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.Rivadavia y el
 Imperialismo financiero
(Cont. 02)

CAPITULO I

EL IMPERIO Y LA COLONIA

La revolución industrial inglesa

             A fines del siglo XVIII ocurre un cambio tan importante en el modo de hilar y tejer en Inglaterra que llevará a una revolución económica, social y política en el mundo entero. La produce la aplicación de la máquina -a fuerza humana primero y a vapor en seguida - en la elaboración de mercaderías. Es la "revolución industrial" inglesa, de más trascendencia histórica que su contemporánea, la revolución francesa

          En Inglaterra nace realmente la época contemporánea, con la concentración de capitales, levantamiento de fábricas, producción a bajo costo, sustitución del artesano por el obrero, surgimiento de ciudades industriales, despoblación de la campaña, intensificación de las luchas de clases y reemplazo del colonialismo directo por una forma indirecta de dominación. Ha llegado el tiempo de la hegemonía inglesa en el mundo, apoyada, más que en la fuerza de sus armas y el poder de su dinero, en la doctrina del liberalismo que pone a los débiles a merced de los fuertes. 

Necesidad de mercados de consumo

          Inglaterra, que había sido ganadera primero y comerciante luego, se convierte en el emporio industrial de hilados y tejidos, primero, de las demás mercaderías elaboradas a máquina, después. Fabrica mucho y a poco costo, y lo necesita colocar en el exterior pues colma en poco tiempo su mercado interno. Lo consigue gracias al liberalismo doctrinario que abre las puertas del continente a sus producciones baratas.  

Europa –la Europa continental- no tarda en reaccionar contra la avalancha de hilados y tejidos ingleses que obliga al cierre de sus talleres a mano. Napoleón será el campeón del continente contra el avasallamiento británico: la explicación del imperio francés, el establecimiento de los Bonaparte en los tronos europeos y su política de unión continental, no es tanto un afán de conquistas ni la necesidad de una defensa militar, sino el propósito de confederar a Europa en una necesaria defensa contra el formidable enemigo isleño. En 1804 empieza Napoleón el "bloqueo continental" que cierra los puertos europeos a la entrada de mercaderías británicas. El bloqueo con sus lógicas consecuencias -cierre de fábricas, despidos de obreros, hambre- obliga vitalmente a Inglaterra a encontrar mercados de consumo fuera del continente. Como ha perdido la América sajona, pues los Estados Unidos, independientes desde 1783, se encierran en una barrera protectora de su industria todavía artesanal, se le hace cuestión de vida o muerte la conquista de la América Española. La victoria naval de Trafalgar en 1805 la hace dueña de los mares, y hará posible esta expansión.  

Inglaterra y la América Española  

Desde 1804, Home Popham aconsejaba al gabinete británico "ganar con expediciones militares algunos puntos prominentes de Sud América para... abrir nuevas fuentes a nuestras manufacturas y navegación"[1]. En 1806 inicia su propósito, apoderándose de Buenos Aires, pero la invasión acaba en un rotundo fracaso. En 1807 se renueva la tentativa con la expedición de Whitelocke.  

Castlereagh  

Desde el principio de ese año (1807) Roberto Enrique Stewart, vizconde de Castlereagh, ocupa el ministerio de guerra británico. Se ha opuesto, aunque inútilmente, a la expedición de Whitelocke. El 1º de mayo informa a sus colegas en un Memorial que "no tiene esperanzas de conquistar este inmenso territorio (Sud América) oponiéndose por las armas a su población"; si el fin era "abrir a nuestros productos sus mercados" era más conveniente "aproximarse como mercaderes y no como enemigos", fomentar en sus habitantes las divergencias con Napoleón "para obtener ventajas comerciales" y si las cosas llegaban a madurar en una independencia de América española, Inglaterra "debería favorecerla solamente como auxiliar y protectora de los nativos para evitar recelos"[2]. H. S. Ferns llama a este Memorial de Castlereagh -que previó el fracaso militar de Whitelocke, la futura independencia hispanoamericana y la ingerencia imperialista consecuente "la base de una centuria y media de política británica en Sud América"[3].  

1809: apertura del puerto de Buenos Aires

Era colega de Castlereagh en la cartera de Relaciones Exteriores Jorge Canning, por entonces unido en amistad y propósitos políticos al vizconde [4]. Ambos apoyan la fuga de la familia real portuguesa de Lisboa y su transporte a Río de Janeiro en 1807, y saben hacerse pagar el servicio con la apertura de los puertos brasileños (14 de octubre de 1807), a la libre introducción de mercaderías manufacturadas. Se consolida la penetración mercantil en Hispanoamérica.  

En 1808 ocurre un cambio fundamental en la política española. La resistencia a José Bonaparte, el levantamiento del 2 de mayo y la subsiguiente guerra de la independencia española, convierten a España, de aliada en enemiga de Napoleón; poco costará a Canning transformarla también de enemiga en aliada de Inglaterra. La Junta Central de Sevilla que dirige la insurrección española necesita el apoyo naval y militar inglés y envía a Londres a Juan Ruiz de Apodaca. Canning acepta al aliado, pero encuentra la manera de hacerse pagar la escuadra inglesa que protege a Cádiz y los ejércitos de Wellesley que operan desde Lisboa: el 14 de Enero de 1809, por el tratado Apodaca-Canning se concierta la alianza militar anglo española donde, en retribución de la ayuda bélica en la península, la Junta de Sevilla "dará facilidad al comercio inglés en América".  

A cambio de la independencia política de la metrópoli la Junta entregaba la independencia económica de América.  

         Para cumplir el tratado de Apodaca-Canning la Junta envía a Buenos Aires a un nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros. Pese a las protestas del síndico del Consulado y del representante de los importadores se abre - con alguna cautela - el puerto de Buenos Aires a la entrada de productos ingleses [5].  

Revolución de Mayo de 1810

La caída de la Junta de Sevilla arrastra la de su representante en Buenos Aires, el virrey Cisneros. Si bien la ya fuerte población inglesa del puerto (había en 1810, 124 comerciantes y factores ingleses con un capital estimado entre 750.000 y 1.000.000 de libras) [6], no intervino en los sucesos de mayo, recibió alborozada el nuevo orden político, que sabrá derivar en mejores ventajas económicas. El abogado de los intereses británicos -que había defendido el libre comercio en 1809- Mariano Moreno, es secretario de la Junta de Gobierno y una de sus primeras medidas ha sido ampliar las facilidades a la introducción de los productos ingleses [7]. Los representantes del comercio inglés saludan y se ofrecen a las nuevas autoridades[8] mientras el capitán Fabián del navío de guerra de S. M. Mutine reconoce la revolución, con alborozadas salvas de sus cañones [9].  

Una doble política seguirá el gobierno inglés ante el hecho de la Revolución. Con mano visible ayuda a sus aliados españoles a recuperar el dominio, mientras con otra invisible apoya a los insurrectos. Ejecuta aquélla el almirante Sydney Smith, jefe de la estación naval en Río de Janeiro y cumple -secretamente- esta su homónimo Lord Sydney Smythe vizconde de Strangford, embajador en la misma corte.  

En 1815, no obstante la reposición de Fernando VII en el trono de Madrid, la política inglesa sigue con su doble juego. Por un lado lord Castlereagh, que ocupa desde 1812 la Cancillería inglesa, vende armas a los rebeldes y facilita la llegada a sus filas de militares capacitados e instruidos; por el otro se compromete con Fernando VII en el tratado del 5 de Julio de 1814 a ayudarlo a reprimir la insurrección [10]. De ambos saca provecho: obtiene de las nuevas repúblicas la ampliación del libre comercio, y logra del rey la promesa de hacer lo mismo si llegaba a recuperar América.  

            No fueron pocos los esfuerzos ingleses para mantener esa política a dos puntas. Requería cautela para contener los ímpetus anglófilos de la clase dirigente criolla siempre adelantada a los propósitos británicos. En febrero de 1815 llega a Río de Janeiro el Secretario del Consejo de Estado argentino, don Manuel José García, con curiosos pliegos dirigidos a Strangford y a Castlereagh, firmados por el Director Supremo Carlos María de Alvear ofreciendo el coloniaje directo de las Provincias Unidas [11]. Strangford rechaza sonriente la indiscreción: devuelve el pliego dirigido a su nombre y se niega a dar curso al de Castlereagh[12] . No fue el único caso, y mucho debió costar a Inglaterra convencer a los nativos que no necesitaba ofrecimientos de nadie para trazar su política exterior y no debía sacarla de los límites prudentes.  

 Los nativos u homínidos pampeanus, no aprenderían nunca: en 1843 Florencio Varela seguía ofreciendo a Lord Aberdeen, entonces Canciller, la "intervención permanente" de Gran Bretaña en el Río de la Plata y la formación de un nuevo Estado que integrarían Entre Ríos y Corrientes bajo el protectorado inglés, a cambio de una ayuda militar decisiva que quitara a Rosas del gobierno. Aberdeen, que preparaba con Francia y Brasil la intervención contra la Argentina (de la cual sería eliminado Brasil al año siguiente), lo amonestará por hacerle perder tiempo con su escaso sentido de las proporciones y su ninguna comprensión de la política inglesa. El desolado Varela, que en su ingenuo coloniaje se sentía más inglés que Aberdeen escribiría en su diario de viaje: "La Inglaterra no conoce ni sus propios intereses"[13]).  

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Bibliografía, notas y comentarios
  • [1] Fechado el 14 de octubre de 1804 (Adm. 1/58, Popham to Melville), citado por H. S. Ferns, Britain and Argentine in the nineteenth century, pág. 19.  

  • [2] Trascripto por H. S. Ferns, pp. 46 y 47.  

  • [3]  H.S. Ferns, pág.  47.  

  • [4] La amistad de Castlereagh y Canning se quebró en 1809 y produjo un duelo que casi cuesta la vida de Canning y costó a ambos la salida del gabinete. Castlereagh, apoyado por el Regente (futuro Jorge IV) pudo volver al gobierno en 1812 con la cartera de Relaciones Exteriores; Canning, mal querido por el Regente y por Castlereagh, solamente podrá hacerlo en 1823, después de la muerte del último.  

  • [5] La Representación de los Hacendados y Labradores poco tuvo que ver con la apertura del puerto. Fue una defensa teórica del libre-cambio redactada por el abogado de los comerciantes intérlopes ingleses para equilibrar los fuertes argumentos de los partidarios de la protección. Los "hacendados y labradores" del poder, tienen una existencia más ficticia que real.  

  • [6] H. S. Ferns, pág. 67.  

  • [7] Moreno no había tomado parte en los hechos anteriores al 25 de mayo, y su inclusión tardía en una de las secretarías de la Junta debió ser un acto de deferencia hacia Inglaterra.  

  • [8] 19 de julio de 1810.  

  • [9] H. S. Ferns, pág.  72.  

  • [10]  El tratado secreto del 5 de julio de 1814 "protegía y extendía" el comercio británico en todos los dominios de Fernando VII. En sus cláusulas adicionales del 28 de agosto (1814), se compromete en retribución Inglaterra "a no proporcionar armas, ni municiones, ni otro artículo de guerra a los disidentes de América". El secreto fue tan ilusorio como la prohibición: en julio de 1816, García desde Río de Janeiro, remite a Buenos Aires una copia del tratado y de sus cláusulas adicionales indudablemente entregada por Strangford.  

  • [11] La benevolencia de Mitre supuso que Alvear se limitaba a pedir un protectorado británico. No hubo tal: fue lisa y llanamente el coloniaje territorial: "Estas provincias -dice el pliego dirigido a Castlereagh- desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno, y vivir bajo su influjo poderoso... que vengan tropas que impongan a los genios díscolos (Artigas y los federales) y un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del Rey y de la Nación". 

  • [12] También la benevolencia de Mitre supone que el patriotismo de Rivadavia (que estaba en Río de Janeiro de paso a Londres), detuvo la entrega de los  pliegos. García informó a Rivadavia de su misión después de entrevistarse con Strangford, y si Rivadavia se disgustó con el gobierno Argentino por la misión de García no fue por disentir con sus propósitos, sino por haber prescindido de él que tenía en sus instrucciones reservadas poderes suficientes para ofrecer la Argentina a quien quisiese. "¡Se han olvidado de las instrucciones!" se lamenta ante Alvear el 3-13-15 (fecha errónea en original). Por lo demás Rivadavia llevó a Europa el pliego destinado a Castlereagh, que Strangford se había negado a dar curso. Tampoco lo conseguiría el diligente don Bernardino que, en 1844, como recuerdo curioso, se lo regalara a Florencio Varela en Río de Janeiro (J. M. Rosa, La misión García ante Lord Strangford, Bs. As., 1951).  

  • [13]  M. Magariños de Mello, La misión de Florencio Varela a Londres, pág.  25.