los productos ingleses
.
Los representantes del comercio inglés saludan y se ofrecen a las nuevas
autoridades
mientras el capitán Fabián del navío de guerra de S. M. Mutine
reconoce la revolución, con alborozadas salvas de sus cañones
.
Una
doble política seguirá el gobierno inglés ante el hecho de la Revolución.
Con mano visible ayuda a sus aliados españoles a recuperar el dominio, mientras
con otra invisible apoya a los insurrectos. Ejecuta aquélla el almirante Sydney
Smith, jefe de la estación naval en Río de Janeiro y cumple -secretamente-
esta su homónimo Lord Sydney Smythe vizconde de Strangford, embajador en la
misma corte.
En
1815, no obstante la reposición de Fernando VII en el trono de Madrid, la política
inglesa sigue con su doble juego. Por un lado lord Castlereagh, que ocupa desde
1812 la Cancillería inglesa, vende armas
a los rebeldes y facilita la llegada a sus filas de militares capacitados e
instruidos; por el otro se compromete con Fernando VII en el tratado del 5
de Julio de 1814 a ayudarlo a reprimir la insurrección
.
De ambos saca provecho: obtiene de las nuevas repúblicas la ampliación
del libre comercio, y logra del rey la promesa de hacer lo mismo si llegaba a
recuperar América.
No fueron pocos los esfuerzos ingleses para mantener esa política a dos
puntas. Requería cautela para contener
los ímpetus anglófilos de la clase dirigente criolla siempre adelantada a los
propósitos británicos. En febrero de 1815 llega a Río de Janeiro el
Secretario del Consejo de Estado argentino, don Manuel José García, con
curiosos pliegos dirigidos a Strangford y a Castlereagh, firmados por el
Director Supremo Carlos María de Alvear ofreciendo el coloniaje directo
de las Provincias Unidas .
Strangford rechaza sonriente la indiscreción: devuelve el pliego dirigido a su
nombre y se niega a dar curso al de Castlereagh
.
No fue el único caso, y mucho debió
costar a Inglaterra convencer a los nativos que no necesitaba ofrecimientos de
nadie para trazar su política exterior y no debía sacarla de los límites
prudentes.
Los
nativos u homínidos pampeanus,
no aprenderían nunca: en 1843 Florencio Varela seguía ofreciendo a Lord
Aberdeen, entonces Canciller, la "intervención permanente" de Gran
Bretaña en el Río de la Plata y la formación de un nuevo Estado que integrarían
Entre Ríos y Corrientes bajo el protectorado inglés, a cambio de una ayuda
militar decisiva que quitara a Rosas del gobierno. Aberdeen, que preparaba con
Francia y Brasil la intervención contra la Argentina (de la cual sería
eliminado Brasil al año siguiente), lo amonestará por hacerle perder tiempo
con su escaso sentido de las proporciones y su ninguna comprensión de la política
inglesa. El desolado Varela, que en su ingenuo coloniaje se sentía más inglés
que Aberdeen escribiría en su diario de viaje: "La Inglaterra no conoce ni
sus propios intereses").
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