Fuga
del oro
Al
abrir sus puertas tenía el pequeño encaje metálico que perteneció
al Banco de descuentos (14.000 onzas de oro y 37 mil macuquinas de
plata), y los veinte mil de plata aportados por el gobierno. El curso
forzoso (declarado el 9 del mes anterior) , fue eufóricamente
levantado, permitiéndose el cambio del papel circulante que era el
emitido por el Banco anterior, en las ventanillas de la nueva
entidad. Con una modificación en el tipo "para evitar la
exportación": el peso -tanto de plata como en papel-, valdría
la 18ª. parte de una onza de oro en vez de la 17ª. Fue la primera
desvalorización legal.
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Pese
a esa desvalorización y al bloqueo brasileño que impedía la
exportación de oro, los tenedores de papel se aglomeraron en
ventanillas. Algunos
obtuvieron créditos del mismo Banco que inmediatamente cambiaron
por oro. Levantar el curso forzoso en plena guerra -y en plena
crisis- podría calificarse de desatino si no fuera un negocio para
los que podían exportar el oro pese al bloqueo brasileño. Que eran
solamente quienes podían valerse de la valija diplomática británica
facilitada generosamente por Parish, no obstante las protestas del
almirante bloqueador
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Naturalmente
a los veinte días de reanudado el cambio libre del oro, se agotaron
las existencias del Banco. El Directorio, para mantener el canje
libre, dispuso comprar pastas y barras en las provincias y en Chile,
entregando en pago las letras del empréstito. Algo se consiguió,
pagándose la onza a 19 y 20 pesos, insuficiente para la crecida
demanda de ventanillas donde se canjeaba a 18
Era la ruina a corto plazo, pero permitía a la presidencia
de la república alabarse de "mantener el valor del peso"
en plena guerra. ¡Ni Inglaterra había mantenido la libre venta de
oro en tiempos de guerra! Por eso los liberales de aquí fueron
mejores que los ingleses.
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En
abril se toca fondo, al parecer definitivamente: quedaban en el
Tesoro solamente 320 onzas y cinco mil macuquinas. El 12 debe
cerrarse la ventanilla "ínterin el Congreso delibera sobre las
medidas para garantir el valor de los billetes". No se la llamó
curso forzoso, para no dar una sensación desagradable a
quienes no habían retirado oro porque no lo podían exportar en la
valija diplomática inglesa. La inconversión fue disimulada el 5 de mayo con una chistosa ley
llamada de Lingotes (que valiera al joven ministro de
Hacienda, Salvador María del Carril, el remoquete de "Doctor
Lingotes") permitiendo a los tenedores de papel cambiarlo no ya
en simples monedas de oro y plata, sino -nada menos- en lingotes de
ley y peso purísimos. Pero como deberían prepararse para
"eliminar sus impurezas" y esta operación requería un
tiempo se "suspendía hasta el 25 de noviembre la conversión
en oro"
Por
supuesto nadie creyó en los lingotes, ni esperó al 25 de
noviembre: en junio se paga en el mercado libre una onza a 22 3/4
pesos, en octubre a 46 1/2. Llega el 25 de noviembre y como no hay
lingotes de oro ni plata, el curso forzoso debe declararse (7 de
diciembre): el peso está a 50 3/4, había subido un 300 % en seis
meses: Los soldados que en
febrero del año siguiente triunfarían en Ituzaingó, recibirían
su paga con retraso que llegará al año en "certificados de la
deuda" que nadie quería recibir en Río Grande. Debieron pitarse
filosóficamente el papel y seguir combatiendo por la patria que
nada les daba
De donde viene que en la Argentina hambrear a
sus soldados, pagarles sueldos miserables con papel de diario y a
destiempo, no es un hecho enteramente casual, sino toda una Política
de Estado.
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¿Dónde
fue el dinero del Banco?
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El
Banco inició sus operaciones con liberalidad: al instalarse en
febrero de 1826 hubo créditos por 1.145.986 pesos, en abril por
3.599.266, no obstante la prohibición de emitir más papel que su
existencia de efectivo en caja.
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Como
a causa del bloqueo brasileño se habían encarecido las mercaderías
extranjeras, se presentó la oportunidad de dar impulso a la
industria nativa. Los ingleses vieron con recelo esta posibilidad:
"En algunas provincias -informa Parish a Canning el 30 de mayo
de 1826-, han sido compradas grandes cantidades de mercaderías
nativas para ser vendidas a altos precios en Buenos Aires".
Rivadavia "en vista de la situación"faculta al directorio en julio a restringir los créditos
prestándose solamente a los accionistas. Los créditos se
restringen: en agosto quedan reducidos a la mitad ($1.563.000). Los
accionistas, solos beneficiados, sacan dinero pretextando las
empresas más ilusorias: granjas en Santa Fe, compañías de
construcciones, exportación de yerba mate a Liverpool
que dejan sospechar una finalidad de agiotaje.
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El
gobierno también saca dinero con facilidad: es comprensible que lo
hiciera, pues se estaba en guerra con Brasil, pero sólo en mínima
parte se empleó el dinero en esta guerra internacional. No se
modernizaron los armamentos, ni renovó la escuadra y no pasó de
medio millón la cantidad
girada al ejército que, no obstante, no pudo pagar los sueldos
atrasados de un año en junio de 1827. La mayor cantidad fue
gastada en proyectos de obras públicas: el canal entre los Andes y
Buenos Aires, alumbrado público en San Nicolás, ensanche de las
calles de la capital, canal en San Fernando, instalación de una
fuente de bronce en la plaza de la Victoria, jardín botánico,
etc., o fundaciones de prescindible urgencia como escuelas de niñas
en la campaña, provisión de útiles y creación de nuevas cátedras
en la Universidad, un museo de "geología y aves del país",
etc. Poco de eso pasó de proyecto, pero los pesos sacados del Banco
no se devolvieron. Y estas, más otras por el estilo, son las loas
que se cantan al “progresista” gobierno del “más grande
hombre de la tierra de los argentinos” según don Bartolomé
historiador.
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En
realidad iban al Ejército
Presidencial que impondría al partido unitario en las
provincias federales
(el Ejército de la Civilización).
Como los "adelantos" del Banco eran a interés
compuesto, Rivadavia dejó en julio de 1826 la presidencia con una
deuda sideral: más de diez millones de pesos, dos veces el capital
nominal del Banco.Pero como ésta es plata que paga el pueblo con su sudor, no se
contabiliza y consecuentemente, las profesoras de historia no se lo
cuentan a los niños y jóvenes, porque si bien existió, en
realidad no existe, al ser contraída por un prócer de la talla
majestuosa de Rivadavia. Y si se lo contaran, los echarían sin
piedad.
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Dividendos
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No
obstante el saqueo al Banco (muy superior al que hicieron los
ingleses en 1806), las asambleas de accionistas seguían votándose
jugosos dividendos. El primer ejercicio distribuyó el 12 %. Claro
que sólo se dio a los accionistas particulares, pues los beneficios
correspondientes al gobierno eran descargados en su cuenta:
"Sin esta ficción de pago -dice Casarino- no habrían podido
cobrar los accionistas (particulares) las cuotas declaradas por una
razón simple: la falta de fondos".
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Corrupción
e imperialismo
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Los
liberales créditos facilitaron numerosas operaciones de agio. Era
un negocio dejar un pagaré en la ventanilla de descuentos, recibir
billetes de papel en la de pagos y cambiarlos por oro en la de
conversiones. En primer lugar para los que podían exportar el oro a
Londres valiéndose de la valija diplomática del complaciente Cónsul
General inglés. Y también para quienes estuvieran en el secreto de
la inevitable inconversión, lo guardaran en su casa para revenderlo
a los tres meses cuadruplicando su valor en pesos, levantaran el
pagaré embolsándose la diferencia entre el valor de compra y el
valor de venta del metal. Fue el negocio por excelencia de los
amigos del gobierno y del Banco. Y como el oro tendría que subir
cada vez más, el negocio podría continuarse aún comprando el oro
a mayor precio en el mercado libre, que siempre se revendería en
ganancia. Todo estaba en la influencia para obtener crédito, que
acabó como hemos visto otorgándose solamente a los accionistas. Y
si alguna vez se producía una inesperada baja del metal como ocurrió
en febrero de 1827 por las también inesperadas victorias argentinas
de Juncal e Ituzaingó siempre quedaba el recurso de presentarse en
convocatoria y obtener del Banco acreedor la carta de pago mediante quitas
y esperas autorizadas por la ley.
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El poder corruptor del Banco en la clase social que dominaba
la política fue terminante. Al discutirse el 25 de septiembre el
proyecto de Constitución que quitaba el voto a los peones,
jornaleros y soldados "porque se dejaban influir en las
elecciones", Dorrego diría cosas muy ciertas y muy valientes:
"¿Quién queda? -preguntaba
el brioso líder federal y tal vez el auténtico Libertador que
hemos tenido-... queda cifrada en un pequeño número de
comerciantes y capitalistas la suerte del país... Entonces sí
que sería fácil influir en las elecciones. Porque no es fácil
influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción
de capitalistas. He aquí la aristocracia del dinero: y si esto es
así, podría ponerse en giro la suerte del país y mercarse...
Hablemos claro: el que formaría las elecciones sería el
Banco".
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La
institución fue un instrumento dócil en manos de Ponsonby, como no
podía menos de serlo. Por su intermedio la guerra con Brasil se
concluyó como quería Inglaterra. En 1828 Dorrego (encargado de las
relaciones exteriores desde el año anterior) no encontró apoyo en
el directorio para seguir la guerra y estuvo obligado a la paz.
Ponsonby pudo escribir a Lord Dudley aquellas palabras famosas:
"No vacilo en manifestar a Ud. que yo creo que Dorrego está
ahora obrando sinceramente en favor de la paz... a ello está
forzado... por la negativa de proporcionársele recursos salvo
para pagos mensuales de pequeñas sumas".
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Entre
1827 y 1829
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Rivadavia,
que había renunciado a la presidencia el 27 de junio, dejó el
cargo el 3 de julio en medio de un tremendo caos político, diplomático,
moral y financiero. No quedaba en caja ni una onza de oro, ni un
peso de plata ni un billete de papel: quedaban deudas. Solamente
deudas. El gobierno de López y Anchorena que lo sustituye toma
medidas drásticas: suspende las obras públicas, suprime la mitad
de los empleados, anula los giros librados por el ministro Carril
después de renunciar, y también prohíbe las exportaciones de oro,
pese a las protestas de Ponsonby,
y las nuevas emisiones de papel.
La circulación quedó estabilizada en diez millones. Dorrego
mantiene ambas prohibiciones y sigue una política austera en la
hacienda pública. Sus dos objetivos son: restablecer en la Convención
de Santa Fe la unidad nacional que paradójicamente los
"unitarios" habían quebrado llevando la guerra civil al
interior, y con el apoyo provincial seguir las hostilidades contra
Brasil. El peso, que llegará a 70 en octubre (de 1827), empezará
lentamente a recobrarse: estará a 49,5 en mayo de 1828 y a 46,5 en
noviembre en vísperas de la revolución unitaria.
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Dorrego
quería seguir la guerra con Brasil, pero Ponsonby es el dueño del
Banco. Escribe a Dudley el 1-1-28: "... mi propósito es
conseguir los medios de impugnar al coronel Dorrego si llega a la
temeridad de insistir en la continuación de la guerra".
Pero Dorrego se afirma y tiene popularidad. El 9 de marzo de 1828,
Ponsonby escribe nuevamente a Dudley "es necesario que yo
proceda sin demora a obligar a Dorrego a hacer la paz con el
emperador (...) no sea que esta república democrática en la cual por su esencia no puede haber cosas
semejantes al honor, suponga que puede hallar medios de servir
su avaricia y su ambición".
La avaricia y la ambición consistían en proceder con
sentido nacional. Y el 5 de abril de 1828 puede informar a Dudley
que habría paz, como dijimos pues Dorrego está forzado por la
"negativa de facilitarle recursos, salvo para pagos mensuales
de pequeñas sumas". No obstante, preparó las cosas para
voltear a Dorrego, aunque por tener que irse de Buenos Aires en
agosto no podrá asistir a su caída y fusilamiento, logrados
gracias a la ayuda del Banco que adelantó los sueldos del ejército
de línea. Rosas escribía a López a los doce días de su
estallido, explicando la causa del éxito inicial revolucionario:
"El señor gobernador, a pesar de lo que trabajaban los
enemigos, tenía en manos de estos los principales recursos que son
las armas y el Banco (...) Sólo creo que están con ellos (los
revolucionarios) los quebrados y agiotistas que forman esta
aristocracia mercantil"[37].
Lo repetiría en 1836 al
cerrarlo: "En combinación con ese establecimiento (el Banco)
se fraguó el motín del 1º de diciembre y con él se contó; como
lo ha acreditado la experiencia, para pagar el asesinato del jefe
del Estado y un ejército de sublevados que creían volver a dominar
la República"[38].
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La
primera medida tomada por el Cóndor Ciego, Lavalle, al pronunciarse
contra Dorrego, fue permitir nuevamente la libre emisión: en
febrero circularon 14 millones de billetes[39].
Por supuesto el oro saltó a 60 en diciembre; 63 3/8 en enero
y llegaría a 100,5 en octubre con regocijo de los especuladores. El
directorio se deshizo del escaso metálico conservado (320 onzas y 5
mil macuquinas) porque "esa cantidad es insignificante para
garantir el papel circulante.”[40]
Ya no quedó una moneda de oro en el país[41].
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Muy
contentos los accionistas se votaron un 15,5 de beneficios[42].
FINAL
DEL CAPITULO II
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