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.Rivadavia y el
 Imperialismo financiero
(Cont. 16)

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CAPITULO VI

LA RIO DE LA PLATA
MINING ASSOCIATION  

 

El viaje a Londres (1824)

 

  El 24 de noviembre de 1823 Rivadavia, ministro de Gobierno de Martín Rodríguez en Buenos Aires, daba un decreto autorizándose "para promover la formación de una sociedad en Inglaterra destina a explotar las minas de oro y plata que existen en el territorio de las Provincias Unidas". Como Buenos Aires carecía de minas, el decreto aclaraba que "las bases de la sociedad se han de presentar previamente para recabar que sean aprobadas por los gobiernos a quienes interese". El ministro porteño,  constituyéndose en gestor oficioso de las ausentes provincias mineras, se designaba a sí mismo para "introducir en ellas un capital considerable proveniente del exterior" a fin de "remover los inconvenientes que retardan el arribo del país al destino que le está asignado"[1].

 

El mismo día -24 de noviembre- Rivadavia escribe a Hullet Brothers, de Londres, con quienes estaba en relaciones comerciales desde su estada en Inglaterra entre 1815 y 1821: "En los términos que juzguen mas convenientes promuevan y lleven a entero efecto la formación de una Sociedad que, disponiendo de un capital proporcionado, se emplee en la explotación de Las minas situadas en los territorios de las Provincias Unidas del Río de La Plata"[2]. En febrero (de 1824) remite a Hullet algunos datos sobre los minerales de la zona andina; y tal vez para allanar la gestión designa el 7 de abril a John Hullet, socio principal de la Casa, Cónsul General de las Provincias Unidas en Londres con tres mil libras de sueldo. Patente consular que no aceptaría Canning por razones de ética diplomática[3], por cuanto él considera que es un soborno.

 

En mayo de 1824 es elegido gobernador Las Heras, que ofrece a Rivadavia la permanencia en el despacho de Gobierno. Pero no acepta porque quiere irse a Londres; tal vez le interesaría vigilar la contratación del empréstito, y además Hullet lo llama desde Londres pues considera que su presencia en la City daría impulso a los proyectos de compañías de minería, obras públicas y colonización en trámite. Las condiciones para lanzar empresas destinadas a la explotación de las riquezas del Nuevo Mundo eran del todo promisorias en el risueño año bursátil londinense de 1824. Solicita Rivadavia de Las Heras, en consecuencia, a cambio del ministerio de Gobierno, el nombramiento de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de las Provincias Unidas en Inglaterra y Francia tal vez para realce de su gestión financiera. Pero dos circunstancias formales se oponen: aunque estaba resuelta a hacerlo, Inglaterra no había reconocido aún la independencia Argentina, y Francia no lo haría hasta 1830; y además sabíase que el carácter diplomático del agente inglés a nombrarse en el Plata sería como Encargado interino de Negocios (dándose al Cónsul Parish), y por lo tanto no correspondía un rango mayor al argentino a designarse en Londres. Pero todo encontró arreglo: Las Heras mandaría el nombramiento apenas las Provincias Unidas fueran reconocidas por Jorge IV, y Rivadavia allanaría en Londres, a través de la masonería, el inconveniente de poseer una jerarquía diplomática inusitada.

 

Se embarca en Buenos Aires el 26 de junio "con la convicción invencible -escribe al despedirse- de que con ello proporcionaba a su patria oportunos y fecundos bienes"[4]. El 6 de septiembre llega a Liverpool, recibido por John Hullet que lo acompaña a Londres. Cuatro años atrás Rivadavia ambulaba desconocido por sus calles, pero ahora volvía hecho un personaje: el Times de ese día -7 de septiembre- hace la biografía del ilustre viajero, elogia su "sabia administración y la confianza que inspira su país" y formula votos para que su estada en Inglaterra "produjera el mayor bien para su país”[5]; Sun, del mismo día, describe al mulato como el gobernante ideal para Buenos Aires por sus equilibradas prendas: "es grave en su porte, pero es atento e inteligente; amante racional de la libertad sin dejar de respetar el poder supremo; espíritu animado por el patriotismo, pero suavizado por la discreción"; de su talento y honestidad podían esperar mucho los ingleses, pues venía a Londres a promover "los verdaderos intereses de su país, sin miras personales o deshonrosas".

 

No parece asombrarse Rivadavia por el extraño estrépito de la prensa londinense en su entorno. Lo acepta con serenidad como el correspondiente a su importancia personal y política, o sabe ponerse con impavidez a la altura del personaje inflado por los diligentes clerks  al servicio de la Casa Hullet en columnas pagadas a tanto la pulgada. Es conjeturable lo primero. Si en los seis años de su estada anterior no había merecido una línea del Times o el Sun, ahora volvía a Londres revestido de grandísima importancia: había sido Premier de su patria, introducido en ella las instituciones políticas sajonas y el capital británico, y su genio acababa de revelarse a ambos mundos en la parte considerativa de sus enciclopédicos y cotidianos decretos del Registro Oficial. Los ingleses, hombres sensatos, ahora lo valoraban en su justa, medida: en Londres se respiraba una atmósfera de comprensión mientras sus paisanos de Buenos Aires, envidiosos y pequeños, no le habían dado la consideración debida. Nadie es profeta en su tierra.

 

La "Rio Plata Mining Association"

 

Mientras llegan de Buenos Aires las credenciales de sus respectivos cargos diplomáticos, Rivadavia y Hullet se ocupan de negocios productivos. Forman una sociedad de un millón de libras de capital -Rio Plata Mining Association - para explotar "todas las minas de las Provincias Unidas del Río de la Plata". Se constituye el directorio provisional con Rivadavia de Presidente con 1.200 libras de sueldo; y el 4 de diciembre, por escritura formal, John Hullet "cesionario del poder" que el 24 de noviembre de 1823 el ministro Rivadavia había otorgado al ciudadano Bernardino Rivadavia, lo transfiere a su vez a Bernardino Rivadavia, Presidente del Directorio de la Mining Association previo pago - por la Association - de una prima o bonus de 30.000 libras esterlinas[6].

 

Ya estaban cumplidos los requisitos legales, y obtenida la concesión de las Provincias Unidas podían lanzarse a la bolsa las acciones de la entidad concesionaria de la riqueza minera Argentina. Solamente faltaba un detalle que seguramente pasó inadvertido: tener la "aprobación" de los gobiernos provinciales donde hubiera minas como lo pedía el decreto del 23 de septiembre. Rivadavia tal vez habrá asegurado que a su regreso a Buenos Aires subsanaría la omisión.

 

Entre el 4 y el 24 de diciembre de 1824 se lanzan las acciones a la bolsa. Previamente circula profusamente entre los ahorristas ingleses un prospecto sobre las enormes riquezas minerales argentinas, especialmente del cerro Famatina en La Rioja.

 

Eran cosas fabulosas "dignas de la imaginación de Disraeli" dice Ferns recordando que el futuro Lord Beaconsfield trabajaba por entonces en la redacción de prospectos semejantes[7]:"Podemos afirmar sin hipérbole –dice- que (las minas del Famatina) contienen las riquezas mas grandes del Universo. Voy a probarlo con una simple aserción de la que dan fe miles de testigos: en sus campos el oro brota con las lluvias como en otros la semilla (…) las pepitas de oro,  grandes y pequeñas, aparecen a la vista cuando la lluvia lava el polvo que cubre la superficie (…) Después de una lluvia algo fuerte, una señora encontró a pocas yardas de su puerta una mole de oro que pesaba veinte onzas; otra, al arrancar unas matas de pasto de su jardín, descubrió en las raíces una pepita de oro de cuatro onzas (…)Cuando se barren los pisos de las casas o se limpian los establos, siempre se encuentra más o menos oro confundido entre el polvo (…) Estos casos ocurren tan frecuentemente que exigiría mucho detallarlos"[8].

 

Estas afirmaciones eran corroboradas por el Ministro Plenipotenciario -que acaba de ser Premier en su país e inspiraba "confianza" como decía el Times- agasajado en banquetes y recepciones por el mundo bursátil y bancario de la City con resonancia diaria en la prensa.

 

 Produjeron su comprensible resultado: las acciones de la Mining se cotizaron a 25 puntos por arriba de la par en la fecha de su lanzamiento[9].

 

 

El “boom” londinense de 1824-25

 

No era de extrañarse el éxito de la Mining.  En esos años se escribía, se hablaba, se hacía una propaganda enorme de las riquezas naturales de Hispanoamérica, sin explotar hasta entonces por la incuria de los españoles y nativos, que acababan de abrirse al capital civilizador británico. Las leyendas de Eldorado y de la ciudad de los Césares resurgían como en los años  de los galeones españoles y las aventuras de los piratas Cavendish y Francis Drake.

 

El Times, el Sun, los periódicos todos pagos por City, exaltaban las fabulosas riquezas de América española ofrecida otra vez a la conquista británica. Una locura colectiva tomó a los inversores londinenses como en los tiempos de la Compañía de los Mares del Sur cincuenta años atrás. Todos quisieron hacerse ricos de la noche a la mañana sin alejarse de las comodidades de la ciudad; la fiebre de especular quemó a príncipes, aristócratas, políticos, funcionarios, abogados, médicos, poetas, eclesiásticos, filósofos, jóvenes, mujeres casadas y viudas, que se precipitaron a colocar su dinero en empresas de las que nada conocían, a no ser el nombre"[10]. Se lanzaban en la bolsa acciones de las compañías más absurdas: para perforar el canal de Panamá, pescar perlas en Colombia, llevar a la Argentina muchachas escocesas que ordeñaran el ganado nativo, construir edificios de lujo en Buenos Aires – por ejemplo la Rio Plata Building Association-, otra genialidad de Hullet Brothers - colonizar las tierras vírgenes de la pampa- la Agricultural Rio Plata Association de Barber Beaumont, en la cual anduvieron entreverados Félix Castro y Sebastián Lezica-.

 

Pero los negocios mineros tienen la primacía: para Méjico se forman la Anglo-Mexican y la Real del Monte a fin de explotar concesiones del progresista gobierno de Guadalupe Victoria; en el Pacífico y Perú, la Chilean and Peruvian Mining Association para buscar yacimientos auríferos en la falda occidental de los Andes. La conversión de la Deuda Inglesa del 5 % y 4 %, al 4 y 2 1/2 % respectivamente, por un total de 215 millones de libras, había dejado disponible mucho capital que se canalizó hacia los prometedores papeles sudamericanos: las acciones de compañías y títulos de empréstitos eran literalmente arrebatadas por el publico; las de la Anglo-Mexican se cotizaban a 127 puntos sobre la par el día de su lanzamiento; las de Real del Monte a 350 puntos[11].

 Claro que no todo era fiebre y locura. Había, como siempre ocurre, especuladores fríos que atizaban el entusiasmo colectivo y serían los únicos en recoger ganancias fabulosas con las perlas de Colombia, ordeñadoras escocesas en Santa Fe y oro que fluía con la lluvia del Famatina. El negocio estaba en gestionar la llegada a Londres de algún personaje sudamericano, inflarlo con artículos del Times y del Sun, agasajarlo y hacerlo agasajar con gran estrépito de propaganda en almuerzos, cenas y recepciones de los distintos clubes de la City, y escribirle discursos sobre la gran riqueza sudamericana por algún clerk hábil, distribuirlos luego como provenientes del personaje. Rivadavia, orgulloso de su gran importancia, se prestaba a todo. Su satisfacción era enorme y desbordante "negado en su patria -dice su biógrafo Piccirilli al mencionar la recepción que se le hacía en Londres- el extranjero reconocía sus virtudes"[12].

 

Y acto seguido se formaba la compañía, claro es con el sudamericano en la presidencia: serviría como certidumbre de las prometidas riquezas y de "chivo expiatorio" cuando llegara la inevitable desilusión y bancarrota. Sin darse cuenta, el indiano se dejaba deslizar por la pendiente de la estafa bursátil: transfería a banqueros hábiles concesiones, instrucciones y recomendaciones de validez relativa, y éstos - de por medio una gruesa suma como bonus- la transferirían a su vez al mismo indiano, a quien habrían hecho presidente de la compañía[13].

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Bibliografía, notas y comentarios  
  • [1] Nueva Recopilación de Leyes y Decretos de la Provincia de Buenos Aires, 1810, 1876 (Buenos Aires, 1877), Tomo II, pág. 440.  

  • [2] Documentos para la Historia Argentina (Universidad de Buenos Aires), Tomo XIV, pág. 372. 

  • [3] “No puedo admitir por razones públicas ni por sentido común -escribe Canning a Woodbine Parish el 19-11-1824- que un inglés de profesión comerciante tenga comunicaciones políticas como Agente de un Estado extranjero (…) Por consideración hacia el señor Hullet, como por el crédito del gobierno que lo envía, debe tenerse cuidado con las fluctuaciones de los títulos públicos sudamericanos que tienen lugar cuando llegan comunicaciones del Río de la Plata. No debe haber suspicacias de que una casa de comercio tiene ventajas sobre las otras por el carácter político de sus socios" (F.0. 6/2), Webster, Tomo I, pág. 176. 

  • [4] Piccirilli, Rivadavia y su tiempo, Tomo II, pág. 89. Comenta este biógrafo: "El arribo de capitales extranjeros seria un nuevo eslabón para estrechar a los pueblos en la obra nacional (…) (Rivadavia) iba en busca del calor definitivo para sazonar la fruta del árbol cargado de yemas; iba en pos del último aliento para volcarnos la civilización de Europa en el Plata".

  • [5] Transcriptos por Piccirilli, Tomo II, pág. 287 y 288. A título meramente ilustrativo debe decirse que Hullet había sido agente de Rivadavia para "distribuir 300 libras esterlinas a fin de influir sobre los papeles públicos de esa capital en favor de la causa de América" (Rivadavia a Hullet, el 12 de septiembre de 1821. Documentos  para la Historia  Argentina, Tomo XIV, pág 47). Y el 20 de julio de 1825 retiraba seis mil libras de los fondos del empréstito "para gastos" de la misión de Rivadavia en Londres. 

  • [6] F. B. Head, “Reports relating to the failure of the "Rio Plata Mining Association" (Londres, 1827), pág 144. Ver más adelante "impugnación a la respuesta". 

  • [7] H. S. Ferns, Britain and Argentine in the nineteenth century (Oxford, 1960), pág. 135. Después de expresar este juicio, y recordar el trabajo que por entonces hacía Benjamín Disraeli en la City como "clerk" de agentes financieros, dice Ferns "que no hay evidencia suficiente para atribuirle a Disraeli el prospecto de la compañía Argentina de minas". Hay sin embargo, una presunción grave, precisa y concordante, que Disraeli conoció a Rivadavia en 1825 y fue el posible autor del imaginativo proyecto. E1 personaje "Popanilla" de su novela de 1828 Capitain Popanilla travels es una cruel caricatura de nuestro hombre público, y su novela una sátira de las costumbres bursátiles del Londres de 1825 (ver nota 13).

  • [8] Sir Francis Bond Head, Reports . . . , reproducidos por J. A. Barber Beaumont, Travels . . . (traducido al español con el titulo Viajes por Buenos Aires, etc..., pág. 159).

  • [9] Head y Beaumont ya citados. La cotización en El Nacional (de Buenos Aires) del 24 de febrero de1825, reproducido por David Peña, Juan Facundo Quiroga (edición 1953), pág. 101..

  • [10] Tougan Baranowsky, Las crisis industriales en Inglaterra (repr. por J. M. Rosa, Defensa y pérdida…, pág. 98, 3º ed.). 

  • [11] Annual Register, de 1825.

  • [12] Piccirilli, Tomo II, pág. 286. 

  • [13] He dicho en una nota anterior que Benjamín Disraeli debió conocer a Rivadavia entre 1824 y 1825 por la semejanza entre el personaje "Popanilla" de Capitain Popanilla travel (Londres, 1828), una de sus novelas fantásticas, y el Presidente de la Mining Rio Plata Association. Aquél parece la caricatura de este. Nadie, que yo sepa, ha advertido esta similitud en las novelas del futuro Lord Beaconsfield. En verdad éstas se leen poco. Y en general nuestros liberales leen poco o casi nada, repiten mucho y copian todo lo que pueden. Quienes lo hacen desde la crítica literaria no han oído hablar jamás de Rivadavia, y los historiadores que conocen a Rivadavia, ignoran a Disraeli. Simplemente porque, castrados como son, no se les ocurre que estando en Londres fueron incapaces de verse. Así como se les ha olvidado que mientras se hacían todas estas “negociaciones” residía en Inglaterra nuestro Libertador, el General San Martín. Que no digo haya estado en el frangollo. No. Porque los historiadores nos han dicho que San Martín y Rivadavia estaban peleados a muerte. De manera que de un tiro matan dos pájaros: se explica la actitud incomprensible de San Martín para con su esposa moribunda en San Isidro, y que el Benemérito de la Patria no estuvo enroscado en este estofado. Pero sabemos muy bien que Rivadavia y San Martín no estaban peleados. Una sola prueba: los amigos comunes de Rivadavia eran los amigos comunes de San Martín. Haber cómo demuestran ahora que esto no fue cierto. Popanilla es un salvaje que vive en Fantasía, isla paradisíaca del Mar del Sud donde el amor, el vino, el baile y las canciones constituyen la única ocupación. Un día encuentra en la playa unos libros de economía política, restos de un naufragio, y resuelve instruirse. Le toma mareo de erudición económica que le hace despreciar a los suyos por bárbaros. Como lee en Bentham que "lo bueno es lo útil", no encuentra "utilidad" en el amor, el vino o el baile. Se empeña en enseñar a los suyos la filosofía utilitaria y la economía política; los reúne para convencerlos de talar los bosques milenarios de la isla para "descubrir la utilidad de la madera", matar los elefantes para exportar sus colmillos y hacerse relaciones comerciales con el exterior. Sus palabras entristecen y aburren a los suyos, pero un grupillo de jóvenes lo toma en serio y practica la "utilidad". Hasta que el rey de la isla resuelve cortar por lo sano echando al mar a Popanilla. Las olas lo llevan a Incalaperra (una Incalaperra imaginaria) y desembarca en Londres (un Londres fantasioso) donde su figura rechoncha, tez bronceada de mulato cuarterón y acento exótico mueven a la curiosidad. Unos malandrines que lo encuentran en el puerto resuelven sacarle provecho: lo bañan, perfuman, visten y calzan, presentándolo como "el Príncipe Popanilla, Ministro Plenipotenciario de la República de Fantasía". Le hacen reportajes, dibujos, cuadros y esculturas, donde es presentado en todas las posturas imaginables. Será "el mas elegante de los salvajes, y el mas salvaje de los elegantes". Le dan banquetes hasta embriagarlo, y hacen hablar de las enormes riquezas de su isla que sólo esperan el capital civilizador británico para ser útiles a la humanidad. Un secretario le escribe un libro con su retrato en la portada teniendo "los Andes con sus minerales maravillosos de fondo (sic). Acto seguido los aprovechados empresarios "forman grandes compañías para explotar las minas de Fantasía, colonizar los desiertos, industrializar las rocas de coral”; de todas Popanilla es elegido Director; entre ellos un Banco "que ofrece halagadores dividendos". La locura cunde: todos se precipitan a comprar acciones en las compañías de Popanilla; la especulación enriquece a todo el mundo; "los pobres pasan a ser ricos, y los ricos se retiran riquísimos de los negocios". Se prepara una expedición de 500 buques para llevar a Fantasía "máquinas, predicadores, tejidos, medias, periodistas, cantantes de ópera, ingenieros de minas, cajas de rapé, franelas, agricultores, ordeñadoras" (y sífilis digo yo), en fin, lo necesario para civilizar la tierra salvaje y de paso extraer una gran ganancia. Popanilla la despide con un discurso (¿habrá sido a lo Mitre?), donde dice pensamientos admirables: "La naturaleza no existe: la naturaleza es el arte, o el arte es la naturaleza. Lo más útil es lo más natural, porque la utilidad es todo. Una máquina de vapor es más natural que una montaña". La expedición no encuentra la fabulosa isla. Fantasía no existe: no existen las minas, los arrecifes de coral, los bancos de descuentos, las tierras fértiles. Todo estaba en la imaginación de Popanilla. Las compañías quiebran, la multitud se amotina, el ídolo se derrumba; cierran los bancos, todos vuelven a ser pobres, más pobres que antes. Popanilla es encarcelado y condenado a muerte. Por supuesto sus empresarios han desaparecido con el dinero de los accionistas. En el momento de ejecutarse la sentencia, surge un obstáculo legal: Popanilla ha sido reconocido como Ministro Plenipotenciario de Fantasía (aunque jamás presentó carta de tal), y los diplomáticos están fuera de las leyes. Solamente puede expulsárselo ignominiosamente. Tal el Viaje del Capitán Popanilla donde Disraeli se burla de la fiebre de especulación en el Londres de 1824 a 1825, que conoció de cerca por haber inflado como clerk los "prospectos" de las maravillosas riquezas sudamericanas (aparte de sacarle el jugo a la novelita). Ignoro si Rivadavia leyó alguna vez esa novela. No la tenía en su extensa biblioteca; no tenía un solo libro de Disraeli (a lo menos no figura en el inventario), como si el autor le despertase animosidad. Tarea para el lector: habiendo hecho este paralelismo, haga usted el de Popanilla con el  ministro Cavallo (que en italiano quiere decir Caballo). Y, ¿cuántos Popanillas tuvo la Argentina en casi 200 años de historia?