Las
minas del Famatina
Sin
que el oro aflorase con las lluvias, ni las pepitas rodasen de los
cerros para obstruir los patios riojanos, las minas del Famatina
eran las mejores sino las únicas explotables de todo el territorio
Argentino. Su riqueza
estaba en la plata más que en el oro.
En
1821 el gobernador Nicolás Dávila emitía "monedas de cordón"
con la plata del cerro; poco después don Baltasar Agüero
autorizado por el gobierno provincial, acuñaba monedas de mejor
calidad; el 15 de agosto de 1824 fundaba la Casa de la Moneda
con el respaldo de un pequeño patrimonio familiar. Como se hacía
necesario poseer maquinarias modernas y contratar técnicos, Agüero
amplió su empresa familiar con algunos capitalistas riojanos
(Moral, Luna, Carreño, Villafañe) y otros de Buenos Aires, creando
el Establecimiento de Casa de Moneda sociedad por acciones.
No tenía la concesión de todas las minas del Famatina, pues
Facundo Quiroga en sociedad con Gabriel Ocampo trabajaba otras. En
febrero de 1825 se unifican ambas empresas en la entidad Directores
y accionistas de La Casa de Moneda y Mineral de Famatina, con
500 mil pesos plata de capital. Aunque no podía alarmar el decreto
porteño del 22 de noviembre de 1823 a la Casa de Moneda,
pues su derecho sobre el Famatina emanaba de una legítima concesión
provincial y la compra de los derechos de los antiguos propietarios
de minas, por las dudas el diputado de La Rioja en el Congreso
Nacional -el coronel Ventura Vázquez, ligado a la empresa criolla-
llevó precisas órdenes de "no aceptar resoluciones que
alteraran las tomadas por el gobierno y Junta de representantes de
La Rioja acerca del establecimiento de la Casa de Moneda y
Mineral".
El
Congreso Nacional había empezado sus sesiones con la ley-pacto
llamada Ley Fundamental, el 23 de enero de 1825, que limitaba
en forma precisa sus atribuciones: "Por ahora y hasta la
promulgación de la Constitución que ha de reorganizar el estado,
las provincias se regirán interiormente por sus propias
instituciones (art. 3º); la Constitución que sancionare el
Congreso será ofrecida a la consideración de las provincias, y no
será promulgada ni establecida en ellas hasta que no haya sido
aceptada (art. 6º) . Y esto fue una garantía para la Casa
de Moneda.
Al
tiempo de unificarse las empresas riojanas -principios de febrero de
1825-, estas resuelven la compra de maquinarias y contratación de técnicos
en Alemania. Nada parecía turbar el negocio cuando el 20 de ese mes
(febrero de 1825) se sabe en Buenos Aires que Rivadavia acababa de
fundar en Londres una compañía de cinco millones de pesos (un millón
de libras) para explotar, precisamente, el mineral del cerro de
Famatina. Y lo que era más grave, que la Casa Hullet había
transferido a esa sociedad una “autorización" sustituida por
Rivadavia y proveniente del gobierno provincial de Buenos Aires, que
le permitía "disponer de todas las minas de las Provincias
Unidas"
Los
periódicos Nacional y Mensajero (redactado este última por
el joven Valentín Alsina), órgano del partido rivadaviano, se
lanzaron a una campaña a favor del capital inglés y violenta
oposición a la Casa de Moneda: El Nacional, al dar
con gran bulla la información de haberse creado la Mining
londinense por los desvelos de Rivadavia dice: "El crédito
que han dado a Buenos Aires no sólo su atribuciones, sino también
el buen orden que ha prevalecido en este pueblo durante los últimos
cuatro años", condena a "la banda de aristarcos
perpetuos" (los capitalistas de la Casa de Moneda) que
"no producían bien real al país", advirtiendo al público:
"no supongan que este establecimiento (la Mining) tiene
tendencia a recolonización como han tenido la sandez de suponer
algunos respecto a los tratados celebrados con la Nación Británica
bajo los principios de la estricta reciprocidad
(…) en Méjico ya esta en ejercicio una sociedad igual de minas
que con grandes ventajas para el país esta explotando las minas por
capitalistas y operarios británicos”.
Al
día siguiente - 21 de febrero- los apoderados en Buenos Aires de la
Casa de Moneda, escriben a Rivadavia a Londres a fin de
disipar equívocos y llegar a un acuerdo con el poderoso hombre público
porteño: expresan que su compañía, la Casa de Moneda, posee un título
perfecto sobre las minas del cerro "adquirido a costa de
mucho sacrificio y compromisos por los trabajos que tenemos en
planta y por los que hemos promovido", y en consecuencia se
han sorprendido de "los contratos que a nombre de este
gobierno (de Buenos Aires) han hecho los señores Hullet con una
compañía de esa capital (la
Mining) y en los que la persona de usted (Rivadavia) ha
intervenido muy activamente". En la esperanza de "conciliar
las ideas que usted se haya propuesto
(…) que siempre ha protegido los proyectos que favorecen a los
hijos de país", le solicitaban rectificase el error
cometido y concurriera con su ayuda y consejo al desenvolvimiento de
la sociedad riojanaNo se trataba de un
error de Rivadavia; ya sabía éste, en Londres, la existencia de la
empresa Argentina desde antes de firmar el contrato de cesión de
derechos a la Mining: el 1º de diciembre (de 1824) , tres días
antes de transferirse el poder de Hullet a la compañía presidida
por Rivadavia (que se hizo el 4 de diciembre) , John Hullet remite
el proyecto de transferencia al directorio provisional de la Mining
con la advertencia a Rivadavia de que un "Mr. Kinder esparce
voces de que está bien asegurado que la Association no recibirá la
sanción de la ley en
Buenos Aires"Pero Rivadavia pasó
por alto al Mr. Kinder; tal vez confiaba en su influencia para que,
en definitiva el Congreso Nacional diera el Famatina a la Mining
no obstante la concesión provincial a la Casa de Moneda.
Los
mineros en la Argentina
El
1º de julio (de 1825) llegan a Buenos Aires en un buque fletado por
Hullet ingenieros de minas, obreros mineros y maquinarias para el
laboreo. La Casa Lezica, a quien venía consignado, se dirige a Las
Heras -gobernador de Buenos Aires y Encargado del Poder Ejecutivo
Nacional por la Ley Fundamental- solicitando "recomendaciones"
a los gobernadores de provincias, especialmente las andinas, para
que los mineros viajasen a sus destinos, y sobre todo que "de
acuerdo al artículo 3º de decreto de 24 de noviembre de 1823,
procure el Congreso la sanción de las bases de dicha sociedad y la
modificación de los reglamentos de trabajos de minas conforme a lo
Solicitado por los señores Hullet".
Las Heras no se dejó envolver; proveyó: "Expídanse
las cartas de recomendación que se piden, y contéstese que por la
Ley Fundamental del 23 de enero último, sólo a los gobiernos de
las provincias respectivas toca hacer aprobar o modificar los
contratos, y variar los reglamentos de minería".
El
jefe de los mineros - capitán Francis Bond Head - debió torcer el
gesto al encontrarse que la empresa, no solamente no era dueña de
las concesiones por las cuales habíase pagado en Londres un bonus
de 30.000 libras esterlinas, sino que el gobierno nacional, donde
decíase con influencia Rivadavia, nada tenía que ver con la
jurisdicción sobre las minas. Informa la extraña novedad a Hullet
sugiriendo la presencia de Rivadavia en Buenos Aires para disipar el
"mal Entendido".
Mientras llegaba el patricio, Head recorre las zonas de Córdoba,
Mendoza, San Juan y La Rioja: en Córdoba no encuentra yacimientos
mineros, en Mendoza le parecieron pobres y además los halla
otorgados a la empresa del Famatina.Habla
en La Rioja con Facundo Quiroga, representante local de la Casa
de Moneda, que no le pareció hombre dispuesto a acatar la
influencia de Rivadavia. Solamente en San Juan, el gobernador
Salvador María del Carril había puesto a disposición de la Mining
la totalidad de las minas provinciales por decreto: pero éstas
no parecían nada famosas. En ninguna parte (ni en el Famatina)
encuentra la abundante riqueza prometida en los prospectos
londinenses.
Vuelve
a Buenos Aires a esperar a Rivadavia, cuyo arribo se le anuncia para
octubre (1825).
El
"Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario"
En
mayo de 1825, Ignacio Núñez, amigo y secretario de Rivadavia,
llega a Londres con el nombramiento de Rivadavia de Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante las cortes de
Londres y París, el suyo como Secretario de Legación, la
ratificación del nombramiento de John Hullet de cónsul general
de Las Provincias Unidas en Londres, y el ejemplar del tratado
de comercio y amistad anglo-argentino para su canje formal,
firmado en febrero en Buenos Aires entre Manuel José García y
Woodbine Parish.
Rivadavia
hace un intervalo a sus negocios bursátiles a fin de dedicarlo a la
diplomacia. Cuando llegó a Londres en septiembre del año anterior
había tratado infructuosamente de entrevistarse con Canning, aun
sin encontrarse revestido de carácter diplomático, "por
estar dispuesto a proporcionar cuanta información esté en su poder
(…) es
ciertamente muy importante para el gobierno de S. M. tener una
fuente de información tan valiosa y auténtica"
Pero Canning no habrá demostrado mayor interés, y Rivadavia no
pudo pasar del despacho de Mr. Planta, jefe de negociado del Foreign
Office encargado de los asuntos sudamericanos, a quien dio
"los informes" valiosos
y auténticos. Ahora que era Ministro Plenipotenciario escribe a
Mr. Planta el 8 de mayo para disponer su recepción como tal.
No fue feliz. A Canning no le gustó que llegase acreditado como
Ministro Plenipotenciario cuando Inglaterra tenía en Buenos Aires
un simple Encargado de Negocios y por el momento no pensaba elevar
el rango de esa representación diplomática; además un
nombramiento doble para Londres y París no entraba en los usos de
la diplomacia británica: "nos han mandado un medio
ministro" se dejó decir en el ParlamentoEn tercer lugar había un traspié protocolar en el nombramiento
de Rivadavia: la carta de presentación estaba dirigida a Canning
cuando debió ser a Jorge IV.
Canning
expresó por escrito a Rivadavia "el
pesar" de Jorge IV por no poderlo recibir en esas
condiciones. Calló otro motivo que obstaba al trámite, pues no era
solamente por fallas protocolares que el rey lamentaba no recibir a
Rivadavia. A Canning no le parecía correcta la conducta de
Rivadavia en Londres para un representante diplomático: el 5 de
junio hizo veladas, pero graves alusiones en el Parlamento "a
especulaciones poco serias en minas sudamericanas"; y el 26
de septiembre (Rivadavia ya había regresado a Buenos Aires, llamado
por el capitán Head) , Canning informaba reservadamente a Parish la
causa real de haberse negado a recibir a Rivadavia en su carácter
diplomático: "Mientras permaneció aquí Mr. Rivadavia
estuvo en constante relación con establecimientos comerciales de
este país (…)
que estaban interesados en la fluctuación de los asuntos
comerciales. Deseo que no pierda la oportunidad de convencen a Mr.
García (Manuel José García, Ministro de Relaciones Exteriores
de Las Heras), de lo inconveniente que resulta al gobierno de
Buenos Aires poner la gestión de sus asuntos en manos de cualquier
persona en semejante situación. Es absolutamente necesario para el
prestigio de ese gobierno evitar toda comunicación que pueda
suponerse influya en las transacciones monetarias de la metrópoli.
Me sería muy difícil mantener cualquier relación confidencial con
un Ministro extranjero que motivara sospechas aparentemente fundadas
de estar interesado en un establecimiento comercial particular.
Claro es que cuidará usted de comunicar a Mr. García la parte
esencial de lo que he escrito, de manera de no ofenderlo, ni
insinuar la menor opinión adversa a Mr. Rivadavia".
No
haber sido recibido como Ministro Plenipotenciario fue un golpe en
la vanidad de Rivadavia. Había acariciado el sueño de saludar a
Jorge IV en traje de corte, besar sus manos, agradecerle el regalo
de la tabaquera con su retrato (enviada en 1823), y departir
largamente con el monarca sobre el porvenir de las Provincias
Unidas. Si motivos formales (ignoraba los otros) impedían o
postergaban su recepción diplomática en Saint James, acarició por
un momento la ilusión de que Canning lo llevase ante el rey como ex
Premier de un Estado sudamericano abierto por su influjo al
capital civilizador británico. Pero nada consiguió. Todo el
trabajo "diplomático" de Rivadavia en Londres fue canjear
las ratificaciones del tratado de "comercio y amistad";
que pudo hacerlo el secretario Núñez o cualquier otro pues no
requería plenipotencia alguna.
En
junio llegaron a Londres las primeras informaciones desconcertantes
del capitán Head sobre sus entrevistas con Las Heras; ese mismo
mes, Canning hizo en el Parlamento las alusiones referidas a "especulaciones
poco serias en minas sudamericanas"; en julio las cartas de
Head desde Mendoza y La Rioja eran angustiosas y pedían con
insistencia la presencia de Rivadavia en la Argentina para aclarar
los "malos entendidos".
De la misma opinión fueron los directores de la Mining y el
propio Hullet. Rivadavia debió dejar para otra oportunidad su
presentación ante la Corte, y embarcarse para Buenos Aires en
agosto. El 16 de octubre llegaba a destino.
El
camino a la Presidencia de la República
Lo
precedía el gran ambiente creado a su favor por la prensa
partidaria. Los artículos del Times y el Sun habían
sido reproducidos, ampliados, comentados y bordados, con convicción
y entusiasmo, por Valentín Alsina, Juan Cruz Varela, Manuel
Bonifacio Gallardo y demás redactores de El Nacional y El
Mensajero. Las recepciones en los clubes bursátiles de la City,
para facilitar el lanzamiento de acciones de la Mining, habían
sido tomadas en serio por sus amigos de Buenos Aires: Rivadavia
triunfaba en Inglaterra, y se hincharon de orgullo los parroquianos
de los cafés de Catalanes y Marcos por el éxito social del
paisano. El Padre de las Luces, después de deslumbrar a los
londinenses, se dignaba patrióticamente volver a fulgurar en el
medio nativo.
Siempre
tuvo prestigio entre nosotros el hombre que llega de Europa, y mejor
si trae doctrinas exóticas y mucho más si es un tilingo. Si a ese
tránsito por la civilización se añade el estrépito de una
propaganda ultramarina ¡nada menos que el Times y el Sun!
- ampliada hasta hacerla estentórea por los órganos periodísticos
locales, siempre pletóricos de tarambanas y parásitos, el
prestigio del viajero alcanza un grado superlativo. Si a eso se
agrega que el interesado es el primer convencido de su importancia
-y lo demuestra en todos sus actos, gestos, ademanes y frases,
entonces la gloria llega al delirio y es muy difícil dejar de
aceptarla. Eso ocurrió con Rivadavia en 1825.
Cuenta
Ignacio Núñez la indigestión de grandeza que había tomado al
presidente de la Mining en su regreso de Londres: viajaba
como un monarca; tomó para sí solo toda la cámara del buque
relegando a su asombrado secretario a una cucheta improvisada; comía
solo, como los reyes, mientras su amigo Núñez (que rumiaba un
tremendo despecho), debía compartir la mesa común del pasaje. Sus
ademanes de mulato acaballerado, graves de naturaleza, habían
cobrado la majestad de un prócer; su tono y palabras afectaban una
grandiosidad sublime en los pocos momentos que se dignaba aparecer
en cubierta y rozarse con los demás mortales.
En
Buenos Aires lo esperaba Mr. Head. La entrevista no resultó
agradable; e1 capitán "deliraba"
(escribe Rivadavia a la Casa Hullet), suponiendo que otra empresa
pudiera disputarle seriamente a la Mining
la explotación del Famatina. Sin embargo se encontró obligado a
reconocer que "las cosas se presentaban confusas"
debido a la malhadada Ley Fundamental dictada en su ausencia
por el Congreso, pero de todos modos "interpondría su
prestigio a favor del negocio”.
Después
de la conferencia inicial, el primer día de su arribo, al siguiente
el desconfiado capitán urge a Rivadavia "sin
escrúpulos" -escribe este a Hullet-. Fue la última
entrevista: no pudo Head visitar a Rivadavia, tal vez por la gran
cantidad de gente que hacía antesala en su casa y la rigurosa
etiqueta dada a sus audiencias.
Head
debe escribirle cartas para saber de una buena vez "si
consideraba o no la existencia de la sociedad, y si ésta habría de
obtener en las Provincias Unidas los privilegios y derechos que le
habían sido garantizados por el decreto del 24 de noviembre de
1823”. Rivadavia se limitó a responderle, también por
escrito: "He de ver al ministro en el día de hoy, y el
lunes le contestaré su carta”. No informa a Head esa
entrevista cuyo resultado se ignora. Prefiere escribir a Hullet el 6
de noviembre: "El negocio que más me ha preocupado, que más
me ha afectado, y sobre el cual la prudencia no me ha permitido
llegar a una solución, es el de la Sociedad de Minas
(…) todas las minas desocupadas de las provincias de Salta,
Mendoza y San Juan se encuentran a disposición de La Sociedad. Con
respecto a las existentes en La Rioja, cuya importancia es superior
a las de las otras provincias, en el transcurso de un corto plazo,
con el establecimiento de un gobierno nacional todo cuanto debe
desearse se obtendrá (…) ello (ahora) es
imposible por la posición en que ha sido colocado el Congreso; la
necesidad de un cambio es evidente y las primeras medidas ya han
sido tomadas (…)
Me veo obligado a emplear la mayor circunspección para no
comprometer inútilmente mi influencia y no debo decir mas por el
momento".
La
posición en que ha sido colocado el Congreso por la Ley
Fundamental y el otorgamiento del Ejecutivo Nacional a Las Heras,
permitían a La Rioja disponer de su propia riqueza; era prudente
no precipitar la solución de entregar el Famatina contra la ley
del Congreso; y esa solución que consistía en el establecimiento
de un gobierno nacional con
jurisdicción en las minas de La Rioja, se conseguiría en el transcurso
de un corto plazo y todo cuanto debe desearse se obtendría. Por
lo pronto ya habían hecho atmósfera los periódicos rivadavianos
sobre la necesidad de un cambio político con
robustecimiento, bajo pretexto de la guerra, de las atribuciones del
poder central; pero debería emplearse la mayor circunspección y
no comprometer inútilmente la influencia suya con un
apoderamiento liso y llano del Famatina, pues seguramente sería él
la nueva autoridad nacional. Las primeras medidas habían
sido tomadas con la duplicación de los diputados en el
Congreso.
Es
curioso que al escribirse esta carta comenta Vicente Fidel López
nada había trascendido del establecimiento de un gobierno
nacional y menos del sistema unitario a que se ceñiría.
Los únicos en saberlo eran Rivadavia y la Casa Hullet de
Londres. Los compromisos financieros obligaban al hombre público a
lanzarse a una aventura presidencial, trastrocar el régimen político
del país, emprender una guerra civil y descuidar la guerra
internacional, para que la compañía minera en la cual estaba
interesada y a quien había vendido el Famatina, pudiera explotarlo
conforme a lo convenido en Londres. Nada le importaron sus
declaraciones sobre autonomías provinciales de 1821, nada del
tratado Cuadrilátero de 1822 ni las instrucciones sobre federalismo
al deán Zavaleta en 1823, menos la realidad de la Ley Fundamental,
base de la unión Argentina ante el peligro de Brasil. El negocio
que mas le ocupaba era el porvenir de su compañía minera y a
él debió sacrificar la actualidad política del país y su futuro
internacional: "Don Bernandino - comenta Piccirilli- jugaba
la seriedad de su palabra valiosa y responsable como la letra de un
documento público".
Rivadavia
acompañó su carta a Hullet con un giro contra la casa londinense
por tres mil libras esterlinas. Suma muy grande hoy en día, y
entonces sencillamente fabulosa. Hullet abonó el giro y Rivadavia
empleó la suma en especular colocándola en la Casa Lezica al 13 y
14 % de interés, entonces usurariamente inusitado.
Mientras
tanto el capitán Head, que no debía tener mucha confianza en la
influencia de Rivadavia o en los medios de éste para hacerla valer,
se dirige a Las Heras, directamente, pidiéndole que afianzase los
gastos incurridos en su infructuosa expedición tras el oro que
afloraba con las lluvias. Como no lo consigue, resuelve cobrarse con
las maquinarias de la Mining existentes en Buenos Aires: las
vende, de ocasión, a la compañía rival; y aconseja a los
ingenieros y obreros que lo acompañaban se contratasen en ella
mientras él se iría a trabajar en 1a Chilean and Peruvian
Mining trasandina. Indignado Rivadavia pide al directorio de
Londres -el 29 de diciembre (1825) - la destitución de Head "por
una conducta que se aproxima al delirio y ha de darle un gran motivo
para arrepentirse"[37].
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