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.Rivadavia y el
 Imperialismo financiero
(Cont. 07)

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CAPITULO II 

 

EL BANCO INGLÉS

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Buenos Aires entre 1821 y 1824

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Después de las guerras de la primera década independiente, y tras la crisis bulliciosa del año 20, Buenos Aires entró en el período de calma y prosperidad llamado "época de Rivadavia". Calma y prosperidad aparentes, pues la guerra de la Independencia no había concluido ni el estado de anarquía del país era el más propicio para un adelanto institucional o material. La paz de los unitarios consistía en olvidarse de la guerra y cerrar los ojos ante la ocupación portuguesa de la Banda Oriental o la segregación próxima del Alto Perú. Y la prosperidad en construir escuelas, abrir avenidas, recortar ochavas, alumbrar faroles, empedrar calles y demás obras edilicias financiadas con el medio sencillo de apoderarse de los recursos nacionales y hacerlos servir al adelanto municipal de la ciudad.

 

Los gastos de la provincia de Buenos Aires en 1822 eran de 2.400.000 pesos plata, pero solamente 400.000 se pagaban con recursos estrictamente provinciales (patentes, licencias, contribución territorial). Se cubría el déficit con 2.000.000 del impuesto nacional de aduana, pues como no había Nación constituida el gobierno se había incautado de este enorme ingreso y el ministro Rivadavia lo hacía servir pacífica y progresivamente al adelanto de la ciudad. Ni un centavo salía para la guerra. El país era Buenos Aires, y lo demás no contaba. Mientras Rivadavia podía hacer un gran gobierno en el puerto, el enorme virreinato de 1810 se escindía para siempre en cuatro porciones insoldables.

 

Monopolio bancario en manos extranjeras

 

Los bancos son empresas que reciben dinero en depósito para prestarlo al comercio y la industria con un módico interés. Movilizan así las reservas improductivas de capital en beneficio de la comunidad.

 

Cuando existe un monopolio bancario, o el banco es uno solo, se convierte en dueño exclusivo de las reservas de capital y por lo tanto en árbitro único del crédito; si además tiene la facultad de emitir la moneda circulante en forma de billetes de banco su dominio en la economía de una plaza es total; si este monopolio bancario y emisor lo ejerce el Estado, pueden hablar los liberales de régimen totalitario; si lo ejerce una institución particular, estaríamos ante una oligarquía del dinero dueña del país; si estos particulares se encontrasen atados a intereses internacionales, sería una oligarquía que favorece la intromisión imperialista; si el grupo dominante de particulares monopolizadores del crédito y fabricantes de la moneda corriente ni siquiera fuese nativo podríamos hablar de un coloniaje que linda en la factoría; y si, finalmente, el grupo extranjero dueño de la economía de una plaza, ajustase su acción a las órdenes del gobierno de su metrópoli, solo podemos decir que es el tipo más impúdico del imperialismo.

 

Eso ocurrió con el banco inglés que funcionó en Buenos Aires con el nombre de Banco de Buenos Aires, primero, y Banco Nacional, después.

 

El Banco de Buenos Aires

 

Desde que se permitió la libre extracción de oro y plata de Buenos Aires su fuga fue continua y llevó en 1821 a una situación de angustia en la plaza: faltaba moneda para las transacciones cotidianas y en consecuencia languidecía el comercio mientras el crédito llegaba al 5 y 6 % mensual (recordar: si en una plaza el interés supera el 2 ó 2,5% mensual, es usura).

 

A principios de 1822 los ministros Rivadavia y García reunieron en el edificio del consulado a los principales comerciantes de Buenos Aires con el objeto de encontrar una solución o al menos un paliativo al grave problema. Lo correcto hubiera sido nivelar la balanza comercial con impuestos prohibitivos de aduana, o impedir con medidas eficaces la exportación de metales. A nadie se le vino a la cabeza semejantes arbitrios. Claro está que aquellos huéspedes del Consulado eran precisamente los comerciantes exportadores de metal que al año siguiente  -1822- se llevarían 1.358.814 pesos en oro.

 

Rivadavia propuso la fundación de una institución bancaria que "repatriase el oro" llevado a Inglaterra. García, más versado en la poca posibilidad de traer metal de Inglaterra, entendió que "los capitalistas aportarían su oro a las cajas", antes escondido en sus gavetas al parecer, y así el metal saldría a la luz del sol y circularía nuevamente[1]. Quedó decidida la fundación de un Banco. Como al liberalismo de García y Rivadavia, compartido con todos los presentes, repugnaba una institución fiscal, se resolvió que sería particular  “con todo el apoyo del gobierno".

 

La idea fue naturalmente bien acogida. El Banco emitiría billetes de papel para suplir la carencia de metálico, que circularían sin desconfianza pues serían canjeables a la vista en las ventanillas de la institución. El comercio se reactivaría, no habría más usura y retornaría el florecimiento de antes de la evasión del metálico. Se entendió que un encaje metálico en el tesoro del banco igual a la sexta parte del papel emitido -como enseñaban los manuales de Economía Política al uso- era suficiente garantía para la circulación del papel.

 

El 15 de enero el gobierno presenta a la junta de comerciantes el proyecto de "Banco de Buenos Aires" preparado por el ministro García; el mismo día queda formada la comisión provisoria encabezada por William Carthwright e integrada, entre otros nombres criollos, por Joshua, Thwaites, James Brittain y James Barton, comerciantes de exportación. Sus bases legales serían: 1) Capital de un millón de pesos, descompuesto en mil acciones de mil pesos; los accionistas pagarían el 20 % al suscribirlas, otros 20 % a los 60 días, y el resto cuando el banco lo dispusiese; 2) Monopolio bancario por veinte años prorrogables; 3) Emisión de billetes de banco a prestar mediante un interés al comercio. Los billetes serían canjeables en oro a la vista; 4) Aceptación de depósitos particulares al interés fijado por el Directorio; 5) Recibir los depósitos de Tesorería de la Provincia y actuar como agente financiero de ella; y 6) Privilegios impositivos y judiciales. Sus acciones y transacciones no estarían sujetos a impuestos, y no correrían en sus ejecuciones los términos comunes.

 

Al discutirse el proyecto en la Junta de representantes  (18, 19 y 20 de junio), el ministro García repite que el objeto del Banco era remediar la falta de metálico con una circulación garantizada de moneda de papel. Como algunos diputados observasen que la fuga del metal ha sido debida precisamente a quienes aparecían ahora como socios directores del Banco, García corrige que la carencia del metal no se debe a su exportación sino a encontrarse cerradas las comunicaciones con el Alto Perú, proveedor de metales, y sobre todo haber aumentado en la plaza los capitales en giro por la instalación de gran número de casas de comercio extranjeras[2].

 

Poco se debate. El diputado Moreno objeta el monopolio por 20 años que impediría la formación de otros bancos, pero replica Rivadavia con el ejemplo prócer del Banco de Inglaterra "creador de los que vinieron después" que el monopolio, lejos de impedir la instalación de nuevos bancos, vendría a favorecerla[3]. El curioso argumento no tuvo réplica. La ley queda aprobada el 22 de junio por gran mayoría.

 

El 15 de julio se constituye la sociedad "Directores y Accionistas del Banco de Buenos Aires", y el 6 de agosto la institución -comúnmente llamada Banco de Descuentos- abre sus puertas pese a que la mayor parte de los accionistas habían pagado la primera cuota de sus acciones en pagarés que levantarían después con papel al hacerse otorgar crédito; el restante 80% sería abonado, también en pagarés. Solamente 239 acciones (menos de la cuarta parte) se pagaron en efectivo y fue el único capital metálico de la institución[4].

 

Resultó un negocio magnífico ser accionista del Banco. Como el descuento se fijó en el 9% anual y el interés de las acciones osciló entre el 19 y 24 % por año, los inversores obtuvieron una ganancia neta entre el 10 ó 15 % de un capital que en ningún momento arriesgaron. Con razón pudo decir Rivadavia en el mensaje de mayo de 1823: "La institución del Banco progresa más allá de toda esperanza: ofrece utilidades muy superiores a su edad"[5].

 

El verdadero objeto del Banco

 

Los billetes del Banco reemplazaron a los metales en las transacciones de la plaza. Sirvieron para que los comerciantes al exterior pudieran llevarse el poco metálico de la plaza en una cantidad hasta entonces inusitada: en 1822 salieron 1.358.814 pesos oro en fragatas inglesas. Les bastaba cambiar en el Banco su papel por oro a la vista que se iba de Buenos Aires sin causar, por el momento, perjuicios apreciables.

 

El crédito en manos de los exportadores, es comprensible que favoreciera principalmente al comercio de exportación inglés. Esa preferencia no fue, con todo, lo más censurable; hubo cosas más graves: el crédito se empleó contra los intereses nacionales como lo denunciaría Nicolás Anchorena. "Cuando (en 1823) los patriotas de Montevideo prevaliéndose o aprovechando de la división que había entre las tropas portuguesas, obligaron al general Lecor a salir fuera de la plaza, esperando por ese medio recuperar su independencia, es decir, su adhesión a Buenos Aires: entonces una casa extranjera que no existe ya en Buenos Aires se comprometió con el general Lecor a darle una suma mensual en onzas de oro. ¿Y de dónde creerán ustedes, señores representantes y compatriotas de la barra, que se sacaba?... Del Banco de Descuentos: descontando letras allí, tomando billetes y después cambiando los billetes por onzas de oro. Los directores del Banco contribuían de este modo indirecto, a continuar nuestra esclavitud y la de nuestros hermanos. ¿Y qué contestaban?... Nosotros no tenemos nada que ver con la política; a nosotros nos traen letras con buenas firmas y no tenemos más que descontar"[6].

 

No resultaron los directores ingleses los peores. No le era tan fácil a Parish Robertson (verdadera alma de la institución) manejar al honorable mister Carthwright, presidente nominal como a los anglófilos Lezica y Castro. Por eso se procuraba rellenar con nombres criollos los puestos del directorio, desde luego que vinculados al comercio de exportación británico. A veces se recurría a algún estanciero despistado, aunque ocurrieron episodios risueños como el trascripto en el acta de la asamblea del 27 de septiembre de 1825: había sido elegido director alguien señalado por el acta con las iniciales S. V. (¿Sáenz Valiente?). No acepta; Parish Robertson es comisionado para convencerlo, pero dice Robertson en el acta "protestándole la mayor franqueza le había expresado el motivo que tenía para no admitir dicho honor, y era que creía lo que generalmente se dice en el pueblo y es que en el Banco los extranjeros ejercen una influencia perniciosa para el país a cuyo abuso él no quería contribuir[7].

 

Esos extranjeros fueron en un principio, comerciantes radicados en el país y ligados a los beneficios del puerto. Pero desde 1825 la mayoría de las acciones no están ya en manos de residentes: el 9 de enero de 1826, sobre un total de 835 acciones presentes en la asamblea, 434, más de la mitad, eran de titulares con domicilio en el extranjero, representados por Mr. Armstrong; 135 tienen Robertson, Brittain, Fair, Robinson, etc., y 284 los criollos (Lezica etc.). Esta emigración es denunciada por García en el Congreso Nacional; no con indignación patriótica ni para quitarle al Banco sus exorbitantes privilegios ni siquiera para poner freno a la constante salida del oro que el Banco, lejos de impedir, parecía favorecer. Lo hace para que los diputados obraran con discreción en las cosas del Banco y no se metieran a crearle dificultades pues "el país necesita de Inglaterra". "La mayor parte de las acciones -dijo en la sesión del 25 de enero de 1826- no pertenece ni a los extranjeros residentes aquí, ni a los naturales del país, sino a capitalistas muy distantes de este teatro"[8]. Sus palabras ni extrañaron ni fueron replicadas. Es cierto que Dorrego no se había incorporado aún al Congreso.  

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Bibliografía, notas y comentarios
  • [1] N. Casarino, El Banco de la Provincia de Buenos Aires, pág. 30. (Bs. As., 1922)

  • [2] "Es increíble -comenta R. Scalabrini- que tales incongruencias hayan sido dichas en serio. Si los capitales extranjeros no venían en forma de oro, ¿en qué forma vendrían, ¿acaso los capitales eran las mercaderías de consumo y suntuarias que traían los comerciantes?". 

  • [3] N. Casarino, pág. 31.

  • [4] H. S. Ferns, pág. 102, trae una carta de Robertson a John Parish of Bath del 11 de junio de 1823 archivada en el Foreign Office, informando de la suscripción de acciones por ingleses. Agote (Crédito Público, Tomo I, pág. 88), dice que los accionistas que abonaron sus acciones con pagarés se negaban a recibir después los billetes en sus transacciones comerciales.

  • [5] Citado por Oliver, Los unitarios y el capitalismo extranjero (en Rev. J. M. Rosas, VI, 27). 

  • [6] Sesión de la Junta de Representantes de 25 de febrero de 1828.

  • [7] N. Casarino, pág. 31.

  • [8] Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo II, pág. 506.