La política de Castlereagh
Al
inclinarse hacia 1820 la guerra de la independencia hispanoamericana a favor de
los insurrectos, Castlereagh pensó seriamente en reconocer el nuevo orden.
Debería apresurarse antes de hacerlo Estados Unidos y Francia y sacar de América
española los mejores frutos económicos y políticos. Y antes de madurar dos
peligros en el nuevo mundo (que en lo futuro podrían llegar a uno solo): la
unidad hispanoamericana sostenida por Bolívar que acabaría con la
disgregación localista (balcanización) trabajada desde Londres, y la explosión plebeya
y nacionalista de las montoneras en el plata que amenazaba barrer del gobierno
la complaciente clase "bien pensante" de firme mentalidad liberal.
No
podía arriesgarse Castlereagh a un acto unilateral que comprometiese al Reino
Unido. Quiso asociarse con Francia -la Francia legitimista, cartista y cristiana
de Luis XVIII, representada en Londres por el romántico Chateaubriand- que
trabajaba desde 1817 el establecimiento de monarquías de la Casa Borbón, común
a Francia y España, en los nuevos estados americanos .
Podían unirse los propósitos dinásticos y de extensión cultural de
Francia con los intereses mercantiles ingleses. Castlereagh y Chateaubriand
preparan el Congreso de la Santa Alianza a reunirse en Verona en 1823 donde
impondrían a Fernando VII, prisionero de los liberales de Riego desde enero de
1820, su libertad a cambio de la independencia hispanoamericana en forma de
pequeñas monarquías de príncipes Borbones garantizados por el ejército francés
y el dinero inglés contra resistencias nativas .
Ya
resuelta la reunión en Verona, el gabinete de Luis XVIII prepara el ejército
francés para garantizar las monarquías franco españolas, mientras Castlereagh
notifica al gobierno de Madrid que la última hora del dominio español en América
ha sonado. Todo está dispuesto cuando un acontecimiento imprevisible torcerá
el rumbo de Verona: Castlereagh, en un agudo ataque de spleen
británico; se suicida, degollándose con un cuchillo en forma de serrucho, el
12 de agosto de 1822 en su castillo de North Cary Place.
El regreso de Canning
La
dirección de la política británica en Verona pasa a Wellington. El vencedor
de Napoleón era un héroe y los héroes no entienden de sutilezas diplomáticas.
Wellington, tory a la antigua usanza; no capta los intereses comerciales
como base de una política, ni simpatiza con la independencia del Nuevo Mundo
que perturba sus fijas nociones políticas y geográficas. Por eso en Verona se
resuelve que el ejército francés, en vez de ir a América a consolidar monarquías
liberales, entrase en España a restaurar el absolutismo de Fernando VII.
Chateaubriand tomó esta variante como un triunfo de Francia y suyo.
No
quedará mucho tiempo el "Duque de Hierra" en el Foreign Office.
El buen sentido británico lo reemplazará a mediados de 1823 por Jorge Canning,
que vuelve al ministerio perdido en 1809. Canning era un tory, como
Wellington y Castlereagh, pero un tory liberal, especie todavía poco
arraigada. Aspiraba a un control político del Nuevo Mundo que entendía
indispensable para un dominio económico efectivo y por eso nada quería de
monarquías Borbón ni ejércitos franceses; mejor
serían repúblicas aristocráticas de nativos sostenidas contra rebeliones
plebeyas por mercenarios pagados por el dinero inglés .
Que esas repúblicas fueran turbulentas e inestables no le importaba
mucho a quien sabía pescar admirablemente en los ríos revueltos. "Era el
suyo un talento desprovisto de moralidad", le dijeron alguna vez en el
Parlamento. Pero era sin duda el hombre para llevar adelante la hegemonía
inglesa en el mundo, no obstante la enemistad no ocultada de Jorge IV -tory
de cuño antiguo-, que Canning atinará a sortear con habilidad e impavidez.
Mientras entretiene al romántico Chateaubriand (que aún no había descubierto
"a la pérfida Albíon") en su guerra de los Cien Mil Hijos de San
Luis "salvadora" del cristianismo, prepara la consolidación de
Gran Bretaña en América española. Lo ayuda Joseph Planta, antiguo
subsecretario de Castlereagh y ahora técnico o jefe del negociado de Hispanoamérica
en el Foreign Office.
Con
Planta desenvuelve la política de empréstitos (ya iniciada bajo Castlereagh)
para atar con firmeza a las nuevas repúblicas -aún no reconocidas al dominio
de Londres; manda cónsules generales con abundantes partidas de gastos
reservados a fin de manejar discretamente las cosas mientras vence la
resistencia de Jorge IV y Wellington al reconocimiento de la independencia. Obra
con tanta eficacia que al "llamar al Nuevo Mundo a la existencia", según
su comadrona frase, puede escribir a Lord Granville, embajador en París:
"Los hechos están ejecutados, la cuña está puesta. Hispanoamérica es
libre y si sabemos dirigir bien el negocio es Inglesa (she is
english") .
Repite al mismo corresponsal el 11 de octubre de 1825 en ocasión de
recibir Jorge IV al ministro plenipotenciario de Colombia: "Es delicioso
hacer de estos pueblos Estados; pero no debemos dejar librado a su fantasía
a tan amables compañeros, pues sin una vigilante dirección tomarían para mal
lado". Y alborozadamente expresa su jactanciosa convicción el 21 de
noviembre al mismo Granville después de haber sido recibido por el rey el
ministro colombiano: "El nuevo mundo está establecido, y si nosotros no lo
echamos afuera ¡es nuestro! (if we do not throw away,
ours!) .
Los informantes del Foreign Office
En
la primera década revolucionaria están en Sudamérica, los hermanos John y
William Parish Robertson, comerciantes que en sus andanzas por la Argentina,
Paraguay, Chile, Bolivia y Perú, tienen el privilegio de presenciar por raras
casualidades las cosas más importantes de la revolución americana. Cuando San
Martín se dispone al combate de San Lorenzo tropieza con John que lleva a
Asunción unas petacas de encargos y el guerrero en la euforia del triunfo se
explaya con el joven extranjero desinteresado de la política; Artigas en 1815
encuentra en su campamento de la Purificación a otro de los Robertson que
navegaba el río; Alvear, Director Supremo en 1815 les hace confidencias y
encomienda misiones. Y así ocurre siempre: en el año 20, por asuntos privados,
los Robertson entran en contacto con los federales al mismo tiempo que con los
directoriales; en las horas angustiosas de Guayaquil, San Martín tropieza con
un Robertson llevado al Ecuador por negocios mineros. Como ambos comerciantes
eran sociables y de fácil conversación, y sobre todo ajenos a los asuntos políticos,
supieron llegar a la intimidad de los hombres más representativos del Plata y
ganaron fácilmente su confianza. Solamente uno -Gaspar Rodríguez de Francia,
el dictador paraguayo- les tomará desconfianza y expulsará de Asunción; los
Robertson se vengaron en un libro Francia's reign of terror.
Ya
viejos se retiraron a Inglaterra a escribir sus andanzas juveniles de mercaderes
trashumantes. No dicen en sus libros que en realidad eran agentes del Servicio
de informaciones británico, pero la publicación de los documentos del Foerign
Office lo acaba de revelar. Su guía y enlace era su pariente John Parish,
radicado en la ciudad de Bath, a quien escribían cariñosas e informativas
cartas que el Parish de Bath se apresuraba a mandar a otro pariente, Joseph
Planta, Subsecretario del Foreign con Castlereagh y jefe del negociado
para Hispanoamérica con Canning .
Las familiares misivas donde los Robertson contaban todas las cosas de
nuestra tierra: los propósitos militares de San Martín, el apego de Rivadavia
a los intereses británicos, la desconfianza de Artigas o Francia hacia los
extranjeros, el estado de la economía y la situación militar, están
correctamente catalogados en el archivo del Foreign .
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