Beneficios
a los accionistas
Prestar tiras de papel al 9% y recibir los depósitos de Tesorería,
que en alguna proporción eran todavía de metálico,
resultaba un negocio muy productivo. En el primer ejercicio
semestral -del 31 de agosto de 1823- se denuncia un excedente en
caja de 270 mil pesos, y a pesar de haber una circulación de
billetes de 290 mil pesos los accionistas se reparten el 12 % de
interés semestral (2 % mensual). Los posteriores señalan la
circulación creciente del papel, pero no obstante se reparten
jugosos beneficios semestrales
Asamblea
Papel
Efectivo Dividendo
Circulante
1824
- febrero
910.00
154.000
10 %
1824
- agosto
1.680.000
204.000
9 %
1825
- febrero
1.698.000
285.000
10 %
1825
- agosto
1.934.000
253.000
9,5
%
1826
- febrero
2.700.000
255.000
11,5
%
La
emisión de papel crecía mucho mientras el efectivo aumentaba poco.
En realidad la ganancia era artificial y en el ejercicio de febrero
de 1826, no obstante el 11,5 % repartido a los accionistas, el Banco
estaba expuesto a cerrar sus puertas por la enorme masa de billetes
en circulación sin respaldo metálico. El canje lo hacían los
exportadores ingleses de metal que en 1822, hemos visto, se llevaran
1.385.000 pesos oro, y en 1825, 1.551.921.
La
angustia por la falta de metal en las transacciones corrientes se
hizo sentir a mediados de 1825; el gobierno necesitó metálico para
el Ejército de Observación acuartelado en Concepción del Uruguay
ante la previsible guerra con Brasil, y el Banco no pudo dárselo.
Era inútil que Las Heras pidiera a Baring la remisión en oro del
escaso remanente del empréstito, pues los banqueros de Londres no
pudieron, o no quisieron mandarle más de 11.000 onzas
Como lo hicieron por intermedio del Banco, éste resolvió
quedarse con el metal aduciendo que su existencia de oro disminuía
y debía consolidarla.
En noviembre -vísperas de la declaración de guerra a Brasil- se
había retirado por particulares tanto oro que la institución está
al borde de la bancarrota mientras el gobierno no tenía ni onzas,
ni de plata, ni chirolas de cobre para pagar al ejército. El
director Fragueiro sugiere un remedio heroico: "resellar
los pesos fuertes (de plata) dándoles
un aumento para impedir su exportación";
la idea hubiera detenido la exportación de plata, pero el
directorio la rechaza: en cambio sugiere al gobierno el expediente
de otro empréstito en Londres "en remesas de oro sellado"
por 1.240:000 pesos.
Para nada parecía servir la experiencia con Baring. El ministro
García se limitó a decir que "estaba proyectando arbitrios
para suplir la falta de metálico";
los arbitrios, se supo luego, eran llevar al Banco los fondos
que quedaban del empréstito y autorizarle a emitir billetes en gran
cantidad. De metálico, nada. Se lo llevaron los gorriones.
La
bancarrota
En
enero de 1826 se llega al estado de falencia. La difícil estabilidad de la institución con tres
millones de papel en circulación respaldados solamente por 250 mil
en metálico, no iba a resistir el cimbronazo de la declaración de
guerra a Brasil (los brasileños sabedores de esto por los ingleses
alientan la guerra). El pánico se inicia el 9 de enero (al empezar
el bloqueo) y no se tradujo en corridas de depositantes que sacan
sus depósitos, sino en tenedores de billetes que iniciaron una
carrera para extraer todo el oro posible. El directorio se ve
obligado a pedir al gobierno el curso forzoso, es decir la
inconvertibilidad de los billetes de papel. Así se hace el mismo día,
cuando quedan en el tesoro apenas 14 mil onzas de oro (224.000
pesos) y 17 mil macuquinas de plata (17.000 pesos). Tal vez para no
dar una sensación de desaliento, pese al curso forzoso, los
accionistas se votan un eufórico dividendo de 11,5 % en la asamblea
semestral de febrero.
Con
su ejemplo daban fe de que el Banco andaba viento en popa y eso del
"curso forzoso" había sido un expediente inevitable en
una guerra
Cierra
el Banco de Buenos Aires
EI 23 de enero de 1825 el general Las Heras, gobernador de Buenos
Aires, había sido investido por la Ley Fundamental dictada
por el Congreso Nacional del Poder Ejecutivo Provisorio con
facultades de preparar un ejército y un tesoro nacionales a fin de
llevar a cabo la guerra con Brasil. Las Heras era un militar
patriota y sus propósitos eran sanos, pero lo asesoraba un
"perito" en economía como su ministro de Hacienda, Manuel
José García y todo debía irse al traste. Las Heras deseaba crear
con el remanente del empréstito una entidad fiscal nacional para
sustituir al Banco inglés en el manejo financiero.
Pero la mayoría del Congreso era incrédula de una acción del
Estado. Una transacción se presenta el 5 de enero de 1826 a estudio
del directorio del Banco: formar un banco mixto incorporando el
dinero del empréstito como aporte fiscal. El capital de la nueva
institución sería (en el primitivo proyecto) de tres millones de
pesos: los dos del empréstito y un millón que se reconocería a la
existencia del Banco de Buenos Aires, aunque su efectivo apenas
pasaba de 250.000 pesosLa propuesta no
fue aceptada.
El
9 se declara el curso forzoso como hemos visto. Insiste el gobierno
en su proyecto, que favorecía a los accionistas pues se daban a las
acciones de una entidad en quiebra su valor escrito. Una asamblea extraordinaria de accionistas reunida el 21 de
enero vuelve a rechazar la proposición. No obstante el Congreso
vota el 28 la Ley de Banco Nacional que modificaba el
primitivo proyecto, sin haberse aprobado todavía el traspaso. El 7
de febrero Rivadavia reemplaza a Las Heras en el Ejecutivo Nacional,
y solamente entonces -8 de febrero- los accionistas aceptan la
integración del Banco, pero debiendo tomarse sus acciones al 140 %
del valor escrito: por cada título de mil pesos de la vieja
institución recibirían siete acciones de doscientos pesos de la
nueva. Como el papel circulante del Banco antiguo alcanzaba a tres
millones como hemos dicho, y su existencia en efectivo apenas
alcanzaba a 250.000 pesos, quería decir en buen castellano, que el
nuevo Banco compraba en 1.400.000 pesos una deuda de 2.750.000. ¡Negocio
redondísimo!
Al cerrar sus puertas el Banco de Buenos Aires su presidente dijo
-con altivez, recalca Casarino-, que "había llenado su misión
civilizadora"
El
Banco Nacional
La
Ley del Banco Nacional de las Provincias Unidas del
Río de la Plata establecía un capital ilusorio de diez
millones de pesos a cubrirse:
-
a)
Con "los tres millones del empréstito" (que en
realidad eran poco más de dos y debieron suplirse con letras de
tesorería y 20 mil pesos en metálico extraídos a la exhausta
Tesorería Nacional;
-
b)
Con "el millón" del Banco de Descuentos (en
realidad una deuda de dos millones setecientos cincuenta mil
pesos);
-
c)
Con “seis millones” en acciones a suscribirse (se
cubrirían solamente 600 mil pesos).
Todo
era ilusorio: el capital real del nuevo Banco eran, solamente, los
dos millones de papeles de comercio del empréstito, las 14 mil
onzas y 35 mil macuquinas de la caja del Banco de Buenos Aires, y
los 20 mil pesos plata y 900 mil en certificados de la Tesorería de
la Provincia. Con eso debería responder a una circulación de tres
millones de billetes del extinguido Banco, e iniciarse en nuevas
operaciones de crédito Y
además financiar la guerra con el Brasil.
Por
supuesto debería recurrirse a nuevas emisiones. Aunque
provisoriamente el gobierno prohíbe (por decreto del 13 de marzo,
1826) "poner en circulación billetes de cantidad mayor que la
de los valores reales que posea", como estos valores reales
eran difíciles de establecer resultó letra muerta en la práctica.
¿Quién
manejaba el Banco?
No
otra cosa era el Banco, que se iniciaba con un océano de papel
circulante, que un cómodo expediente para pagar con el empréstito
el metálico extraído por los ingleses desde 1822. Y sacar de paso
el remanente. Con todo, si hubiera sido administrado por el
gobierno, a quien le habría correspondido por ser quien mayor
capital aportaba -y administrado, desde luego,
en beneficio de la nación- tal vez hubiese podido ganar la
guerra con Brasil.
Pero
no ocurriría a sí. La dirección sería entregada a los
extranjeros. Hablando en plata, debe decirse que en el momento
preciso de iniciarse la guerra con Brasil, el gobierno ponía el
dinero disponible y todas sus posibilidades de tenerlo más
adelante, en una caja de hierro, la clausura con llave y entrega la
llave a Inglaterra.
Para
un capital de cinco millones nominales podría suponerse que los
tres de aporte fiscal pesarían decididamente. No era el pensamiento
de los unitarios -Las Heras aparte- , partidarios de la libre
empresa y enemigos del intervencionismo estatal. Una tramoya ideada
tal vez por García (redactor de la ley) puso la dirección en manos
exclusivas de los accionistas particulares. El artículo 17
estableció la representación en las asambleas: el tenedor de una
acción tendría un voto; de dos hasta diez, un voto cada dos; de
diez a treinta, un voto cada cuatro; de treinta a sesenta, un voto
cada seis; de sesenta a cien un voto cada ocho; de cien arriba, un
voto cada diez. Existía el derecho de representación para todos
menos para el Estado. Por lo tanto las diez mil acciones de
doscientos pesos cada una del "capital" particular de un
millón podían presentarse fraccionadas en la asamblea -para lograr
10.000 votos contra los 1.500 de las quince mil acciones que
representaban los tres millones del Estado. Los particulares
controlarían el 85 % de las asambleas: podían elegir los
directores que les pluguiese y tomar las medidas que quisiesen. Para
mayor seguridad todos los directores (que eran dieciséis)
deberían ser accionistas particulares con no menos de veinte
acciones; el Estado no podía estar representado; solamente tenía
el derecho de "darles la venia". Con razón Julián
Segundo de Agüero (futuro ministro de Rivadavia) para quitar escrúpulos
contra el Banco mixto a los partidarios de la libre empresa,
pudo decir en el Congreso: "Aunque el Estado compre (acciones)
no podrá ejercer perjuicio alguno a los accionistas.
Con
los mismos privilegios del Banco de Descuentos (monopolio bancario
por diez años, facultad de emisión, exenciones impositivas y
judiciales) , ahora extendidas a toda la nación, el Banco "nacional"
inició sus operaciones el 11 de febrero de 1826.
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